Traidores

Aidan descendía las escaleras con lentitud, encontrándose con un alboroto en la puerta de su casa. Su madre le daba un beso en la frente a un Andrés cuyos ojos eran reflejo de inquietud. El chico no tenía que preguntar, algo no estaba bien.

—¡Campeón! —saludó su padre, dándose por descubierto.

—¡Bendición!

—¡Dios te bendiga! —respondió, separándose de los brazos de su mujer, y pasando ambas manos por su oscurecido cabello—. ¿No es muy temprano para estar despierto?

—Es lunes y toca colegio. Ahora, si no quiere que vayamos...

Andrés sonrió, negando. Aidan supo que no podría saltarse la clase.

—¡Ve, esposo! —interrumpió Elizabeth, dándole unas palmaditas en la espalda a Andrés. Era mejor que se marchara cuanto antes—. Yo me encargaré de los niños.

—Dentro de cinco meses seré mayor de edad —le aclaró Aidan.

—Para mí siempre serás un niño —le cortó su madre.

Una vez más se dieron un beso, pero esta vez Andrés se fue. Para Aidan la actitud de sus padres no era normal, algo había ocurrido o estaba sucediendo. Era imposible negarlo, en especial porque nadie sale a las 4:30 a.m. a su sitio de trabajo, nadie que habitualmente lo hace a las 6:30.

—¿No me dirá que ocurre? —Aidan fue de frente, mientras terminaba de descender las escaleras.

—Por lo visto, eso de irse por las ramas no va contigo —le reclamó la madre. El chico negó—. La Coetum lo llamó.

—¿Y eso? ¿Acaso explotó el Auditorium?

La pregunta sarcástica de su hijo no la alarmó. Ésa era la típica reacción del Aidan que ella conocía.

—Anoche ocurrieron otros asesinatos.

—¿Del Populo?

—Sí, pero cercanos al Prima. Una familia de Aurum terminó siendo asesinada.

—¿Le robaron algún trozo de piel?

—No, papá solo comentó que al jefe de la familia le habían sacado el corazón y que este estaba marcado, pero que Alexander y Guevara no descifraban que señal era aquella. El hecho es que los cuerpos estaban sin Sello.

—¿Sin Sello? —preguntó para confirmar que no había escuchado más.

Su madre asintió. Al parecer aquellas muertes no habían sido causadas por los Harusdras, sino por los supuestos "amigos de la Fraternitatem".

El sr. Jung miró su reloj con gesto de incertidumbre. Llevaba sentado en su curul más de dos horas. Lo habían hecho madrugar, como a todos los demás, y aún no llegaban a ninguna conclusión.

La familia Bravo eran muy allegados al señor Rodríguez, Prima de Aurum. La sra. Mercedes Bravo era una prima lejana, mientras que su esposo era uno de los hombres más pudientes dentro del Clan. Tenían dos hijos, Antonella y Francisco. Los cuatro cadáveres fueron hallados en la madrugada, dentro de su lujosa quinta en la Urbanización Villa Marina, una de las más costosas de Costa Azul.

El hombre, Joaquín Bravo, había sido despojado de su corazón, mientras que su mujer e hijos tenían quemaduras a la altura del pecho. Lo que más había causado incertidumbre entre los investigadores era que el sr. Joaquín no tenía el Sello de Aurum.

Cuando un miembro de la Fraternitatem Solem moría, el Sello no se desvanecía, sino que tomaba un color parduzco, hasta negro, dependiendo del linaje, pero jamás desaparecía. Sin embargo, en el corazón, el cual fue encontrado al lado del cadáver podía verse unos puntos, los cuales todavía no habían podido descifrar.

En cuanto su esposa e hijos, las autopsias revelaron que más allá de la marca de quemadura en sus pechos, frente al corazón, el asesino no tocó ninguno de los órganos. Sin embargo, a excepción de la sra. Mercedes, los hijos tampoco llevaban Sello.

—El Sello de Mercedes Bravo se mantuvo con ella, pero lejos de mostrar el habitual negro, este se revistió de blanco y rojo —reveló Alexander.

—¿Blanco y rojo? —interrumpió Susana—. ¿Sabes lo que esos colores significan?

—Sí. Son colores de traición —le respondió Alexander—. Quienes mueren y manifiestan estos colores en sus Sellos, es porque traicionaron en vida al Solem.

