Un pasado cruel
José Gabriel era el líder de la misión, por lo que luego de la captura, Ignacio pensó que la llevarían a los cuarteles de Ignis Fatuus para hacer allí el interrogatorio, pero el Arrieta convenció a todo su escuadrón de que no podían seguir perdiendo el tiempo.
Ignacio desconocía, para aquel entonces, que Gonzalo ya se encontraba entre los miembros del Umbra Mortis, gozando de la simpatía de Teodoro, por lo que no dijo nada sobre la iniciativa de su líder. Se suponía que este seguía órdenes, como él lo hacía, así que no se violarían las reglas, ni el protocolo.
El Arrieta llevó a la chiquilla a un barrio abandonado a las orillas del Lago, introduciéndola en un rancho de latas de zinc, de piso de tierra húmeda.
El olor nauseabundo de la pobreza golpeó a Ignacio, deseaba salir de allí. El calor de la ciudad hacía más lamentable aquel lugar.
José Gabriel ordenó que amarraran a la niña en una silla de metal, único mueble presente en la habitación, y comenzó el interrogatorio. Por horas intentó, bajó amenazas sacarle información, pero la jovencita siempre repetía lo mismo: Había hecho un pacto con el Harusdragum para salvar a su progenitor, solo él le quedaba, y lo necesitaba para vivir. Los riñones de su padre estaban colapsando; las diálisis, que por un tiempo fueron cubiertas por el estado, no solo dejaron de hacer efecto en él, sino que también dejaron de recibir el subsidio del gobierno. Vivían en pobreza extrema, no tenía dinero para la operación, ni siquiera contaban con un donante compatible.
Ella era muy pequeña para donar uno de sus riñones. Atormentada, por la cruel realidad que le tocó afrontar, escuchó de la existencia de los Harusdras, por lo que se decidió a buscarlos.
Terminó dando con ellos. El período de reclutamiento fue breve: ellos necesitaban formar un ejército y ella quería la sanidad de su padre, así que selló el pacto. Pero el Harusdragum la engañó.
Después de marcar su cuerpo con su veneno, abandonó a su padre a su suerte. Ella no podía deshacerse del Sello corrupto, tampoco le interesaba seguir a un ser que la había engañado. Ese fue el motivo por el que se separó de su comunidad, por el cual andaba vagando sin rumbo fijo.
Para Ignacio, aquella chiquilla era un alma desgraciada. ¿Cómo se podía sufrir tanto?
Sintió empatía por esa criatura, aun cuando era su enemiga. Presentía que el corazón de esa niña no había maldad, como tampoco la había en el suyo, pero esa maldita historia entre la luz y la oscuridad, siempre troncaba los caminos, incluso los más brillantes.
Había estado fuera de aquel rancho por más de veinticuatro horas. Su función dentro del escuadrón era fungir como rastreador, por lo que fue apartado de aquel lugar. Sin embargo, se le pidió que retornara a él.
Cuando entró al rancho, el olor a tierra y pobreza se vio mezclado al de la sangre.
La niña agonizaba en la silla. Su ropa estaba sucia, manchada por la sangre derramada.
Las uñas de los pies y de las manos habían sido arrancadas. Sus tobillos estaban amarrados y sus piernas abiertas, ensangrentadas, lo que indicaba que habían apaleados sus piernas e intentaron desmembrarlas.
Se sentía asqueado y horrorizado.
—¿Qué le han hecho? —gritó al ver la escena.
Las risas y burlas de sus compañeros no se hicieron esperar. Sin importarle lo que pensaran de él, corrió hasta la pequeña, tomando su sucio y lloroso rostro entre sus manos. La escuchó murmurar «Mátame», y esa palabra estremeció su corazón. ¿Cómo se podía desear la muerte siendo tan joven?
—¡Eres un maldito blandengue! —se mofó el joven Arrieta.
—¡Eres un maldito desgraciado! —le respondió dándole la cara. Su rostro torvo suprimió más de una sonrisa. Aquellos hombres lo respetaban, por lo que no podían continuar burlándose de él—. ¡Esto no es procedimiento!
—¡Yo soy el procedimiento, maldito llorón! —le gritó rojo de la ira.
La saliva desprendida por su grito cayó en el rostro de Ignacio. Molesto por el atrevimiento de su líder, el joven Custos apretó sus puños, su mandíbula se tensó, y sin decir palabra alguna, se volteó hacía la chica.
El fuego purificador de Ignis Fatuus salió de su cuerpo como una ola, quemando el veneno que corría por el cuerpo de la pequeña víctima. Con una sonrisa en su rostro, irónicamente embellecido por el beso de la muerte, se entregó. En su cuerpo ya no existía el Sello del Harusdragum.
Ignacio se volvió hacia José Gabriel, quien rojo de ira deseaba golpearlo.
—No obedezco mandatos corruptos. Carga tú con su muerte. —Caminó hacia la puerta—. ¡Maldito bastardo!
Ahora, la vida volvía a ponerlos en el mismo lugar, con la diferencia de que esta vez, Ignacio era la víctima, el reo de Ignis Fatuus.
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