¿No te gusta sufrir?

Había perdido el conocimiento. Fue lo primero que pensó Amina al darse cuenta de que el tiempo había pasado. Desde su posición podía escuchar los gemidos de Gonzalo y la complicada respiración de Ignacio. Sin duda alguna, sus primos no querían preocuparla, por ello estaban soportando con una paciencia digna de admiración, cuando ella solo quería quebrarse, llorar, gritar, suplicar que le arrebataran el Donum y la dejaran marchar. Pero nada de eso sería posible, sus gritos no conseguirían clemencia, lo único que lograría con ellos es hacer sufrir más a sus queridos primos.

La intensidad del sol que pasaba por los empañados vidrios del techo le indicaron a Ignacio que eran las dos de la tarde. No podía sentir el estómago, los dolores eran descomunales, y no era el único, desde donde guindaba podía escuchar las flatulencias de su hermano, una humillación extra a la que estaban viviendo. En condiciones normales, aquello sería una gracia para Gonzalo, pero ahora deseaba morir de la vergüenza.

El menor de los Custos también percibió el desvanecimiento de su Primogénita. En un principio, ambos se preocuparon, pero muy pronto se tranquilizaron. Aunque aquello no le iba a proporcionar un descanso a su cuerpo, por lo menos Amina se desconectaría del dolor. Es por ello, que cuando la vio abrir los ojos, este hizo un esfuerzo por llamar su atención. El cuerpo le dolía, habían pasado ocho horas en aquella posición, las suficientes como para sentir un adormecimiento en todo su sudoroso cuerpo.

—Amina. —Su voz salió en un cansado susurro. Se lamentó de llamarla, lo que menos quería era demostrar su debilidad, deseó poder tener un tono de voz más jovial, pero su afligido cuerpo no se lo permitía—. ¿Te encuentras bien?

—Parece que te tragaste a un anciano, hermano —le respondió Gonzalo.

Por un instante, Ignacio se sorprendió ante la respuesta de este. ¿Cómo era posible que todavía tuviera energía para bromear? Mas, ni siquiera con aquella pequeña burla, Gonzalo pudo disimular su situación: él también se encontraba muy afectado, y su voz no era mejor que la de Ignacio.

—Por lo menos, sigues manteniendo el ingenio —le respondió.

—Por los menos, no nos colgaron de las bo...

—¡Zalo! —intentó gritar Maia. Hizo un esfuerzo por reírse, pero más parecía que lloraba.

—Es una patética situación —confesó Gonzalo.

—Espera a ver el almuerzo —comentó Ignacio.

—¿Nos darán de comer? —preguntó con ingenuidad Amina. En el fondo agradecía hasta un poco de agua.

Las cortas y sufridas carcajadas no se hicieron esperar. El movimiento causado por las carcajadas solo complicaron su situación, pero poco les importaba padecer un poco más si con eso aliviaban las penas que les afligían emocional y psíquicamente.

—Quisiera comerme cinco cachapas con queso 'e mano, acompañado con una ración de chorizo y chicharrón. ¡Y tomar Coca-Cola hasta perder los riñones! —confesó Gonzalo. Nadie dijo nada—. ¿Ustedes que quieren?

—Las últimas dos hallacas que le rechace a mamá —le aseguró Ignacio. La sola mención de Gema, hizo que la nostalgia los invadiera: ¿Qué estarían haciendo sus padres en aquel momento? ¿Cuán preocupados estarían por ellos?—. Te juro que cuando salga de aquí me comeré un kilo de chigüire seco.

—¿Crees que estaremos fuera antes de Semana Santa? —preguntó Amina.

—La verdadera Fraternitatem no dejará que nos pudramos aquí —le aseguró Ignacio—. ¿Y tú que comerías, Amina?

—Arroz con leche... ¡Mucho arroz con leche! Me gusta la cremosidad con que mi ma... —Se interrumpió, las lágrimas amenazaban con romper su garganta, pero llorar solo afligiría a sus hermanos.

—Los labios de Aidan. —Soltó Gonzalo, al darse cuenta de que su prima no podría continuar—. Te aseguro que se comerá los labios de Aidan.

Mágicamente, Gonzalo había hecho que sus lágrimas se transformaran en sonrisa. Aun así, el recuerdo de todos los que estaban en libertad le hería. Ella sabía muy bien, que cada uno de ellos se encontraban preocupados por su situación. 

