¡No te dejaré ir!

Fuerte y claro, los primeros rayos cayeron sobre el rostro de Amina. Levantándose, salió de la cueva. Tomó un poco de agua y se aseó.

Arrodillada, observó el vasto valle. La neblina lo cubría todo. La fragancia a hierba y tierra húmeda llenó de vida sus pulmones. 

Limpió su mano en el blanco pantalón, se acomodó el abrigo tipo capa echándose uno de los bordes sobre el hombro y se arregló la crineja, inspeccionando el lugar. 

Aidan abrió los ojos. La cálida llama seguía ardiendo sobre la roca pero su dueña no se encontraba con ellos. Con sumo cuidado se zafó de Eugenia, quien seguía profundamente dormida, y salió en busca de Amina.

La neblina le dificultaba la visión, y el frío hizo que se estremeciera.

No vio a Amina por ningún lado. Decidió asearse para ir en su búsqueda, no desayunaría sin ella.

Tanto era el frío que se subió el tapaboca del abrigo y cubrió sus cabellos con la capucha. Caminó hacia el este, atravesando la trocha para llegar al anfiteatro frente a la Laguna La Victoria, en el se encontraba la chica, observando una extensa pared de piedra.

—Estás aquí.

Amina se volteó, con una tímida sonrisa.

—¡Buenos días! —Lo saludó.

—¡Buenos días, Maia! ¿Alguna novedad?

—No. Solo tengo curiosidad por este lugar. No es igual a los otros.

—Parece la vulgar pared de un malecón.

—Lo mismo pensé —le aseguró—. De hecho, intenté buscar otro camino pero, salvo por el que hemos venido, no he encontrado nada más.

—Quieres decir que estamos en un callejón sin salida.

—Eso o estamos en el sitio adecuado. Como sea, debemos alistarnos. No quiero llevarme una sorpresa.

—Eugenia está preparada —le aseguró.

—Yo no lo pongo en duda, Aidan, pero no sabemos con qué nos vamos a encontrar.

—¿Hubieras deseado estar aquí con Ignacio?

—En cierta forma, pero no por los motivos que imaginas.

—¿Y puedo saber cuáles son esos motivos?

Amina bajó su rostro, negando con una sonrisa. No podía revelarle toda la verdad.

—Desde que fui sometida a la Umbra no he podido recuperar mi poder, eso lo sabes. —Aidan asintió—. Pero esto... —Se tomó con la mano el cuello del abrigo, descubriéndose la piel. Aidan contempló el Sello de Mane—. Es consecuencia de que el Donum principal se haya ido. No solo el sello de Mane se ha revelado, también lo ha hecho el de Astrum.

—Lo sé.

—Montero me recomendó no estar lejos de mi Custos. Ya lo viste en la playa, un beso suyo hará salir lo mejor de mí.... —suspiró—. El punto es que hay dos Sellos... Esperan que salga otro más —confesó—. Todos luchando por controlar el poder del Phoenix, pero aún Ignis Fatuus sigue allí. Ése y no otro es el verdadero motivo por el cual necesito a Ignacio. Su familia proviene de la rama de Mane, tenemos la creencia de que él o Gonzalo, uno de los dos, será el Primogénito. Tenerlo cerca le da equilibrio al poder de mis Sellos —aclaró para que Aidan no malinterpretara lo del beso.

—Eso explica tus cambios de humor y... —tragó—. ¿Por qué no me lo habías contado?

—Te dije que no éramos amigos, Ardere.

—Que yo recuerde, en éso no fue en lo que quedamos.

—Lo siento. No tuve tiempo... quizás pensé que lo malinterpretarías todo.

—No es un asunto tan turbio.

—No quería que nadie más se enterara.

—¡Jamás le contaría a Eugenia!

—¡Eugenia! —bufó. Aidan no respondió y ambos se miraron fijamente—. Ella me cae bien. A diferencia de Irina y Natalia, creo que esta vez has sido sensato al escoger... No creo que esto nos lleve a un buen lugar.

—¿Estás asustada? —preguntó, recordando que pronto volvería a la prisión de la Hermandad.

—No tienes que preocuparte por mí. La decisión de la Coetum ha sido la más acertada y yo me siento feliz por eso —mintió.

—¡Chicos! —les llamó Eugenia, frotándose los brazos.

—Creo que tiene frío —le susurró Amina, caminando de regreso a la cabaña.

Aidan la entendió. Sonriéndole a Eugenia, la abrazó, siguiendo a Amina.

Cuando entraron a la cabaña, la chica ya se encontraba comiendo.

Maia se había acostumbrado a verlos juntos, además que había sido sincera con Aidan en reconocer que Eugenia era una buena persona, era la única que consideraba como la chica perfecta para hacerlo feliz y, de que se veían muy bien juntos.