—¡Esto es un insulto para nuestro Clan! —gritó Rodríguez—. ¡Son mis familiares, por el Solem! ¿Cómo pueden asegurar que mi familia es una traidora?

—Nadie está diciendo que tu familia sea traidora, hermano Aurum —contestó María Portillo—. ¡Nada más falso que eso! Si tu prima ha manifestado esos colores, entonces ella es la traidora, no tú, ni los tuyos. ¡Todos tenemos ovejas negras en nuestros Clanes!

Pero sus palabras lejos de calmar a la audiencia caldearon más los ánimos.

Entretanto, en la cima de su fracción, Arrieta observaba con una maliciosa diversión como los Clanes comenzaban a irse los unos contra los otros.

—Al parecer se ha desatado un Pandemónium —comentó Ortega, con una sonrisa de suficiencia.

Ignis Fatuus dejó por unos minutos más que las acusaciones fueran y vinieran. Ante aquel caos alguien debía erguirse como líder y plantear una solución, y Arrieta estaba más que dispuesto a sacrificarse y pasar a ser el salvador de una confundida Fraternitatem Solem.

—¡Mis queridos hermanos! —gritó por encima de todas las voces. Más de uno, anonadado, se volteó a ver a la fracción de Ignis Fatuus, la cual no había participado en aquella querella—. ¿Por qué desunirnos cuando debemos estar más juntos que nunca? Tenemos un asesino entre nosotros. No es el asesino que mata al Populo, sino al que acaba con lo más selecto de nuestro linaje a quien debemos temer. ¿Quién es el culpable? Yo no lo sé, pero debemos dar con él, y someterlo a los castigos de esta justa Coetum. Mientras perdemos tiempo aquí, otra de nuestras familias puede estar por fallecer.

—¿Qué propones? —preguntó Kevin Gómez.

—¡Salgamos de cacería! Que lo mejor de cada Clan salga a cazar a este asesino de Prima. ¡Pero que lo traigan con vida!

—¡Astrum te apoya! —gritó Soledad.

—¡Lumen te apoya! —confesó Omar Guevara.

—¡Sidus te apoya!

—¡Ardere te apoya! —asintió Carmen Durán.

Aurum se observó. Aquello podía traer serios problemas a su Clan, pero callar sería levantar sospechas, así que Elías se unió al deseo de los demás Clanes.

Por primera vez en mucho tiempo, Arrieta había conseguido unificar a la Fraternitatem Solem y volver a ocupar el puesto de honor que tuvo cuando Ignis Fatuus ingreso a la Hermandad. Pero lo que más le movía era la codicia: ahora tenía una excusa perfecta para que todo el Primado lo apoyara en su anhelo de apoderarse de los Munera de los Santamaría.

Eran las cinco de la tarde cuando Ibrahim y Aidan abandonaban la panadería cercana al colegio. Habían decidido cruzar la ciudad por un poco de cheesecake. En más de una ocasión, el Primogénito de Sidus había recomendado la especialidad de chocolate, así que Aidan aprovechó las ocupaciones de Eugenia para compartir un rato con su mejor amigo.

—De verdad que son muy buenas —comentó el chico rubio, dándole la tercera probada a la torta—. Amo como se deshacen en la boca.

—¡Y eso que la de chocolate se acabó! ¡Esa sí que es un manjar exquisito!

Aidan sonrió sin dejar de comer.

—¿Cómo está Gonzalo?

—Ocupado con los estudios y el entrenamiento. Por un momento, pensé que al perder el Sello se relajaría un poco, pero ahora está más obsesionado que nunca.

—Creo que es un mal de familia. Los he visto salir corriendo de clases, tomar el carro y desaparecer. Ni siquiera invitan a uno —confesó con actitud despreocupada.

—¿Cómo sabes que todos los días van a practicar? —Ibrahim le preguntó con curiosidad, mientras su amigo se sonrojó. Algo estaba ocurriendo—. ¡Vamos, Aidan Sael! Algo ocultas... Tus mejillas te delatan.

—No creo tener el valor para confesarte lo que me está ocurriendo.

—¿No has embarazado a Eugenia?

—¿Por qué siento que ya hemos tenido está conversación antes?

—Será porque te lo he preguntado. ¡Vamos, dime! —insistió, justo cuando sus teléfonos repicaron. Una vídeo llamada de Dominick.

