Me has dañado tanto...
—¿No crees que será como mucho presentarme ante nuestros padres sentado en una silla de ruedas? —se quejó Gonzalo.
—No seas estúpido, es preferible una silla de ruedas que una urna. Eso los hubiese matado de dolor.
—Aun así no creo que se hayan preocupado mucho por mí.
—De verdad que la anestesia te debió caer de la patada, Zalo —se quejó Amina—. Casi das la impresión de que tus padres son unos insensibles —confesó lanzándose con la maleta en el sofá.
—Mis padres deben de estar tan preocupados por mí, como lo han de estar por ti —contestó Ignacio sin quitar las manos de la silla de ruedas.
—¿Cómo crees que reaccionarán ahora que Amina y yo no tenemos el Sello?
—El sr. Jung está estudiando la Umbra —le respondió su hermano—. Probablemente exista un tiempo establecido para que vuelvan a aparecer.
—¿Y si no lo hacen? —dudó Gonzalo.
—Yo me sigo sintiendo la Primogénita de Ignis Fatuus.
—Sabes que sin poderes no eres nadie —le aclaró Gonzalo.
—Sé muy bien quien soy y nadie me va a quitar mis derechos solo por no llevar un Sello, ni por no resaltar dentro del Populo. En mis genes está la esencia de mi Clan, y eso nadie me lo puede arrebatar.
Gonzalo iba a refutarle su argumento cuando Eugenia y Aidan aparecieron ante ellos. Venían tomados de la mano, gesto que los tres jóvenes de Ignis Fatuus captaron de inmediato.
Ignacio miró las manos atadas, para dar un breve vistazo a Aidan. No era ajeno al vínculo de amistad que existía entre ellos, y andar tomados de la mano podría no significar nada. Sin embargo, en la mirada de Aidan faltaba algo, era el mismo chico pero algo no estaba bien, y no sabía qué.
El mayor de los Santamaría no pudo disimular su asombro, volteándose a ver a su hermano, entretanto olvidaba por completo que su prima podía captar la situación, tal cual ellos podían hacerlo.
Mientras, Amina tensaba su mentón. ¿Tan rápido había corrido a los brazos de otra? Ella no le daría una escena de celos, ni siquiera tenía el derecho de hacerlo, unos minutos atrás había renunciado a él. No le quedó otra que dirigir su mirada torva al frente, hacia donde la presencia de la nueva pareja no perturbaba su visión.
—¡Bien, mi Primogénito! —Adrián entró en la sala. Su presencia hizo que Amina se colocara de pie. Junto al joven administrador venía un grupo de guerreros, entre ellos Miguel—. Espero que te haya gustado la casa y que te hayamos servido bien.
—¡Me voy más que satisfecho! —le respondió, dándole la mano para cerrar en un abrazo—. Espero estar de vuelta en un par de semanas para iniciar con nuestro entrenamiento formal.
—¿Me imagino que también nos acompañarás, bella? —Adrián le preguntó a Eugenia, mientras le daba un besó en la mejilla para despedirse.
—¡Claro! En la antigüedad quedaron los Oráculos que no hacían más que predecir.
—¡Tenemos a una hermosa y valiente chica! —exclamó el joven administrador con una radiante sonrisa, entretanto Aidan pasaba un brazo por los hombros de Eugenia, depositando un beso en su cabello.
Si Amina toleraba lo que pasaba, a Ignacio comenzaba a incomodarle dicha situación.
—Ignacio, Gonzalo, fue un placer compartir con ustedes. —Se dirigió a ellos, mientras el resto de Ardere se depedían de su Primogénito y su Oráculo—. Me mantedré atento a las hipótesis que has planteado. —Ignacio asintió, tendiéndole la mano. Después de despedirse, se dirigió a Amina, a quien había dejado de último—. Lamento todo por lo que pasaste.
—No debes sentirte mal por mí.
—Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo difícil que debe ser estar a cargo de un Clan al que no puedes defender como antes.
La chica sonrió con una malicia que hasta ahora era desconocida hasta para sus propios primos. Ignacio se mostró preocupado, deseaba aprovechar el movimiento de la sala para intercambiar algunas palabras con ella pero Dominick apareció, con su particular encanto, y robó la atención de todos.
—¿Están listos? —preguntó luego de saludarlos uno a uno.
—Por lo visto estás muy apurado en regresar —le respondió Aidan.
—¿Se te olvidó que soy alérgico a los cocodrilos?
El intercambio de miradas entre Ignacio y Gonzalo fue más que suficiente para ignorar al Primogénito de Aurum. Echarse a reír en plena sala, solo les traería más problemas.
Dominick extendió el portal, mostrando el desolado boulevar de Costa Azul.
Sin decir nada, Amina tomó su maletín y pasó ante él. Dominick la observó con curiosidad, ni siquiera una palabra de agradecimiento, ni un «Nick» le había dirigido durante los breves minutos que compartió con ella en la sala.
Detrás de ella marchó Ignacio, quien empujaba la silla de Gonzalo. Eugenia y Aidan los siguieron.
Con un natural saludo en la sién, el joven Aurum pasó el portal, cerrándolo tras de sí.
El rugir de las olas al romper en la estrellada playa, les recibió. El sonido del mar hizo que Amina se detuviera a observarlo.
