Prisión

Maia y sus primos fueron arrojados a una habitación con muy mala iluminación. Gonzalo levantó la vista para despedir los últimos rayos de sol que se colaban por una estrecha ventanilla a tres metros de ellos, podía ver a través de la misma, partículas de polvo. Supo que estaba perdidos.

Fueron obligados a desnudarse, luego de que les arrojaran un bulto hecho con el pantaloncillo y la franela que llevarían. Ignacio atajó la suya, contemplando como golpeaban con la ropa a Maia en las piernas. La joven con timidez, se agachó a recogerla. Tuvo intensiones de ayudarla, pero no lo hizo. Mostrar fragilidad en ese instante podía romper la confianza de Maia, y era lo que menos deseaba.

Se dieron la vuelta por respeto a su prima, mientras se cambiaban. Gonzalo tuvo a bien preguntar por los zapatos, pero Ignacio le respondió que Ignis Fatuus no solía calzar a sus reos, por lo que tenía que mentalizarse a caminar descalzos por toda la prisión.

—Lamento mucho que estén aquí —dijo Maia. Hasta ese momento se había mostrado taciturna, sintiéndose culpable por la presencia de sus primos.

—No me perdería esto por nada del mundo —contestó Ignacio, en un intento por darle ánimos.

Con tristeza, Gonzalo descubrió la mentira en su rostro.

—Por lo menos estaremos juntos —comentó el segundo guardián, necesitaba sentir que había tomado la decisión correcta.

—Arrieta no se va a conformar simplemente con someternos a la Umbra Solar. De nosotros depende que aprenda una lección —confesó Ignacio, subiéndose los pantalones—. Ya una vez tuve que pasar por esto. Ropa negra por el Solsticio de Invierno, habitaciones con calefacción a cuarenta grados, con poca ventilación, es lo que más le excita. No griten, no se quejen, soporten cuanto puedan —recomendó antes de que la puerta fuera abierta.

Amina tembló al sentir el silencio de sus primos. No estarían juntos, lo sabía, pero aún era optimista ante su situación. No estaba sola, y podía reunirse con ellos en breve.

Tres hombres entraron, uno sujetó a Ignacio, quien le sonrió a su hermano. Este lo siguió, y por último Amina. Afuera le esperaban seis guardias más, quienes los escoltaron hasta uno de los pasillos de la Coetum. Se encontraban a diez metros bajo tierra, ocultos.Nadie daría con ellos.

Al final del pasillo, se dividieron, Amina siguió derecho, entretanto sus primos eran arrastrados por los pasillos a la derecha e izquierda. A partir de ese momento estarían solos, enfrentando sus propios demonios, y no volverían a reunirse hasta que Arrieta lo considerara prudente.

La reacción de Gonzalo cuando fue arrojado dentro de su habitación de tres por dos fue de angustia y desazón. Había deseado que su hermano estuviera equivocado, pero no lo había hecho. 

La habitación era oscura, la luz y el aire apenas se colaban por unas pequeñas rejillas que hacían las veces de ventilación. La cama, el piso, las paredes, el techo, la retrete y el lavamos, todo adentro era negro como el azabache, y el calor era sofocante. 

Comenzó a sentirse asfixiado, preguntándose cómo Ignacio conocía las condiciones en las que se encontrarían, pues él no era un Prima, tampoco un soldado raso entrenado para someter a quienes incumplieran las leyes de su Clan; la única forma de conocerlas de antemano era haber vivido en carne propia la prisión, y recordó cuando lo traicionó con Teodoro, acto que llevó al sacrificio de Ignacio.  

Jamás habían conversado del tema, tampoco se había enterado de las penurias que su hermano tuvo que pasar por su causa. Siempre creyó que, debido a la importancia que Ignacio tenía dentro de Ignis Fatuus, estos habían tenido un trato considerado con él, pero por lo visto, se engañó. 

Cayendo de rodillas, con las lágrimas acosando sus ojos, se dejó invadir por la tristeza. Soportaría las aflicciones que venían solo porque Ignacio había cargado con una culpa que era, únicamente, suya.

Entrar en aquella habitación fue un deja vu para Ignacio. 

