Señales
—Realmente estamos alarmado con las cifras de desaparecidos. Van en aumento —opinó Alicia, viendo el reporte transmitido por las autoridades de Ardere.
—Lo que más me extraña es que los demás Clanes no han manifestado ninguna preocuapación al respecto —comentó Miguel.
—¿Sobre qué? —Amina había aparecido en el comedor, con Ignacio tras ella.
—Son asuntos de nuestro Clan —le indicó Miguel.
—Hablas sobre pronunciamiento de los demás Clanes y dices que son asuntos de tu Clan —se bufó Ignacio.
—No debes meterte en conversaciones donde no se te ha invitado, ex Custos —se burló Miguel.
Su comentario hizo que Ignacio apretara sus puños, pero Amina ya había salido al frente.
—¿Qué está ocurriendo? Quiero saber. —Rodó una de las sillas, sentándose en la mesa sin ser invitada.
Miguel la miró con recelo.
—Nadie te ha invitado.
—No estoy hablando contigo —le cortó en seco. La mirada de la chica fue tan oscura, que Miguel se quedó sin palabras.
—Desde hace un par de meses han estado ocurriendo ciertos hecho aislados. Muerte de personas en diversos estados. Todas han sido reseñadas en la prensa, pero una muerte más o una menos en este país, lamentablemente, no alarma a nadie. Sin embargo, estas son muy distintas.
—¿En que sentido?
—Mira. —Adrián le facilitó su tablet donde tenía guardada varias fotografías de cadáveres que habían sido despojados de alguno de sus miembros o piel.
Con una seña, Amina invitó a Ignacio a acercarse. Este tomó la tablet, ante la sonrisa de suficiencia de Miguel. El joven Custos miró con el ceño fruncido cada una de las imágenes, como si intentara descifrar un acertijo.
—¿Qué ves? —le preguntó su prima, unos minutos después.
—Sellos. Los matan y les arrancan los miembros que tienen los Sellos, ¿ves? —Colocó la tablet sobre la mesa, señalando unas fotos puntuales—. Esta mano era de un Ardere. Este pedazo de piel es de un Sidus. Me imagino que a esta le cortaron la cabeza porque el Sello de Ignis está en la frente.
—¿No crees que tus comentarios son un poco salvajes? —se quejó Alicia, con repulsión.
—Digo lo que veo. No puedo inventarme novelas rosas cuando, obviamente, estos tipos son unos carniceros.
—¿Cómo sabes que son varios? Si tienen el mismo modus operanti —se burló Miguel.
—¿Para qué quitarle piel a un muerto?
—Porque eres un psicópata —le respondió Miguel con sorna.
—O porque estás llevando a cabo un ritual —contestó Amina, veindo fijamente las fotos.
—¿Un ritual? —quiso saber Adrián, arrimando más su silla.
—Sí, un ritual —respondió Ignacio—. Alguien está ejecutando rituales de transformación dentro de los Harusdra, y eso solo puede significar una cosa —respondió sin levantar su vista.
—¿Que quieren una guerra? ¡Eso es obvio! —le dijo Miguel.
—No. —Ignacio palideció, mirando a Amina—. El Harusdragum está entre nosotros.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de todos los presentes. Aquella no era una buena noticia.
Aidan se lanzó en la cama, recostando su cabeza en un brazo y colocando el otro en su pecho, se dedicó a mirar el techo fijamente. Sus sábanas aún tenían el olor de Amina, pero recordarla era rememorar los dos ataques que sufrió de su mano.
Se levantó. Era imposible conciliar el sueño si no descubría el porqué la chica había cambiado tanto con él.
Se calzó saliendo hacia la playa, con la idea de que las olas del mar lo relajaría.
Tirándose sobre la arena, observó cada uno de las estrellas que el cielo le estaba regalando. El aroma tan familiar de la playa se iba llevando cada una de sus preocupaciones, pero su corazón se empeñaba en recordarle que algo no estaba bien.
Se sentó, metiendo su cabeza entre las rodillas.
—Aidan Aigner tiene un gran problema.
Se volteó a reconocer la voz de su gran amiga. Con una sonrisa la invitó a sentarse a su lado.
