Mentiras

Con las manos dentro de los bolsillos de su negra chaqueta, Ibrahim miró al horizonte. 

Sobre la tranquila superficie marina se reflejaba la sutil luz de la luna, el firmamento exhibía sus mejores estrellas, y la cálida brisa, lejos de azotar, era una dulce caricia. Miró su reloj, pronto serían la una de la madrugada. Se sentía un poco decepcionado de que ninguno de sus amigos llegara a la cita.

Pateando la arena dio la media vuelta. Sorprendido, observó a los cuatro Primogénitos, vestidos de negros, esperando detrás él.

—Sentimos mucho haberte hecho esperar —le aseguró Aidan, dando un paso adelante.

Las lágrimas acudieron a los ojos de Ibrahim, quien corrió a abrazar a su amigo del alma. Nadie más que él podía comprender su dolor, su rabia y su miedo. Se sentía aterrado ante el futuro incierto de los tres miembros de Ignis Fatuus.

—¡No podemos dejarlos! —suplicó ahogado en su llanto.

—¡Lo sé! Lo sé muy bien, Ibra —confesó el joven, aferrándose con fuerza a su amigo, mientras este apoyaba su rostro en su hombro. Aidan apretó con fuerza su cabello, para mirarlo fijamente—. No los vamos a dejar, ¿sí?

Ibrahim vio en su mirada el sufrimiento y la angustia. Podía confiar en las palabras de Aidan, su amigo estaba agonizando, su corazón estaba en juego por lo que no se quedaría de brazos cruzados a observar lo que pasaba.

Compadecido ante la escena, Dominick abrazó a Saskia, entretanto Itzel sonreía compungida ante los dos chicos sufrientes. Ella también deseaba hacer algo, pero atacar a la Fraternitatem Solem era una locura, solo comparable con el suicidio.

—No creo que mi Clan esté dispuesto a ayudar. Mi papá me pidió que me alejara de ellos —confió Ibrahim.

—Es normal que lo hagan. Al parecer lo que vivieron fue muy trágico —aseguró Dominick—, incluso para los Prima. ¡Mierda! ¿Es que acaso nunca habían estado ante semejante prueba?

—Recuerda que nuestros Clanes estuvieron inactivos por muchos años, y la imagen de la Umbra Solar surgió como una forma de asustarnos.Creo que nadie se tomó en serio el hecho de que existiera gente tan loca en un Clan como para utilizarlo en contra de su Primogénito —dijo Itzel.

—En eso tienes razón. Se supone que al aparecer los dones habría algarabía dentro de la Hermandad, nadie sería tan estúpido para atentar contra este nuevo poder que surgió, acabando con sus Primogénitos —comentó Aidan.

—Por lo visto todos estaban equivocados. Arrieta terminó siendo la excepción a la regla —concluyó Dominick.

—Ya no importa lo que pudo o no ser, el hecho es que la están utilizando, y si Arrieta se atrevió a atentar con algo tan sagrado como lo son los Primogénitos para la Fraternitatem, no dudo que otros Prima también lo intente. Mi mamá estaría gustosa de utilizarlo en mi contra.

—Tu mamá es una loca —recalcó Ibrahim.

—¡Je! Lo peor es que no te lo puedo discutir.

—¡Bien! Entonces, ¿alguien ha pensado en un plan para rescatarlos?—cuestionó Itzel.

—Mi papá me ha pedido que espere un par de días. Si él no puede solventar nada, entonces me dará luz verde para que actúe.

—Un par de días puede ser mucho tiempo —le aseguró Dominick.

—Yo decido darle mi voto de confianza al sr. Andrés. —Ibrahim dio un paso al frente—. Sé que si su plan no funciona, no nos dejará solos. Contar con el respaldo de los adultos en este momento es importante. Aunque sea de uno solo.

—Sé que mi papá no estará solo. Hará hasta lo imposible porque Ardere se involucre y pague la deuda de honor que tiene con Ignis Fatuus.

Aurum hará lo mismo, en especial si Ardere está dispuesto a sacrificarse por Ignis Fatuus. Nosotros también le debemos mucho.

