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El sol amenazaba con salir, penetrando la oscura cueva en la que Irina se había refugiado desde el día anterior. Se encontraba agotada. Desde que llegó, no la habían podido descansar practicando uno tras otro los ritos que le darían poder y pondrían a sus pies a Dominick e Aidan.
Necesitaba dormir y un calmante para aliviar el molesto malestar que le causaban los constante cortes que se había hecho por placer para sellar el pacto con el Harusdragum.
En los últimos minutos, cada acción se realizaba con mayor premura. Natalia no dejaba de gritar que el sol llegaría, arruinándole la entrega.
De todo lo que Irina tuvo que hacer esa noche, lo que más disfrutó fue su encuentro sexual con Teodoro y Natalia, mucho más que con el otro chico asqueroso que no sabía muy bien qué era lo que hacía.
—No hay nada que un buen baño no pueda solucionar. —Se había dicho, mientras el joven desconocido se retiraba.
La verdad poco le importaba todas las atrocidades que tuvo que hacer. Su corrompida mente disfrutó con cada una de ellas. Se había sentido deseada, bella y poderosa. Había mantenido la actitud en toda la noche, y se estaba ganando el respeto de todos aquellos seres.
—¡Hemos terminado! —gritó Natalia, recibiendo los aplausos demoníacos de todos los presentes.
—¿Tendré mi poder? ¿Los tendré a ellos? —le preguntó con soberbia la joven.
—Solo tendrás, por ahora, el Sello —respondió Natalia.
—¿Y a ellos? ¡Los quiero a ellos! —le gritó—. Me prometiste que me los darías.
—¡Y los tendrás! Pero lo que has dado esta noche no es suficiente. Tendrás que hacer algo más.
—¿Qué? ¿Qué debo hacer?
—Un sacrificio.
—Soy capaz de sacrificar cualquier cosa.
—¡Ja, ja, ja! No lo dudo. Tú no tienes ningún pudor. Eres despiadada y única, ¡cómo me gustan las personas así! Pero este no es un sacrificio cualquiera. Hoy la maldita Fraternitatem me ha robado un corazón, y mi amo quiere otro a cambio.
—¿Un corazón humano? —preguntó Irina, dejando entrever un leve duda.
—Sí. Necesito un sacrificio humano.
—¡Y yo estoy dispuesta a hacerlo! —respondió la joven altiva—. Dime, ¿a quién tengo que matar?
Con una maquiavélica carcajada, Natalia aplaudió gozosa. Irina era la persona que necesitaba a su lado, y era una dicha haberla encontrado.
Irina mataría, pero no a cualquier ser humano. Si quería poder tenía que venir de una sangre que se la diera. Natalia conocía a la víctima perfecta, e Irina tendría a Dominick y a Aidan a sus pies.
Había sido poco lo que Gonzalo pudo dormir aquella noche. Su consciencia no sentía remordimiento por los asesinatos. Atrás había quedado la época en donde las terribles imágenes de la muerte y la culpabilidad asediaban y torturaban su mente. Una época tan distante que ya no podía ni recordar cuándo fue la primera vez que mató a causa de la Fraternitatem Solem.
No. Lo que realmente le había quitado el sueño era el rostro pétreo de Ibrahim durante la reunión, en donde no pudo encontrar ningún tipo de sentimiento que le indicara si el joven Primogénito estaba horrorizado con quién era él.
Era cierto que Ibrahim no tomó una actitud vehemente como Dominick e Itzel lo habían hecho, pero tampoco dio señales de apoyar lo que su familia habían hecho.
Lo amaba, lo suficiente como para echarse a morir en su habitación, mas era consiente que ni siquiera el profundo amor y respeto que sentía por él lo harían separase de su prima. Amina era más que una misión, era su obligación, y un Custos jamás abandonaba su responsabilidad, ni por sus seres amados. Así lo había demostrado cuando subió a la vans detrás de su hermano y de Maia. Eso, sin tomar en cuenta de que su vida había sido un regalo de esta.
Entrenar un poco lo ayudaría a despejarse, pero no iría a la playa como era su costumbre.
El hecho de que estaba dispuesto a dejar a Ibrahim por Amina no le hacía lo suficientemente fuerte como para enfrentarlo. Si podía retrasar el encuentro lo más que podía, lo haría.
Tomó su bicicleta y se dirigió a la Zona Xtrema, recordando un campo en donde podía practicar sin ser molestado. Agradecía que la gente de Costa Azul estuviera tan absortó en su día a día, que lo mismo les daba si sacaba un revólver o una espada, aunque él solo haría varias figuras.
