Tu vida y la mía

Los gritos de Aidan estremecieron toda la residencia. 

Montero y su equipo corrieron hasta el cuarto de su Primogénita, encontrando a Aidan prácticamente sobre ella. 

El galeno dio indicaciones y la joven fue atendida con rapidez. La convulsión fue mermando, mientras la chica era devuelta a la cama.

—Es mejor que esperes afuera —le indicó Montero a Aidan.

El joven dio unos pasos hacia la puerta, pero no terminó de salir de la habitación. 

Afuera se encontraban Dominick, Ibrahim, Saskia, Luis Enrique e Itzel, así como otros curiosos, los cuales Zulimar terminó por correr.

Montero se movía rápidamente. Amina estaba prendida en fiebre, su corazón mostraba irregularidad, su cuerpo parecía haber entrado en una especie de descompensación. Dio un breve vistazo hacia la puerta, dándose cuenta de que el chico de Ardere continuaba allí. 

Le estaba agradecido por lo que había hecho por su Primogénita, pero temía que su presencia complicara la situación.

Aidan se tomó de los cabellos, observando compungido como las enfermeras cocían los brazos de la chica buscando alguna vena donde colocar el catéter. Su situación era tan lamentable que no podía más que sentirse apenado.

—No podemos hacer más —le dijo uno de los médicos al Dr. Montero—. ¡Nada esta funcionando!

El hombre esculcó una vez más a Maia. Su colega tenía razón. Si su Primogénita estaba descompensada se debía a su naciente Sello y no a algún agente nocivo que estuviera causándole tantas complicaciones. 

Volvió a mirar hacia la puerta, descubriendo que Aidan seguía allí.

—¿Quieres ayudar? —le preguntó. El chico asintió con rapidez—. Trae a Ignacio —le ordenó.

El joven no esperó explicaciones, salió de la habitación tropezando con sus compañeros que seguían allí, para perderse en los pasillos en busca del Custos de Ignis.

—¿Qué piensa hacer, doctor?

—Si alguien puede ayudarla, es Ignacio —confesó, recordando la recomendación que le había dado al chico.

Derrapando, Aidan se sostuvo de la manilla de la puerta. La abrió de golpe, lo que hizo que Ignacio saltara de la cama. El chico estaba comiéndose una gelatina de frambuesa cuando el Primogénito de Ardere apareció frente a él, tan pálido como una hoja de papel.

—¿Tantas ganas tenías de verme? —bromeó, volviendo a su gelatina.

—Tu prima necesita de tu ayuda.

—¿Qué le pasa? —preguntó, cambiando el tono de voz. Su semblante se mostró grave.

—Ha convulsionado. El doctor ha pedido... —Pero Aidan no pudo concretar la frase.

Sin siquiera calzarse, Ignacio se arrancó las vías, lanzándose de la cama. Aidan lo vio desaparecer tras la puerta, por lo que se echó a correr en pos de él.

En el pasillo frente a la habitación de Amina continuaban los Primogénitos, observando lo que pasaba en la habitación a través de la ventana de vidrio. Zulimar había considerado prudente dejarlos allí, acompañando a su amiga. Todos examinaron con la vista a Ignacio, quien en bata y descalzó, no reparó en entrar a la habitación de su prima.

—¿Qué tiene Montero? —preguntó, observando a la chica delirar, mientras se movía inquieta en la cama.

—Algo la está afectando. Pensamos que quizá sea el nuevo Sello.

Ignacio se acercó a la cama, justo cuando Aidan entraba en la habitación. Ibrahim quiso detenerlo, pero Itzel tomó al joven Sidus del brazo, negando con su rostro: si Aidan quería estar allí había que dejarlo, era lo menos que podían hacer por él, luego de ocultarle su verdadera historia.

—¿Qué puedo hacer por ella? Si necesita mi sangre, mi vida... —dijo sin pensar, tomando la mano derecha de su prima.

—Un beso —contestó Montero, lo que hizo que todos lo miraran—. Solo necesito que le des un beso.

—¿Cree qué...?

