Umbra Mortis

Dominick y Saskia esperaban con Aidan, Ibrahim y Maia la salida de Itzel, cuando Gonzalo apareció. 

Para el joven fue inevitable no observar a Ibrahim, pero este apartó rápidamente su mirada de él. Seguía molesto. Gonzalo intentó convencerse de que era lo mejor, mas eso no evitó que la tristeza fuera apoderándose de su corazón.

—Pensé que te habías lanzado por el balcón —le aseguró Dominick.

—El hecho de que lleve un ave en la frente no quiere decir que vuele —le respondió, tendiéndole la mano—. De todas las personas que imaginé que vendrían a ver a mi hermano, jamás pensé que serías una de ellas.

—Sabes que no nos llevamos muy bien, pero prefiero mil veces ser yo quién le patee el trasero que lo haga otra persona.

—¡Jum! —resopló sonriendo—. Lamento corregirte, pero primero será él quien te lo patee.

—¡Guao! ¡Por fin te oímos defender a tu hermano! —exclamó Saskia.

—No lo defiendo, Ignacio puede defenderse... ¡Al diablo! —confesó contrariado—. ¡Claro que me importa el muy desgraciado!

Para Aidan, la incomodidad de Ibrahim no pasó desapercibida. Conocía muy bien a su amigo como para saber que algo había pasado en el balcón. Tuvo ganas de acercarse, y lo fue a hacer, cuando la puerta de la habitación de Ignacio se abrió e Itzel salió al encuentro del grupo.

—¡Ignacio ha despertado y ha pedido ver a su mamá! —les comunicó, subiendo su rostro.

Gema, que se encontraba con Leticia, alejadas de los chicos, atendió a la llamada de su hijo menor. Leticia le dio un beso, despidiéndose de su hermana política con un apretón de manos. Le deseaba lo mejor.

Gonzalo y Amina debían de esperar. Comprendiendo cómo se sentían, Leticia se acercó a su sobrino, dándole un fuerte abrazo, él se acurrucó en el cuello de su tía.  Esta acción tan íntima, incomodó al grupo de jóvenes, no porque en ello hubiera algo que objetar, sino debido a que sintieron que estaban entrando a las profundidades del amor filial entre Leticia y Gonzalo. 

El amor era tan puro y fuerte entre ellos, que para Aidan fue asombroso observar como en la frente de la sra. Santamaría poco a poco se dibujaba una hermosa ave. Quizás el dolor, la compasión y el amor mutuo podían hacer aparecer el sello espontáneamente.

—Pensé que entraría con la tía. —Amina cuestionó a su madre, en cuanto sintió cerca de ella el dulce aroma de su fragancia.

—Entraré después de que ustedes se entrevisten con él. ¡Es una lástima que Ismael no esté aquí para ver a su hijo!

—La Fraternitatem siempre ha sido más importante para papá —respondió Gonzalo con un dejo de amargura—. Me imagino que basado en el hecho de que Ignacio fue herido porque cumplía con su deber, decidió que él tenía que cumplir con el suyo. Quizás cree que así está garantizando que el esfuerzo de Ignacio sea reconocido por todos.

Las palabras de Gonzalo no pasaron desapercibidas para el grupo. Más de uno pensó que era el momento de marcharse. A fin de cuentas, Ignacio se recuperaría, y los Santamaría, como familia estaba exigiendo, indirectamente, estar a solas.

—Itzel. —Ibrahim tomó valor para acercarse a su amiga—. Creo que es mejor que nos marchemos. Tú debes descansar, y la verdad es que no quiero escuchar a Susana reclamarme por haber cedido a tus peticiones.

La joven morena asintió, por lo que, rompiendo la cercanía de Leticia con Gonzalo, se presentó ante ellos para despedirse. En un gesto de agradecimiento, Leticia besó la frente de la joven.

—¡Gracias por venir a visitar a mi sobrino! Ahora debes descansar. El Primogénito de Sidus tiene razón, tú también has salido lastimada en la batalla.

—Soy Ibrahim —dijo en un impulso, tendiéndole la mano-. Puede simplemente llamarme Ibrahim.

Leticia tomó sus manos, sonriéndole. A ellas se agregaron las de Saskia y las de la propia Itzel. Su gesto hizo que los chicos sintieran que no solo Susana y Andrés estaban de su lado, al parecer también podían contar con Leticia.

Ignacio observaba a través de la ventana cuando su hermano entró con Maia. Les recibió con una sonrisa. Su madre había aprovechado para arreglar las almohadas que sostenían su cuerpo por lo que se sentía más cómodo. 

Gonzalo se llevó la mano al pecho, dándose cuatro palmadas en el corazón. Era un alivio tenerlo con vida.

—Jamás pensé que te vería acostado en la cama de un hospital —le comentó.

—Soy un mortal, Zalo. El Sello no resguardará mi vida por siempre.

Escucharlo decir aquella verdad, le hizo correr hasta la cama para abrazarlo. Nunca habían sido muy unidos, pero se querían, lo suficiente como para sufrir el uno por el otro. Era Gonzalo quien siempre salía lastimado en la batalla; su Clan aseguraba que se debía al limitado poder de su Sello, aun así era más fuerte que muchos miembros de Ignis Fatuus.

