Sin corazón

Eran pasada la medianoche cuando los Santamaría entraron en el edificio de Lumen, dirigiéndose a la sala de reuniones donde el resto de los Primogénitos les esperaba.

En sus ropas no había ningún rastro de sangre. Acostumbrados a la guerra y a la muerte, sus rostros no mostraban indicios de perturbación. Todo en ellos era serenidad.

Dentro del salón, los miembros más importantes de la Fraternittem Solem les aguardaban sentados, con rostros pálidos y sudorosos. Aidan aún no reaccionaba, a pesar de que todos se movían alrededor de Eugenia, cuya crisis había mermado.

El sonido de los tacones de los botines de Amina hicieron que los nervios de las chicas se crisparan, pero la seriedad de Aidan, el rostro torvo de Dominick y la seguridad de Ibrahim las invitó a mantener la calma.

La puerta del salón se abrieron y los tres chicos entraron. Itzel los detalló. Pese a la oscuridad del lugar intentó encontrar alguna señal que le indicara que, evidentemente, ellos habían estado en la casa de Ortega y habían asesinado a todos los habitantes de aquel hogar, pero no halló nada, y eso la consternó.

Amina tomó asiento, rodando la silla con suavidad gracias a las ruedas de esta. Ignacio y Gonzalo se quedaron de pie, uno a cada lado de su prima, lo que les dio a entender a los otros que no pensaban quedarse por mucho tiempo.

—Han llegado un poco tarde —dijo Dominick con una voz tan ronca que Saskia la sintió filosa.

—Tenemos una vida social —le respondió Amina, mirándolo con desprecio.

—Tuvimos algunos inconvenientes —contestó rápidamente Ignacio—. Pensamos que estaríamos listos... —Miró el reloj—. Media hora antes, pero no se pudo.

—Al menos llegaron —respondió Ibrahim, intentando suavizar el denso ambiente.

—¿Y el motivo de la reunión es? —quiso saber Amina.

—Esta mañana se habló en la Coetum del asesinato de la familia del sr. Rodríguez, miembro de Aurum. Este hecho ha estremecido a toda la Fraternitatem, la cual ha decidido dar caza a los asesinos —informó Itzel con un dejo de voz. Había detallado el rostro de los tres victimarios, pero en ellos no había ningún indicio de culpabilidad. Se estremeció pensando que actuaban como psicópatas, carentes de la capacidad de compadecerse por el otro, cuando Amina se echó hacia atrás, subiendo sus pies cruzados sobre la mesa ovalada.

—Sí, lo sabemos. —Cruzó sus manos, dejándolas descansar sobre su estómago. Trasmitía tanta tranquilidad que los tenía a todos anonadados—. También sabemos que Arrieta se llevará el premio mayo si consigue al culpable.

—¿Y no te preocupa? —le preguntó Eugenia, haciendo que Aidan saliera de su letargo—. ¿Acaso te da igual que él se haga con todo el poder de tu Clan?

—Él no tiene todo el poder de mi Clan, Oráculo, porque mi Clan no existe.

—Pero tus Munera están contenidos en la Umbra Solar, y si los demás Prima le autorizan, él podrá hacerse con ellos —le recordó Eugenia.

—Para eso ustedes tienen que apoyarlos —intervino Ignacio—. Solos los Primogénitos, unidos con sus Prima, pueden extraer nuestros poderes, antes de que se desvanezcan y vuelvan a nosotros en forma natural.

—¡No estamos aquí para hablar de sus Munera! Sinceramente, poco me importa lo que termine pasando con ellos —interrumpió Dominick—. Estamos hablando de unos asesinos que fueron capaces de violentar la seguridad de una casa y matar a toda una familia a sangre fría. ¡Me importa una mierda Arrieta! Antes prefiero que caigan en nuestras manos.

—¡Y a mí me importa una mierda tus asesinos y sus asesinatos! —le respondió Amina, ganándose todas las miradas, mas ella solo sostuvo la de Dominick—. La pregunta aquí no es quién es o quiénes son, sino por qué lo están haciendo.

—Tal parece que los has estudiado muy bien —atacó Saskia. Amina la miró con recelo—.¡Hasta sabes qué preguntar!

—También lo sabrías, si estuvieras atenta.

—¡Sabemos quienes son los asesinos! —gritó Ibrahim, para terminar con una discusión que le comenzaba a parecer estéril. La mirada de Amina se agudizó, aunque su rostro permaneció imperturbable. Con tristeza, el joven Sidus vio como Gonzalo volvía su esquiva mirada para fijarla brevemente en la suya, entonces lo supo: aquella muerte había pasado, y ellos eran los asesinos—. Lo que ignoramos es qué hacer con ellos —confesó con un nudo en la garganta.

