Momento de paz

Ibrahim dio unos sutiles golpes en la puerta de la habitación de Itzel. Su amiga se acomodaba la blanca falda de su vestido de luto, cuando le invitó a entrar.

El encuentro de sus miradas hizo que Itzel reaccionara, corriendo a refugiarse en los brazos de su amigo de infancia, mientras se desvanecía entre sollozos.

—¡Ibrahim, Ibrahim! ¡Me lo han matado, Ibrahim!

El joven solo acariciaba la lacia cabellera se la chica, intentando dar con las palabras o el gesto que le regalara un poco de serenidad a su afligida alma, pero nada venía a su mente. Sin embargo, el tierno contacto de su mano iba aliviando el corazón femenino, haciéndole comprender que su acción era mucho más eficaz que cualquier palabra que sus labios pudieran pronunciar.

Itzel se separó para observarlo. Él también iba vestido de blanco, así que con una compungida sonrisa y los ojos cargados de lágrimas, se atrevió a estirar su falda en toda su plenitud.

—¿No es irónico que sea blanco? ¡Ni siquiera nos permiten vestir de negro! —dijo, llevándose una mano a la frente sin poder evitar derramar más lágrimas.

—Es por el Solsticio. Ese es el motivo.

—¡No es justo, Ibrahim! Él se merece algo mejor. Un funeral como Primogénito.

—Itzel —pronunció, respirando profundo. No sería fácil lo que diría, pero no se callaría—. Sabes que eso no será posible si no estamos completos. Si quieres que Luis Enrique sea despedido con todos los honores tienes que permitirle a los Ignis Fatuus asistir.

—¡No, no, no! —dijo llorando a mares—. ¡No puedo dejar que ellos estén allí!

—Entonces, tendrás que ser realista y conformarte con el sencillo, pero sentido homenaje que la Fraternitatem Solem ha preparado para David.

Itzel lo miró llena de dolor. Ibrahim había pronunciado el nombre del chico con tanta dulzura que se enterneció.

—Llámala —murmuró—. Aunque no quiera verla, necesito que esté allí.

La tarde comenzaba a caer en el campo santo de Costa Azul.

Ignacio observaba desde el vehículo la triste procesión detrás del blanco ataúd. 

Cerró sus ojos, recordando las duras palabras que Itzel le había dirigido. No se sentía culpable, él no era responsable de aquella muerte. Tenía muy claro que si Natalia había asesinado a su "amigo", lo había hecho sin remordimiento, y con fines diferentes a castigarles por la muerte de Ortega, una muerte que poco le importaba.

Hubiesen o no iniciado con los asesinatos a los Traidores, Natalia de igual manera habría ejecutado aquel asesinato. Necesitaba de la sangre de un Primogénito y Luis Enrique era la más segura de obtener, pues, así como ella, el chico no tenía a nadie que lo reclamara.

—¿Estás lista? —le preguntó a su prima. Él había sido encargado de llevarla, mientras Gonzalo y Eun In se habían quedado en casa, ultimando los detalles para su participación en la Coetum.

—No me acercaré mucho —le respondió Amina—. Ibrahim fue muy sincero al decirme que Itzel no me quería aquí, así que no la perturbaré con mi presencia.

—¿Te encuentras bien?

La joven sonrió con tristeza.

—No es fácil ser rechazada por una de las personas que más estimo dentro de la Fraternitatem. Itzel fue la primera chica en el liceo que me tendió la mano y me soportó con estoicismo hasta el final.

-No eras una persona complicada, Amina.

—Una persona con "necesidades", nunca es fácil de llevar. —Sonrió, mirándolo con cariño—. Ahora me doy cuenta de cuánta razón tenías al decirme que sería muy difícil transitar el camino que he tomado, y lamento llevarte a través de él.

—No estoy aquí porque me obligaras a ello, sino porque sé que volverás.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque así como no me equivoqué al prever que esto ocurriría, tampoco fallaré en lo otro.

—¿No crees que esa es una actitud muy soberbia de tu parte?

—Es muy común confundir lo que es soberbia de humildad... No lo digo porque mi palabra sea infalible, sino porque te conozco. Fui educado para esto, mi Primogénita... Conozco mejor que nadie tu corazón, a veces incluso que tú misma.

Amina lo abrazó.

