Su propia maldición

Bajando el libro de lectura, Itzel sonrió a Luis Enrique.

Esa mañana no le había visto en el colegio, dado a que el joven había estado entrenando en el edificio donde operaba Lumen. Encontrarse con sus calmados ojos miel, le daba paz a su afligido corazón.

En esos momentos de soledad, en donde debería sumergirse en las intrigas de la lectura que estaba llevando a cabo, no podía dejar de pensar en el beso que Ignacio le había dado y en lo que Eugenia le había confesado.

—Hoy te he extrañado, ¡cómo no tienes idea! —confesó recibiendo un beso de su novio.

—Y yo a ti.

—¿Cómo te fue en el entranamiento?

—Estuve a punto de tirar la toalla. Lumen nunca se ha carecterizado por entrenar tan arduamente. Además de que todos andan paranoicos, murmurando que Ignis Fatuus lanzará un ataque en nuestra contra.

—No creo que Arrieta se atreva a tanto.

—Lo mismo pensé. Sin contar que su Primogénita ha quedado totalmente descartada. Mientras que la nuestra... —La volvió a besar—. Puede borrarlos a todos de un plumazo.

—Sabes que por cariño a Maia no lo haré, pero no me negaría a darle una paliza al tal señor Arrieta.

El chico rio con malicia, a eso se refería.

—¿Y a ti cómo te fue?

—No sé como definir este día. Por una parte, me alegra que mi amiga esté de vuelta, por otra, anda medio rara.

—Es normal, It. La Mazmorra puede desquiciar a cualquiera. Mucho hacen con caminar entre ustedes y no atacarlos.

—¿Cómo lo hizo con Aidan? —su pregunta hizo que Luis Enrique la mirara extrañado—. Pero eso no es lo que realmente me preocupa. Hoy, Eugenia nos reunió y nos comunicó que estaba prohibido hablar del romance que Aidan había tenido con Maia. Eso me pareció muy, muy anormal.

—¿Qué alegó?

—Dijo que Aidan no podía recordar nada.

Maledicite Terra Oscula —pronunció el joven, ante la mirada atónita de Itzel, quien no entendía nada—. La Maldición del Beso.

—¿Una maldición a través de un beso?

—Sí. Los Oráculos de Ardere suelen referirse a ella como una manera de proteger a sus Primogénitos de desventuras. Sin embargo, Lumen siempre la ha considerado una maldición.

—Una protección no puede ser una maldición.

—Se convierte en maldición cuando te roba una parte de tu ser. Cuando el Oráculo besa al Primogénito le arrebata la tristeza.

—¿Y crees que vivir sin tristeza es malo?

—Lo es, Itzel, por el simple hecho de que te vuelves un ser incompleto. Quizás, Eugenia, desesperada por ayudar a Aidan, luego del ataque que sufrió de parte de Maia, pensó que arrebatándole los malos momentos lo estaría ayudando.

—De verdad, parece que Aidan no la recuerda. Es extraño, yo me molesté, pero Aidan volvió a ser el mismo que era antes de que Maia y Dominick llegaran a Costa Azul.

—Tuvo una involución. No volvió a ser el mismo, lo disminuyeron como persona. Imagínate que alguien te obligue a tener los mismos sentimientos de una niña a tu edad... Te estaría causando un doble de sufrimiento.

—Pero Eugenia nos aseguró que Aidan no recordará nada.

—Y esperemos que no lo haga, porque si lo hace, puede morir.

—¿No crees que es algo exagerado lo que dices?

—Nadie puede soportar enfrentarse a dos realidades, menos conciliar una verdad con una mentira. Si no muere, sucumbirá a la locura. Por donde quiera que lo mires, Eugenia acaba de sentenciar a la Fraternitatem Solem.

—Entonces, ¿esa es la razón por la que no usaron esa maldición con Evengeline?

—Nadie podía usar esa maldición con Evengeline porque ella era Primogénita y Oráculo.

—No entiendo. ¿Quieres decir que Eugenia y Aidan tienen alguna conexión consanguínea?

—No. El Oráculo no funciona como el Sello. El Sello se hereda, el Oráculo es algo al azar. Cualquier miembro de Ardere puede ser escogido. Evengeline fue profetizada como la Primogénita más fuerte en la historia de Ardere, y el motivo era ese: cumplía doble función dentro de su Clan. Por eso no pudo desterrar de su corazón sus sentimientos por Ackley.

