Sincronizadamente
Camarones, queso crema, mangos, cebollín, cebolla, mantequilla, miel, tocineta. Ignacio repasaba la lista de ingredientes con lo que llevaba en la bolsa. Lo tenía todo, con las indicaciones que Amina le había dado. Sonrió pensando que si todo salía bien, comerían delicioso, aunque quizás tuvieran que preparar algunas arepas adicionales.
Salió del supermercado, satisfecho con su compra. Sacó las llaves del carro del pantalón de mezclilla. El sol estaba cayendo y la brisa era muy fresca, a pesar de que la época de calor estaba golpeando las puertas. Cerró sus ojos, tomando una bocanada de aire, aquel era uno de esos momentos en donde todo se sentía más real, era un instante tan insignificante y, sin embargo, lo recordaría para toda la vida.
Caminó hacia la taquilla de pago. No había mucha cola, por lo que salió rápido hacia el carro. Se sacudió el cabello para despejar su frente. Delante de él, una chica trigueña clara, de largos cabellos, recogidos con un sencillo gancho intentaba carga una pesada bolsa de mercado.
Acercándose a ella, corriendo para tomar la bolsa, cargándola con suma tranquilidad. Itzel se sobresaltó, sonriendo al ver que solo era Ignacio, erguido como un gladiador, con su llamativo perfil y su hermosa sonrisa que se expandió en cuanto la miró.
—Pensé que me atacarías.
—Dudo que puedas correr con esta bolsa. —Se miró las palmas de las manos, grietas rojo intenso marcaban su blanca piel.
Resopló intentando calmar el ardor, cuando sintió la mano de Ignacio sobre la suya.
—¡Vamos! Te invitó a comer un helado y luego te llevo a la casa.
—Al menos déjame llevar tu bolsa.
—¡Claro! —Le tendió la bolsa con menor peso—. ¿Aceptas la invitación?
—¡Porque no!
Ambos se dirigieron al carro. Ignacio guardó la bolsa de Itzel y la suya en la maleta.
—Sueles hacer mercado.
—No es algo normal, pero sí. Es uno de los requisitos cuando tienes que vivir con extraños.
—¿Fue muy duro tu entrenamiento? —le preguntó con la mirada fija en la autopista.
—Lo más duro es estar alejado de las personas que quieres. Luego, todo se vuelve costumbre —Le miró—. Y llega el momento en que no es nada.
—¿Quiere decir que te volverías a separar de tu familia y no te importaría?
—Me adaptaría más fácilmente. Ya estoy acostumbrado a eso. Sin embargo, los echaría de menos —Se estacionó en el Centro Comercial—. A mis padres, mi tía y sus comidas. Extrañaría mucho a Amina, me preocuparía por ella —Itzel sonrió bajando el rostro, era lógico que la extrañaría—. También me harían mucha falta los unicornios de Gonzalo.
—¿Los unicornios?
—Sí, el bicho no es normal. —Se detuvo frente al mostrador.
Hicieron una breve pausa para escoger los sabores. Itzel contemplaba la seguridad con la que se dirigía en todo. No tenía más de diecisiete años y parecía un adulto. Su vida no tuvo que ser fácil. Se arrepintió de pensar en él como si fuera un monstruo, un ser terrorífico con el que ahora compartía un helado.
—Tome señorita. —Le dio la copa, sonriéndole.
Se dirigieron a una mesa desde donde podían ver, a través del vidrio, a las personas dar vueltas por el Centro Comercial.
—Lo de raro lo dices por ser gay.
—No tengo ningún complejo con eso. Siempre que no me cuente su vida sexual, todo está bien. Aunque creo que dentro de unos años seré capaz de meterme en su vida, lo suficiente para rechazar a mis futuros cuñados.
—¿Serás exigente con eso?
—¡Claro! —le aseguró con suma confianza—. Ya te dije que tiene muchos unicornios en la cabeza. Lo menos que necesita mi hermano es tener a su lado a una persona loca de atar —Se detuvo, imaginándose a Gonzalo construyendo una casa a los pies de un volcán ecuatoriano, sacudió su rostro—. Definitivamente, no sería capaz de construir una casa a los pies de un volcán, ¡lo haría sobre el cráter!