No sabía cuanto más podía aguantar, su cuerpo no era fuerte. Pero si Amina se preocupaba por su resistencia física, Ignacio tenía una preocupación mayor: las marcas espirituales, esas que desde ahora iban a estar impresas en su ser, el motivo por el cual él se había mostrado cruel con todos los que lo rodeaba, la razón por la cual se estaba esforzando para salvar a los suyos.

Iba a decirles algo cuando las puertas se abrieron. Ignacio sonrió con sarcasmo, Arrieta seguía manteniendo sus viejos métodos, por lo que sabía que esperar en el almuerzo.

—Intenten caer de lado — les recomendó, antes de que Arrieta hiciera acto de presencia.

Gonzalo y Amina no entendieron, hasta que el jefe de los Prima ordenó que los bajaran. Las amarras de Gonzalo fueron soltadas de improvisto, comprendiendo la recomendación de su hermano. Como pudo se giró, dándose un duro golpe en el hombro. No tenía que ser un genio para saber que se lo había dislocado. Pronto escuchó el grito de miedo de su prima al descender en el aire, y luego el que ocasionó el impacto. Como pudo intentó voltearse.

—¿Estás bien? —le preguntó con un tono de voz cargado de dolor, pero ella no le respondió, solo gimió.

Era el turno de Ignacio.

—¡Esperen! —ordenó Arrieta, dando algunos pasos para acercarse al joven—. Amas el dolor, ¿no es cierto, soldado de Ignis Fatuus? —se burló.

Si Arrieta pensaba que Ignacio iba a suplicar, el joven no lo hizo, solo sonrió, por lo que fue elevado un par de metros más sobre su posición original, para luego ser soltado. Con las pocas fuerzas que le quedaban, Ignacio protegió su cabeza, una caída de cinco metros podía ser mortal. Era consciente de que terminaría muy lastimado.

Gonzalo y Amina escucharon el golpe seco de la caída. La chica quiso gritar, pero se contuvo llorando, Ignacio no le perdonaría si mostraba algún signo de debilidad por él ante Arrieta. En cambio, Gonzalo miró con odio a su verdugo: no le perdonaría al Prima de Ignis Fatuus lo que acababa de hacer.

Por su parte, Ignacio agradeció estar amarrado, sus caderas y hombros se vieron seriamente afectadas, mas eso no le preocupaba. Sabía de antemano que Arrieta necesitaba presentarlos sanos ante la Coetum por lo que les suministrarían asistencia médica, por lo menos la necesaria para calmar sus dolores corporales. Sin embargo, no pudo evitar morderse los labios hasta hacerlos sangrar, hasta ese punto llegaba el dolor que sentía.

Arrieta se arrodilló, tomando con una de sus manos el rostro sudoroso de Ignacio para obligarlo a mirarle.

—¿No te gusta sufrir? —se mofó al ver como la sangre corría por su barbilla.

—¿Por qué crees que me he mordido?

Con ira, Arrieta lo soltó, mientras Gonzalo lo miraba con miedo e incredulidad: el cinismo de su hermano era digno de admiración. Era esa actitud la que muchas veces le provocaba caerle a patadas, eran esas las respuestas que hacían que se ganara el repudio de todo el que lo rodeaba, pero ahora, simplemente, lo admiraba. Sonrió, y si sus manos estuvieran libres le aplaudiría.

Quizá el tono y las respuestas que Ignacio le daba a Arrieta terminarían por ocasionarle más problemas, sin embargo, el joven Custos expresaba lo que Gonzalo y Amina no se atrevían a decir. El primero porque su carácter amigable no le permitía tal grado de acidez, y la otra porque aún tenía mucho miedo de complicarlo todo. Amina prefería que Ignacio se expresara por todos, de la forma como lo hacía, por eso no le reprochó, si ella lo hacía, solo complicaría la vida a todos sus seres queridos.

Aurum se encargó de recibir al Prima de Ardere y Lumen. Todos seguían preocupados por la situación de la Primogénita de Ignis Fatuus. El castigo de su Prima podía traer un nuevo cisma dentro de la Fraternitatem Solem, eso sin contar que ninguno confiaba en Arrieta, y que si este decidía someter a los jóvenes a la Umbra y arrebatarle los dones, no tenían ni la menor idea de quién sería el encargado de administrar tal poder.