Su pasado castigo había coincidido con el Solsticio de Verano, que estaba pronto por llegar, y las condiciones habían sido otras, tan extremas como estas, pero había escuchado hablar de aquel lugar llamado "Infierno". Se llevó las manos a las muñecas, echándose en la cama, mientras se deshacía de la franela.

De nada le servía desvelarse. Conocía muy bien lo que seguiría a continuación, y le preocupaba. Desconocía cuánto podía soportar su Primogénita, y temía que su hermano se quebrara emocionalmente. Su éxito dependía de cuanto pudieran callar. Sin embargo, tenía miedo, su corazón se encontraba acongojado, derruido ante la idea de que volvería a tropezarse con el trato cruel de Arrieta.

Por primera vez, maldijo no haber apoyado a Amina cuando intentó arrebatarle el Sello, eso hubiese acabado con su hegemonía, por consiguiente, no estarían allí.

Temerosa, Maia tanteó con cuidado el pequeño espacio donde fue dejada. El ruido de la puerta al cerrarse detrás de ella la había llenado de temor. Gimió, sus labios temblaron, quería derrumbarse, pero no podía, no estaba sola, Ignacio y Gonzalo le acompañaban en su agonía.

Todavía Arrieta lo les había dado la cara, pero estaba segura de que lo haría. 

Dando con la cama, se sentó, arrastrándose en el colchón hasta apoyar la columna vertebral en la pared, recogió sus piernas, pensando en lo que vendría. No estaba en la habitación de un hotel, podía sentir el agobiante calor que Ignacio les había descrito, y rememoró las sensaciones que su cuerpo había experimentado dentro de la Cueva del Guácharo. Su estadía en aquel lugar no sería fácil.

Se preguntaba si estaba equivocada. Quizá debió huir, pero hacerlo era poner a Aidan en una condición complicada, pues Arrieta iría a por él. Cierto era que Ardere lo defendería, mas su libertad estaría condicionada a las pruebas que el Prima de Ignis Fatuus guardaba con celo, hechos que podían ser repudiados por el resto de los miembros de la Fraternitatem Solem, aún de aquellos que consideraban amigos.

Su resistencia sería puesta a prueba, no podía derrotarse antes deque los castigos comenzaran, se lo debía a sus primos y a sus propios sentimientos. Pensó en sus padres, lamentando el dolor que les estaba ocasionando, no solo a ellos, también a sus queridos tíos. No sabía si, en realidad, su presencia en la vida de los Santamaría había sido una bendición, debido a que siempre traía complicaciones a su apacible convivir.

Con la primera gota de sudor corriendo por su frente, se echó sobre la almohada. Probablemente, esa noche Arrieta les dejaría en paz, mas la mañana traería funestas noticias. 

El estómago le sonó, tenía hambre. 

Una nueva lágrima se escapó de sus ojos mojando la almohada. 

Dicen que los momentos más difíciles hacen crecer a las personas, pero ella solo tenía miedo. Lo único que deseaba era refugiarse en los brazos de su madre.

Llorando, desesperada, Leticia se refugiaba en el pecho de Israel, mientras su hermano hacía otro tanto con Gema. Las mujeres de la familia estaban desconsoladas por el destino de sus hijos. Desconocían su paradero, y por más que los hermanos Santamaría exigieron ser informados al respecto, ni siquiera pudieron conseguir que los informaran sobre las causas de su arbitraria detención.

Samuel se había adelantado, por petición de Zulimar, en socorrer a los padres de la Primogénita, encontrándoles en las afueras del edificio de Ignis Fatuus. No fue sencillo convencerlos de que lo acompañaran, incluso Elías tuvo que intervenir para convencerlos.

Finalmente, se dirigieron a las oficinas subterráneas del Edificio Caribe, sede de Aurum, en donde esperaban la llegada del Prima de Ardere y Lumen, estos últimos hicieron la petición por medio de Susana de sumarse a la ayuda de Amina y sus Custodes.  

Fanny saludó al Prima de Aurum, mientras Susana se acercaba a Leticia. La mujer la observó con sus ojos bañados de lágrimas, tomando las manos que esta le ofrecía en señal de paz. Susana sonrió con amabilidad, ella comprendía el dolor que embargaba a la mujer. No le ofreció palabra, el contacto de sus manos era más que un consuelo para Leticia. Israel le agradeció el gesto.