—¡Es bueno saberlo! Porque, aunque nuestros Clanes no se van a involucrar tanto como lo harán los de ustedes, saben que cuentan con nosotros. —Se atrevió Itzel a asegurar, dándole una rápida mirada a Saskia y a Ibrahim, quienes asintieron.

Los cinco jóvenes estaban dispuestos a irrumpir en la Coetum y rescatar a los chicos que se encontraban confinados en lo más profundo de sus entrañas.

Las alarmas se encendieron. Amina se llevó las manos a los oídos. El dolor intenso de sus muñecas no había mermado, mas no se quejaría, le había prometido a sus primos que se mantendría regia como reina, jamás se doblegaría ante las torturas de Arrieta.

La puerta de su habitación fue abierta. Ni siquiera le dieron chance de ponerse de pie. El hombre que le habían asignado para custodiarla la tomó por sus delgados brazos, arrastrándola fuera de la cama. Quiso patearlo, pero de nada valía pelear con aquel sujeto si no iba a poder escapar de allí. Los dedos de sus pies se lastimaron al entrar en contacto con el suelo.

Descalza, casi corriendo, transitó por los pasillos de La Mazmorra. Llevaba la cabeza baja, Ignacio le había recomendado no mostrar que podía ver; aquella señal podía ser tomada como un triunfo por Arrieta, así que debía aparentar que continuaba siendo ciega, aunque su visión no era muy óptima.

Como imágenes difusas percibió a sus primos en cuanto entró al salón donde Arrieta había decidido torturarlos. Ignacio sonrió al verla, ella lo supo de inmediato. Por extraño que parecía, ella era la fortaleza de sus primos aunque sintiera lo contrario. Era sorprendente como los tres se complementaba. Esa era estrecha relación que tanto admiraban los demás Clanes, el motivo por el que Ibrahim quería ser un Ignis Fatuus y por el que Aidan se sentía como en su propio hogar.

Esta vez no hubo preámbulos, ni discursos introductorios, fueron tirados sobre sábanas en las que los envolvieron para luego terminarlos de forrar con un fardos y sobre estas unas esterillas. Ignacio seguía sonriendo, sabía muy bien lo que vendría a continuación. 

Los amararon, de manera que las telas no se salieran de su lugar y los sumergieron en sangre de animal. Amina sintió que se asfixiaba, nunca había tenido una experiencia tan grotesca como aquella.

—¡Soporten, carajo! —les previno Ignacio—. Esto apenas comienza.

Su primo no se equivocó. No pasaron ni dos segundos cuando Gonzalo sintió un golpe seco a su lado. Uno de los esbirros que trabajaban para Arrieta acababan de golpear la humanidad de su hermano.

Los golpes fueron sucediendo uno tras otros. Golpes secos que dolían pero que al final no dejarían marcas. ¡Esos malditos habían pensado en todo!

Ninguno de los tres jóvenes se atrevió a hablar mientras recibían la paliza. 

El dolor de la muñeca derecha de Amina se intensificó, siendo más fuerte que el de los golpes que había recibido. Era terrible tener que fingir que se encontraba bien cuando quería echarse a llorar, pero no por la golpiza, sino por el terrible aguijonazo que su nervio medio emitía cada vez que respiraba.

Cinco minutos de intensos garrotazos, para luego volver a ser sumergidos en una bañera con sangre y dejarlos guindando en la habitación. Habían quedado solos.

—¿Terminó? —quiso saber Gonzalo.

—Por ahora sí.

—¿Estás insinuando que vendrán por más?

—No nos golpearán por el resto del día. Esto es una tortura sistemática, jamás van a excederse sabiendo que pueden satisfacer su sadismo con nosotros.

—¡Me estás asustando Ignacio! —se quejó Amina.

—Todavía no usan electricidad. —Sonrió compungido.

Gonzalo y Amina se miraron, no necesitaban preguntar si estaba bromeando, porque no lo estaba haciendo. Lo único que tenían claro era que debían salir de allí antes de que Arrieta les arrebatara la vida.

Dominick abrió la puerta de la habitación de Leah. Había hecho un enorme esfuerzo para entrar. Cada día se sentía más atado a ella, y esa realidad lo estaba asfixiando. Quería desentenderse de ella pero, ¿cómo lo podía hacer sin causarle un mayor daño del que ya le había ocasionado?

