¡Nos quieren matar!

Aidan no había podido degustar por completo su pizza, se encontraba distraído con la presencia de Maia. Necesitaba escucharla hablar, reafirmar en su memoria el sonido de su voz, el aroma de su cabello y de su piel, cada uno de sus gestos, hasta el más insignificante de ellos, pues sería lo único que se llevaría ese día.

—¿Alguna vez has tenido una mascota?— le preguntó Amina.

—De pequeños tuvimos varios perros, pero luego crecimos y mi mamá nos puso como condición que debíamos hacernos cargo de él por completo... y eso incluye alimentación y veterinario.

—¿Debe ser muy triste?

—No lo sé. Aún no me siento capacitado como para encargarme de una. Quizá cuando salga del liceo busque un trabajo de medio tiempo y adopte un perro. ¡Espero que no sea un desgraciado como Coco!

—¡Eso es muy tierno de tu parte! Exceptuando lo de «desgraciado».

—¿Y tú?— preguntó sonrojado—. ¿Has tenido alguna?

—No. En casa es muy complicado. Lo más cercano que estuve de una fue cuando vivíamos en Valencia. Mi tía recogió un perrito de la calle y se lo regaló a mis primos. Recuerdo que se llamaba Gatito.

—¿Gatito?

—Sí, Gatito.

—¡Je! ¿Y por qué le pusieron ese nombre?

—Es que Gonzalo quería un gato, pero mi tío solo les permitió tener una mascota, así que Ignacio, quien estaba súper emocionado con el perrito, al darse cuenta de que mi tío no cedería, se le ocurrió ponerle al perro Gatito. La explicación que Iñaki dio fue que aquella era la única manera de tener un gato y un perro.

Aidan soltó la carcajada, el argumento de Ignacio era una soberana locura.

—¡No te rías!— le reclamó, risueña, comiendo un pedazo de pizza—. ¡Eran unos niños!— se llevó la mano a la boca, intentando masticar rápido para continuar—. Ignacio apenas tenía siete años y Gonzalo nueve. Al final, Gatito se quedó con Gonzalo hasta que murió, poco antes de que viniera de Maracaibo.

—¿Y qué pasó con Ignacio? ¿Se aburrió del perrito?

—¡Nou! Solo que el Donum apareció y tuvo que olvidarse de seguir siendo niño— hizo una pausa, bajando el rostro.

—Ignacio no es tan malo como creíamos al principio. Por lo visto, quiere mucho más a Gonzalo de lo que es capaz de demostrar.

—Lo quiere mucho más de lo que demuestra. A veces me siento culpable por interferir en su relación de hermanos.

—No entiendo.

—Si mi Donum no hubiera aparecido, Ignacio no hubiese sido escogido como mi Custos. No hubiese sido obligado a entrenar para servirme.

—¡Hey!— le dijo tomando su mano—. Puedo asegurarte que él lo hace con todo el cariño del mundo. Para él, tú no eres una carga.

—No lo soy porque le enseñaron a no verme así. Es su obligación. Ignis Fatuus ha grabado su misión en lo más profundo de su subconsciente. Si pudiera, le libraría de semejante carga.

—Ellos están dispuestos a morir por ti. Dudo mucho que acepten hacerse a un lado, aún teniendo el poder para convertirles en personas "normales".

—Aidan, ¿no te gustaría ser "normal"?

—Mentiría si te dijera que nací para esto. La Fraternitatem era para mí lo mismo que la historia del Carretón, ¡una leyenda! ¡Claro, el Carretón si que me asustaba! Mas la Hermandad era un cuento infantil, tipo de hadas y esas cosas, una historia más propia para Dafne que para mí. Inclusive, odiaba las veladas en que mi abuelo nos obligaba a escuchar cómo Evengeline sacrificó su vida por Ackley y, en consecuencia, los dones se perdían. Mi hermana amaba la historia, anhelaba ser parte de esa gloriosa congregación que luchaba contra almas corruptas, y "el pato y la guacharaca", mientras que yo solo deseaba crecer y salir corriendo de casa, confiado en que no iba a ser obligado a escuchar, más nunca en la vida, algo que tuviera que ver con la Fraternitatem Solem.