—¿Alguien sabe algo de Ardere? —preguntó Elías, justo cuando golpearon la puerta.

Andrés Aigner y el resto se su Prima, aparecieron saludando a los presentes. Con ellos se había acercado el sr. Jung. 

Israel se levantó, tomando al hombre por los brazos, le suplicó por su familia. El sr. Jung se mostró apenado, él más que nadie había intentado prevenir aquella situación.

—Intenté protegerla por todos los medios. Mi Primogénita no me respondió, así que opté por comunicarme con sus Custodes. Solo el Segundo Custos contestó, por lo que le supliqué que le sacara de su hogar.

—Entonces, ¿cómo pudo quedarse? —exigió saber Israel, su voz entrecortada se vio silenciada por los sollozos de su esposa, quien se aferró a él, recostando su rostro en su espalda.

—Le pedí a Lameda que retrasara lo más que podía la operación, y así lo hizo. Sin embargo, nuestra Primogénita no opuso resistencia, ni siquiera intentó defenderse, accediendo a marcharse con ellos.

—¿Y Gonzalo e Ignacio? —quiso saber Ismael—. ¿Cómo se hicieron con ellos si solo iban a por Amina?

—Ignacio golpeó a uno de los guardias —le informó—. Lameda asegura que lo hizo para ser arrestado, ya que no deseaban llevárselo. Por un momento pensaron que el Primer Custos les ofrecería una batalla, pero sus acciones hablaron por sí solas. Quiso ser capturado. El Segundo Custos llegó poco después. Se mostró más agresivo. —Gema se llevó las manos a la boca—. Mas cuando se dio cuenta de que su hermano y la Primogénita no harían nada por defenderse, desistió.

—¡Mis niños! —gritó la señora.

—¿Dónde los tienen? —preguntó Alexander Di Santos, de Ardere.

—Les han confinado a La Mazmorra —respondió Jung.

Leticia ahogó un gritó, cayendo en el suelo privada en llanto. Andrés la observó compungido, pensando en cómo se pondría Elizabeth si fuera Aidan el detenido, pero más allá de su reacción personal, todos se dirigieron una mirada cargada de terror. Si los chicos habían sido encerrados en aquel lugar los expondrían a temperaturas y condiciones extremas, cada día se convertiría en un infierno para ellos, eso sin contar que tendrían que enfrentarse a la Umbra Solar si la mayoría del Prima de Ignis Fatuus lo aprobaba, y ninguno de los que estaba en esa sala tenían la menor duda de que así sería.

—¿De qué se le acusa? —quiso saber el sr. Guevara, Prima de Lumen.

Era una pregunta fundamental. Si querían buscar una solución y saber qué tan grave sería el castigo que el Prima le impondría, tenían que comenzar por conocer los cargos que se le imputaban. Quizá allí encontrarían el motivo por el cual ninguno quiso defenderse, en especial Amina, cuyo poder podía detener a toda su gente.

—Le acusan de seducir a un Primogénito —dijo, sin quitar su triste mirada de Israel.

—Es una acusación muy seria —aseguró Zulimar.

—No solo preocupa la seriedad de la misma, sino sus implicaciones —recordó Hortencia de Lumen—. Si el Prima presenta los cargos ante la Fraternitatem Solem, nos atarán las manos.

—¿Con quién? —Israel tenía un hilo de voz.

El corazón de Andrés se congeló al escuchar la pregunta. Desde el momento en que Jung dio el motivo por el cual se los había llevado, supo que se refería a Aidan.

Antes de responder, Jung lanzó una mirada inconsciente a Ardere, que hizo temblar a Andrés. Israel, se lanzó contra el padre de Aidan, mientras que Leticia se abalanzaba sobre su esposo para detenerlo. Andrés dio un paso atrás, ante la confusión de todos los presentes.

—¡Maldito! ¡Maldito! —gritó Israel, siendo contenido por su hermano y los tres fuertes Prima de Aurum—. ¡Eres un maldito! ¡Ardere no descansará hasta acabar con mi familia!

—¿Con nuestro Primogénito? ¿Estás seguro? —La intriga estaba creciendo dentro de Ardere, y María Portillo lo acababa de manifestar.

—Hay pruebas en donde nuestra Primogénita. —Jung bajó el rostro, aclarándose la garganta. Era muy fuerte revelar toda la información—. Ella está en una actitud comprometedora con el Primogénito de Ardere.

