Nada más peligroso que el corazón

Zulimar y Aurum no vieron apropiado llamar a la Coetum a sesionar. El secuestro de dos miembros de Lumen por parte de una joven que consideraban una noble Ardere, la cual terminó siendo la nueva Imperatrix, debía ser manejado con prudencia dentro de la Fraternitatem, en especial porque una de las personas desaparecidas pertenecía a la principal familia del Clan de Itzel.

Adicionalmente, los recientes asesinatos y el no saber diferenciar quién era aliado y quién no, complicaban todo lo sucedido.

Elías vio más sensato reunirse con sus aliados de Ardere e Ignis Fatuus antes de dar la noticia a Susana, mientras Samuel se encargaba de trasladar a su malherido Primogénito a la reunión que estos tendrían en la playa.

Samuel se había encargado de recoger a Dominick. En cuanto reaccionó, lo trasladó a la residencia de la playa, en cuanto este pudo reaccionar. Le dolía el cuerpo, pero más allá de su aflicción física, lo que verdaderamente le atormentaba era que no había podido hacer nada para ayudar a la joven y a Luis Enrique. 

Durante todo el trayecto, Samuel no dejó de preguntarle qué era lo que había ocurrido, pero el chico no podía explicarse. Ni siquiera él lo sabía.

—Tendré que dejarlos en la casa de Aurum —les dijo Israel, mientras conducía hacia la playa.

—¿Tan grave es lo que pasó? —quiso saber Maia.

La mirada cargada de angustia de su padre habló por él. No podía dudar que la Fraternitatem se encontraba nuevamente en problemas, y que, una vez más, ellos debían ayudar. 

Aunque Maia se cuestionó si los otros estarían dispuestos a compartir con ellos, luego de que habían descubierto que eran unos asesinos.

Israel se estacionó frente a la residencia y Amina no dudó en bajar del auto, pero Ignacio se detuvo, mientras su prima entraba a la casa.

—Tío... Puede ser sincero conmigo.

Israel se volteó, reflejando gravedad en su cara.

—Han secuestrado a dos miembros de Lumen —soltó—. Uno es un chico, la otra es la hija menor de Susana.

Saber que Loren había sido secuestrada fue un duro golpe para Ignacio, quien cayó abatido por la pena sobre el mueble trasero del auto. Israel lo vio palidecer, conociendo una nueva faceta de su sobrino.

—¿Quién ha sido?

—Dicen que Harusdra.

—¿Quién lo dice? ¿Cómo lo saben? ¿Cómo pasó?

—No sé cómo ocurrió, Ignacio. La tragedia es reciente. Lo único que te puede asegurar es que fueron non desiderabilias porque el Primogénito de Aurum lo presenció.

—¿Lo presenció?

—Sí.

—¡Llévame con Lumen! —exigió, trancando la puerta.

Israel no pudo oponerse, fue un movimiento involuntario echar a andar el auto como si no pudiera llevarle la contraria a su sobrino.

Mientras, Ignacio iba destrozado, pensando cómo podría Itzel soportar tan dura realidad.

Amina caminaba de un lado al otro en el balcón. No tenía ni idea sobre el paradero de Ignacio, pues se suponía que había ido detrás de ella. Intentó, en vano, comunicarse con él, debido a que no atendía, al igual que Gonzalo, quien seguramente se encontraba en camino.

La lluvia comenzó a caer sobre Costa Azul. Lamentándose de ser la primera en llegar y de la soledad en la que se encontraba, sacó su teléfono del cárdigan, pensando si debía o no pedirle a su padre que fuera a por ella. Él no tendría ningún inconveniente en recogerla, y atendería su llamada.

Pateó el suelo, la indecisión la estaba matando.

Lo cierto era que no deseaba estar sola en aquel sitio, menos sabiendo que Dominick o Aidan podían aparecerse sorpresivamente. 

Sin embargo, más temía encontrarse con el Primogénito de Ardere que con el de Lumen, sobre todo después de aquel beso en el cumpleaños de Dominick y de ser descubierta in fraganti, asesinando a una familia de su Clan. Y estos pensamientos comenzaban a deprimirla.

Respiró profundo. Con actitud de derrota, echó su cabeza hacia atrás y suspiró casi a punto de llorar.

El cielo se había cubierto de blanco y más que costa parecía estar en algún lugar de Mérida. El mar se encontraba embravecido, pero era tan fascinante verlo que, llevándose las manos a los bolsillos, se entregó a contemplar el paisaje.

El viento impulsaba las gotas hacia ella, pero no le molestaba. ¡Era tan agradable sentirlas! Aquel estado de embriagadora felicidad le hicieron desear lo que ya no tenía: una vida normal y el beso que Aidan le dio aquella noche. 

Hubiese deseado no estar allí, pero quizás su presencia pudiera ser de alguna ayuda. Quizás sus amigos volverían a confiar en ella, y probablemente las asperezas que se habían ido acumulando entre Dominick y ella pasarían a otro plano.

Sacudió su cabeza. En lo único que realmente debía pensar era en Teodoro y en lo que había ocurrido en la Fraternitatem.