Leah sonrió al verlo. Se encontraba degustando una insípida gelatina, lo que hizo que se estremeciera, odiaba la gelatina y más si era de hospital.

—Pensé que hoy tampoco vendrías.

—Estoy aquí porque me dejaron saltarme el colegio.

—Creo que Zulimar está muy permisiva durante estos días. ¿Se puede saber a qué se debe tal gesto de buena fe?

—Las cosas no están muy bien dentro de la Fraternitatem.

—Sí. Ayer Daniela me dijo que nuestro Prima fue solicitado para hablar sobre Ignis Fatuus. Pensé es que no vendrías por ellos.

—Es imposible cortar los lazos de amistad que nos unen.

—¿Por qué no eres sincero conmigo?

—Lo estoy siendo.

—No creo que... —Se interrumpió, metió un par de veces la cucharilla en la gelatina con desgano, para luego apartar el rostro a un lado, dejando el postre—. Es mejor que te alejes de mí.

—¿Por qué tienes que ser tan radical?

—¿Es que no puedes entenderme?

—Creo que eres tú la que no me entiendes —le respondió. Leah se llevó una mano a los labios para intentar contener el llanto, pero fue en vano—. ¡Maldición! —exclamó molesto, no podía creer que lo estuviera manipulando de esa manera—. ¡Vamos! —Se acercó con un poco más de dulzura; debía mantener la calma o empeoraría la situación—. Si estoy aquí contigo es porque me importas —mintió, acariciando su cabello—. Sabes que soy un alma libre, que jamás me comprometería con algo que no querría. —Casi estuvo a punto de felicitarse por lo bien que lo estaba haciendo—. Por lo menos, regálame una sonrisa para compensar mi presencia, por favor.

Leah le sonrió, aferrándose a la cintura del chico. Dominick acarició su cabello, irguiéndose con la mirada perdida a través del ventanal. ¿En qué demonios estaba pensando cuando decidió meterse con ella?

Aidan bajó la escaleras con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón deportivo. Había apoyado la idea de su padre de no dejarles ir al colegio. No tenía ciencia ir a un sitio en donde se les exigía estar concentrados, mientras él solo deseaba buscar a Arrieta y darle una paliza. Aunque tenía la impresión de que su papá había tomado esa decisión porque temía que él se escapara y fuera a por Ignis Fatuus, y en parte no se equivocaba. Sin embargo, le había dado su palabra y esperaría.

Apareció en la cocina, con su sonrisa jovial. Esta vez era fingida, pero le había salido genial. Su madre, quien se encontraba en los brazos de Andrés, se separó rápidamente de su padre para correr a su encuentro. 

Por un instante, Aidan se asustó, retrocediendo. El rostro demacrado y sudoroso de Elizabeth le indicó que estaba sufriendo, al parecer la experiencia dentro de la Coetum, verdaderamente, fue terrible para ella.

—Prométeme que te alejarás de ellos.

—¿Mamá? —le cuestionó; sabía a que se refería Elizabeth.

—Si tienes un poco de cariño y respeto hacia mi persona, prométeme que te alejarás de ellos —le rogó.

Aidan miró afligido a su padre, no sabía que hacer. Elizabeth le sujetaba con fuerza las mejillas, su hermana los miraba con el rostro bañado en lágrimas, mientras su padre asentía. Era mejor una mentira que una verdad que la alterara aún más.

—Esta bien mamá. No me acercaré a ellos —le mintió, tomando las muñecas de su madre entre sus manos—. Sabe que usted es una persona muy importante para mí. —La abrazó—. Muy importante.

Cerró sus ojos, sintiendo aquel contacto materno. Él también necesitaba calmar la agonía de su corazón. Con esa mentira ganaba la tranquilidad de su madre, entretanto él se retorcía de dolor.

¿Por qué tenía que sufrir tanto? ¿Por qué no podía tener una historia como la de los demás, con los típicos dolores de cabeza de las relaciones adolescentes? Sin embargo, no se quejaría; tenía que soportarlo, pues Amina también lo estaba haciendo.

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