—Una vez les dije que no pensaba considerar como mis enemigos a aquellos que acaben con los traidores de nuestra Fraternitatem.

—¿Y en qué pruebas te basas para saber si son o no traidores? —cuestionó Dominick, molesto ante los argumentos de Amina.

—¿Acaso crees que los mataron por santos? ¡Ja! Su problema siempre ha sido el mismo. Desconocen con creces que hay más allá. La ignorancia en ustedes es pecado y perdición.

—¡Y, pese a ello, prefiero pecar de ignorante que arrancarle el corazón a una persona! —gritó Eugenia.

Su grito hizo que Amina centrara toda la atención en ella. La joven Ardere se encontraba fuera de sí, las mejillas y las pupilas le ardían, temblando de la ira. ¡Cómo era posible que aquellos sujetos negaran lo que habían visto!

Gonzalo e Ignacio permanecieron imperturbables. Por un segundo hubo un incómodo silencio en la sala, pero de repente, Amina soltó una sonora carcajada de diversión que hizo brincar a más de uno, en especial cuando dio varias palmadas para demostrar que estaba disfrutando de todo aquello.

—¿Eso es lo que más te preocupa, Oráculo de Ardere? —Bajó los pies de la mesa, arrimándose para recostar sus brazos en ella, de esta manera se sentía más cerca de Eugenia—. Si no eres una traicionera, no tienes de que preocuparte —le susurró, haciéndola palidecer. Con renovada calma, Amina volvió a colocarse en la misma posición en la que había estado y con igual actitud.

—No puedes ser juez, si nadie te ha nombrado como uno —le aclaró Itzel, haciendo uso de su sapiencia—. Te estás rebajando a ser menos que los demás.

—No soy juez, Primogénita de Lumen, soy la verdugo. Poco me importa la justicia de la Fraternitatem Solem, ni el lugar que ocupo dentro de ella.

—¿Tan poco respeto muestras? —comentó Dominick con tono burlón—. Bien parece que jamás pasaste por sus manos.

—¡Y has respondido bien! Porque estuve en sus manos, conozco de antemano cómo es. ¡Y no la respeto!

—Lo que dices es muy grave, Maia. Tus palabras pueden ser la prueba irrefutable que te quitará todo lo que aún conservas —dijo Saskia en un intento por hacerla reaccionar.

—¿Qué más me pueden quitar? —le preguntó, observándola con frialdad, para luego darle un rápido vistazo a Eugenia, quien esquivó la mirada, muy a pesar de que las manos Aidan seguían sobre sus hombros—. ¿La vida? Me lancé de Las Torres de la Muerte, ¿y crees que me importa mi vida? ¡Ja!

—Quizás no estimes tu vida, pero si la de los tuyos —la cortó Ibrahim, ganándose una rápida mirada de Gonzalo. El joven Custos pensó a dónde quería su novio—. Tienes un increíble talón de Aquilés que todos conocemos. No eres tan estúpida como para ponerlos en peligro.

—¡Jum! Muy inteligente, Primogénito de Sidus. Debo felicitarte porque tienes toda la razón. La vida de los míos me importa y es por ellos que hago lo que estoy haciendo.

—¡Te has vuelto una asesina! ¡Los estás convirtiendo en unos monstruos! —le gritó Dominick fuera de sus cabales—. ¿Dónde quedó la Maia dulce del parque? ¿Dónde está la joven que se sacrificó por acabar con la Imperatrix? ¿Dónde diablos te perdiste? ¡Necesito saber en que punto de la historia dejaste de ser tú y te convertiste en esto! —La señaló de arriba a abajo—. ¿En qué momento pasaste a ser el enemigo? ¿Acaso no te importa lo que nos estás haciendo?

—¡Te estoy salvando! —le gritó Amina incorporándose de su silla—. ¡No tienes ni la más mínima idea de por qué carajos lo estoy haciendo! Y te sientas aquí, muy cómodo, ¿a criticarme? ¿Dónde me perdí? No soy yo la que ha estado perdida, fueron ustedes que se engolosinaron con la idea de una Fratertitatem llena de paz. ¡Pues déjenme decirle que dicha paz no existe! ¡Nunca existió! ¡Yo soy la Fratertitatem! ¡Es mi sangre la que mantiene sus Munera! ¡Por mí, ustedes están aquí! —Se empujó con la punta del pie, deslizando la silla magistralmente para levantarse—. ¡Yo llevé al enemigo a la Coetum! ¡Y yo limpiaré la inmundicia que he causado! —Se puso de pie—. No tengo que darles explicaciones a una cuerda de niños que no entienden cómo funciona el mundo. ¡Sigan soñando con unicornios! Y si alguno despierta pronto, es bienvenido en mi misión —concluyó, dando la media vuelta.