—¿Y en qué momento cambió todo?

—Cambio— suspiró sonriendo, dando un vistazo más allá de su pizza— cuando te encontré llorando, temerosa porque Irina y Griselle te lastimarían. Ese día, y la tarde en que encontré a Ibrahim agonizando fueron los que marcaron mi destino dentro de la Hermandad. Me hicieron aceptar la misión.

—¿Cómo apareció tu Donum?

—¡Je!— resopló—. Estaba surfeando y por poco no me mata una ola. ¡En realidad fueron dos!— corrigió sonriendo—. Ese día la Neutrinidad hizo su magia, y desde allí he tenido un largo y escabroso camino. ¿Y el tuyo?

—Mi Donum ha estado siempre conmigo. Fue la causa de la muerte de mi madre, el motivo por el cual los Santamaría me adoptaron, lo que hizo que Gonzalo e Ignacio se volvieran mis Custodes y ustedes obtuvieran sus Menura. Siento mucho que tu vida haya cambiado...

—No lo sientas— le interrumpió—. El hecho de que al principio lo odiara no significa que reniegue de él en este instante. Estoy conforme con el destino que me tocó, me gusta ser un Primogénito, aunque el título legalmente no me corresponda. Para mí es un honor tener este Donum, aunque signifique no tener una vida ordinaria, ni...

Amina revolvía su té con el pitillo, deteniéndose para prestar atención en cuanto él se detuvo. Deseaba que continuara, aunque conocía muy bien lo que diría: «ni poder estar contigo». Subió su rostro dispuesta a animarle a continuar, olvidando que unos minutos antes habían acordado no volver a tocar el tema, cuando un agudo pitazo atravesó su oído derecho.

Conmovida por el dolor, subió el hombro, bajando su rostro, mientras movía rápidamente su mano para hacer presión en su miembro herido, intentaba mitigar el dolor. Sin embargo, no calculó su movimiento y, dando un manotazo, tumbó la bebida. Aidan se levantó. El malestar era tan fuerte, que se llevó ambas manos a la cabeza, contorsionando el rostro sudoroso.

—¡Amina! ¿Qué ocurre?— quiso saber Aidan, colocándose a su lado para ayudarla.

Estaba pálida, su cuerpo perdía calor rápidamente. Con la poca fuerza que le quedaba, Amina tomó el brazo a Aidan. El dolor estaba pasando.

—I...ña... ki— balbució—. Iñaki me... me ha robado... mi poder.

—¿Qué?

Aidan se iba a quejar, pero se irguió instintivamente: la única forma de que Iñaki se atreviera a robarle el Donum a su Primogénita era que su vida estuviera en peligro.

—¿Dónde está Amina?

—Creo que sigue en la escuela, no lo sé.

—¡Ven!— la tomó de la mano, cruzando su brazo sobre sus hombros—. ¡Vamos a buscarle! ¡De seguro nos necesita!

Ella asintió, dejándose llevar por Aidan, entretanto su cuerpo volvía, con lentitud, a la normalidad.  

Decidido a enfrentarse a los Harusdra, Ignacio salió de su escondite. Su Sello llamó la atención de sus enemigos, quienes, enfocados en el Custos, se olvidaron por un momento del Populo. Su campo de protección se extendió, proyectando seguridad a cada paso que daba. Sin apresurar su acción, caminó entre los caídos de la Hermandad. Sonrió, en cuanto los non desiderabilia comenzaron a dispararles.

Las dagas de hielo se introducían dentro del campo de protección como si este fuera de plasma. Ignacio podía sentir la vibración de cada una de ellas dentro de su campo, aun así tenía la energía suficiente para desviar su trayectoria una vez que pasaban el escudo protector. El ensordecedor ruido que las mismas producían dentro del campo le causó malestar auditivo, mas su determinación le impidió dar marcha atrás.