¿Qué fue lo que hizo que su padre la sacara del consultorio, abandonándola en la vacía residencia de Aurum?

Israel cumplió con la promesa de dejar a Ignacio en la casa de los Perdomo, pero esta se encontraba vacía. El joven supo de inmediato que si no se encontraban en casa era porque de seguro asistirían a la reunión que los Aurum había convocado.

Su tío se había marchado, así que sacando su celular, e ignorando las llamadas perdidas de su prima, se comunicó con su hermano, quien quedó en recogerlo camino a la residencia de la playa de Aurum.

Tenía que llegar antes de que le informaran a Itzel que su hermana había sido secuestrada.

El semblante oscurecido de los Aurum solo auguraba malas noticias. 

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Andrés en cuanto puso un pie en la oficina.

Tras él llegó Israel, pero todavía Susana no se había presentado. Jung miró al padre de su Primogénita, y este afirmó con su rostro de que los chicos estaban en el lugar indicado.

—No creen que es mejor decir algo antes de que llegue Susana —propuso Andrés.

—Hay otra persona de nuestro Clan que me gustaría le permitiéramos estar en la reunión —intervino Jung—. Quizás algunos tenga sus reservas para con él, pero a mi juicio él conoce un poco más sobre los non desiderabilias y cómo actúan.

—Puedes traerlo —respondió Elías—. Cualquier persona que pueda ayudar es bienvenida. Igual no podemos empezar la reunión hasta que Alexander, Omar y Samuel estén aquí.

Alejándose del resto, Jung hizo una llamada, recibiendo una respuesta afirmativa de parte de Monasterio. 

Desde el umbral de la puerta de la residencia de Aurum, escondido, Aidan observaba a Maia.

Había llegado mucho antes que el resto, incluso acordó encontrarse allí con Eugenia, pero nunca pensó que Amina se le había adelantado.

La observó pasear por el balcón y entregarse a la contemplación de la salvaje naturaleza. Era una imagen tan sublime que pensó en tomarle una fotografía, pero guardar aquel momento en su mente sería mucho más valioso.

La chica dio la media vuelta para entrar, de nuevo con el celular en la mano, cuando él dio un paso al frente.

Amina saltó, el teléfono se le resbaló. Aidan corrió a atajarlo, mientras ella se llevaba las manos al corazón del susto.

Tan relajada estaba que no lo atacó.

—¿Te has vuelto loco? —le gritó—. ¡Pude haberte atacado!

—Pero no lo hiciste. —Sonrió, arrodillado frente a ella, tendiéndole el celular. Amina lo tomó—. ¡Lo siento!

—¿Qué haces aquí? —le preguntó sin verlo a los ojos.

—Creo que lo mismo que tú. Hemos sido convocados por Dominick, y creo que nos toca esperar.

—Entonces, te dejó para que lo hagas con total tranquilidad.

En cuanto pasó por un lado, Aidan sujetó su brazo.

—No te vayas por favor.

—¡No, Aidan! ¡No! ¡De pana! Tú y yo somos como agua y aceite. Si estamos cerca más de dos segundos terminamos molestos.

—Te prometo que no haré nada para molestarte —le aseguró levantando su mano.

—¿Te teñiste el cabello de azul? —preguntó intrigada, acercándose para verlo mejor en la claridad.

Él sonrió, dejándose llevar por ella. Era tan bueno sentirla cerca. No podía dejar de contemplar cada uno de sus gestos, el movimiento de sus cejas y sus ojos al supervisar el color de su cabello.

—¡Me lo teñí cuando salí del examen! —confesó como un niño travieso—.Vi una foto del carnaval y quise...

—¿Una foto? —lo interrumpió.

—Sí, esa foto en donde estás...

—Ya. —Le cortó, dándole un poco de espacio—. Esa vez me dijeron que tu cabello era morado, no azul.

—¡Sí, morado! Es que quise saber cómo me quedaba este color, por si aquel día no tomé la decisión adecuada —explicó—. En aquella foto estábamos abrazados. Éramos amigos.

—Yo tenía un Sello que no me dejaba ver lo idiota que eras.

Aidan rio, recostándose del balaustre. Su actitud relajada sacó de sí a Amina, ¿acaso no se iba a molestar?

—¿Alguna vez te has enamorado? —el chico le preguntó, volviendo sus verdes ojos hacia ella.

Amina palideció. ¿Le estaba haciendo ese tipo de pregunta? Es más, cómo se atrevía a verla tan aterradoramente encantador. Tuvo necesidad de golpearlo y borrarle tan angelical faz.

—No doy consejos amorosos, si vas a preguntar —contestó ella.

—No. Solo quería saber.

—Sí. —Lo imitó, recostándose también del balaustre.

—¿Y qué pasó?

—Lo de siempre. Conoces a alguien, crees que es la mejor de las personas y termina siendo un completo...

—¿Idiota?

—Imbécil —respondió.

—¿Tanto lo querías? —preguntó sabiendo que aquella persona era Dominick.

—Fue complicado, Aidan... Y las relaciones complicadas nunca terminan bien.