—¡Nadie te acompañará en tu locura! —le aseguró Dominick, poniéndose de pie. Su pecho hinchado y sus venas prensadas, le indicaron a Aidan que el joven estaba realmente enfadado.

—Entonces... —Amina medio volvió su rostro, mirándolos por encima de su hombro—. No te metas, o me veré obligada a acabar con cada uno de ustedes.

Detrás de ella salieron sus primos, con la misma solemnidad con la que habían llegado, desapareciendo sin decir nada.

—¿Y es que ellos no piensan detenerla? —comentó Itzel, un tanto perturbada por la actitud tan sumisa de Gonzalo e Ignacio.

—No lo harán. Son sus esclavos —respondió Eugenia con un dejo de amargura.

—¡No! ¡Sus esclavos no! —le aclaró Ibrahim—. Si ellos la siguen es porque están convencidos de que ella tiene la razón.

—¡Por favor, Ibrahim! No me digas que le darás la razón —se burló Dominick.

—No puedo dársela hasta que no sepa a qué se refiere con limpiar la inmundicia de la Coetum. —Todos, excepto Aidan, lo miraron con escepticismo—. Quiero pruebas, antes de determinar quién está equivocado en esta historia.

Eran las tres de la madrugada cuando Jung despertó ante el insistente repique de su celular. Acostumbraba a apagarlo antes de irse a dormir, pero el cansancio lo había obligado a marchar a la cama, olvidando que debía deshacerse del aparato de comunicación.

Con sumo cuidado estiró la mano para tomar el móvil y no despertar a su mujer. En la pantalla apareció en nombre de Monasterio. Aceptó la llamada.

—¡Alo! —saludó con voz pesada, arrastrando cada letra.

—Perdona, Jung. Sé que estás no son horas para llamar, pero creo que necesitamos reunirnos.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó, incorporándose rápidamente.

—Han asesinado a la familia de Ortega.

—¿Ortega? ¿Cómo está él?

—Sin corazón.

—¿Perdón?

—Le han sacado el corazón.

—Voy para allá.

Sin decir más, colgó, dándose prisa para reunirse con Monasterio. No necesitaba explicaciones sobre el asesinato, sabía de antemano que si lo habían matado era porque había traicionado los principios de la Fraternitatem Solem. Ortega fue quien ideó más de la mitad de las torturas a las que fue sometida Amina, y atentar contra una Primogénita era un delito grave, pero ¿quién lo culparía si la justicia había desaparecido de la Coetum?

Sigilosamente salió de casa, y a gran velocidad se dirigió a casa de Ortega.

El antiguo hogar del Prima estaba rodeado de muchas personas, todas miembros eminentes de la Hermandad, incluso Arrieta estaba allí, más colérico que nunca, dando órdenes, asumiendo el rol de líder que el día anterior le había dado la Coetum.

Jung se regaló unos minutos para estudiar al líder de su facción. No había en el rostro de Arrieta rastros de dolor, ni perturbación, tal pareciera que el hombre al que le acababan de arrancar el corazón era un completo desconocido. Se estremeció al darse cuenta lo frío e inhumano que aquel hombre podía llegar a ser, y sopesó todos los peligros que pudieron haber corrido la Primogénita y sus Custodes en sus manos, si la Umbra Solar le hubiese arrebatado los poderes de una vez.

Monasterio se detuvo al lado de Jung, incapaz de sacarlo de sus pensamientos, pero el hombre se dio cuenta de que ya no estaba solo. Subiendo una ceja, un movimiento gestual involuntario que en otra ocasión no se hubiese permitido, miró a su compañero de Primado, quien con un leve gesto le pidió que lo siguiera.

Ambos hombres seguían siendo miembros respetables de Ignis Fatuus, por lo que nadie se atrevió a pedirles que desalojaran el lugar. Arrieta los consideraba aliados, por lo que tampoco les prohibió que hicieran un recorrido por la macabra estancia.

Sorprendido, Jung observaba el desorden el lugar. Habían cuerpos sobre mesas partidas, sentados en sillas, cadáveres regados por las escaleras, guindando en las barandas. Las paredes lucían bañadas de sangre. 

La dantesca escena le hizo pensar a Jung que los atacantes tenían que ser más de diez, pues aquellos hombres eran parte de la élite entrenada por José Gabriel Arrieta, soldados que podían ser considerados asesinos a sangre fría y que no se dejarían matar, sin al menos acabar con uno solo de sus enemigos. Pero, allí solo había Ignis Fatuus

Algunos mostraban sus Sellos negros, señal de que la muerte los había tocado, otros solo tenían una deforme marca que ni Jung, ni Monasterio podían descifrar.