Ni la tranquila naturaleza lo ayudaba a distraerse un rato, sus sentimientos eran aguas revueltas con terribles resacas dentro de él, y de repente, Eugenia estaba allí. Solo ella e Ibrahim lo conocían tan bien que era imposible engañarlos.
En otras ciscunstancias, la habría mando de vuelta a casa, pero no deseaba estar solo, quizá una leve conversación le permitiría descansar de sí mismo.
—Me haces ver como una persona básica.
—¡Je! Ya quisieras serlo. Eres una de las pocas personas complejas que he conocido, por no decir la última.
—¿Complejas?
—Jamás se sabe como terminarás de reaccionar. Tienes muy bien definidas tus metas, Aidan, sabes quién eres y así donde tienes que ir.
—Las tenía, hasta que la Hermandad me golpeó.
—Nos golpeó a todos, pero eso no nos ha detenido. —Se acomodó a su lado—. Es una noche muy extraña.
1Puedes preguntar, sabes que te responderé —le aseguró.
—¿Fue nuestro Clan el que entró a la Coetum? —Aidan asintió. Con un gesto de comprensión, Eugenia dejó de verlo para contemplar por un momento las olas reventar en la mar—. ¿Y cómo salió todo?
—Están bien, aunque no te puedo decir más. Correrías peligro, y por encima de todo, mi deber es cuidarte.
—Y el mío protegerte. Son sinónimos... De cierta forma, aunque tú te debes al Populo, y lo mío es más personal.
—No creo que ninguna profecía me ayude a nada.
—El Oráculo es más que profecías. Puedo compartir tus cargas, tus dolencias.
—Eso es un poco abstracto.
—¿Abstracto? ¿Por qué lo dices?
—Supongamos que tengo gripe, y quiero arrancarme la nariz porque no soporto el malestar, ¿podrías compartirlo conmigo? ¿Podrías tener mi malestar por un día?
—¡No! —contestó soltando una sonora carcajada—. ¡¿Qué es eso?! ¡Ja, ja, ja! ¡Jamás había escuchado semejante locura!
—Yo jamás había hablado con un oráculo —se burló—, y resulta que estoy sentado al lado de uno.
—Son asuntos más personales que una enfermedad. A eso me refiero.
—Si tú fueras hombre y yo la mujer, con gusto compartiría mis cargas contigo.
—Es un comentario muy machista de tu parte.
—Sería un maldito si te paso la mitad de mis problemas. Estaría acabando contigo. No lo digo por machista, quizá el argumento sonó así. Lo digo porque te aprecio.
—No puedes encerrarte y ser egoísta.
—¿Egoísta? ¿Por no desear que sientas lo que estoy sintiendo? La palabra "amigo" me quedaría grande si en algún momento llego a acceder a lo que dices. Lo lamento, Eugenia pero eso no será posible.
La chica lo miró con tristeza. Sabía que él estaba sufriendo, y no poder ayudarle, la estaba matando.
Llegar a la residencia justo cuando estaban sirviendo la comida hizo que Dominick sonriera como niño.
Por ser viernes, Zulimar había ordenado hacer hamburguesas, así que sin perder el tiempo, se abrió espacio entre su gente para sentarse a degustar los dos enormes panes con carne que le correspondían.
No se dio cuenta de que Daniela lo veía desde una de las mesas del comedor. Desde el martes no se había aparecido en el hospital; de seguro Leah había preguntado por él, mientras que este la había olvidado por completo. Pero era un problema que no le arruinaría lo que restaba de día.
Las risas y las voces no se apagaban en el comedor. Esa noche la conversación giró sobre el ataque de la Coetum, pero sorprendentemente la comunidad de Aurum no hablaba de Ignis Fatuus, sino de cómo surgió un grupo élite dentro de Ardere.
—Ahora resulta que estamos por debajo de todo el mundo —se quejó un chico de cabello largo, sin dejar de comer—. Pronto nos dirán que Sidus y Lumen son capaces de doblegar a los non desiderabilias, mientras que nosotros nos dejamos atacar como gafos.
—Ni siquiera teníamos una idea sobre a qué no enfrentabamos cuando nos atacaron —le respondió una chica, que se hallaba sentada frente a Dominick—. Fue sorpresivo. Recuerdo que para ese momento, solo Ignis Fatuus pudo hacerle frente.
