Umbra Solar

—Iré primero —comentó Ignacio, respirando profundo.

—No te corresponde ser el primero —le reclamó Amina.

—¿Acaso tienes miedo, hermano?

—Mi intención no es robar tu puesto, Primogénita, ni estoy chorreado, Gonzalo —murmuró lo suficientemente audible para sus familiares—, solo... —Hizo un breve silencio, cerrando sus ojos ante los gritos de los presentes—. Solo quiero que hagan lo que yo hago. Si grito, gritan. ¿Bien?

Gonzalo no entendió muy bien cuáles eran las verdaderas intenciones de su hermano, sin embargo, no iba a cuestionarlo en ese momento, como tampoco lo haría Amina.

Las cadenas de los tobillos de Ignacio fueron aflojadas, por lo que el Custos se pudo poner en pie. Movió su cuello de un lado a otro, liberando la tensión de los hombros. Tomó aire y lo expulsó, ante la sonrisa de su hermano mayor, quien llegó a pensar que se estaba preparando para un combate de boxeo. 

Con pasos decididos, se acercó al menhir, extendiendo sus manos hacia la piedra. Sus cálidas manos tocaron el frío metal y la estrella amarilla resplandeció en la oscuridad de la gema. Una brisa gélida golpeó el cuerpo de Ignacio, sin embargo no se despegó de la misma.

Desde el suelo, arrodillado y con los brazos jalados hacia atrás, Gonzalo contemplaba a su hermano. Los músculos de su cuerpo se iban tensando, primero su mandíbula y luego cada una de las arterias de su cuello. Las venas que surcaban su rostros salieron en relieve, y el cuerpo de su pequeño hermano comenzó a levitar. Con horror apreció como los dedos de los pies de Ignacio se contraían del dolor, su hermano estaba haciendo un esfuerzo por no gritar.

Mientras, la piedra iba tomando un color cálido y en la frente de Ignacio el Phoenix agonizante centelló de un rosado parduzco.

Un fuerte relampagueó, obligó al mayor de los Santamaría a quitar su rostro, debido a que no podía cubrirse. 

Los gritos de los presentes le indicaron que algo macabro había ocurrido, pero no supo la gravedad del mismo hasta que el golpe seco, producto de la caída de Ignacio, llamó su atención.

Asustado, quiso llamarlo, pero Ignacio abrió primero sus ojos, mucho antes que las cuerdas vocales de Gonzalo emitieran sonido alguno. Angustiado, Gonzalo se batió contra las cadenas que lo sujetaban tan vilmente, pero su hermanito le sonrió, ese simple gesto fue la señal de que estaba bien, no debía preocuparse por él en ese momento, pues el tormento no había terminado aún.

En la frente de Ignacio, el Phoenix comenzó a perder su brillo, y con él la belleza de su color. Le habían substraído parte de su Donum. Entretanto, Arrieta se gozaba en ello.

Amina no habló. Los gritos de terror de los presentes y los sonidos de las cadenas le tenían tan atemorizada que duda en cumplir con la promesa que le había hecho en el silencio a Ignacio.

Sabía que la prueba de este había terminado. Sintió su cuerpo caer ante ella, y un lanzazo atravesar su frente. ¡Si sus primos supieran cuánto le dolía a ella que le arrancaran sus Munera! Agradeció no tener que compartir sus sufrimientos con ellos.

Confiaba en Ignacio, él no se dejaría batir. Él estaba hecho de un material más fuerte que el titanio, nada ni nadie podría con su espíritu rebelde e indomable, no en vano era el guerrero por excelencia de la Fraternitatem Solem, y su silencio ante la tortura lo confirmaba.

Supo que era el momento de Gonzalo, pues las cadenas sonaron a su izquierda. Escuchó a su primo menor murmurar: «Puedes soportarlo», y respiró profundo, llenando sus pulmones de oxígeno y reteniendolo lo más que podía.  

El dolor en su frente volvería, era increíble como su cuerpo temblaba ante la idea de recibir nuevamente aquel lanzazo en su frente que le atravesaba toda la masa encefálica llegando incluso a lugares remotos, haciendo que cada nervio de su cuerpo se volviera sensible. Ignorarlo con Ignacio hizo que el sufrimiento fuera más llevadero, pero esperarlo con Gonzalo, predispuso su cuerpo, y cuando iba a quejarse, todo empezó.