—Y por eso maldijo a su prima y al resto de los Clanes, hasta que nos volvimos a encontrar.

—Con respecto a eso, Itzel, desde hace unas semanas he estado estudiando las últimas palabras de Evengeline, y hay algo que me preocupa.

—¿Qué?

—«Como llama que fenece... eterna». No sé por qué tengo el extraño presentimiento de que encierra más de lo que quiere decir.

—Nosotros asumimos que esas palabras están dirigidas a Maia, por lo de: «¿Pagarás nuevamente con tu vida...?».

—No. Piensa por un momento en una llama que fenece, ¿eso qué significa?

—Que muere.

—¿Puede morir eternamente?

—Sí. Si es del Phoenix debe morir para renacer y volver a morir. Es un ciclo sin fin.

—Y, ¿si la llama no es el fuego del Phoenix? —le cuestionó Luis Enrique.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó con curiosidad.

—¿Y si se tratra del amor? ¿Y si Evengeline, indirectamente, lanzó su propia maldición?

Dominick acaba de freír unos pastelitos. Tomó un poco de jugo de naranja y se sentó a degustar su comida en la tranquilidad de su apartamento.

Leah había salido con algunas chicas del Clan, lo que agradecía enormemente, estaba pensando en una excusa para no tener que dormir a su lado esa noche.

El domingo en la noche estuvo hablando con Zulimar sobre ese asunto, y la Prima fue muy clara con él, no podía echar a la joven por su condición, pero tampoco podía avanzar más en su relación. Se encontraba preso en su propia vida, aunque fuese una locura pensar así.

No había comenzado a devorar el cuatro pastelito cuando recordó a Saskia.

Ese día no cruzó palabra con ella, ni siquiera la vio en el recreo, solo en el salón de Aidan, pero la noticia de Eugenia fue tan extraña que los dejó a todos desconcertados.

Con algo de remordimiento, dejó de comer. Desde que Leah volvió, no pudo visitarla más.

Se dirigió a la cocina, preparando más bocadillos nocturnos.

Lo más seguro era que la joven no hubiese comido. Cuando estuvieron listos, los guardó en una taza y abrió el portal para entrar en la habitación de la joven.

La alcoba de Saskia estaba sumida en completa oscuridad, ni siquiera la ventana estaba parcialmente abierta. Lo primero que sintió el joven al entrar fue el calor de la habitación.

En plena época de sequía, la chica tenía la ventana cerrada y el aire acondicionado apagado. Pensó que no estaba allí, hasta que la escuchó sollozar.

—¿Saskia? —La llamó.

Asustada, la joven se puso de pie.

—¡Tranquila, soy Dom! Vine a traerte algo de... —No le dejó terminar. Saskia corrió a arrojarse en sus brazos.

—¡Sácame de aquí, por favor! ¡Sácame de aquí!

Sin entender el porqué de su pedido, Dominick encendió la luz de la habitación, observando con asombró los hematomas que la joven exhibía en sus brazos y piernas.

—¿Qué te ha pasado, mujer?

—Ella —gimió—. Ella no me quiere.

Él la abrazó, apoyando su mentón sobre su cabeza, mientras la protegía con sus brazos. No podía llevarla a la residencia, eso traería consecuencias negativas entre los Clanes, sin contar que Leah terminaría por enloquecer.

—Me quedaré.

—Eso no la detendrá.

—Quizás no lo haga, Saskia. —La miró fijamente—. Pero, al menos tú sabrás que no estás sola.

—No quiero que tengas problemas por mi culpa.

—Pero yo quiero tenerlos por ti. —Besó su frente—. Yo te protegeré.

Estar en una silla de ruedas era un cambio radical para Gonzalo, aun cuando el galeno le dio permiso para realizar caminatas cortas, su deseo de recuperarse de una vez por todas lo obligaba a permanecer en aquel lugar.

Intentando concentrarse en su tomó de Cuentos Grotescos, fue sorprendido por Gema.

—Mi cielo, tienes visita —le comunicó con un guiño.