—¿Acaso se atrevió a dejarte cuando tu Prima te encerró?

Amina bajó el rostro, cerrando sus ojos. Por primera vez en su vida tuvo ganas de ahorcar a Eugenia, de salir corriendo de aquel lugar.

No podía decirle a su "querido Aidan" que su novia había decidido robarle la tristeza y la olvido por completo. La olvidó en lo que a sus sentimientos se refiere, y ella, como todos los demás, había tenido que hacerse la idea de que nada pasó, por el bien de la Hermandad.

—Soy una Primogénita, Ardere. —Lo miró—. Mi Clan es...

—Uno de los más fuertes, lo sé. —Miró hacia el mar—. ¿No era de tu Clan?

—No. Por eso, lo más sano fue dejarlo hasta allí.

—Entonces, ¿por qué lo llamaste "imbécil"?

—Porque fue incapaz de esperar a que le explicara lo que me estaba ocurriendo y corrió a refugiarse en su Clan.

—¿Acaso es un Primogénito?

—No quier... —respondió cortante. Aquella conversación le estaba haciendo mucho mal—. Como verás, Ignis Fatuus no se cansa de equivocarse.

—¿E Ignacio?

—¿Iñaki? —Sonrió con ternura—. Él es lo mejor que tengo en este momento. Es el mejor compañero.

—¿Lo amas?

—¿Acaso yo te he preguntado si amas a Eugenia? Además, por qué... —Se volteó a verle—. Me estás...

—No —la interrumpió—. No sé si la amé. —La miró a los ojos. Amina sintió un flechazo en su corazón, ¿hasta cuándo lo amaría?—. Es que... —se interrumpió bajando la vista—. Últimamente, no dejo de pensar en otra persona.

—Eso te hace un imbécil —le respondió , irguiéndose.

—¿Ya te vas?

—No puedo aconsejarte en tu situación.

Amina iba a dar media vuelta, pero él la sujetó, atrayéndola hacia él.

—No te vayas —le pidió, abrazándola con fuerza—. No me dejes sin antes responderme..., ¿por qué no puedo dejar de pensar en ti?

Las piernas de la joven temblaron. Si su corazón retumbaba, el de él lo hacía con la misma fuerza. Necesitaba salir corriendo de allí. Se arrepintió de no haber llamado a su padre y pedirle que la fuera a buscar, que prefería hacerlos esperar que quedarse allí aguardando por ellos.

Aidan se separó, buscando su rostro, ese rostro que estaba grabado en su memoria, que atormentaba su corazón. Sabía que estaba mal engañar a Eugenia, pero no podía sacarse a la Primogénita de Ignis Fatuus de su ser.

—Los Primogénitos no deben... —le recordó Amina, pero él puso su dedo índice en sus labios para callarla.

—Yo no te dejaría. No correría, ni te abandonaría.

—Tú tienes a Eugenia y eres un Ardere.

—Dejaré a Eugenia y me arrancaré la mano. —Le rozó la mejilla—. Solo dame la oportunidad de saber si esto que estoy sintiendo por ti es amor.

—¿Dejarás a Eugenia? —Sonrió compungida—. ¿Le harás lo mismo que me hicieron a mí? ¿Te arrancarás la mano? ¡No inventes!

Intentó zafarse, pero Aidan la sujetó con más fuerza, besándola de nuevo. Amina abrió sus ojos, fue inevitable no llorar.

¿Por qué no podía pagarle a Eugenia con la misma moneda? Hasta ese momento, no se había dado cuenta de la magnitud de la rabia que sentía por el Oráculo de Ardere. ¿Un «bien»? Les había dicho a todos que aquello era lo mejor, pero ¿un «bien» para quién?

Soltándose de los brazos de Aidan, lo abofeteó. Con lágrimas en los ojos el chico la miró.

Amina tuvo tiempo para verle tragar con dificultad, dejando que las lágrimas se escaparan de sus ojos. Nunca lo había visto tan susceptible desde aquel día en la Apure, bajo el Merecure, cuando lo lanzó a varios metros de ella.

—¡Lo siento, Aidan! No quería...

—No. —Sonrió compugido—. Creo que me lo merecía. Soy yo quien te debe una disculpa. Te prometo que no...

—Solo... —lo interrumpio, cerrando sus ojos. A esa altura, ella no evitó llorar—. Solo seamos amigos. —Le tendió la mano—. Es lo mejor para los dos. Solo amigos.

Él la vio. Su delgada mano temblaba, entendía que eso era lo único que obtendría de ella, no podía exigirle nada más, porque, hasta ese momento, él no podía darle nada más. Tomó su mano, apretándola en las suyas.

—Amigos.

Amina se llevó una mano a los labios, sacando su mano entre las de él y salió corriendo.

Aidan dio un paso, pero un intenso dolor en el pecho no le dejó avanzar. Sentía que el corazón se le iba a partir en dos, no podía respirar. 

Un grito sordo terminó de arrancarle a Aidan las lágrimas que no tenía intención de derramar. No sabía por qué se sentía tan triste, ¿por qué tenía unas ganas locas de morir?

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