No podía seguir allí sin dar una respuesta apropiada a sus enemigos, por lo que comenzó a disparar sus balas de fuego. Sorpresivamente, de la palma de su mano brotaron flechas de fuego, las cuales surcaban velozmente el campo y el espacio que le separaba de los Harusdra. Miembros del bando contrario caían en la acera, pero no era suficiente.

Ignacio supo de inmediato que el cambio de balas por flecha se debía a la combinación de su poder con el de Amina, mas las astillas que habían penetrado su campo estaban mermando sus fuerzas, y la cantidad de energía que estaba empleando para mantener los Munera empezaba a agotarse.

Los non desiderabilias seguían atacando. Ignacio le daba una tregua al Populo para salir huyendo del lugar.

Llevaba más de diez minutos batallando, sin poder correr o hacer alguna proeza física para no comprometer su ya delicada situación, y sin embargo, ningún Primogénito aparecía. La ausencia de los mismos comenzó a preocuparlo, en especial porque alguno de ellos podía estar herido.

Conocía de antemano que los demás grados tenían clases, ese era el horario, por lo que cuatro de ellos tenían que estar, por obligación, en algún lugar del edificio. Ciertamente, no había tenido tiempo de corroborar la situación dentro del colegio, tampoco era positivo pensar que alguno estuviera herido.

Su pregunta fue rápidamente contestada por los Harusdra, quienes se dividieron en dos grupos, los que continuaron atacándolo y los que entraron al liceo. Su campo de protección se estaba debilitando, por lo que ya no servía de escudo para los estudiantes que huían por detrás de él, así que el pánico volvió a hacerse presente en el Populo.

Entre ellos se encontraban Dafne y Natalia. Ambas salieron corriendo del instituto, gritando. En sus rostros mostraban el horror y la angustia. Encontrarse rodeadas de enemigos, hizo que Natalia se paralizara, Dafne la tomó del brazo, obligándola a seguirle. Ignacio, providencialmente, se percató de que uno de los Harusdra cargaba una flecha de diamante, apuntando a su izquierda. Recordaba muy bien aquel tipo de flecha, era del mismo material de la saeta quese usó para herir de gravedad a Natalia.

Siguiendo la trayectoria del arquero, miró por encima de su hombro, observando a las chicas que corrían con los brazos entrelazados. Dafne servía de apoyo a Natalia, lo supo en el momento en que la última se cayó y la hermana de Aidan se detuvo a levantarla. El arco del enemigo se templó. Ignacio no tuvo siquiera que adivinar quién era su verdadero objetivo, corriendo hacia la chica.

Aidan era el portador del Donum, pero Dafne era la verdadera Primogénita, y existía la probabilidad de que fuera su descendencia y no la de Aidan quien heredara el Donum en un futurosin contar que, por un extraño cruce genético o por cuestiones del azar, la familia Aigner también portaba el sello del Prima, así que ambos hermanos eran indispensables para la Fraternitatem Solem.

Se lanzó sobre ella, sumergiéndola dentro de su, casi extinto, campo de protección. Dafne estaba un poco erguida, jalando por el brazo a Natalia, cuando sintió el impacto de un cuerpo que la arroyaba. La fuerza del choque hizo que soltara a su amiga, yéndose de espaldas. Ignacio la arropó con su cuerpo, colocando sus manos en espalda y cabeza para protegerla de la caída, refugiándola en su pecho. Con un veloz giro, el chico se dejó caer de espaldas recibiendo todo el impacto.

Dafne no se había percatado de quien era la persona que le había protegido, el alboroto y el miedo, no le permitieron ver a su salvador. Ambos giraron en la grama, introduciéndose entre los setos de cayenas. Fue allí cuando Ignacio se separó de la joven, desenredando con cuidado sus brazos para que no se lastimara. Le miró para comprobar que esta estuviera bien.