Sin embargo, algo le preocupaba. Las punzadas en su muñeca comenzaban a recorrerle todo el cuerpo. Si tenían un enfrentamiento e Ignacio no se encontraba con ella, todo se saldría de control.

—Estamos listos para continuar —informó Aidan.

—¿Cuál es el plan? ¿Has tenido información de los otros? —preguntó Eugenia.

—Mis primos no se han puesto en contacto conmigo y no los quiero molestar. Pueden que estén en pleno desarrollo de algo y yo los interrumpa. Lo menos que deseo es que se pongan nerviosos sin causa aparente.

—Maia no olvides que pueden estar aquí en un parpadeó. En especial, Ignacio. Dominick está en su equipo —le recordó Aidan.

—Lo recuerdo. De pana, lo necesitaré a mi lado si surge algún problema.

Aidan asintió. Eugenia se sentía un poco fuera de lugar en aquella conversación, mas notó que el rostro de Amina comenzaba a contraerse más de lo normal.

—Creo que deberíamos examinar la laguna —propuso Aidan—. De lo contrario, habremos perdido nuestro tiempo.

—Si no hay más camino, ¿para qué insistir?

—Tienes razón, Aidan —respondió Maia. La mirada de Eugenia se desorbitó, ¿acaso no le iban a prestar atención?—. Están secuestrados, así que pueden encontrarse en el estómago de cualquier laguna, y ésa es curiosamente, extraña.

No discutieron más sobre el asunto. Eugenia no tuvo más remedio que obedecer a los Primogénitos. Aquello no se trataba de una cuestión de simpatía, Aidan haría lo que Amina propusiera por el simple hecho de que Ignis Fatuus seguía teniendo un excelente dominio de tácticas y estrategias de combate.

Amina salió de la cabaña, con la pareja trás ella.

—Iré primero —dijo, mirando al horizonte.

Cruzó la trocha, con mucho cuidado, las piedras que la rodeaban estaban muy húmedas. Del otro lado de la empalizada escuchó murmullos. Se detuvo.

Hace menos de cuarenta y cinco minutos la orilla de la laguna se encontraba sola, nadie había pasado frente a la cabaña en donde se encontraban, por lo que la única explicación tangible que se le podía ocurrir es que el grupo de Dominick estuviera allí o que, efectivamente, aquel era el lugar donde los Harusdra se refugiaban.

Le hizo una seña a Aidan, este tomó de la mano a Eugenia para detenerla. Él se quedó con ella, mientras Amina iba a inspeccionar.

La chica se asomó con cautela y los vio: el Umbra Mortis se encontraba con una joven, una muchacha cuyo poder revelaba que se trataba de la Imperatrix. Se recostó de la pared, haciéndole una seña a Aidan para que retrocedieran, este obedeció.

—Deben irse —les aconsejó Amina.

—No pienso dejarte sola.

—Tienes que sacarla de aquí, Aidan.

—Yo puedo defenderme —le respondió Eugenia.

—No es momento de ser insensatos. Los tres no podremos con la Imperatrix y con el Umbra Mortis —le aseguró Maia.

—Eugenia tiene razón. Estamos preparados, nos hemos entrenado muy bien. Ardere está al nivel de cualquier Clan.

—Aidan, por favor. No me hagas pasar otra vez por esto. —Le rogó Maia.

—¿Pasar por qué? —Le cuestionó molesto.

—¡Basta! —Se interpuso Eugenia entre los dos. Tenía que evitar que Aidan revelara su situación—. No tienes porque discutir con ella, si como Clan hemos tomado una decisión. —Fue inevitable para Amina que sus ojos se llenaran de lágrimas, aun así sostuvo la mirada de Aidan—. Ardere ha decidido enfrentarlos y tú no perteneces a nuestro Clan. —Sus duras palabras hicieron que Amina la mirara molesta—. Él es el Primogénito y yo soy su Oráculo, juntos tenemos más poder del que tú puedes tener con tu Phoenix.

—¡Hagan lo que quieran! —Dio la media vuelta—. La estupidez es algo de origen. Pero la Imperatrix es mía.

—La Imperatrix fue una Ardere. Eugenia y yo la enfrentaremos.

—Como quieras —respondió con amargura.

Ni siquiera pudo dar un paso para acercarse a la trocha, pues Eugenia y Aidan se le habían adelantado.

Supo de inmediato que aquel ataque sería un desastre: el poder del Oráculo de Ardere estaba por debajo de las técnicas de entrenamiento de sus padres, Leticia e Israel, y ella reconocía que eran muy buenos. Por otro lado, Aidan terminaría siendo un estorbo si la chica era herida.