Los hombres continuaron el recorrido sin decir palabra. Habían muchos oídos que podían terminar traicionándolos, así que debían ser cuidadosos.

Se detuvieron en la blanca alfombra. La blancura del objeto hizo que se observaran. Si debajo de aquella alfombra yacían los cadáveres de Ortega y su familia, ¿no tendría que estar llena de sangre?

Quien entró en aquella casa dominaba alguna especie de Donum, pues no había dejado rastro de su presencia en aquel lugar. En primer lugar, pensaron en los Primogénitos: Tanto Dominick como Aidan tenían poderes que le permitían estar en cualquier sitio sin ser dejar rastro. Pero tampoco podían dejar de un lado a los non desiderabilias. No solo Teodoro había demostrado que podía ser más que especial.

Bajaron las incómodas escalerillas. Desde lo más alto podían verse los cuerpos de las víctimas. Abajo, el olor a sangre era más profundo, pero ni a Jung, ni a Monasterio les preocupó, estaban acostumbrado a lidiar con aquel tipo de situaciones.

Con paso seguro, Monasterio caminó hasta el cadáver de Ortega. Poco le importaba a aquel hombre el cuerpo de Rosa María, igualmente maltratado que el de su tío. Se inclinó hacia él, y Jung lo siguió, colocándose en cuclilla a su lado. Monasterio sacó un par de guantes de hule, tomando solo uno de ellos para colocárselo, mientras señalaba la frente de Monasterio.

Con asombro, Jung observó que el hombre no tenía ningún Sello en su frente, y con un rápido vistazo comprobó que ni su esposa, ni su hijo, ni su querida sobrina tenían uno. Sin perder tiempo, pidió el guante que le sobraba a su colega, colocándoselo rápidamente. Tomó el mentón de Ortega y lo movió de un lado al otro. Nada. No había nada. Con la mirada desorbitada, se fijó en Monasterio, quien con un breve gesto, le indicó que él también pensaba lo mismo.

Pero Monasterio no pensaba guardarse para él la información más importante. Tomó el corazón de Ortega y lo giró para mostrárselo a Jung. A simple vista parecía un corazón cualquiera, de tamaño normal, pertenecientes a un hombre de mediana edad muy sano, mas sus arterias estaban brutalmente cortadas, siendo ese el motivo del deceso. 

El órgano lucía un poco pálido, consecuencia natural de la perdida de sangre que había dejado de bombear.

Por un momento, Jung no comprendió que era lo que con vehemencia Monaterio quería hacerle notar. Ninguno hablaba, no era prudente, así que tenían que entenderse mediante su sapiencia. Hasta que lo vio. El corazón de Ortega tenía una marca, un garabato a simple vista. 

Jung acercó su dedo, quitando la mucosa que resguardaba dicha marca para descubrir con terror de qué se trataba. En el músculo vital de Ortega estaba tatuado un corazón humano y dentro de él, el dragón de los Harusdra se desplegaba.

Impresionado, Jung miró a Monasterio mientras este afirmaba que el Sello de los miembros de la Fraternitatem Solem que habían hecho pacto con el Harusdragum no se encontraba en su frente, visible a todos, como lo fue en los tiempos de Ackley, sino que se encontraba oculto en su corazón, refugiándose en el Sello vacío del Phoenix, siendo este el motivo por el cual, cuando alguno era asesinado, el Sello de Ignis Fatuus desaparecía, y el motivo por el cuál no podían dar con los traicioneros.

Pero, algo más inquieto a Jung. Ese corazón que rodeaba al Harusdragum le recordaba algo.

Con desespero sacó su celular y mandó un rápido mensaje, tomando una foto al órgano. Monasterio se asustó ante la imprudencia del hombre asiático, no era propio de él actuar sin precaución. Sin embargo, nadie se fijó en ellos, ni en lo que hacían.

Pasaron diez minutos que parecieron eternos, antes de recibir una respuesta a sus inquietudes.

—Tus conjeturas son terriblemente ciertas. No hace mucho apareció. No te puedo decir de dónde la obtuvieron, pero un fragmento de ella fue puesta en mis manos. Le salvó la vida a una joven: Natalia de Ardere, si mal no recuerdo... Es el corazón que envuelve al Harusdragum.

Jung palideció, cayendo sobre sus glúteos, mientras dejaba rodar el celular hasta el suelo. Monasterio reaccionó, preocupado por la actitud de su compañero. Tomó el móvil antes de que se llenará de sangre, entretanto dejaba a un lado el corazón de Ortega, echándole un vistazo al mensaje del Dr. Montero.

Sintió como la sangre de su cuerpo se volvía más pesada, comprendiendo el miedo que había invadido al imperturbable Jung.   

***

Un día después pero aquí está, el segundo capítulo, que debí publicar ayer. =(

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