—¡Hola chicos! ¿Se han enterado de lo que ocurrió hoy en la Coetum?

—Más problemas, me imagino —respondió Saskia.

—Sí. Han matado a una familia muy importante para nosotros y Arrieta a propuesto dar caza a sus asesinos —informó Dominick.

—¡Cierto! Mamá dijo que está preocupada por todos nosotros —se reportó Itzel.

—Eso es terrible, en especial porque si la Coetum le ha dado luz verde a Arrieta, cosas malas ocurrirán —dedujo Ibrahim.

—Sip, es como tener un presidente extranjero —se quejó Aidan.

—Muchachos, creo que podemos adelantarnos a Arrieta. Si damos primero con los asesinos, la Coetum no nos obligará a entregarlos —propuso Eugenia.

—¿Qué piensas hacer? —Dominick sintió curiosidad.

—He estado practicando durante los últimos días, y creo poder revelar quién está detrás de los asesinatos.

—¿Un nuevo don? —quiso saber Aidan.

—No. Es solo una extensión del mío. Algo parecido a lo que ocurrió con Maia en las Torres de la Muerte.

—¡No! ¡Es peligroso! —Aidan fue muy enérgico al oponerse.

—Bello, he practicado, y la experiencia no será tan intensa como ocurrió con ella, así que no hay de que preocuparse.

—¡Eugenia! —le reclamó Aidan.

—La única forma de que no lo haga Aidan es que me prometas que nunca lucharás contra la Imperatrix.

Por unos segundos nadie dijo nada. Ibrahim miró como las pupilas de Aidan se volvían de un verde selva: el chico estaba realmente molesto.

—¡Haz lo que quieras! —le respondió.

—¡Sí! —contestó con gracia la joven. No había en su tono de voz reproche alguno—. ¿Dónde nos reuniremos?

—Creo que puedo preparar todo en nuestro salón —contestó Itzel—. Pero deben darme chance.

—Tiene que ser de noche —recomendó Eugenia—. Y debemos ligar que haya un ataque, de lo contrario, no podré revelar nada.

—¿Te parece a las once? —sugirió Itzel.

—¡Me parece genial! —respondió la chica, siendo apoyada por el resto.

—Yo le avisaré a Gonzalo —comentó Ibrahim, debido a que Ignis Fatuus se había retirado del grupo, luego de salir de La Mazmorra.

Amina yacía recostada en el sofá con una pierna sobre el posabrazos y la otra colgando libremente. Se miraba los dedos de las manos con absoluta concentración. 

Ignacio entró a la salita con un libro en las manos. Las extrañas alas de Mane eran su nueva ocupación. Necesitaba saberlo todo sobre ellas, cómo aparecían, cuándo aparecían, y por qué no se habían manifestado en Gonzalo y en él.

—Descendiente de Ian. Descendiente de Mane —comentó con inocencia su prima, mientras se olvidaba de sus manos, entrelazando los dedos para llevarlas hasta su estómago.

—Un descendiente que sabe tanto de Mane como el resto de los Primogénitos de la Fraternitatem. —Amina lo observó con arrogancia—. ¡Claro! Tú eres la excepción —agregó, al darse cuenta de que no estaba siendo muy específico.

—¿Y qué has descubierto de Mane? Además de su fidelidad al Phoenix y de que son un Clan de asesinos. ¿Por qué casi nadie los recordaba?

—Eran muy cerrados. Una especie de tribu nómada, por lo general no estaban en el mismo lugar que el resto de los Clanes, debido a que su misión era resguardar las reliquias de la Fraternitatem Solem.

—¿Reliquias como la Cor Luna?

—Sí. Esa y la espada del Sol y la Muerte.

—¿Solo esas?

—Y tus alas.

—¿Mis alas?

—Sí. Estoy investigando sobre ellas. ¡Mira! —Volteó el libro que estaba leyendo.

—Sabes que no distingo ningún tipo de alfabeto.

—No lo hace porque no te has mortificado en aprender.

—Tengo esperanzas de volver a ser ciega.

—¡Estás loca! Eres la primera persona a quién le escucho decir que prefiere estar ciega que ver la luz del sol.

—Siento un enorme orgullo por la chica que no podía ver. No dejo de pensar que con la visión vinieron todas las desgracias, no solo la pérdida de mi poder. ¡No! Desear seguir así, ser como ustedes son, es sepultarme en esto que soy.

