Mi corazón es de fuego...

Escapar de la tela que la envolvía no fue sencillo para Amina. Tirada en el suelo, luchaba por respirar, la espesa sangre que amenzaba salir de sus labios a borbotones se convirtió en saliva, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba rota, abandonada en la hierba. Gimió, haciéndose visible para Gonzalo.

El Custos pensó que aquello solo se trataba de un bulto. El movimiento del saco lo alertó. Les hizo señas a sus compañeros para que esperaran detrás de él. El arco de lava apareció. Sería cuidadoso en el ataque, no dudaría. 

La brisa trajo consigo el olor a óxido, su razón le gritó que aquello estaba lleno de sangre. Dio un par de pasos, estirándose hasta el lienzo, pero quién estaba oculto entre las telas, salió.

—¡Amina! —le llamó horrorizado. La luz natural solo le mostraba unas manchas como lamparones sobre la tela, mas no le reveló de qué se trataba.

—¡Aléjate! —ordenó con una voz cargada de rabia.

—Primogénita —le gritó Eugenia, emocionada porque había sobrevivido a las pruebas.

—¡Aléjate! ¡Aléjense todos! —gritó, volviendo su rostro hacia ellos.

Gonzalo notó la aflicción de su prima, su rostro estaba cubierto de barro, lágrimas, humor y sangre. La agonía se marcaba en su faz. Sentía rabia y una tristeza de muerte. Extendió su mano, evitando que Eugenia fuera hacia ella. Luis Enrique entendió el gesto, por lo que puso sus manos en los hombros de la joven para detenerla.

—Me acercaré, princesa. —Gonzalo dijo con dulzura—. Todo estará bien.

—¡Noooooooooo! —gritó Amina, llena de cólera.

Desobedeciendo, Gonzalo caminó hacia ella, siendo fuertemente repelido por el escudo protector de su prima. Su vuelo terminó por impactarlo contra la maleza. Asustados, Luis Enrique y Eugenia fueron a socorrerle, mientras que un extraño Sello aparecía por todo la superficie de la bóveda de protección.

—¿Qué no escuchas? —Su voz gutural fue ahogada por sus gemidos.

Esos fueron los gritos que atrajeron al resto de la Hermandad. 

Los guácharos retornaban, por lo que los Primogénitos e Ignacio se agacharon en un natural movimiento al salir de la cueva, para que estos pudieran pasar, cuando presenciaron la escena de un Gonzalo siendo socorrido por Luis y Eugenia, mientras que Amina se encontraba apoyada en sus brazos, boca bajo, con el rostro demacrado y el cabello suelto, protegida por su escudo personal.

—¿Qué es...? —Fue lo único que pudo pronunciar Aidan, echándose a correr a por Amina.

—¡Cuidado!

—¡Détente!

Eran los gritos de Gonzalo y de los suyos. Eugenia salió a su encuentro arrojándose sobre Aidan. El impacto hizo que el joven se detuviera, cayendo con ella al suelo.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, volviendo su mirada hacia Amina.

Su reacción fallida puso en sobre aviso a los otros, quiénes se acercaron con cautela. 

El escudo seguía exhibiendo las extrañas marcas sobre él, caían como una lluvia de caracteres. Ignacio se movió y Dominick lo sujetó del brazo. En cuanto se vieron, el Primogénito de Aurum negó con su rostro. No era seguro acercarse, pero Amina lloraba e Ignacio no podía mostrarse indiferente ante sus gemidos.

—Aléjense —les recomnedó.

Zafándose de la mano de Dominick, Ignacio caminó sigiliso hacia ella.

—No, hermano, ¡es peligroso!

Pero Ignacio estaba decidido. Se arrodilló, acercándose a tientas hacia su prima. En cuanto se encontró frente a los límites del escudo, extendió su mano, intentando rozarlo con sus dedos. Él conocía el esbozo del domo, era la supernova de Mane. Suponía que debía aparecer, mas nunca se imaginó que sería de aquella manera.

Su reacción hizo que Aidan se acercara. Sin embargo, Eugenia se aferró tan fuerte a él que desistió. Confiaba en Ignacio, él haría todo bien. Se relajó, esperando para actuar, en caso de que la estrategia del chico de Ignis no funcionara.

—Mi Primogénita —murmuró, ganando la atención de Amina—. Mi corazón es de fuego, dispuesto a su servicio. Mi alma y mi cuerpo serán entregados al sacrificio.

—¡Oh, Ignacio! ¡Mi Ignacio! —gimió, sentándose.