—Chama, de verdad que lo dices y todavía no lo creo —contestó otro joven—. ¿En qué momento un Clan tan unido se volvió enemigo de su propia gente?
Sin dejar de comer, Dominick escuchaba. Él también se había sorprendido al enterarse que Ardere tenía un grupo élite muy bien entrenado, pero a diferencia de los guerreros de su Clan, no sentía envidia por estos "super-soldados".
Lo que hacia diferente a Aurum de los demás Clanes era el hecho de que ellos no tenían necesidad de entrenar a un escuadrón que diera la cara por ellos, sino que el entrenamiento lo hacían todos. Todos eran soldados élite.
No sé dio cuenta en que momento se le terminaron las dos hamburguesas. Tomó su vaso lleno de refresco y lo acabó de un solo trago.
Fue en busca de otra hamburguesa, cuando se preguntó si Saskia habría logrado comer algo. Sin darle más importancia a este fugaz pensamiento, se sirvió una hamburguesa más, recargando su vaso de Coca-cola.
Para Ibrahim, iniciar una conversación con sus padres sobre laHermandad no era tan sencillo. Aunque apoyaba toda la teoría de Gonzalo de que un Primogénito debe involucrarse en los asuntos de su Clan, y eso es parte de la toma de decisiones, en su sano juicio se metería en discuciones que no podía entender o que le llevaríana un conflicto.
Jan bajó por un poco de agua, observando a un Ibrahim impaciente y compungido.
—Cualquiera diría que vas al matadero.
—Desde que esto apareció... —Señaló su mejilla—. He estado encerrado en uno.
—Tu vida es triste.
—Lo sé. —Se volteó a la ventana, sus padres venían entrando—. Deséame...
No pudo concluir la frase, Jan no se encontraba en la cocina.
Con una sonrisa irónica, se despegó del gabinete, caminando al encuetro de sus padres. Estaba nervioso, no tanto por su madre, sino por José.
En cuanto Sabrina lo vio, corrió a abrazarlo. Tenerlo de nuevo en casa era una bendición, en especial si estaba sano y salvo. Lo tomó por las mejillas, revisándolo de arriba a abajo.
—¿No te pasó nada, mi cielo? ¿Te encuentras bien?
—Estoy bien. La misión no representó ningún problema para nosotros. Todos estamos bien —respondió, dándose cuenta de que su padre seguía hacia la sala.
Tenía que ser valiente, solo una tarea le asignaron y la cumpliría, sin importar recibir un no como respuesta.
Su padre se sentó, desplegando un periódico, que Ibrahim sabía que ya había leído. Cruzó sus piernas, señal que le indicó al chico que no sería una tarea fácil. Sin embargo, su madre colocó sus manos sobre sus hombros, y eso le llenó de fortaleza.
—Necesito pedirte un favor, papá. —José lo miró—. Tengo una petición que hacer a mi Prima.
—¡No, Ibrahim! No permitiré que te involucres más en esta locura.
—Papá son mis amigos.
—Pueden hasta ser primos y, ¡ni aún así permitiría que te arriesgaras por ellos!
—¡Papá!
—Tú viste lo que le hicieron en la Coetum. —Se puso de pie, arrugando el periódico en su puño—. ¿Crees que la intención de Arrieta era castigar a su gente? —Ibrahim no supo que responder—. ¡No! Su intención es apoderarse de la Fraternitatem Solem. Ha dejado muy claro el mensaje, y así tenga que sacarte de Venezuela para ponerte fuera del radar de ese tipo, ¡lo haré! —le confesó, dándole la espalda.
—¡José Iturriza! —lo llamó. Su padre se detuvo, sin voltearse a verlo—. Exijo hablar con el Prima de Sidus.
—Así se hará, mi Primogénito —le respondió José, saliendo de la sala.
Ibrahim comenzó a temblar, jamás había sentido tanto temor. Cayó sobre el brazo del sofá, tomándose la cabellera. Nunca había tenido que enfrentarse a su padre, lo que supuso todo un reto para él.
Y aunque la primera fase del plan se había completado exitosamente, el joven comenzó a preguntarse si su padre lo perdonaría por haberle hablado de aquella manera.
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