—¿Qué información han podido obtener? —preguntó Susana.

—Nada. Seguimos igual que ayer —le aseguró Zulimar.

—Te sirve la confirmación de que se encuentran en La Mazmorra —confesó Fanny, entrando a la habitación.

—Esas no son buenas noticias —afirmó Andrés—. Si se encuentran en La Mazmorra quiere decir que los están torturando.

—Debemos hacer algo. —Se atrevió a decir el sr. Guevara—. Arrieta podría posponer el juicio por tiempo indefinido, y eso sería mortal para los chicos.

—Sin embargo, actuar intempestivamente solo nos traería problemas con el resto de los Clanes —dijo Elías.

El silencio se hizo en el lugar. Si Arrieta los tenía en La Mazmorra, solo él tenía acceso a aquel lugar, por lo que ningún miembro de la Fraternitatem podían entrar en ese sitio sin el consentimiento de este. Por otro lado, el plazo de una semana estaba resultando ser un intervalo de tiempo muy largo, teniendo en consideración que los chicos podían sucumbir ante las torturas. Ellos se encontraban a la merced de un psicópata, el cual se atrevería a cualquier cosa.

—Si mañana no nos llaman al Consejo, Aurum lo convocará —determinó Samuel.

Sus palabras no solucionaban nada, pero al menos era una esperanza para comprobar el estado de los detenidos. Conformes con la resolución de Aurum, los tres Clanes estrecharon las manos.

Andrés fue uno de los últimos en salir del edificio, topándose con el Primogénito, quien le saludó con una amistosa sonrisa. El joven tuvo intenciones de detenerse, pero continúo por su camino, lo que le hizo inferir a Andrés que deseaba conocer la información que manejaban, pero en el último momento se arrepintió, quizá prefería interrogar a su Prima

A pesar de ser un chico tan musculoso, en su mirada existía inocencia, esa niñez tan propia de su Aidan.

Bajando el rostro, cerró sus ojos, ¿qué era lo que estaban haciendo con esos niños, sus niños? Sintió miedo por los niños de Ignis Fatuus, desprotegidos, en manos de un mercenario, de un hombre indigno de llevar el Sello del Primado. 

Arrieta tenía un pasado oscuro, él lo sabía, antes de aceptar reunirse nuevamente con el Clan del Phoenix, los Clanes investigaron, descubriendo una historia turbia detrás de aquel nombre.

Apretó sus puños cuando sintió una mano fuerte aferrarse a su hombro

Ardere no puede esperar tanto. Es una deuda de antaño.

Andrés levantó su rostro, descubierto la tez negra de Alexander, y detrás de este el resto de su Prima. Asintió, por lo que el hombre sacó su celular, dirigiéndose con pasos firmes hasta su auto. Él era el encargado de las tropas élites de Ardere, ejército del cual ni su Primogénito tenía conocimiento.

Caraotas y agua, eso fue lo que los jóvenes encontraron en sus celdas, cuando fueron arrojados a ellas. La comida estaba fría, en contraste con el agua tibia. Gonzalo se arrastró hacia el plato, emocionado por probar bocado. Maldijo a Arrieta al darse cuenta de que aquella comida solo los enfermería, pero necesitaba comer, y aquello era mejor que nada.

Con sus manos devoró los duros granos y tragó el litro de agua hasta sentir que su estómago reventaría. Poco le importaba lo que le pasará después. La sensación de sentir el estómago lleno le hizo olvidar el terrible dolor de su brazo. Esos animales que le habían devuelto a la celda solo le habían causado más dolor en el trayecto.

Recostó su cabeza en el colchón, llevando la mano de su brazo herido a su estómago. En su cuerpo había una insana competencia de dolor, cada una amenazaba con ser más fuerte que la otra, pero finalmente su brazo dislocado volvía a repuntar, o eso pensaba hasta que una fuerte punzada traspasó su estómago. 

Los retortijones comenzaron a ser anormales. No supo como se levantó del suelo para correr al retrete, aunque si fue consciente de lo agobiado que su cuerpo se encontraba, cuando cayó como peso muerto ante el W. C. Para irse en vómito.

—¡Maldito, Arrieta! —pensó, mientras lloraba por el ardor de la nariz—. ¡Mil veces maldito!

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