Apretó sus dientes, hasta que sintió que se le partirían, para mitigar el dolor, pero fue en vano, así como en vano fue el esfuerzo del segundo Custos en mantener la entereza. Más allá de la aflicción de su cuerpo, fue el grito de Gonzalo lo que terminó de fracturarla. Por sus malas decisiones, por poner su corazón en imposibles estaba condenando a muerte a sus primos, y el sufrimiento de estos era tan terrible que no pudo evitar contener las lágrimas ante los gritos de angustia de su primo.

—¡Calla y soporta! —gritaba Ignacio, cabizbajo.

Gritos que eran socavados por los del Populo, quienes pedían clemencia para los jóvenes. Aquel no era un castigo acorde al siglo XXI, ni siquiera al hecho de amar a una persona de otro Clan: Era un asesinato tan bochornoso, monstruoso y dantesco comparable a los antiguos circos romanos.

El titilar del cerebro de Amina le indicó que ya el martirio de Gonzalo había acabado. El joven cayó al suelo respirando con dificultad. La joven quiso decirle algo, pero escuchó el sonido de las cadenas al ser recogidas, y automáticamente, la presencia de una persona se posicionó detrás de ella.

Su momento había llegado.

Ignacio luchó contra la debilidad de su cuerpo, no era el momento de abatirse, ni desear reposar en una cama. Amaba a Gonzalo, tanto como a sí mismo, y fue ese amor el que le dio fuerzas para reponerse de su postración y animar a su hermano mientras era sometido a la Umbra Solar.

Cuando el joven cayó a su lado, le miró. Gonzalo seguía con los ojos cerrados, en su frente el difuso Phoenix dejaba de centellar y de sus labios corría un hilillo de sangre que le encogió el corazón. Quiso llamarlo, dejarse humillar por Arrieta y suplicarle a su hermano por respuesta, pero las cadenas de Amina fueron liberadas y pensó en su prima.

Era el momento de conocer de qué estaba hecha la Primogénita de Ignis Fatuus.

—Recuerda no gritar —se dijo la joven poniéndose de pie.

Sus rodillas se mostraron agradecidas al ser liberadas del peso del cuerpo de la chica. Consciente de su importancia para el Clan, caminó erguida hasta el altar del sacrificio, extendiendo sus manos al frente. Dio con un bulto de piedra, así que comenzó a subir con sus manos por la misma. No debía desesperarse.

Ante ella surgió la cálida sonrisa que Aidan le regaló a través del espejo, aquella noche cuando Ackley le concedió el don de la visión, y suspiró, en el justo instante en que sus manos dieron con la fría Umbra Solar.

Aquella prueba la aceptaba por él, y por sus primos que yacían agotados después de la macabra tortura. Con firmeza colocó sus manos sobre la piedra, sintiendo como sus palmas ardían ante el contacto. Un fuego abrazador comenzó a quemar todo su ser y quiso gritar, pero no pudo. 

El aire de sus pulmones fue violentamente extraído, y con él sintió la sangre subirle a la cabeza. La presión en su sien era insoportable, pensó que su cerebro explotaría, mas tuvo que admitir que la sensación pasó a segundo plano en el mismo instante en que sintió que sus uñas eran perforadas, sus dientes, sus globos oculares.

Su cuerpo se elevó, se sintió mareada, su estómago amenazó con expulsar los jugos gástricos que contenía, la cabeza le daba vueltas, su cuerpo comenzaba a doler como si le hubiesen caído a golpes con un bate de aluminio. Pensó que se desfallecería, quería gritar, sus venas se dilataron y sus articulaciones se recogieron, retorciéndose instintivamente, mas el lanzazo volvió, esta vez atravesándola por completo.

Su espada se arqueó ante el suplicio. Le habían arrancado más que el don. No sintió el ave despertar en su frente, solo experimentó su cuerpo en el aire, pero nada le importaba, por lo que la gravedad hizo su trabajo. La caída no fue seca, toda ella rebotó. Sonrió, justo cuanto sus tobillos y muñecas eran jaladas hacía el tubo, aquellos miseros ni siquiera la dejarían descansar.

El nervio medio punzó. Amina recogió sus manos en una visible mueca de dolor. Estaba agotada.

—Amina. —Escuchó que la llamaban de lejos.

Intentó abrir sus desfallecidos parpados. El menhir empezaba a descender, entretanto la imagen de un Ignacio, cabizbajo, se presentaba ante ella. 

Sonrió, la piedra había hecho su labor, le había quitado parte de su Donum y ahora comenzaba a ver... Otra vez.



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