Las iris ámbar de la joven se encontraron con las oscuros y brillantes iris de Ignacio. Era la primera vez que estaba tan cerca de un Ignis Fatuus, en su frente resaltaba el rosado Phoenix, color de los Custodes, distinción que hasta ese entonces, el Solem no le había hecho a ningún miembro de la Fraternitatem. Metió sus manos, ubicándolas en el pecho de chico para quitárselo de encima, mas este no quería ser brusco al levantarse.

—¡Déjame!— tartamudeó—. ¡Debo ir por Natalia!

—¿Natalia?— preguntó levantándose.

Dafne se recuperó rápidamente, agachándose para ir por su amiga, cuando sintió un fuerte apretón en el brazo izquierdo.

—¿Adónde piensas ir?

—¡Eso no es tu problema!— le contestó de mala gana, intentando zafarse.

Ignacio le apretó con más fuerza, jalándola de tal manera que terminó sentándola en la tierra.

—¿Eres idiota? ¿Por qué crees que hice esto?— le reclamó enfurecido.

—No te pedí que me salvaras.

—Y no lo hice porque me diera la gana.

—Entonces, déjame continuar.

—Si sales allí y te matan, sentenciarás a tu Clan a la muerte, ¿eso es lo que quieres?— la soltó.

—¿De qué hablas?

—Por nacimiento, tú eres la Primogénita. Si sales allá y te matan, tu Clan se quedará sin descendencia.

—Acaso mi hermano...

—¿No conoces a tu hermano?— sonrió de medio lado—. Le aprecio, pero no por eso diré que es muy prudente con su vida. Y por lo visto, tú tampoco— se levantó—. No puedo continuar perdiendo mi tiempo contigo, pero espero que Ardere tenga en cuenta que si busca desaparecer es porque sus descendientes principales no les importa el valor de sus vidas.

—¡Espera!— le dijo tomándole de la franela—. ¿No irás por Natalia? ¿Me dejarás sola?

—Tu amiga debería aprender a cuidarse sola. Ya arriesgue mi pellejo por salvarla una vez y no pienso volver a hacerlo. En cuanto a ti— le miró, acercándose a su delicado rostro—, deberías quedarte aquí, entre los setos, y cuando veas que es el momento oportuno, vete de aquí.

—¿Me vas a dejar sola?— le reclamó al verle marchar.

—¡Uff!— resopló mirándola a cierta distancia—. No eres la única persona de la Fraternitatem Solem por la que debo velar.

—Aún así te niegas ir por Natalia.

—¡Je!— rió con malicia—. Considerate más importante que ella.

—¡Espera!— le volvió a sostener.

Ignacio le miró de mala gana. La conversación se estaba tornando muy larga y el tiempo se le estaba agotando.

—¿Qué?

Dafne titubeó, subiendo su mano hasta sus sangrantes oídos.

El oscuro fluido comenzaba a espesarse. Ignacio no se había dado cuenta de que sus tímpanos fueron afectados por las estacas de hielo que traspasaron su campo de protección. Dafne contempló la sangre de su enemigo, entre sus delgados dedos. Asustada, le miró, ¿aun en ese estado corrió a salvarla?

—¿Te encuentras bien?

—No es nada— le respondió bajando un poco la guardia, mientras se limpiaba con la franela la sangre que había corrido por su cuello.

—No deberías salir en esas condiciones— le aconsejó, inclinándose para verificar que su situación no fuera más grave.

—Gracias por preocuparte— sonrió. Ella le miró con incredulidad—. Es la verdad, pero es mi tarea. Tú solo cuida de no salir lastimada, ¿vale?

Sorprendida por su delicadeza, Dafne aflojó su agarre sobre su franela, asintiendo, gesto que Ignacio aprovecho para salir a contraatacar.

Lanzándose una vez más al ruedo, decidió ser más aguerrido. Se deshizo del Donum de Amina, valiéndose solo del fuego de su Donum; salió disparando sus bolas de fuego, pero esta vez tuvo la oportunidad de acercarse, soltó un par de puños, internándose entre el grupo de non desiderabilias que se había quedado en la entrada y comenzaban a rastrear su ubicación.