Ella fue la primera en atravesar el portal y de encontrarse ante el oceáno sereno. Por primera vez desde que salió de las entrañas de La Mazmorra sintió la tristeza dar puntadas en su corazón. Se llevó la mano a la camisa. Ya nada en su vida sería igual. Había tomado un camino y solo oscuridad podía encontrar en él.
—Mi Primogénita —le llamó Ignacio, una vez que se reunió con ella.
Saliendo de sus pensamientos, Amina se volteó para sonreír al joven Custos, dándole una señal de afirmación.
Solo Ignacio podía acompañarla hasta el infierno.
Una vez más, Aurum se encargó de llevar a los jóvenes a sus lugares de destino.
El Clan de Dominick había apartado una camioneta para Amina y sus primos. Los chicos iban en total silencio, ni siquiera se atrevieron a participar de la amena conversación que Samuel y los otros dos acompañantes les proponían.
En algunos momentos, Gonzalo quiso reír, pero su realidad lo golpeaba. Despojado, humillado, hecho nada, quebrado en lo más profundo de su corazón, se negaba a volver a ver la vida como la había contemplado hasta ese momento. Los matices rosas y grises habían desaparecido de su panorama, ante él solo había blanco y negro.
No tenía que analizar mucho para saber de que color revestiría el alma su prima, mas él tenía miedo.
Y entre aquella angustia que el futuro le mostraba se presentaba la imagen de su hermano. ¿Cuánto no había sufrido Ignacio por su causa?
No había sido la primera vez para su hermano menor. Conocía el procedimiento de Arrieta porque él lo había vivido, y una parte fue por su culpa, porque sus instintos lo llevaron a amar al enemigo, olvidando el Clan y la familia. ¿Acaso no era el momento de resarcirlo? Y si así era, ¿qué haría con Ibrahim? ¿En qué lugar tendría que ponerlo? ¿Debía dejarlo a la espera de una redención que quizá nunca llegaría para él?
Las puertas de la vans se abrieron. Un trío con los sueños rotos bajó de la camioneta.
Ignacio no evitó recordar el momento en que su prima era arrastrada fuera de la casa y él se unía a ella. Aquella calle representaba sus últimos días de libertad; ahora no podía definir en que parte del camino se encontraba. Tampoco deseaba pensar en ello.
Amina se atrevió a poner la mano en el pómulo de la puerta que daba a la calle. Cerró sus ojos, bajando el rostro. ¡Qué difícil era volver a su hogar herida! Nunca en su vida había deseado tanto la oscuridad de sus ojos como ese momento. La visión se había vuelto una maldición, era su castigo por creer.
Las luces de su casa la recibieron. Jamás había sentido el calor del hogar como lo estaba haciendo en aquel momento. Sintió que sus piernas le pesaban. ¡Era tan difícil continuar!
Temía derrumbarse y no poder seguir. Sus primos iban tras ella, podía sentirlos; ellos jamás la dejarían. No podía permitirse llorar, no allí, no así.
Tomando una bocanada de aire, se armó de valor cruzando el último umbral, ese que le introducía al corazón de los Santamaría.
Leticia se volteó al sentir la puerta abrirse, mientras que Israel se quedó petrificado ante su aparición.
Gema e Ismael fueron más rápidos en reaccionar, pasando por el lado de la joven que una vez fuera invidente. Maia era importante para ellos, pero Gonzalo e Ignacio eran su prioridad.
Ismael tomó a Gonzalo por el cuello, atrayéndolo con delicadeza hacia él, llenando de besos a su primogénito, entretanto Gema hacía lo mismo con Ignacio.
—¡Mis niños! ¡Mis niños! —exclamaba la mujer, llena de felicidad.
En ese instante, Maia comenzó a bajar cada uno de los escalones con extrema lentitud. Reunirse con sus padres era librar una batalla en su interior. No podía ser la niña amada y el monstruo al mismo tiempo.
La habían enseñado a ser transparente, límpida, una joven con un corazón generoso. Pero, ¿adónde se fueron todos esos valores cuando tuvo que afrontar la prueba? ¿Qué pasó con esa Amina que fue golpeada, suspendida, sumergida en tinas de agua fría y de sangre, que fue sometida a descargas eléctricas? ¿No se supone que muchos personas salen renovadas? Quizás ella pertenecía a esa mínima fracción que en su interior clama venganza. Quizás no era tan pura de corazón como los demás creían.
—¡Mi vida! —gritó Leticia, después de tener el valor de quitarse las manos de los labios y correr al encuentro de su amada niña.
Sentir el corazón de su madre golpear tan fuerte el suyo, fue la prueba más grande que tuvo que afrontar.
Sonrió, con unos ojos cargados de lágrimas, y unas mejillas ardiendo, mientras su cuerpo se regocijaba con el calor materno de aquella mujer que, aun cuando no la había llevado en sus entrañas, le había acobijado con el mismo amor.
—¡Mi amada niña! —soltó su padre, uniéndose al abrazo materno.
Jamás había visto llorar a su padre. Era la primera vez que lo veía con las mejillas empapadas.
Dándose cuenta de lo cruel que estaba siendo, pues aunque lo deseaba, de sus ojos no brotaron tan anheladas lágrimas.
Refugiándose en la oscuridad que le había acompañado por año, recordó a Arrieta, y su imagen movió una transformaciónen su ser.
—Maldito seas —murmuró para sí—. Me has dañado tanto que soy incapaz de sentir.
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