—¡Gracias, Iñaki! ¡Gracias por estar aquí!

El chico sonrió, aferrándose con fuerza a ella, en un intento de imprimir en su alma el valor que le hacía falta para estar frente al resto de los Primogénitos.

—Creo que es el momento de que me vaya. —Se despidió, tomando sus níveos guantes para descender del vehículo.

—No vendrá —susurró Itzel apoyada en el brazo de su madre, justo en el momento en que la urna que contenía el cuerpo de Luis Enrique era colocaba en el suelo.

Ibrahim miraba a todos lados, buscando a la chica de Ignis Fatuus. Amina le había prometido que vendría, sin embargo, quizá no tuvo el valor de hacerle frente a todos.

La urna fue coronada con un manto de rosas anaranjadas donde se esbozaba la mano de Lumen. El emotivo ceremonial hizo más de un nudo en la garganta de los presentes.

Eugenia le tomó la mano a Ibrahim, quien estaba al lado de Aidan.

Los pálidos Sellos titilaron, indicando que era el momento de los Primogénitos. Dominick tomó la iniciativa levando su mano ante la tumba. Su Clan se encontraba a su espalda, expectantes ante una nevada que para ellos debía llegar como señal de que el Solem había aceptado sus ofrendas.

—El Glorioso Clan Aurum se despide, defensor de la justicia —dijo Dominick, mientras un hermoso sol coronado ascendía, dejando a su paso un río de aguas doradas.

—El Leal Clan Sidus se despide, celador de la ley. —Ibrahim levantó su mano y una lengua de fuego emergió, dejando ver dentro de ella el girasol con hermosos pétalos como llamaradas.

—El Valeroso Clan Astrum se despide. –La voz de Saskia se quebró—. Mártir de la verdad —dijo haciendo un esfuerzo. Sus lágrimas recorrieron sus mejillas, mientras rosas de fuego envolvían al astro Sol.

—El Honorable Clan Ardere se despide, vidente de la luz. —Aidan hizo que del fuego surgiera la espiral de luz de su Clan.

Bajó sus ojos para poder brindarle fortaleza a Itzel cuando volviera a fijarse en él, pero antes de hacerlo, observó a Ibrahim, quien seguía distraído, mirando a través de la multitud de amigos que asistieron a despedirse de Luis Enrique. 

Sin embargo, la quebrada y compungida voz de Itzel se hizo sentir en todos los corazones.

—El Sabio Clan Lumen se despide... Mi querido y amado guardián de la vida. —Sin más, Itzel se desplomó, entretanto la mano de su Clan se hacía visible y en ella se podía observar el sol naciente.

En un rápido movimiento, Susana sostuvo a su hija, quien dolida, repetía sin cesar: «No vino... No vino». 

No entendía a quién se refería, la ceremonia estaba por terminar.

Ibrahim suspiró al lado de Aidan, cuando este le dio un leve golpe con su hombro, indicándole, con la mirada llena de estrellas que observara hacia los árboles más lejanos. 

El rostro del Primogénito de Sidus se iluminó al ver a la Primogénita de Ignis Fatuus subir su mano y pronunciar la despedida de su Clan. Miró hacia la tumba, pero el Phoenix no se hizo presente, comprendiendo que Amina había sido despojada hasta de ese poder.

No solo Ibrahim no pudo ver el ave ascender. 

Amina, bajó su rostro, dando la espalda para marcharse cuando el primer copo de nieve cayó sobre la urna.

Rápidamente se multiplicaron, entonces la dolorosa Itzel se atrevió a subir la mirada y buscar entre los presentes a la chica, pero no la halló. 

Ya Maia bajaba corriendo la colina, marchándose de aquel santo lugar de descanso.

Gonzalo se asomó en la ventana de la casa de sus tíos, justo cuando la nevada iniciaba. Sonrió, alegrándose por su prima.

Eun In se acercó a él, colocando una mano en su hombro.

—Por lo visto, lo han logrado —comentó la chica.

—Es bueno, aunque triste, tener tu nevada personal —le respondió, recibiendo una hermosa sonrisa de su amiga, quien continuó su camino hasta la portátil.

—Debemos terminar —dijo la joven.

Gonzalo miró de nuevo a través de la ventana, extasiándose con los copos que caían.

