Prólogo

NOCHE DE LLANTO

Entre las profundidades del bosque, la tierra se agrieta. De sus entrañas mana ríos de sangre tan rojas como el borgoña.

Aidan corré, corré a través de la lava ardiente. El caos ha descendido ante ellos.

Ya no hay esperanzas, ni días hermosos que recordar, solo un sueño de muerte. En el camino, muchos fueron dejados, abandonados, heridos y olvidados. De nada sirvió la Profecía del Oráculo, ni el amor más sagrado, todo fue desdeñado.

El aroma a muerte se cuela en el campamento. Los Astrum hacen gala de sus dotes de batalla, los Aurum le acompañan como una vez lo hicieron en antiguo, unidos como hermanos frente al último de sus enemigos.

Él cae. El sudor baña su frente, es uno con su piel. Su humedecido cabello se adhiere a su cuerpo, imposibilitándole ver más allá. ¡Si solo la tuviera por un momento! Pero su Amina ya no está con él. Toma la tierra ardiente entre sus manos, necesita valor para ponerse de pie, mas, ¿qué se le puede pedir a quien solo desea morir?

Amina, Amina —suspira—, si solo pudiera verte una vez más.

Cierra sus ojos.

«Ardere, Ardere, en la profundidad de tu corazón se esconde las llamas del río que destruirán toda una nación. No podrás acabar con tu vida ni siquiera viendo morir a quien da vida a tu corazón. ¡Tonto, tonto, Ardere!»

Las palabras de Evengeline lastiman, pero es muy tarde para remediarlas...

...en el silencio de la noche más oscura, Aidan se levanta.



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