Estacionó la bici, estirando su cuerpo para echarse a correr cuando dio de frente con Ibrahim. Palideció al verlo, pero el joven no se movió, continuó allí, esperando a que Gonzalo dijera algo. Mas, este no habló.
—Anoche esperé un mensaje tuyo. Casi podría decirse que me quedé dormido esperando alguna señal de humo. ¡No sabes la decepción que me llevó darme cuenta de que tampoco había recibido nada esta mañana! —Miró el reloj—. Son algo más de las diez, y desde las ocho estoy intentando dar contigo, Gonzalo Israel Santamaría. ¿Acaso quieres terminarme? —Sus palabras hicieron que las piernas le temblaran. El fuerte Gonzalo tuvo que sujetarse a la bicicleta para no caer al suelo—. ¡Ah claro, ni siquiera tomaré en cuenta que ya no sé cuantos sitios de Costa Azul he visitado para ver en dónde te habías metido! ¡Ignacio estará pensando que soy el chamo más pesado con él que te has topado! ¡No tienes ni idea de la pena que me has hecho pasar! ¡Hasta tuve que hablar con tu mamá! Quien por cierto me invitó a comer sus patacones y el tradicional Chivo en Coco que hace, aunque no me hace mucha ilusión comer Chivo en Coco.
Gonzalo solo podía ver los labios del joven moverse. ¿Chivo en Coco? ¿Quién quería Chivo en Coco? ¿Su mamá?
—Pensé que no querías verme —balbució.
—¿Por qué no querría verte? ¿Acaso me has montado cachos?
—No tengo fuerzas para estar frente a ti —continuó sin reparar la respuesta que Ibrahim le había dado.
—Esta es la primera vez que no entiendo tu español. ¡Siento que mi novio ha sido abducido!
—¡Ibrahim! ¡Mis manos están manchadas de sangre de la Coetum! Y ¿tú me estás hablando de Chivo en Coco y patacones? —gritó.
—¿Quieres que hable sobre lo de anoche? —le preguntó inquisitivamente—. Porque desde que acepté ser tu pareja me propuse a no hablar de trabajo contigo. —Gonzalo lo miró consternado—. Y la Fraternitatem es un trabajo para mí, así que... ¿Quieres hablar?
Ibrahim hizo la pregunta con tanta suavidad que Gonzalo corrió a echarse en sus brazos. El Primogénito de Sidus tuvo que sujetarlo con mucha firmeza, pues el Custos de Ignis Fatuus estaba por desplomarse sobre él.
Los gemidos contenidos de un corazón angustiado dieron rienda suelta a las tan anheladas lágrimas. Gonzalo no se contuvo, llorando con un llanto ahogado en un principio, y luego con toda el desespero y la aflicción que lo embargaba. Ibrahim no dijo nada, pero lo atrajo con mucha más fuerza hacia él, haciéndole comprender que podía descansar sobre su hombro. Para el Custos, Ibrahim se acababa de convertir en su refugio, por lo que no dejó de llorar.
Cada segundo que pasaba le confirmaba a Gonzalo que no temía tanto matar como ser rechazado por Ibrahim.
Su pareja esperó paciente. Ibrahim sentía que debía protegerlo, que Gonzalo también era su responsabilidad, una responsabilidad que amaba cada día más. ¿Cómo iba a reclamarle algo, si él había decidido serle sincero? Si había matado, había una explicación, aunque todavía no se la dijera, pero él se había prometido no presionarle y lo cumpliría.
Gonzalo pudo separarse de Ibrahim, con sus mejillas humedecidas, y regalarle una tierna e infantil sonrisa a su amado, quien sintió la tela de su camisa empapada. También le sonrió, tenía que brindarle toda su confianza. Si Gonzalo necesitaba ser oído, él lo haría sin recriminarle.
—¡Gracias, mi cielo! ¡Gracias por ser tan considerado y generoso! Por no juzgarme antes de escucharme —comenzó, limpiándose el rostro para invitarlo a sentarse junto a él—. Sé que anoche no dije palabra. Ignacio y yo parecíamos estatuas junto a mi prima, pero esa es la actitud que tenemos que adoptar cuando estamos en su presencia.
—¿Siempre? —preguntó preocupado.
—Siempre que ella tenga que asumir el papel del líder.
—¡Umm! Es bueno saber que no tendré a mi novio como estatua durante una fiesta —bromeó—. Aunque no sé mucho sobre baile y esa cosa.
—Puedo enseñarte —se ofreció.
