Princesa guerrera
Después de cenar caminaron hacia la plaza Montes de Oca, situada dentro de una zona residencial de clase alta y rodeada de una gran cantidad de árboles de mango, camorucos y samanes hacían de ella un lugar solitario durante las horas nocturnas.
Pocos autos pasaban por allí.
La carente iluminación hizo de aquel sitio el refugio perfecto para transformarse en neutrinos. Una vez hechos uno con el viento, se observaron.
—Es tu turno —le indicó Aidan a Dominick.
Por primera vez, el Primogénito de Aurum tenía protagonismo dentro del grupo de la Hermandad.
—Deberás ir adelante —le indicó a Aidan—. De lo contrario, puede que al entrar al Parque volvamos a nuestro estado original.
—Solo díganme si pasar por donde sea que tengo que pasar tendrá algún efecto secundario en mí, como mareos, vómitos...
—La única forma de que tengas tales cosas es que salgas preñado, y eres hombre —le interrumpió Dominick.
—¿Es necesario que pasemos uno a uno? —Ignacio le preguntó a Eugenia. Pudo sentir la tóxica mirada de Dominick sobre él, pero no le importó. Si él tenía ese Donum era gracias al trabajo de la chica, por lo que ella debía conocerlo mejor.
—Creo que sería buena idea ir en pareja —sugirió Eugenia—. Eso evitaría cualquier problema que se pueda presentar.
—Primogénito de Ardere, iré contigo.
Todos quedaron pasmados, jamás se habrían imaginado que Ignacio se ofrecería para ir con Aidan, dejando sola a Amina. Sin embargo, Gonzalo la tomó por el brazo, no permitiría que nadie más le acompañara.
Aidan asintió, nada le daba más gusto que atravesar el portal con una persona de su entera confianza, aunque se preocupó por Eugenia, mas Ibrahim le aseguró que no la dejaría sola.
Dominick extendió sus manos. Los tendones del cuello y su mandíbula se tensaron por el esfuerzo, producto de la concentración. Frente a Aidan e Ignacio el espacio se transformó en una especie de espejismo. Aidan sacudió el rostro intentando limpiar la imagen que se formó ante sus ojos: parecía que la plaza se había vuelto una pantalla de aire y agua.
—Solo deben entrar —recomendó Eugenia.
Ignacio tomó a Aidan por el brazo, dando un paso al frente. En cuanto sus pies se volvieron a juntar, se dieron cuenta de que no estaban en la Plaza Montes de Oca. Aidan miró a su derecha, observando la estatua de Alejandro Humboldt.
—¿Eso fue todo? —le preguntó a Ignacio.
El Custos solo sonrió, satisfecho porque atravesar el espejismo fue más sencillo de lo que había imaginado. El viaje había comenzado demasiado fácil y no podía tomar aquello como un buen augurio.
Detrás de ellos aparecieron Luis Enrique e Itzel, Eugenia con Ibrahim, Amina y Gonzalo, cerrando con Dominick y Saskia. Cada uno iba dando su impresión sobre lo sencillo que era viajar con el Don de Dominick, hasta propusieron un viaje al Puente Rafael Urdaneta o al Teleférico de Mérida.
Frente a ellos había una imponente montaña con una abertura que, desde su posición, estaba cubierta de vegetación. Hacía frío, por lo que agradecieron ir abrigados. El sol se había ocultado por completo, así que esperaron con una distancia prudente a que los guácharos salieran.
Con su habitual "clap, clap", las aves emprendieron vuelo, internándose en la montaña en busca de comida.
Los chicos bajaron las escaleras, casi corriendo por los caminos de gravillas, para ir en pos de la espada. Se detuvieron ante los peldaños que llevaban hacia a la cueva. Las estalactitas le daban una imagen espectral.
—¡Esperen! —les detuvo Eugenia, mirando a Saskia—. La guardiana de esta cueva pertenecía a tu Clan. Es tu Sello el que puede abrir el espacio en el tiempo y traerla hasta nuestro presente.
Saskia asintió, dando un paso al frente. Apenas subió un par de escalones y ante ella se mostró un campo de protección. Ellos no eran visitantes comunes, no iban a explorar la cueva, sino a tomar algo de ella.
El Sello de su clavícula refulgió en un hermoso dorado, revelándose en el campo de protección el sol rodeado de rosas. Extendiendo la palma de su mano, la joven hizo contacto con el frío domo. Ella se estremeció, mas no sentía miedo.
