Reto

Gonzalo tomó la espada de madera que Miguel le ofreció. Salió al pasillo justo cuando su hermano pasaba frente al salón de armas. Este iba acomodándose las mangas de la polera, sin duda alguna se había aseado.

—¡Hey, Iñaki! —le detuvo.

—Llevo un poco de prisa.

—Ignorarme no hará que te deshagas de mí.

—Es algo que jamás he intentado. No sé si lo has olvidado, pero somos hermanos, es imposible que me deshaga de ti.

—A veces olvidas ese detalle.

—Es cuestión de privacidad, Zalo. Ni tú me cuentas todo lo que haces, ni yo tengo porque contártelo todo.

—Si quieres puedo empezar.

—¡No! —Lo detuvo, incluso haciendo el gesto con las manos—. ¡Mucho menos ahora que andas involucrado con el Primogénito de Sidus! Tengo demasiado con mis rollos emocionales.

—¿Acaso te gusta alguien? ¿Amina?

—Ya la vi en top y no ando delirando... Así que puedes estar tranquilo.

—¿Y desde cuando tienen tanta intimidad?

—Creo que desde que la he estado moliendo a palos y no ha ido a quejarse contigo.

—Ni creas que pienso sentirme orgulloso porque tener a un hermano que se excita por golpear a una mujer.

Ignacio lo miró de mala gana.

—No lo hago por placer, gafo. —Movió su mano, dándole un golpe en la nuca—. En fin, ¿cuál es tu chilladera?

—Siento que me han excluido de sus planes.

—No te hemos excluido, Zalo, no seas exagerado. Cuando llegue su momento, sabrás todo.

—¿Cuándo llegue el momento? ¿Acaso piensan asesinar a alguien o qué?

Ignacio lo miró con seriedad, volteando sus ojos con desprecio. Gonzalo conocía muy bien aquel gesto de su hermano, por lo que palideció.

—Es en serio, Iñaki.

—Vive tu cuento de amor rosa, disfrútalo, porque si de verdad quieres seguirnos, cuando llegue el momento tendrás que mostrar tu lealtad con un sacrificio.

—No mataré a Ibrahim —le contestó con seriedad.

—No. Pero espero que, por esta vez, si tengas los pantalones bien puestos y no se te mueva el corazón cuando tengas que enfrentarte al Umbra Mortis, porque, ahora no tienes un Donum que te defienda, ni contarás con una prima que se desprendió de su Sello para darte vida—. Ignacio se paró, mirando de frente a su hermano—. Puede que la Fraternitatem Solem, incluso Ignis Fatuus y su Primogénita, terminen perdonándote una nueva traición, pero yo no lo haré, Gonzalo. Por eso te pido, que si no te tomarás esto con seriedad, te hagas a un lado, porque si Amina no es capaz de pasar por encima de ti, yo si lo haré. No me volveré a sacrificar por ti.

Dándole la espalda, Ignacio siguió su camino. Sus palabras dolieron, pero no tenía nada que argumentarle, él tenía razón. 

Su amor enfermizo por Teodoro hizo que le entregara el Donum de Serenidad que solo los hijos del Phoenix tienen para resistir los embates de la Umbra Solar, dándole más poder al Umbra Mortis. 

Después de ceder su regalo, el enemigo más temido de la Fraternitatem, era un rival difícil de derrotar. Ese error llevó a que Ignacio conociera lo despiadado que podía ser Ignis Fatuus con los traidores, y finalmente, Amina terminó renunciando a una herencia perdida en el tiempo, todo para devolverle la vida que le estaba haciendo arrebatada.

Él se había vuelto, sin quererlo, en una carga para su familia, por lo que debía pensar muy bien que decisión tomar, dado a que las consecuencias iban a marcar de por vida su existencia y la de todos los Santamaría.  

En perfecta obediencia, cada grupo de participantes se reunió para ejecutar la actividad que había sido propuesta en el horario. Cada media hora tenían diez minutos de hidratación, y luego de dos horas, cambiaban la disciplina. 