—Es hora de demostrar si mi teoría es correcta. Ella necesita estabilidad y si no la puede conseguir eternamente, entonces un poder tan grande como el tuyo puede hacer la diferencia.

Por un momento lo dudó. ¿Cuántas veces no había deseado que su prima dependiera de él de aquella manera? ¿Cuántas veces había soñado con convertirse en su héroe? Y ahora que tenía la oportunidad, sus sentimientos lo hicieron dudar. 

Sin soltar la mano de Maia, levantó la mirada, encontrándose con los ojos café de Itzel. 

Minutos atrás la había besado, ahora sus labios probarían una miel que no era la suya, y que no anhelaba.

Suspirando, se resignó a su tarea. Tomó con respeto el cabello de la joven y se inclinó para besarla, sin percartarse que Luis Enrique había grabado en su memoria, no solo su reacción, sino también la de Itzel, quien cabizbaja apretaba los puños, disimuladamente.

Poco a poco Amina fue dejando de moverse, su ritmo cardíaco fue auto-regulándose. 

El resto de los galenos daban señales positivas a Montero, en la media en que el beso iba acabando. 

Ignacio la miró, ¡parecía tan frágil! Había jurado defenderla, pero le había fallado, incluso en La Mazmorra, le había fallado. Acarició su cabello, sintiendo un dulce estremecimiento en el cuello, donde el Sello de Mane yacía, y en la frente, en lo que restaba del Sello de Ignis Fatuus.

—¡Lamento haberte fallado, princesa! ¡Tú eres lo más importante para mí! —Le dio un beso en la frente, gesto que hizo que Aidan, inconscientemente, apartara la mirada.

Un par de días transcurrieron, los suficientes como para alarmar a los padres de los Primogénitos quienes todavía no retornaban a sus hogares, faltando a clases.

Zulimar se había encargado de despachar a cada uno de los jóvenes que habían participado en el campamento, informándose de su llegada a cada ciudad. Sin embargo, se le hizo complicado hacerle entender a sus Primogénitos que debían regresar a sus hogares.

Mas, les hizo llegar un ultimátum: las vacaciones habían terminado, y era momento de volver al colegio y a sus hogares.

Consciente de que ya no lo dejarían estar más en Apure, Aidan bajó la maleta de su cama después de hacerla. Dominick se había ofrecido para transportarlos hasta su hogar, por lo que fue en busca de Eugenia.

Tocó la puerta de la habitación. La joven le invitó a entrar con una de sus dulces sonrisas. Aidan caminó hacia ella, dándole un beso en la frente.

—¿Cómo sigues?

—¡Mucho mejor! En especial, después de enterarme que pasaste un par de noches velando mi sueño.

—Es lo menos que puedo hacer por ti. Eres mi novia y mi deber es protegerte, algo que hago con mucho gusto, por demás.

—Lo sé. —Eugenia lo abrazó, recostando su rostro del pecho de Aidan.

—Estaba pensando que después de ayudarte con tus maletas, sería bueno que pasara a echarle una mano a Maia. —Eugenia se separó para verlo—. No creo que Gonzalo e Ignacio estén en condiciones de ayudar.

Ignis Fatuus es muy reservado.

—Sin embargo, pertenecen a la Hermandad, y nosotros debemos de estar dispuestos a ayudarlos. Además, quiero saber cómo sigue.

—Debe de estar mejor, porque partieron en la madrugada. Y tengo entendido que no aceptaron la ayuda de Dominick para ser trasladados, lo cual indica que ella debe de estar mucho mejor.

—¿Se han ido? —Eugenia le lanzó una mirada inquisidora, pero el joven la ignoró por completo, al parecer se había olvidado de su presencia—. Pensé que al menos se despediría.

—Te dije que ellos eran así de especial.

—Aún así, pienso que deberíamos ayudarla.

—¿En qué sentido?

—Maia no está bien. Debe ser muy triste haber sufrido tantas desgracias a causa de un sentimiento no correspondido. —Eugenia palideció—. Por lo que creo que tú y yo podríamos hacerle compañía.

—La compañía no cura un mal de amor.

—Eugenia, ponte en su lugar.