—Entonces, ¿por qué no se lo llevaron a él también? —gritó Leticia.

Ante su reacción, Ardere quiso responder, pero un gesto de Andrés los contuvo. No estaban allí para discutir entre ellos, si querían rescatar a la Primogénita de Ignis Fatuus debían empezar por hacer frente a cada una de las acusaciones y aclarar todo tipo de malentendido. Mas la noticia hizo temblar a más de uno.

—Porque en la foto el Primogénito de Ardere no muestra ningún gesto de aceptación. Solo por ello, Arrieta no podrá arremeter contra él —le aseguró Jung.

—¡Eso era todo lo que deseaba tu hijo! —le gritó Israel—. No se iba a detener hasta destrozar a mi hija.

—¡Eso no es cierto! —le contestó Andrés—. Aidan está igual de preocupado y me ha dado un plazo. —Todos lo miraron—. Si en el intervalo de una semana no liberamos a la Primogénita y sus Custodes, él se enfrentará contra el Prima de Ignis Fatuus.

—¿Se ha vuelto loco? —expresó Fanny.

En sus palabras iba el pensamiento de muchos. Que un Primogénito arremetiera contra algún Prima era una declaración de guerra entre ambos Clanes, y la Fraternitatem tendría que tomar partido para una u otra causa.

—Lo hará y no podré detenerlo. Le conozco muy bien.

—Eso quiere decir que él corresponde a dichos sentimientos —aseveró Rodríguez de Aurum.

—¡Es una aberración! —gritó Gema—. Nuestra niña no puede amar a semejante... —Se detuvo observando a Andrés, no era muy educado insultar al muchacho delante del padre, ni de su Prima.

—El amor no es una aberración —intervino Susana, que hasta ese entonces se había mantenido ajena a la discusión—. La vida nos está dando la oportunidad de remediar lo que no hicimos por Evengeline y Ackley, ¿o es que acaso actuaremos igual y nos destruiremos los unos a los otros?

—Sin embargo, sabes que no puede ser —le interrumpió Carmen—. La relación entre los Primogénitos significa la subyugación de uno de los Clanes.

—Y Aidan no irá más allá —le aseguró Andrés—. Él lo sabe, pero no por ello se quedará de brazos cruzados a esperar que todo siga su curso natural.

—¿Cómo estás tan seguro que no sucumbirá? —le interrogó Zulimar.

—Porque no soy Evengeline —le respondió Aidan, apareciendo en el salón con el resto de los Primogénitos.

—Y nosotros lo apoyaremos —le aseguró Dominick.

Israel miró al joven Aidan, quien desafiante contemplaba a Zulimar. Con su mano izquierda sujetaba con fuerza el arco de Ardere

No había vacilaciones, ni dudas en él, como su padre lo había expresado segundos antes, Aidan estaba dispuesto a hacer a un lado sus sentimientos, mas eso no significaba que sacrificaría a Amina, tampoco lo harían el resto de los Primogénitos.

—¿Qué hacen aquí? —quiso saber Susana.

—Basta de que nos excluyan, mamá. Debemos comenzar a trabajar como equipo antes de que personas como el sr. Arrieta terminen destruyéndolo poco que tenemos.

 Andrés le tendió la mano a Aidan, y este se la sujetó. Su gesto fue repetido por cada uno de los presentes.  

Caminando hacia Leticia, Aidan colocó su mano en el hombro de la afligida mujer.

—Le prometo que traeré a Amina de vuelta, a sus brazos, aunque me cueste la vida, lo haré.

Ante el asombro de todos y el terror de Andrés frente a esa promesa que su hijo acababa de hacer, Leticia se zafó de Israel, abrazando al joven. 

Aidan la sujetó con firmeza, mientras la mujer daba rienda suelta a su tristeza.

***

¡Hola a todos! He solventado los problemas del Internet así que volveré a publicar cada cinco días.

Los próximos capítulos serán algo fuertes, así que si eres muy susceptible quizás no deberías continuar leyendo. 

La Mazmorra es una versión ficticia de una cárcel venezolana de tortura: La Tumba. Es mi forma de recordar a todos esos jóvenes y personas que fueron y son torturadas siendo inocentes. 

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