—¿Tanto te aborreces? —preguntó, bajando el libro.

—Aborrezco en lo que me he convertido.

—Bien podrías dejar de hacerlo.

—Creo que ya es demasiado tarde para arrepentimientos.

Ignacio abrió sus labios. Tenía las palabras exactas para refutar su comentario, pero desistió. No valía la pena enfrascarse en una conversación que solo quedaría como recuerdo en el tiempo. Él era un joven preparado, Ignis Fatuus no solo se había encargado de entrenarlo físicamente y de instruirlo en los orígenes de la Fraternitatem, también se habían empeñado en hacer su mayor esfuerzo por hacer de él un guerrero con un elevado nivel cognitivo. 

Ignacio nació marcado para ser el Custos, él que ve más allá de lo que la Primogénita puede ver. Él debe caminar siempre un paso por delante, predecir e intuir lo que vendrá a continuación, y además, tener un espíritu abnegado, pues su vida nunca será tan importante para el Clan como lo es la de su Primogénita.

Quizás por ello, podía comprender que aquel razonamiento de Amina era un mecanismo de defensa, pues le costaba aceptar que cada uno de los cambios obrados en ella eran consecuencia directa de sus decisiones. Bien pudo tomar otro camino cuando salió de La Mazmorra, pero no lo quiso así.

—Probablemente, piense que engañándote con la invidencia dejará de ser lo que es, borrará lo que está haciendo. Quizás quieras creer eso porque en el fondo tienes miedo de que jamás vuelva a recuperar lo que por nacimiento le corresponde —pensó el chico, entretanto su prima cerraba los ojos.

Iba a preguntarle si se había quedado dormida, cuando la puerta principal se abrió, apareciendo Gonzalo con celular en mano.

—Deberíamos volver al grupito de Whatsapp —informó.

Amina medio abrió los ojos e Ignacio cerró definitivamente el libro.

—¿Ha pasado algo?

—Tenemos una reunión con el resto de los Primogénitos, a las once, en las instalaciones de Lumen.

—No me gusta ese salón. Es muy oscuro para mí... Sin contar lo frío —comentó Amina, haciendo referencia al trauma sufrido dentro de La Mazmorra.

—Te comentó Ibrahim, a qué se debía la reunión —quiso saber Ignacio, pues solo Ibrahim podía haber mandado aquel tipo de mensajes.

—Fue algo referente a los asesinatos de los miembros de la Fraternitatem. —Amina se reincorporó en el mueble, sin perder ni una sola de las palabras que Gonzalo decía—. La Coetum decidió hacerse cargo de ellos y, ¿adivinen quién está a la cabeza de todo?

Amina e Ignacio se observaron. No tenían que pronunciar nombre, sabía bien quién estaba detrás de todo aquello.

—¡Por fin se le hizo su sueño realidad! La rata esa estará al frente de una investigación —masculló Ignacio.

—Hará todo lo posible por quedar como un héroe, Ignacio. Necesita la aprobación de la Coetum para tomar nuestros Munera —le respondió Amina.

—¿Crees que le será más fácil? —quiso saber Gonzalo, mientras se sentaba en lo alto del espaldar de uno de los muebles.

—Todo va a depender si consigue o no una persona de Mane que sea capaz de traicionar al Phoenix. El doble Sello protege los Munera, y la Umbra Solar jamás va contra la naturaleza de los Sellos —le aseguró Amina, recordando lo que Monasterio le había enseñado sobre la Umbra Solar—. El error de Arrieta fue absorber el poder de los tres. 

—Igual no debemos confiarnos. Si la Coetum llega a un consenso, puede que sus poderes socaven a los de la Umbra —agregó Ignacio.

—En ese caso, sería más probable que los Munera se quedaran eternamente contenidos dentro de la Umbra Solar.

—Eternamente si no tienes descendencia, Amina —le indicó Ignacio—. ¡Uff! —suspiró—. ¡Esto cada día se vuelve más enredado!

—Bien, por lo visto, hoy tampoco lo resolveremos —intervino Gonzalo—. ¿A qué hora le digo que estaremos allí?

—Dile que llegaremos media hora tarde —informó Amina—. No quiero que mis padres se den cuenta de nada. Y ya no puedo controlar el Don de Neutrinidad... No, sin el Sello de Mane inactivo.

—Y el Sello de Mane solo se activa en ti cuando estás atacando —agregó Ignacio.

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