Itzel rio.
—Gonzalo me cae muy bien.
—Me gusta mi hermano, aunque en ocasiones quiero patearlo.
—Una vez nos dijo que para ti lo más importante era tu Clan, y que podrías arremeter contra nosotros.
—¿Lo crees? —le preguntó subiendo levemente su mirada del helado.
—Creo que puedo confiar en ti. Has sido de gran ayuda, sobre todo para mí.
—Zalo tiene razón. Mi vida es Amina y mi Clan. Son mis misiones, fui entrenado para protegerlos, para sacrificarme por ellos. Tuve que dejar muchas cosas a un lado, cumpleaños, navidades, sonrisas, una vida "normal". He tenido muchas privaciones con la sola finalidad de prepararme para esto, sería un poco ilógico que luego de dar tanto, terminara rechazándolo.
—¿Lo haces como un compromiso? ¿Una obligación?
—Al principio era eso, ahora es una pasión. Sentir mis manos llenas de fuego, los Munera de Amina y Zalo formar uno con el mío. ¡Nací para esto! —Le miró. Sus ojos brillaban. Itzel comprobó que él amaba lo que hacía—. Esto es mi vida, no me imagino mi mundo sin esto.
Ella sonrió emocionada, tomando una bocanada de helado.
—Me agrada que estés de nuestro lado, Ignacio de Ignis Fatuus.
—¡Gracias! —Su mirada brilló—. También te extrañaría —dijo volviendo a su helado.
Itzel se sonrojó, ocultando su rostro de un Ignacio que ya no le veía. Él estaba completamente concentrado en su helado.
Era inevitable no sentirse atraída por un Ignis Fatuus, era imposible no pensar en Ignacio Santamaría.
Era de noche cuando Ibrahim cruzó la esquina que le llevaba a la calle de su casa. Había caminado toda la ciudad intentando recapitular lo que había sucedido. Se sentía perdido dentro de su propia historia. Últimamente, todo habían sido matices grises, demasiado frustrante para enfrentarlo en un solo día, y lo peor de todo es que en sus labios aún estaba la sensación dejada por Teodoro.
Su beso no podía ser comparado con el de Gonzalo, aunque fue igual de repentino. ¿Qué les pasaba a estos chicos? ¿Acaso la única forma de ganar un beso era arrebatándolos?
Se detuvo, una sombra negra estaba recostada en una de las esquinas de su casa. Gonzalo volteó a verlo, por lo que se dio ánimos de continuar: al menos no lo atacarían.
—¡Buenas noches! —saludó Ibrahim, sin reparar en él. Abrió la verja de su casa.
—Ibrahim, ¿puedes esperar? —suplicó.
—La verdad es que estoy cansado. Además, no sé que haces aquí —Comenzó a molestarse, siempre era así.
«Necesitaba que aparecieras unas horas atrás, no ahora», pensó, malhumorándose.
—Lo siento. No quiero ser una molestia para ti. Solo pensé que podíamos charlar un rato.
—No —Le cortó en seco—. Ya he tenido mucho por un día. ¡Demasiado para todo el mes!
—¿Te hizo algo? —le cuestionó asustado, tomándole por el hombro.
—Era de suponerse que si estaba relacionado contigo sería semejante a ti —Se zafó con un brusco movimiento—. Mira, si siguen con su intensidad, terminaré pidiéndole empate a Itzel.
—Itzel tiene novio.
—Primero fue lunes —le respondió. A quién quería engañar, jamás se enamoraría de Itzel—. De verdad estoy agotado, Gonzalo. No quiero más drama. En estos momentos solo deseo discutir tonterías con Jan y comerme un trozo de pizza fría que dejé ayer en la nevera.
—¡Lo siento! Siento mucho haberte incomodado —Ibrahim le dio la espalda para marcharse—. Prometo que no volveré a importunarte. ¡Lo siento tanto! —murmuró, verdaderamente arrepentido.