—¡Lo estoy haciendo, Aidan! Si yo estuviera en su lugar, no quisiera la compasión de nadie, mucho menos de una pareja que es feliz y que se formó dentro de la Hermandad.

—Entonces, si eso no era lo que buscaba, ¿por qué mostró lo que le había pasado?

—Ella no lo mostró, Aidan, y mucho temo que lo menos que quería era que su familia se enterara de lo que le había pasado. —La joven suspiró, molestarse con él complicaría la situación—. Mira, mi cielo... —Lo tomó de la mano—. Esto es solo mi teoría, una suposición, pero creo que al complicarse su prueba, ella decidió darle la espalda a sus sentimientos y enfrentar el obstáculo físico que se le presentaba en ese momento. Lógicamente, su vivencia fue reciente, y tan fuerte, que la ha marcado de por vida, es por ello, que al olvidarse... —negó, corrigiéndose—. Al querer ignorar lo que le había pasado, al no querer enfrentarlo, terminó por revelarlo a todos.

—¿Tú no pudiste hacer nada para ayudarla?

Eugenia negó, haciendo que Aidan la abrazara.

—¡Lo intenté, cielo! Quise detener mi Donum, suprimir sus sentimientos. Pero, no pude y terminé colapsando. Maia es mucho más fuerte que yo.

El sr. Jung había reservado el mejor transporte para el traslado de los tres miembros principales de su Clan. Todo se había hecho con suma discreción, lo menos que deseaba era levantar sospechas que le hicieran el blanco de Arrieta.

Tres ambulancias partieron de la residencia de Ardere en el Apure, a las cuatro de la madrugada. Para cuando Amina había abierto los ojos, ya se encontraba lejos del campamento de la Fraternitatem Solem.

Una extraña tristeza la invadió. Quería escuchar las chicharras de abril cantar agudamente, mientras la lluvia ablandaba la tierra por donde emergían. Así como ellas, que cada año completaban su ciclo de vida, ella tuvo que renacer una vez más.

La frase de Ackley se había grabado en su ser como brasa ardiente. Quería desprenderla pero dolía, dolía en demasía. Su vida había perdido el sentido. Acontecimiento tras acontecimiento iban robándole su habitual alegría, ya ni siquiera sabía quién era. Se encontraba perdida.

Se llevó una de las manos a la frente, intentando controlar las lágrimas que pronto saldrían de sus ardientes ojos. Lo menos que deseaba era seguir llorando. No quería sufrir más. Entonces, como una revelación lo entendió.

Evengeline no solo había maldecido a Agatha, obligándola a vagar eternamente en este mundo, hasta que ella le dio muerte, sino que también se había encargado de alejarla de Aidan. 

Bien sabía Amina que Evengeline había quedado muy preocupada por su relación con el joven, y que quizás, Ackley le había comentado sobre sus propios sentimientos, que su historia de amor no era más que una proyección de lo que Aidan y ella sentían, es por eso que el antiguo Primogénito de Ignis Fatuus creyó amarla.

Amina, sangre mía... Nunca dejé de pensarte. —Se escuchó dentro de ambulancia.

La chica buscó al dueño de aquella voz, pero Ackley no estaba allí. 

Sentada en la camilla, mirando perdida, se fijó en las ventanillas que daban a la calle.

La vía estaba bordeada de hermosos araguaneyes, todos vestidos en un amarillo muy intenso, tan vivo que la hizo sonreír.

No todo estaba perdido. Después de florecer el araguaney tendía a sus pies una alfombra de flores amarillas para quedarse completamente desnudo ante toda la naturaleza, y así volvía a resurgir, cubriendo sus ramas delgadas de hojas de un verde parduzco, nada llamativo, alumbrando de nuevo la monótona naturaleza.

Se recostó en la camilla. Cerró sus ojos rememorando las palabras perdidas de Aidan «Perdóname...» y sintiendo en su piel aquel abrazo que le dio mientras la curaba en la enfermería.

***

Un paseo de araguaneyes en los llanos venezolanos. Árbol emblemático de mi país, y vista que en mi mente, Amina contempló mientras se alejaba de Apure. 

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