Quedarse a pensar no retrasaría los acontecimientos, menos aún cuando Ardere se había perdido de su vista. Corrió detrás de ellos.

En cuanto puso un pie en el anfiteatro, las dagas del Umbra pasaron rozándola. Amina sonrió, acercándose velozmente a su objetivo. Abrió sus manos, y las ráfagas de un devorador fuego azul salieron de ella como aves, tragándose las dagas.

—¿Piensas debilitarte?

—¡Idiota! —Sonrió el chico de medio lado.

Teodoro no pudo ver en qué momento Amina se acercó tanto a él. Los golpes eran bloqueados por la chica, con una velocidad vertiginosa. Él sabía que tenía que llevarlo a otro nivel, por lo que desenfundó la espalda, Amina tuvo que dar un salto mortal hacia atrás para esquivar el ataque.

El Sello de Mane palpitó en su cuello, agachándose para huir del hierro. Sintió golpes de energía salir de su cuerpo. Girando, terminó por meter parte de su botín en la boca del estómago del Umbra. Este, a pesar del dolor, continuó blandiendo la espalda, intentó herirla, pero un poder que desconocía lo golpeó con una fuerza tan descomunal que lo hizo retroceder cinco metros.

—¡Maldita! —le dijo—. ¡Posees otro Sello!

Amina subió una de las comisuras, en una sonrisa de suficiencia.

—Y eso no es todo lo que puedo hacer.

Las alas del Mane se dibujaron en su espalda. No podía volar, no mientras el Sello de Ignis Fatuus continuara sumergido en el letargo en el cual lo había dejado la Umbra Solar.

Teodoro contraatacó, estelas comenzaron dibujarse en el cielo. Amina sintió un gran poder descender del mismo, cerró sus manos sobre su pecho concentrando su energía en el Sello dormido, desplegó las alas y saetas de fuego aparecieron alrededor de ella.

La mirada de Teodoro se inyectó de ira, dando un paso hacia atrás: sus dagas de hielo fueron atacadas por las saetas de Ignis. Amina le sonrió, no se estaba esforzando, no lo necesitaba.

Al Harusdra no le quedó más remedio que retornar al ataque físico, mientras que en el firmamento sus Munera se enfrentaban. Se hizo con la espada, pero esta vez, la Primogénita no usó la suya, en un rápido movimiento de agachó, quedando posicionada debajo del hierro, subió sus manos, haciéndose con las muñecas del joven, aprovechando la velocidad del movimiento terminó de girar, logrando hacer un corte poco profundo en las costillas de Teodoro.

Su traje blanco se manchó de la sangre maldita del Umbra Mortis. Sacó su espada para dar su golpe final, su vida le pertenecía, cuando un grito la detuvo.

Volviéndose rápidamente, contempló a Eugenia doblada, con las manos alrededor de un fino metal que la Imperatrix había introducido en su estómago. La joven dio un paso atrás, tambaleándose, entretanto Aidan corría a su encuentro.

Amina sabía que Natalia no dejaría que se marcharan sin antes arrebatar la vida de uno de ellos, por lo que extendió su mano derecha, arrojando a Teodoro por los aires, hasta dar contra la lisa pared de piedra de la montaña, y corrió a repeler a la Imperatrix.

Natalia la miró. El poder que le había golpeado le hizo retroceder lo suficiente como para perder terreno. Intentó atacar de nuevo, pero Amina se había encerrado en su campo de protección.

Aidan tenía a Eugenia recostada en su regazo. La joven había palidecido terriblemente. El dolor comenzaba a ser insoportable y los huesos empezaban a arderle.

Amina se acercó, observando los amorosos ojos de Eugenia al contemplar el afligido rostro de Aidan. Haciendo un esfuerzo, la chica llevó su ensangrentada mano hacia las mejillas del muchacho, bañando sus rubios mechones de sangre. Sonrió, en el momento que un hilillo del líquido vital manó de sus labios.

—¡No, Eugenia! —suplicó llorando—. Tú no, ¡por favor!

La chica hizo un intento por hablar, pero no podía. Tenía miedo. No quería morir así.

Amina se agachó frente a ella, mirándola. Tomó una de sus manos, obligándola a verla. Aidan también la observó.

—No es mucho lo que puedo hacer por ustedes —le dijo Amina—. Mi Donum no está en las condiciones que debería estar —explicó—, pero puedo intentarlo. —Besó el Sello de Ardere de Eugenia, luego su frente—. Te acabo de ceder parte de mi Donum de Telepatía. Puedes hablar lo que quieras con Aidan, en cuanto yo salga del campo.

Aidan se asustó. Inconscientemente, soltó la mano de Eugenia, tomando a Amina del brazo con fuerza.

—¡No te dejaré ir!

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