Esa sería la rutina durante la semana, desde las dos de la tarde hasta que el reloj apuntara las ocho de la noche.

Todos, menos Ignacio y Amina, seguían al pie de la letra las indicaciones. 

Zulimar y otros adultos encargados se habían dado cuenta de la actitud retadora de ambos chicos, por lo que se acercó a ellos para intentar mediar.

—Nunca pensé que tendría que venir a convencerlos de algo —los saludó.

Amina detuvo su movimiento, fijando la atención en el Prima de Aurum.

—Chicos, puede que entienda mejor que nadie cuales son las causas que los mueve, pero creo que sería saludable para todos que se integren a la formación y al entrenamiento del resto.

—¿Acaso crees que tirar algunas flechas y dar un par de golpes será suficiente para mí? —Amina la interrogó.

—Creo que es la forma correcta de empezar.

—De empezar porque hasta no hace un par de semanas no podía ver, ¿cierto?

«¡Amina!», Ignacio pensó que su respuesta había sido muy fuerte. Su prima lo medio miró, volteando sus ojos con desprecio.

—Nunca he puesto en duda tu capacidad, Primogénita. Pero si los demás líderes se están sometiendo, ¿acaso es tan humillante para ti hacerlo?

—Dime, si te pruebo que no necesito esa estupidez que los demás están haciendo, ¿me dejarás en paz?

—Esa no fue la idea que tenía la Fraternitatem cuando pidió que fueran invitados.

—Fui obligada a venir aquí. Y su invitación me importa un bledo.

—¡Amina! —Ignacio estaba sorprendido. ¿Dónde había aprendido a ser tan agresiva?

—¿Un reto? —preguntó Gregorio de Ardere, encargado de la enseñanza del tiro con arco—. ¿Es eso lo que nos propones?

La chica afirmó.

—No veo el porqué no permitírselo, Prima Zulimar —le respondió Carolina de Astrum—. Sería bueno que todos pudieran ver, que tan capaz es la Primogénita de Ignis Fatuus, sobre todo ahora que no tiene poderes.

Ignacio comenzó a negar con pesar, Amina se estaba exponiendo sin necesidad. Ni siquiera estaba preparada para enfrentarse a los mejores de la Fraternitatem Solem, eso sin contar conque su cuerpo estaba verdaderamente herido. Aun así, la joven rio con superioridad.

—Acepto.

«¿Estás locas? No estás en condiciones óptimas para afrontar semejante reto. Eso sin contar conque debes llegar regia al evento final, o Rosa María barrerá el piso contigo en las Torres de la Muerte».

«¿Cuál es la probabilidad que pueda bajar de allí?».

«No puedes ser tan pesimista».

«Estoy siendo realista. Una de las dos bajará cómodamente, la otra hará el ridículo. Zulimar me está dando la oportunidad de que, si dentro de siete días se van a reír de mí, al menos valorarán lo que soy capaz de hacer».

«¡Bien! Haz lo que quieras. Dale rienda suelta a tu orgullo barato. Yo te veré desde la talanquera».

Aidan armó su arco y disparó un par de flechas. Ibrahim lo aplaudió, el joven había mejorado notablemente. 

Haciendo una leve reverencia, Aidan le regaló una de sus mejores sonrisas. Aunque no estaba de acuerdo con lo que Eugenia había hecho, Ibrahim tenía que reconocer que Aidan había vuelto a ser el chico de antes, el joven alegre y positivo que siempre encontraba una buena razón para continuar.

—Me alegra saber que no tendré que usar mi Donum para que tus flechas puedan dar en el blanco.

—Pero deberías usarlo para ver que tan efectivo puedo ser.

Ibrahim sonrió, asintiendo. Si Aidan quería una prueba, él se la daría.

—No haré muy fuerte el viento, de lo contrario, tus flechas nunca darán en el blanco.

