Sol de Ardere

Maia dormía apaciblemente en su cama. El dolor le había agotado por completo.

Aidan entró en su habitación como la brisa se cuela por la abertura de una ventana. No tuvo el valor de dar un paso más allá de lo que su neutrinidad le permitía. Se recostó de la puerta observando su frágil cuerpo cubierto, con una vía que salía del perchero y llegaba a su brazo.

Allí, acostada, tan delicada y serena, su pecho se llenó de paz, de una paz tan dolorosamente deseada que le clavó, de manera literal, a la puerta. 

Su imagen entre las sábanas era la de un ángel.

No podía respirar. Se llevó una mano al pecho, intentando relajar con sus violentos masajes, las contracciones de sus pulmones. La pensó en el aire, luchando por vivir mientras les protegía, entretanto él no pudo hacer nada por ella.

Ella se movió, gimiendo con fuerza. Aidan observó sus manos, estaban cubiertas por una especie de guantes tan delgados como una hoja de papel, luego miró las suyas propias: sus anulares y meñiques estaban envueltos en cabestrillos.

—¿Aodh? —susurró.

Su voz, escuchar su diminutivo susurrado por su voz, hizo que su corazón se acelerara. Palideció, caminando hacia ella. Se arrodilló a su lado, y con delicadeza pasó sus dedos por su frente, detallando cada uno de rastros faciales, el movimiento de sus cejas ante la caricia, sus fosas nasales al respirar, la sonrisa de sus labios, de esos labios que le enloquecían y que eran para él salvación y perdición.

—¿Aodh, eres tú? —preguntó con ternura.

—Soy yo, Amina —Sonrió con dulzura—. Estoy aquí.

—Lo siento —dijo incorporándose, mientras una lágrima se deslizaba por sus ojos cerrados—. ¡En verdad lo siento! —Se lanzó a sus brazos. 

—¡No, no, no, princesa! No tienes nada por lo que disculparte. No estoy aquí para recriminarte. —Le abrazó con fuerza.

—Nunca debí tocar esas malditas letras —Aidan la aferró contra su cuerpo—. En el momento en que lo hice todo el veneno de la Umbra Mortis se introdujo en mí. Mi Donum, mi Sello, mi vida corren peligro si no me deshago de él.

—¿Para eso es el suero? —señaló, acariciando su cabello. La joven asintió—. Amina —Besó su frente— ni siquiera por ello debes culparte. No lo sabías.

—¡Soy tan tonta! A veces olvido cómo ser prudente. Te puse en peligro, arriesgue la vida de Dominick cuando lo golpeé con mi poder. ¡Oh, Aidan! ¿Cómo volveré a estar frente a él luego de lo que pasó? —Gimió, llevándose las manos a los labios—. Aidan, es mejor que te vayas. Te expones al estar cerca de mí. —suplicó separándose un poco de él, a una distancia donde podía sentir su aliento rozar con benevolencia su rostro.

—No me iré Amina —Besó su mejilla, para luego apoyar su frente en su sien y quedarse allí, junto, muy junto a ella—. No existe riesgo alguno que no quiera tomar por ti.

—Aodh, esta mañana...

—¡Umm! —Suspiró—. Esta mañana me encontré con una amiga a la que he extrañado mucho, y a la que quería volver a ver —Se separó, tomando el rostro de la joven para observarla. Maia aún tenía los ojos cerrados—. Hay tantas cosas que quiero decir, tanto que explicarte. Se me parte el corazón cada vez que tengo que ignorarte, hacer que no te he visto, ni escuchado. Pero no importa, porque eres lo más importante para mí.

—Nos estamos lastimando, ¿verdad?

—La Fraternitatem Solem nos está lastimando.

—Perdóname por obligarte a sufrir de esta manera —Se apartó—. Soy egoísta. Quisiera liberarte.