La protección fue cayendo poco a poco. D de la cueva, salió una hermosa mujer, de exuberante cuerpo, con la piel bronceada, el cabello liso, negro y largo, tan largo que cubría sus desnudos senos, sus ojos eran verdes como la selva. Llevaba en su mano derecha una macana, y entre las hebras de su cabellera podían notar el dorado Sello de Astrum.
En ese instante, Aidan comprendió que la semilla de los Primogénitos estaba diseminada por todo el orbe, no era exclusiva de una zona. Iba a preguntarse qué era lo que determinaba que la Fraternitatem se formara, pero se dio cuenta de que era un tonto cuestionamiento: para que existiera la Hermandad tenían que estar reunidos los seis dones, y para ese entonces, los Primogénitos de Ignis Fatuus, quienes se habían visto en desventaja desde la caída de Monica, se encontraban más allá del Atlántico.
—¿Quién llama? —les preguntó.
Su presencia era tan imponente, que Saskia titubeó, se sentía temerosa e indigna de tener tal antepasada. ¿Qué pensaría Urimare de su cobardía? De seguro la Princesa guerrera también vería en ella a una cobarde.
—Saskia de Astrum. Vengo a reclamar la Espada del Sol y la Muerte.
—¿Vienes a reclamar? —Sonrió con ironía—-. Estas son mis tierras, mío es lo que pisas, lo que respiras, las entrañas de la cueva y lo que se oculta en ella. Nada tienes que buscar.
—Tú conoces mejor que nadie nuestra lucha. Te enfrentaste al hombre blanco portador de la marca del Harusdragum. Eres una mujer valiente, el Solem te ha transformado en una Custos, te ha dado un Donum para proteger a los tuyos. —Amina salió en defensa del grupo.
—Maia —le suplicó Eugenia, tomándola del brazo—. No debes hablarle, no perteneces a su Clan. Lo considerará una falta de respeto.
—No conozco tu Sello.
—Mi Sello es el que faltaba en tus tierras —Dio un paso al frente, ignorando la advertencia de Eugenia—. Mi pueblo ha pasado por muchas penalidades. Así como el tuyo, fue perseguido casi hasta la destrucción, pero henos aquí, entre los vivos, esperando nuestra oportunidad para desquitarnos de nuestro enemigo común. Esa espada podría ser la diferencia entre sucumbir una vez más o vencer para siempre.
—No podrán entrar a la cueva sin calmar a las almas de mis ancestros.
—¿Acaso esto es espiritismo? —quiso saber Aidan, preguntando en un murmullo a Ignacio.
—Son sus creencias. No podemos ir en contra de ellas. No somos quiénes para hacer tal cosa.
—Mamá le rociaría agua bendita —le aseguró Gonzalo, haciendo que Aidan se relajara.
—¿Cómo podemos calmar a tus antepasados? —preguntó Saskia.
—Uno de ustedes deberá enfrentarse a mí en una batalla, si me vencé obtendrán la Espada del Sol y la Muerte. Mis antepasados se la concederán, pero si pierde, no volverá a ver la luz del día.
—Me parece justo —le aseguró Itzel—. ¿Escoges tú o lo hacemos nosotros?
—Ja, ja, ja —Rio malignamente—. No están en condiciones de exigir, así como yo de dar. Necesito un alma que no se entregue con facilidad, pues mientras el resto recorre el infierno, él tendrá que pelear por su vida y la de sus hermanos.
Dominick dio un paso al frente, estaba más que preparado y ansioso por demostrar de que estaba hecho.
—Yo iré —se adelantó Saskia—. Seré el sacrificio.
—No necesito un alma tierna, ni una cargada de avaricia, ni la que está llena de ira contenida, ni de prudencia, menos una cobarde. Tampoco una cargada de sabiduría, ni de dolor, ni dividida por la razón. Ni siquiera aceptaré una habida de sacrificio, necesito aquella dispuesta a morir en lucha. El alma de un verdadero guerrero.
—¿De un guerrero? —se mofó Dominick—. Aquí estamos ocho, todos dispuestos a darte la mejor de las batallas.
—Tu alma no satisfará a mis antepasados, pero la de ella sí —Subió su dedo, señalando a Amina.