—Lo sé, mi pana, pero procura que sea algo loco.

Con un ligero movimiento de su mano, las corrientes de aire entre el espacio del blanco y Aidan comenzaron a moverse sin dirección fija. 

Aidan templó el arco, colocándose en posición, a la altura de la barbilla, sopló, cerrando sus ojos para imprimir su Domun en la flecha. Él la guiaría a través de la dificultad. Jaló, soltando la cuerda para que la saeta saliera disparada.

Con asombró, Ibrahim miraba, sin dejar de mover los dedos de su mano, como la flecha surcaba a través de sus corrientes de aire, era como ver a Aidan surfear en el mar. 

En los ojos de su amigo había triunfo, aun cuando no se atrevía a expresarlo con el resto de su cuerpo, y quizás no lo haría hasta que no diera en el blanco.

El espectáculo había llamado la atención de todos los que estaban alrededor. Incluso Dominick se atrevió a acercarse a Ibrahim y colocar una mano en su hombro esbozando una maliciosa sonrisa, mientras pensaba que el Donum de Ardere le estaba dando una soberana paliza al suyo, cuando una flecha desconocida golpeó la de Aidan, detrozándola en el aire.

Todas las miradas se dirigieron hacia el tirador.

—¿Ahora me dejarán hacer lo que quiera? —le preguntó Maia a Zulimar, bajando el arco.

—Debías dar en el blanco, no destruir la flecha de Ardere —le recordó la joven Prima.

—Es más complicado dar a un blanco móvil que a uno fijo. —Y diciendo eso, Amina armó con descuido el arco, lanzando una nueva flecha que fue a dar en el blanco.

—Por lo menos, no necesita de mis servicios —confesó Gregorio.

—¿Cuando se convirtió en un prodigio? —cuestionó Dominick, mirando a Ibrahim.

—No lo sé, pero si quería pasar desapercibida, está haciendo todo lo contrario.

—¿Eh? —Dominick no entendió.

Con un gesto, Ibrahim señaló a Aidan. 

El chico estaba pasmado, viendo a la joven. ¡Era imposible que aquella chica que de la noche a la mañana había recuperado la visión y perdido su Donum fuera capaz de derribar una de sus flechas! Una flecha que llevaba el Sello de Ardere impresa en la punta, que no estaba diseñada para fallar y cuyo poder de destrucción no había sido calculado.

Eugenia corrió a acercarse a su novio. Lo tomó del brazo mientras el arco de Ardere comenzaba a desaparecer.

—¿Te encuentras bien?

—¿Cómo lo hizo, Eugenia? No puedo explicarme, cómo lo hizo.

Gonzalo, quien se encontraba en el mismo grupo que Itzel, se detuvo a ver lo que ocurría, a unos escasos metros del lugar.

—No sabía que Maia era tan buena con el arco —le comentó Itzel.

—Me imagino que pensaron como el resto que al ser invidente la pobre ni podría salir a la calle. —Se rio. Itzel lo miró con desaprobación—. De cierta forma, no es tan falso eso. Mis tíos no la dejaban salir, pero si la obligaron a entrenar duro y a bailar. El no poder ver, no evita que no pueda escuchar. Si le dabas las indicaciones adecuadas, podía ubicar el blanco, y cuando este era un enemigo pues, no necesitabas decir nada. Ella puede percibir el Sello maldito del Harusdragum a un kilómetro de distancia. Creo que por eso jamás se ha quejado por no poder ver.

En el campo, Amina seguía con la misma mirada decidida. Podía subir las Torres de la Muerte y descender sin ayuda alguna, si se veía retada. 

Por primera vez, Zulimar se veía de manos atadas, no sabía como ponerle fin a ese conato de motín en el Campamento de la Fraternitatem.