El joven Custos no desaprovechó ningún momento. Con una agilidad digna de un águila, se incorporó, apresurándose para traspasar la barrera que los separaba. A ella le costó ponerse de pie, pero lo logró justo cuando Ignacio se encontraba dentro. Se arrojó en sus brazos, llorando con amargura, y su primo la abrazó con fuerza. Poco le importó a la joven la humedad de su ropa, él la sujetó, dándose cuenta de que su camisón también estaba humedecido, el líquido era espeso y el olor a óxido le preocupó.

—¿Estás herida?

—Sácame de aquí, por favor. No quiero estar aquí.

—Lo haré —respondió, mirando hacia atrás. Dominick comprendió su gesto, extendiendo la mano delante de él. Ignacio la tomó por las piernas, cargándola entre sus brazos, desapareciendo bajo una luz violeta.

—Debemos ir con ellos —propuso Aidan.

—No. —Le detuvo Gonzalo—. Podemos esperar. Amina no quiere que estemos cerca y nos puede atacar.

Ibrahim lo vio, había aflicción en su voz.

Luis Enrique se reunió con Itzel, quien lo abrazó con fuerza.

—¿Y esa luz? ¿Qué significa esa luz? —quiso saber Saskia.

—Su vínculo se ha fortalecido. De ahora en adelante, Amina necesitará de Ignacio para continuar y él no tendrá más vida que la de ella —respondió Gonzalo, compungido—. Él lo prometió con sus palabras y ella lo aceptó cuando lo dejó entrar.

«Mi corazón es de fuego, dispuesto a su servicio. Mi alma y mi cuerpo serán entregados al sacrificio». Bastó escucharlas una vez para que Aidan las memorizará. Un dolor comenzó a recorrer su alma. Quiso ser Ignacio, ser él quien estuviera con ella, y no allí, esperando para acercarse.

El suave oleaje era una melodía perfecta, para un corazón tan compungido como el de Amina, el murmullo del mar era medicina para su alma. Ignacio la llevó en sus brazos, sentándose con ella a orillas de la playa. El sol comenzaba a despuntar, sus tímidos rayos rozaban la superficie terrestre, contrastando débilmente con la fría brisa.

Amina se recostó del hombro de su primo. Este la atrajo hacia él, acariciando su cabello. Deseaba conocer qué era lo que le había llevado a tal estado, mas no la presionaría. Podía sentir su cálido Sello refulgir en su frente y en el cuello, no necesitaba verse para comprender que la marca de Mane volvía a por él.

—Ella me dijo que solo en uno podía confiar —exclamó la joven.

Sus palabras lo dejaron sin aliento. Asombrado, la miró, sin dejar de tener contacto físico con ella.

—¿Eso que significa, princesa?

—Vi el dolor de todos, incluso aquel que ni siquiera conocen. De entre todos, solo tú permaneciste fiel. —Lo abrazó—. ¿Cómo hiciste para no quebrarte y matar a tu hermano?

—Mi amor por él está por encima de todo.

—¿A pesar de que le entregó la mitad de su existencia al Umbra Mortis? —preguntó, mas Ignacio no respondió—. Gonzalo no podrá resistir un castigo del Prima, como lo has hecho tú.

—Por eso me ofrecí. Desconocía la naturaleza del castigo, corría el riesgo de que mi hermano perdiera su Donum, y eso sería perjudicial para nuestro Clan. Pero, dime. —La miró, intentando limpiar su sucio rostro—. ¿Lo has rechazado por eso?

—No lo he rechazado, Iñaki. El sufrimiento de mi alma es tan grande que podía transmitirlo. De todas las personas que estaban allí, solo tú resistirías la verdad porque eres consciente de ella; el resto hubiese enloquecido, tal cual yo estaba hace unos segundos.

—¿Y esta sangre? —quiso saber, tocando su blusa.

—Es mía. —El joven se alarmó, revisándola—. No estoy herida. Sí, me hirieron, pero solo fue un engaño de mi imaginación. ¿Y tú? ¿Acaso recibiste un baño en las entrañas de la Cueva?.

—¡Jum! Aidan por poco no nos ahoga. —Rio. Pensó que su comentario haría reír a la chica pero solo la lleno de más tristeza—. No deseo que me reveles lo que ocurrió allí adentro. Ya salimos y estamos vivos. Y la espada nos perteneces. Pero, ¿fue su dolor lo que más te hizo sufrir? —Ella asintió, recibiendo el abrazo de su primo—. Todo estará bien, Amina. ¡Vámonos de aquí!

Abrazados salieron de la playa, en media hora estarían en su casa.

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