Sus palabras hicieron que Ibrahim se detuviera. No pensaba hablar con él, pero ¡qué rayos!, aquel sujeto era Gonzalo Santamaría, era un Custos de Ignis Fatuus, y quién sabe cuánto tiempo llevaba esperándolo.
Pensó que aún, más allá de sus anhelos de verlo llegar en su gran error de cita, de seguro hubieran discutido, esa era una variante que se estaba repitiendo desde que compartieron aquel beso en las tierras de Ackley, sin contar que fue él quien acepto salir con Teodoro, a pesar de que Gonzalo le había suplicado que no lo hiciera. Lo menos que podía hacer, en ese momento, era establecer una tregua o enredaría más las cosas.
—El próximo fin de semana cumplo años. Debes venir disfrazado, sáltate lo del traje formal, es invento de mi mamá. Te haré llegar mi propia invitación con Maia, ella y el sexy de tu hermano también están invitados. —Cerró la puerta, entrando en su hogar.
Gonzalo sonrió. Eso era más de lo que esperaba conseguir esa noche.
El sol comenzaba a calentar la superficie marina. Aidan se estiró, hizo un poco de calentamiento antes de entrar al agua. Su tabla de surf descansaba a su lado. Era el primer sábado donde abandonaba el riguroso entrenamiento por uno más divertido.
Eugenia bajó a la playa con su tabla. Detrás de ella, venían Dafne y Natalia. La chica corrió al encuentro de su amigo, clavó su tabla al lado y comenzó a estirarse. Aidan la miró sonriendo. Eugenia había aprendido a surfear primero que él. Era a ella a quien admiraba lo suficiente como para cambiarlo todo. Tuvo que aprender a nadar, nadar como un experto, y lo logró. Su siguiente paso fue convencer a su padre para que le comprara una tabla, no le costó mucho, y luego suplicarle a José, el primo de Irina, para que le enseñara, a este tuvo que confesarle sus verdaderos motivos: deseaba que Eugenia lo admirara.
Para ese entonces, ella ya era su amiga, pero él la estaba descubriendo de una forma diferente, una niña encantadoramente hermosa en todos los sentidos y además, una maravillosa deportista.
Después de muchas caídas, lo logró, montó su primera ola, y en las vacaciones o los fines de semana largo, corría con ella a la playa. Fue así hasta que se mudó. Pensó que dejaría de surfear, las primeras semanas lo hizo, luego, su pasión fue mayor, y siguió practicando convencido de que algún día volverían a compartir una ola.
La joven tomó su tabla, llevaba una camiseta gris que caía sobre su hombro, debajo el traje de baño rosa. Aidan sonrió, le daría un poco de ventaja. Viendo que era su momento, tomó su tabla corriendo hacia la playa. La alcanzó remando, sus brazadas eran más largas y rápidas que las de ella, a pesar de que se encontraba sereno.
Llegado a su lugar favorito, se detuvieron a mirar al horizonte. Era un silencio cómplice, no necesitaban comunicarse entre ellos, cada uno sabía lo que debía hacer. La ola vino a ellos, y la adrenalina los golpeó, dieron vuelta a su tabla y nadaron a favor de la corriente, levantándose sincronizadamente para galopar en ella.
En la orilla Dafne se sentó a observar la perfecta pareja en el mar. Natalia la imitó. Aquel no había sido su plan cuando se propuso acompañar a Aidan en la playa.
Ellas también necesitaban entrenar, en esos días, no había ni un solo miembro de la Hermandad que no lo hiciera, pera además de fortalecer sus músculos y mejorar sus reflejos, Natalia desea acercarse más a un esquivo y distante Aidan. Ahora que había recuperado la cercanía con la familia, Eugenia estaba siendo un obstáculo aún más difícil de afrontar que la propia Maia.
—¿Estarán haciendo esto todo el día?
—Podrían. ¿No se ven maravillosos? —comentó emocionada—. Desde pequeños han estado en esto. ¡Son increíblemente buenos!
Natalia no contestó. No tenía ninguna motivación para hacerlo.
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