—¡No! ¡Nou! Pero, ¿qué es lo que estás diciendo? No me importa si mis tendones se dislocan, si miles de flechas atraviesan mi cuerpo, no me importa nada si tú estás cerca de mí. Puedo soportar todo el sufrimiento que mi corazón me causa solo si puedo verte, si solo puedo oler tu fragancia o escuchar el dulce sonido de tu voz. Puedo soportar tu rechazo, la cercanía de Ignacio, de Dominick, de cualquier otro ser humano solo si sé que te volveré a ver, que estaré cerca de ti.

—Aidan —susurró, recorriendo con sus manos heridas las de él. Pronto sus dedos llegaron a los cabestrillos que Aidan había intentado apartar de su piel—. ¿Estás herido? Fue mi culpa, ¿verdad?

—No —Besó su frente, sonriendo con ternura, con todo su ser prendado de ella—. No ha sido tu culpa. Esta tonta razón mía se descontrola siempre que estás en peligro. Quise entrar al domo que creaste —Le besó el guante que guardaba su mano derecha—. Y terminé lastimándome. ¡Je! —Sonrió compungido—. ¿Ves que soy un bueno para nada?

—¡No, Adoh, no! ¡Nunca más digas eso! Recuerdo que me llamabas, podía escucharte —Se llevó la mano que no tenía la vía al cabello, apartó su rostro y subió sus piernas, alejándose de Aidan. Las lágrimas volvían a brotar de sus ojos, que aún no abría—. No quería que entraras. No podía permitir que experimentaras lo que yo estaba viviendo. ¡Sé me habría roto el corazón!

—Debes saber que estoy dispuesto a pasarlo todo contigo.

—Lo sé, Aodh, pero a veces el otro debe quedarse fuera del domo, al otro lado del escudo. Tuve miedo hasta que escuché tu voz. Me sentí perdida hasta que dijiste mi nombre. No hubiese soportado tenerte a mi lado, saber que estabas experimentando lo mismo que yo...

—Amina —le interrumpió—, en eso no consiste la amistad, ni el amor. No puedo quedarme afuera simplemente observando cómo eres torturada.

—Aidan, tu voz, tus puños sobre el campo era lo único que me mantenía despierta, lo único que me motivaba a luchar.

—No puedes pedirme que solo sea un espectador.

—Piensa en esto, por favor: si tú y yo somos atrapados, la Fraternitatem nos arrebatará nuestros Munera. Quizá uno de los dos no resista... No sobreviva al proceso. Dime, ¿qué será la vida del otro? —Aidan no respondió, no tenía sentido hacerlo, de qué le serviría la vida si ella ya no estaba—. Quizá suene ilógico y hasta cruel, pero si uno de los dos es apresado, desearía que el otro contara con libertad, así habría esperanzas para nosotros. Mis días serían negros si sé que no estarás nunca más. ¿Para qué quiero la vida si ya no tendrá el mismo sentido? ¿Cómo iba a someterte a mi sufrimiento si el tuyo me iba a destruir más rápido? Y sé que es un poco fuerte, sé que también te estoy causando sufrimiento, pero en esos momentos solo recuerda que te necesito allí, gritando mi nombre —Besó sus cabestrillos—. O rompiendote los puños por mí. Saber que estarás allí me dará fortaleza para continuar.

Aidan besó su frente.

—Maia abre tus ojos —le suplicó.

La joven se negó. Él tomó con dulzura su rostro, besando nuevamente su frente.

—Por favor —rogó—, déjame verlos.

Amina sentía repulsión hacia ella misma, sus ojos habían perdido su esencia, ahora eran algo horroroso de contemplar. Había escuchado las exclamaciones de sus padres y las murmuraciones de quienes la atendieron, muy a pesar de los regaños del doctor Montero.

Aun así, fue incapaz de mantenerse firme ante los ruegos de Aidan, así que los abrió. El joven descubrió, temeroso, como las iris de marrón cobrizo se habían transformado en unas feas manchas blancas parduzcas.

—Es producto del veneno —señaló, intentando huir de las manos de Aidan.