El joven levantó la mirada del libro. Era poco probable que alguien fuera a visitarlo a esa hora, por lo que se llevó una sorpresa al encontrarse con Ibrahim. Ambos sonrieron al verse, pero eso no hizo que el momento fuese menos incómodo.

—¡Hola! —le saludó Gonzalo.

—¡Hola! Disculpa que haya venido sin avisar. He preguntado por ti —confesó, acomodándose los lentes, gesto que amplió la sonrisa de Gonzalo; aquella era una clara señal de que se encontraba nervioso—, pero nadie me ha dado respuesta. Fui a la casa de Maia, pero...

—No debes pedirme disculpas por el hecho de que estés aquí.

—También quise llamarte. Sin embargo, no me sentía autorizado para... —continuó sin reparar en lo que Gonzalo le decía.

El chico se levantó de la silla con sumo cuidado, pero con la rápidez necesaria para que Ibrahim no se diera cuenta, y lo abrazó, haciendo un gesto de dolor.

—¡Lo siento! ¿Te he lastimado?

—Ibra... —Besó su oído—. ¿Continuarás diciendo estupideces?

—Me callaré, lo juro, pero sientate.

Gonzalo asintió, dejándose ayudar para volver a la silla, mientras que Ibrahim intentaba controlar su respiración para que los colores de su mejilla volvieran a bajar.

—Soy yo quien lamenta no haberte llamado, ni buscar una forma de comunicarme contigo.

—Ya estoy aquí, ¿no? —le dijo arrodillándose frente a la silla de ruedas—. He estado muy preocupado por ti, Gonzalo. Casi ni he podido dormir.

—Lo siento, mi cielo —contestó acariciando su rostro—. Ni siquiera te he agradecido por sacarme de tan horrible lugar.

—No fui solo yo. Además, me has rescatado en incontables ocasiones.

—Y lo seguiré haciendo, Ibrahim. El día que decidiste jugarte la vida por mí, ganaste la mía por completo.

Ibrahim se levantó, tomando los labios de Gonzalo entre los suyos. Era la primera vez que él lo besaba, pero no quería esperar a que Gonzalo tomara de nuevo la iniciativa. Gonzalo le tomó del cuello, profundizando el beso, mas sus costillas se resintieron por el movimiento. Un ligero quejido hizo que Ibrahim se detuviera.

—No deseo lastimarte. Esa no es la idea.

—Estoy bien. —Sonrió, afligido por el malestar—. Creo que hoy están más sensibles que nunca —confesó viendo su vendaje, y dirigiendo de nuevo su mirada hacia Ibrahim.

—Ahora, ¿estamos juntos?

—Ibra —murmuró.

—¿Eso es un no? ¿No me quieres?

—¡Te quiero! ¡Te quiero muchísimo! —Lo tomó de la mejilla—. Pero las cosas cambiaron luego de que entramos en La Mazmorra.

—Sé que la experiencia no pudo haber sido sencilla, y no te quiero obligar. Tendré paciencia para cuando las cosas mejoren.

—¡Ese es el problema, Ibra! No sé si las cosas vayan a mejorar.

—No entiendo lo que me dices.

—Tenemos que tomar algunas decisiones y no quiero arrastrarte conmigo.

—No crees que es muy tarde para prevenirlo.

—Ibrahim, no sé en lo que me convertiré. No sé si la persona que tengo que ser desde hoy, sea una persona digna de ti, una persona a la que puedas amar.

—Sigues hablandome en claves, Gonzalo.

—Lamento no poder ser más claro... Es que ni yo mismo sé que pasará. ¡Ojala pudiera saberlo! Pero...

—Lo sé, sigues siendo un Custos de Ignis Fatuus, así como sé que Maia ha cambiado, demasiado para la comprensión de todos... Pero el hecho es que, no importa si tienes que caer bajo para cumplir con tu misión, quiero que sepas que yo siempre estaré esperando por ti.

—Te prometo que regresaré. El lugar que ocupas en mi corazón jamás será entregado a otra persona, y aunque termine convirtiéndome en un monstruo, no olvides que este espectro de hombre te ama con la mayor sinceridad, y esta dispuesto a volver del mismo infierno para rescatarte. —Unió su frente a la de él.

—Déjame ser yo, quien esta vez vaya a por ti. —Lo besó, sellando su promesa en un abrazo.

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