—El Magno Clan Ignis Fatuus se despide, hermano... Eres un guerrero del Sol, y te vengaremos. —Su mirada se volvió torva.

No estaba mintiendo.

Aidan corrió detrás de Ibrahim, llamándolo a gritos, luego de despedirse de su familia. 

El joven Sidus se detuvo con una cálida sonrisa en su rostro a esperar a que su amigo lo alcanzara.

A pesar de la lúgubre situación en la que se encontraban, Ibrahim agradecía al cielo que Aidan pudiera seguir exhibiendo su peculiar e infantil sonrisa. Parecía un niño que, después de cometer una diablura, se acercaba a pedir perdón con sus mejores gestos de inocencia y buena intención.

—¿Vas a casa?

—No. En estos momentos solo quiero sentarme un rato en alguna plaza y despejar mi mente —respondió, viendo que su amigo se desanimaba por su respuesta—. ¿Quieres acompañarme?

—¡Claro, pana! —contestó Aidan, emocionado.

Los padres de Ibrahim los dejaron en una de las principales avenidas de Costa Azul, así que estos caminaron hacia la plaza Antonio José de Sucre, perdiéndose entre los caminos de granitos que internaban a los visitantes en medio de galerías de palmas y árboles autóctonos.

Decidieron sentarse bajo unos frondosos camorucos, estirando los pies, mientras que los pocos transeúntes miraban con asombro al par de jóvenes ataviados en gruesos abrigos blancos bajo un clima de treinta y tres grados Celsius.

—¿No es un poco loco estar viendo nieve, mientras el resto del mundo suda a mares? ¡Congelados como pingüinos! —comentó Aidan, haciendo sonreír a Ibrahim.

—Me imagino que se preguntaran por qué seguimos frescos como lechuga.

—¡Je! Creo que jamás podré explicar este fenómeno que, aunque pueda sonar un poco morboso, es lo único que me gusta de los entierros oficiales... Creo que mi abuelo también los habría amado —suspiró—. Es una lástima que no pudo tener uno.

Ibrahim lo miró bajar su rostro. Sin más, buscó en su bolsillo la pequeña tarjeta en donde había guardado una copia del mensaje que Rafael le había dejado a Aidan.

—Toma —le dijo, tendiéndole la tarjeta.

—¿Qué es esto? —preguntó, tomándola entre sus manos.

—Es una copia del mensaje que el Sr. Rafael te dejó antes de morir.

—¿Y para qué querría...? —Aidan no pudo continuar. Si Ibrahim le estaba cediendo una copia era que ya no tenía la suya—. ¿Se atrevió a tanto? —preguntó molesto.

—No la juzgues con tanta severidad. No solo ella tiene la culpa, sino todos, porque estuvimos dispuestos a callar... Y de cierta forma, colaboramos con tu situación.

—Tenían miedo a que me volviera loco o falleciera.

—Sí, pero Aidan, sinceramente creo que Eugenia actuó movida por sus sentimientos, tantos de mujer como de Oráculo. No creo que lo haya hecho con segundas intenciones.

—Eso es lo peor de todo, Ibrahim. Lo sé. Sé que actuó movida por la preocupación.

—Entonces, ¿por qué sigues molesto con ella?

—No es con ella, es conmigo por ser tan débil, y por no tener nada que recriminarle... Aunque con esto... —Subió la memoria—. ¡Se pasó!

—Espero que no hagas un escándalo por ello.

—No. No lo haré. Pero, de ahora en adelante, seré más cuidadoso con mis cosas y pondré señales en todos lados para que esto no vuelva a repetirse nunca más.

Hicieron silencio, mientras Aidan guardaba la memoria en su billetera y volvían a contemplar el gélido paisaje dentro de un clima tropical.

—¿Cuándo hablarás con Maia? —preguntó Ibrahim, cruzándose de brazos por el frío.

—Esta noche. Iré a su casa y le contaré que lo recuerdo todo.

—Te dirá que se ha vuelto una asesina.

—Pues, ahora seremos dos —respondió, viéndolo a los ojos.

—¡Ja! ¡Todos ustedes sí que están locos! —exclamó Ibrahim, asombrado—. Bueno, creo que la manada de Amina ha crecido.

Ambos rieron a carcajadas. Aquel era el momento de paz que solo ellos se podían dar.

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