—¡No! —Le detuvo—. Déjame contemplarlas y guardarlas en mi memoria. Déjame llevarlas conmigo. Así haré mucho más que solo quedarme del otro lado del escudo, observando, dándote ánimos para que no decaigas. Déjame memorizar el sacrificio que eres capaz de hacer para que la cobardía nunca más vuelva a apoderarse de mi corazón. ¿Te duelen?

—Solo arden. La luz me molesta, lo que es irónico porque no puedo ver, pero —suspiró.

—¡Está bien, Maia! El veneno cederá, ya lo verás —Acarició sus ojos—. ¿Cómo haces para que cada día te admire y valore más? 

—No quiero que este momento pase.

—No te aflijas por esto. No será eterno. Un día te lo contaré, reviviré cada palabra y cada situación que vivimos. Y te confesaré que siempre has sido mi fortaleza, desde ese día que tomaste mi mano y jugaste con las olas que llegaban a la orilla de la playa... Soy yo quien necesita valor para alejarse de as para alejarme nuevamente de ti.

—A veces creo que ser tu amiga es tan complicado.

—Lo es, pero es una carga fácil de soportar. Todavía puedo caminar contigo y llevarte de la mano, abrazarte mientras recorremos el boulevard, refugiarte en mis brazos cuando el agua del mar moje tus pies, llevarte en mi espalda cuando la lluvia caiga, cantarte, escucharte, comer mangos con sal cuando la temporada vuelva —Amina sonrió—. Lo siento —murmuró mirando con pasión sus labios.

Recordó la última vez que la había besado. Desde el solsticio no había vuelto a tocar sus labios. Un mes y medio era demasiado para su agonizante corazón. Todo en ella le enloquecía. ¡Su locura! ¡La más sublime locura! Quería besarla, besarla, besarla sin respirar porque no lo necesitaba, ella era su oxígeno. La riqueza de su pobre corazón mendigo. Era su sol. Tuvo que apartar su mirada para resistir a la tentación de tenerla entre sus brazos.

—No deseo irme.

—¡Aodh! —Las lágrimas volvieron a salir, mientras él las limpiaba con ternura—. Prométeme que siempre estaremos juntos. Prométeme que todo esto pasará y que al final de nuestros días estaremos unidos.

—Te lo prometo.

Aidan besó su frente para sellar su promesa, imaginando que sus labios caían sobre los de ella besándola con más amor, con más pasión. Tenía que sentirla con más fuerza, impregnar y aprehender cada segundo con ella. Ese beso imaginario le daría la fuerza suficiente para aguardar por ella, para no desfallecer. Hubiese querido que fuera real, el primer de muchos más, pero era consciente de que no podía volver a besarla, no mientras estuvieran a la merced de la Hermandad.

Esa sería la carga que él llevaría. Él recordaría, recordaría por los dos, y le dejaría continuar con su vida, para convertirse en su sombra, en el fantasma que le sigue a todos lados y que jamás podrá volver a materializarse a su lado.

—Nunca te dejaré, Maia —le confesó.

—Te...

Aidan colocó un dedo en sus labios.

—No lo digas aún —le detuvo—. Por favor...

No era necesario suplicar. Hacer una confesión que les causaría más dolor no era justo ni para ella ni para él, así que calló. Quizás, algún día iba a poder expresar sus sentimientos y recordar ese hermoso momento.

—Nunca te dejaré, Sol de Ardere. Nunca. —Besó la mejilla de la chica, acariciando su cabello.

Amina se acomodó en la cama, y con sus tiernas caricias volvió a entregarse al sueño. Las lágrimas corrían por las mejillas de Aidan. La felicidad y la tristeza se apoderaron una vez más de su corazón. Se estaba arrepintiendo por no dejarla decir por última vez que lo quería. ¡Necesitaba tanto escucharla!

Besó su frente, en cuanto ella se durmió. 

Él sería fortaleza por los dos.

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