Convencido que era mejor desechar la idea de que algún Primogénito aparecería, gritó en un intento de recargar sus energías, cuando Ibrahim apareció volando desde el segundo piso del edificio. El Primogénito de Sidus había corrido acelerando a través del pasillo hacia la calle, traspasando la pared; cayó como un gato, reincorporándose para atacar. Apenas cruzaron miradas, intercambiando una sonrisa.

Ignacio se sintió aliviado de ver a un Primogénito salir del instituto, eso significaba que los otros seguían luchando. Ibrahim ganó confianza al encontrarse con Ignacio, Ignis Fatuus no les había abandonado.

Gonzalo vio su reloj. Eran las dos y media de la tarde. Preocupado, tomó la primera libreta que encontró y en tres zancadas llegó a la caja. Pagó y salió corriendo, llevándose a las personas que se cruzaban en su camino.

—¡Mierda!— exclamó colocándose el casco.

Le dio al manubrio haciendo que el motor rugiera. Arrancó con tanta fuerza que fue imposible controlarla, manteniéndose por un par de segundo solo en sus ruedas traseras.

Amaba el tráfico de Costa Azul, un poco vacío para ese momento, así que le fue sencillo desplazarse. Como si la suerte le bendijera, todos los semáforos que encontró estaban en verde, por lo que no tuvo que frenar ni una sola vez.

 Le hubiese gustado estar en modalidad neutrino, solo para atravesar edificios y personas, pero aquella situación, aunque era una emergencia personal, no era un asunto de la Hermandad. Tenía que llegar antes de que Ignacio saliera de la biblioteca y encontrara a Amina en la puerta, esperándolo, si es que ambos ya no se encontraban juntos.

Incluso, olvidó que su prima almorzaría en casa ese día, de seguro estaría desfallecida del hambre, todo porque él decidió verificar la calidad de las hojas de cada una de las libretas que habían en la exhibición. Estuvo por cuatro horas visitando librerías y centros comerciales para, finalmente, escoger el primer cuaderno que se le atravesó. ¡Hasta había olvidado comer! Pensó en llamar a Amina, pedirle disculpas de antemano por su falta de delicadeza, pero si se detenía a conversar se encontraría con la furia de Ignacio, y no deseaba escucharlo.

En cuanto divisó el instituto, se irguió. Tuvo la sensación de encontrarse dentro de una batalla campal. Aceleró la moto.

Su hermano estaba lanzando llamarada, la intensidad lumínica de las misma le preocupó. Algo no estaba marchando bien. Su cercanía a la escena le permitió dar un vistazo a la franela rosa de Ignacio, la cual lucía unos manchones rojos intensos en sus hombros. Gonzalo no recordaba aquel detalle en esa franela. Su corazón saltó con vehemencia en su pecho: su hermano no lucía una nueva franela, estaba herido y continuaba luchando.

De un brincó montó sus pies sobre el asiento, mantuvo recto el manubrio invocó su arco, soltándose, para disparar.

Dos flechas rojas como la lava pasaron por ambos lados de Ignacio carbonizando a sus contrincantes. Anonadado, volteó rápidamente, pensando en su hermano. Gonzalo salió disparado de la moto, cayó al suelo dando una voltereta y se puso de pie, ágilmente, para correr a su lado.

—¡Cuidado con las estacas!— le gritó Ignacio, cuando un grupo de ellas comenzaban a surcar el espacio.

Gonzalo le sonrió con malicia, pateando el piso, gesto con el cual se levantó un muro de magma entre ellos. Algunas lograron atravesar la cortina de masa incandescente, convirtiéndose en brasas ardientes. Gonzalo retrocedió.

—¿Qué diablos es eso?

—¡No están jugando Zalo! ¡Nos quieren matar!

****

El Puente Rafael Urdaneta sobre el Lago de Maracaibo, el más grande de Sudamérica, y el segundo más longevo del mundo y el único con salida al mar. 

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