—Cuando salgamos de esta pesadilla, prometo que me pondré en tus manos para aprender a bailar. ¿Entonces? —preguntó, haciéndolo volver al tema.
—Hace unas semanas atrás te dije que iba a comprometerme con Amina, haciendo aquel juramento que los soldados de mi Clan hacen a su Primogénitos.
—Lo recuerdo. Un juramento muy bonito, por demás.
—Hice mi juramento, como dije que lo haría.
—Y eso te llevó hasta la casa del Prima Ortega.
Gonzalo lo miró compungido.
—No solo a la de Ortega. He ido a muchos sitios, además de ése. —Hizo un breve silencio que Ibrahim respetó—. Ignacio estuvo muy metido en las investigaciones sobre los asesinatos de nuestro Populo, descubriendo incluso que algunos miembros de la Fraternitatem Solem habían sido secuestrados mucho antes de que todo se volviera a restaurar.
—¿Estás diciéndome que las persecuciones no son nuevas?
—No, no son recientes. Desde hace medio siglo están ocurriendo. Ese es el motivo por el cual Ignis Fatuus volvió a comprometerse con el resguardo de los suyos, mucho antes de que Amina naciera y los dones aparecieran. Preocupados, cómo estábamos, por detener los atentados que comenzaban a perpetrarse en Costa Azul, terminamos dando de frente con un antiguo problema, el cual había causado zozobra en la última Fraternitatem...
—¿La de Ackley? —lo interrumpió, recibiendo una confirmación de Gonzalo.
—El problema es que Amina ya no tenía su Sello, y por consiguiente, todo el poder heredado de Ackley para descubrir y purificar los Sellos, están enterrados dentro de la Umbra Solar, no pueden ser usados. Mientras, el tiempo avanza, y el enemigo, como plaga, se multiplica.
—Pero, cuando tenía el Sello tampoco se dio cuenta —le recordó Ibrahim—. Y si lo hizo, no dijo nada.
—¡Tienes toda la razón! No lo hizo porque lo desconocía como todos nosotros. Pero el día en que tuvimos que compadecer ante la Coetum por haber ayudado a Aurum, ocurrió un evento que nos dejó un tanto curiosos, aunque debo reconocer que tampoco pensamos mucho en ello, hasta ahora.
—¿Qué pasó?
—Nos tomamos de las manos, uniendo nuestros Munera, y los Sellos de muchos desaparecieron—. Ibrahim se sorprendió, aunque bien recordaba el temblor que sintieron en el estacionamiento, mientras esperaban el veredicto—. Ignacio y Jung comenzaron a investigar aquel fenómeno, descubriendo que uno de los Primas de Ackley había escrito sobre el mismo. Un tal Leonard... En sus reportes confesó que su Primogénito no enfocaba su poder en los Sellos, sino en el corazón, porque era allí donde el Harusdragum había comenzado a marcar a los suyos. Es por eso que cada día, menos miembros corrompidos mostraban señales de a quién le servían realmente, ocultándose ante sus Sellos de nacimiento.
—Me imagino que eso fue lo que ocurrió con Agatha, ¿no?
—Sí, eso fue lo que pasó.
—¿Y cómo los recuerdan? Digo, a los miembros de la Coetum que ese día estuvieron allí, con ustedes.
—Es imposible olvidar la mirada de odio de algunos, incluso de personas tan cercanas a ustedes.
—¿Cómo? —Se turbó—. ¿Qué quieres decir?
—Ortega no es él único. Y aunque Rodríguez no está corrompido, su familia si lo estaba. Pero la que realmente nos está preocupando ahora es Saskia.
—¿Saskia? ¿Por qué? —quiso saber.
—Porque su madre perdió el Sello aquella noche.
—¿La matarán?
—No si Amina puede recuperar su poder de la Umbra. Si lo obtiene podrá purificar el corazón de Soledad.
—¿Y si no lo hace?
—Tendrá que usar el método tradicional y sacarle el corazón... Siempre y cuando Soledad sea una de las líderes de los Hadrudra. Pero si es una más, y si no se cruza en el camino de mi prima, sé que Amina, en consideración a la Primogénita de Astrum, la dejará vivir.
Ibrahim no dijo más. No necesitaba más información de la que Gonzalo le había suministrado, así como tampoco quería pruebas, pues le creía. Y entendió el porqué Soledad se mostró tan temerosa con Amina aquella tarde cuando la amenazó, cumpliendo su tarea de no abusar de Saskia, deber que hizo perfectamente hasta que la Primogénita de Ignis Fatuus perdió todo su poder.
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