—Me imagino que ahora me lanzarán a su mejor soldado en combate. ¡A ver! —comentó, subiendo una ceja y mostrando una sonrisa de suficiencia—. ¿Será alguno de los Primogénitos? ¿O el líder élite de Ardere? —Señaló a Miguel con su arco—. ¡Oh no! ¡Tengo una mejor idea! ¿Por qué no me ponen a competir de una vez con la mocosa de Rosa María? Quizás terminé enseñándole como limpiarse ese...

—¡Amina! —gritó Ignacio—. ¡Basta, Primogénita! ¡Es suficiente! —Dio un paso adelante, colocándose entre ella y Zulimar—. Prima de Aurum, bien sabes que este entrenamiento es de una categoría inferior a lo que mi Clan está acostumbrado. No quiero decir con ello que no sea el adecuado, ni el menos acorde para un ejército que se comienza a formar, a ser uno solo. ¡Esto es necesario! —aclaró—. Pero, no por ello, puedes engañarte pensando que los miembros de Ignis Fatuus están aquí para aprender sobre sus técnicas de combate o sobre sus clases de historia y teorías sobre la Fraternitatem Solem, sino para ganar el liderazgo de nuestro Clan. —Sus palabras comenzaron a levantar un murmullo entre los presentes—. No quiero ofenderles con mis palabras —se dirigió a todos.

—¡Je! Déjales Iñaki. Será divertido patear el trasero a todos sus guerreros, sin usar ningún Donum.

—¡Te voy a hacer tragar tus palabras, niñita —le gritó Carla Pérez, entrenadora de Astrum.

—¡Será todo un gusto! Nada hay más placentero que deshonrarte frente a todos tus futuros estudiantes.

Amina dio un paso. 

Ignacio la sujetó con fuerza del brazo, haciendo que la chica le echara una mirada torva.

—Con ella no, Amina. Conmigo. Pelea conmigo.

—Siempre lo hago.

—Esta vez te enfrentarás al guerrero. Te prometo que no habrá limites.

—¿Cuándo se acaba?

—Cuando uno de los dos comience a sangrar.

—¡Mi Bô! —le pidió.

—Sin armas. Solo nuestros puños —le aclaró Ignacio.

—Esto es demasiado —le dijo Zulimar a Ignacio—. No es un campamento de exterminio.

—Bien sabe, Prima de Aurum, que sigo siendo uno de los mejores guerreros de mi Clan y de la Fraternitatem. Mis habilidades nada tienen que ver con el Donum que me fue parcialmente arrebatado. Fui sometido a la Umbra Solar, y sobreviví, así como lo he hecho a más de una de las torturas a las que Arrieta me ha sometido desde mi infancia. No me detendré por cariño. No yo, Ignacio Santamaría, el Custos de Ignis Fatuus que está dispuesto hasta a matar a su hermano por su Clan—. Lanzó el Bô y las espadas de madera—. Solo una cosa, prométame que si logro contenerla, cumplirá con lo que le pediré.

—¿Cómo podemos creerte? —le cuestionó Carla—. Puede ser una estrategia para conseguir lo que quieren.

Ignacio miró fijamente a Zulimar. En sus ojos no había mentira.

—¡Es el Primer Custos de Ignis Fatuus, no puede mentir si da su palabra de vencer! —gritó Eun In entre la muchedumbre—. ¡Da tu palabra Custos de Ignis Fatuus!

Los miembros de su Clan se unieron a la petición, gritándole a una voz que diera su palabra.

Gonzalo se sentía perdido entre los gritos, atemorizado por lo que haría su hermano. Si daba su palabra, solo uno de los dos saldría consciente de aquel combate.

—No, no lo hagas —susurró.

—¿Gonzalo? —preguntó temerosa Itzel—. Solo será hasta que uno de los dos sangre, ¿verdad? Ya de por si es peligroso.

—Amina está herida. Para Iñaki será fácil abrir la herida, pero mi prima está fuera de sí. Ella no se va a detener. Si mi hermano piensa que Amina parará...

—Maia es una chica sensata.

—Amina es otra desde que puso un pie en La Mazmorra. Yo no me confiaría.

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