Aidan dio un paso al frente pero Ignacio lo tomó del brazo, negando con el rostro. Si había escogido a su prima, Maia iría. El silencio de la joven llamó la atención de Urimare.
—¿Te han cortado la lengua? —le recriminó.
—Amina, te ha escogido —le informó Gonzalo.
—Llévame con ella —le pidió.
De inmediato, Gonzalo corrió a ayudarla a subir los escalones.
—Pero, ¿qué es esto? —se extrañó la cacique.
—Soy ciega, no puedo ver. No traje mi bastón así que soy una inútil subiendo escalones sin un guía.
La princesa indígena soltó una sonora carcajada, llevándose las manos a la cintura. Su imagen infundió terror en los presentes, esa mujer era una verdadera guerrera, no le temía a nada, ni a nadie.
—Mira que son inteligentes mis ancestros, han escogido a una ciega para que se mueva con ellos en la oscuridad —Se tornó seria, mirando fijamente a Maia. La joven le tendió la mano en cuando Gonzalo le indicó que ya no la podía acompañar más—. El Don de tu ceguera se le otorgará a tus amigos. Estos podrán caminar dentro de la caverna sin ver, sin necesidad de luz que le alumbre, pero si te pierdes, ellos tampoco volverán —La tomó de la mano, apretándola con fuerza. Amina frunció el ceño, Urimare no era cualquiera—. Tu Donum Maiorum se revelará, es lo que mis antepasados quieren. Nadie hablará en la cueva, nadie verá. Uno de cada Clan entrará a enfrentar físicamente tu combate espiritual.
Amina asintió. Urimare le tomó las dos muñecas quedando frente a ella. Sonrió ante la imagen angelical y débil que proyectaba la chica.
Los demás vieron como ambas mujeres desaparecieron. Aidan corrió hacia las escaleras con Ignacio atrás.
—Tenemos que buscarla.
—Es un reto, Aidan. Una prueba —le recordó Itzel—. Es conveniente que tres de nosotros se queden para esperar por Maia o por nosotros. Luis, cielo —Le dio un beso en la frente—. Yo iré por Lumen.
—También prefiero que te quedes, Eugenia. Creo que nos serás de mucha más ayuda fuera de la cueva —le aseguró Aidan—. Tampoco quiero que te pase nada.
La joven corrió a abrazarlo. Mientras Gonzalo e Ignacio compartían una mirada cómplice, solo uno podía entrar.
—Ve tú —le pidió Gonzalo.
—Si en la madrugada no hemos salido, has que suba lava.
Su hermano mayor asintió.
—¿Dónde quedó aquello de proteger la naturaleza y tal? —le recordó Ibrahim, entretanto se adentraban al Salón Humboldt.
—Es para que ella salga —le dijo—. No pensamos acabar con el ecosistema, esa es la diferencia entre mi hermano y la sabía naturaleza.
Atravesaron la amplia boca de la cueva. Los sonidos de los guácharos que habían quedado resguardando los nidos se hizo sentir. Los chicos se dieron cuenta de que por más que movieran los labios sus cuerdas vocales se negaban a emitir sonido alguno, también sus ojos perdieron cualquier sentido de la luz, aun así comenzaron a caminar, confiados en las palabras de Urimare. Por incomprensible que fuera, podían orientarse, mucho mejor de lo que lo harían usando un mapa y una linterna.
Amina no sabía donde se encontraba, estaba arrodillada sobre una columna de piedra, lo sabía porque en cuanto Urimare la soltó tanteó con sus manos el terreno, dándose cuenta de que estaba sobre una especie de monolito y que cualquier paso en falso la haría caer. Se puso de pie. Su poco conocimiento le indicó que se encontraba en el espeleotema más profundo de la cueva. Bajo ella, a los pies de la columna de piedra, podía escucharse el suave movimiento del agua.
—¿Estás preparada, Primogénita?
—Lo estoy, Princesa.
—Sobre ti guinda el objeto que tanto anhelas —Amina subió el rostro, más por intuición que por apreciación—. Si fallas la prueba la Espada del sol y la Muerte acabará con tu existencia. Si intentas huir, morirás.
—Lo sé. Estoy preparada.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Urimare. A pesar del color de su piel podía sentir la sangre de su gente correr por las venas de esa chica.
***
Les dejo una imagen de Urimare, una de las personalidades indígenas más importantes de mi país.
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