Maia esperó de pie, imaginándose los sentimientos que ambos hermanos estaban experimentando ante tan dura prueba. Amaba a sus guardianes, les estimaba como hermanos, por lo que podía comprender las emociones que los embargaban.

—¡Acércate, Amina! —le pidió Ignacio.

Con la ayuda de su bastón y el apoyo de Gonzalo llegó hasta la cama. Ignacio tomó su mano, sonriendo con dulzura. Miró aquel rostro que le parecía tan dulce, el rostro que había amado por tanto tiempo y al que estimaba más que a su propia vida. Colocó su mano izquierda en la mejilla de su prima, entretanto Gonzalo caminó hasta los pies de su cama, observando la cálida escena.

—Pensé que nunca más volvería a verte.

—No te perdonaré si nos dejas así.

—Aún tendrás a un valioso guardian, custodiándote —le contestó, mirando de reojo a Gonzalo.

—No lo dudo, Iñaki, mas se me concedieron dos guardianes y deseo conservarlos a los dos. —Le besó la mano—. Y no creas que olvidaré que me arrebataste mi Donum. ¿En qué estabas pensando? —le reclamó con un tono de voz infantil.

—Creo que a veces se le olvida sus propias limitaciones —resopló Gonzalo.

—¡Ese es el problema! —respondió con una tímida sonrisa—. No estaba pensando. Ni siquiera sabía cuál era la ubicación de los demás Primogénitos, y llegué a temer que alguno de ellos estuviese malherido.

—En nuestra defensa puedo decir que hemos entrenado muy bien a Ibrahim. —Maia asintió al escuchar a Gonzalo.

—Sí, su Donum ha crecido. Es una diferencia que hasta yo he sentido.

—Ibrahim es solo uno de los otros cuatro restantes. Mientras que no tengan un control absoluto de sus Menura jamás podrán luchar como una unidad —aseguró Ignacio.

—Y me imagino que ese fue el motivo por el cual pensaste que cargar con dos Munera iba a solucionarlo todo. —Volvió a reclamarle Maia

—La verdad es que nunca tuve la intención de utilizar ambos dones.

—Entonces, ¿qué fue lo que pasó? —le cuestionó su prima.

—Estacas... Esos dardos de hielo me parecieron familiares —susurró audiblemente—. No es la primera vez que las veo. En ese instante no lo tuve claro, mas luego recordé. Fue hace dos años en Maracaibo, en el Mercado de Las Pulgas para ser más exacto, ¿lo recuerdas Gonzalo?

Su hermano no dijo nada, solo le miró taciturno.

—¿Mercado de Las Pulgas? Me podrían decir en qué andaba mi Clan.

—¡Es una tontería, Amina! —se quejó Gonzalo resoplando, para luego fijar su mirada en las montañas que se dibujaban a través de la ventana.

—¿Tontería? ¿Tienes una idea de cuántos Ignis Fatuus murieron? —le interrogó Ignacio, molesto ante la actitud de su hermano mayor.

—¡Claro que lo sé, Ignacio! Estuve allí, si no lo recuerdas.

—¿Qué fue lo que pasó? —Amina les exigió.

—El Prima fue informado sobre algunas actividades clandestinas llevadas a cabo por los non desiderabilias. La verdad es que no pensaron que fueran tan importantes, hasta que algunos de los nuestros comenzarona aparecer "drenados".

—¿Drenados? —Maia intentó afinar su audición—. ¿A qué te refieres con drenados?

—No tenían energía vital —le aclaró Gonzalo.

—¿Los Harusdra se volvieron vampiros o qué? —preguntó con sorna.

—¡Nadie habló de sangre Amina! —le reclamó Gonzalo, resoplando.

Ignacio miró a su hermano con recelo. Esa era solo parte de la historia, por lo menos la versión oficial, pero la actitud de su hermano solo estaba revelándole a su prima que había mucho más.

 Gonzalo chocó un par de veces la palma de su mano con suavidad sobre el tubo de la cama de Ignacio, mientras que con la otra la mantenía sujeta a ella. No levantaría el rostro hasta sentirse seguro de que respondería sinceramente.

—No se alimentan de su energía —murmuro— solo la drenan. —Subió el rostro para observar a su prima—. Es como si se inyectara grandes dosis de insulina a un cuerpo. Terminas debilitándolo, hasta que lo haces caer en un profundo sueño del cual nunca despertarán. Los que tienen más suerte, solo terminarán en estado vegetativo.

—¿Suerte? ¡Ja! ¿LLamas a eso suerte? —El tono de sarcasmo de su prima fue una llamada de atención. —¿Saben qué lo causa? 

—No, todavía no lo sabemos —repondió Ignacio con sinceridad.

—¿Es un arma?

—Es un Donum, Amina, y eso es lo que lo hace tan terrorífico —le aclaró Gonzalo.

—Si es un Donum, tiene un portador. Debemos matar al portador para deshacernos del Donum —razonó la joven.

—Ese es el problema, Primogénita —confesó Ignacio, soltando la mano de su prima para ver a su hermano—. Se supone que Ignis Fatuus había acabado con él.

Gonzalo sintió el peso de la mirada de Ignacio. Tragó grueso y volteó su rostro hacia la ventana.

 Esa misión le había sido encomendada, ante su Clan, se había concretado, pero ahora la "Sombra de la Muerte" había regresado, y la lealtad de Gonzalo para con su gente y la Fraternitatem Solem se estaba viendo comprometida.



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