Los últimos

Las horas pasaron y ninguno de los dos regresaban, por lo que Dafne tuvo que convencer a Natalia de correr en la playa, por lo menos, no tendrían que decir que habían perdido su día.

Aidan estaba pendiente de que la orilla se despejara, no tenía intenciones de compartir más que la comida con Natalia. Suficientes problemas le había dado ya como para continuar con lo mismo. 

Cuando su hermana y compañía se fueron, invitó a Eugenia a regresar y ella lo siguió; necesitaba descansar un poco.

Ambos se lanzaron en la arena, dejando a un lado sus tablas. Reían con el rostro al sol, los ojos cerrados, recibiendo los ardientes rayos. Eugenia lo miró: su piel bronceada y sonrojada, su rubio cabello, en donde destellaban varios mechones en tonalidades más claras, sus fuertes hombros, su amplio pecho. 

Aidan carraspeó, sin abrir sus ojos, acomodándose en la arena, se llevó el brazo izquierdo debajo de la cabeza y apoyó la mano en su estómago. Ella pudo ver ligeramente el Sello de Ardere refulgir, era una señal de que se encontraba feliz. Su rostro mostraba serenidad. Se preguntó por qué le había rechazado, por qué nunca le había visto como ahora le veía: perfecto.

Giró hacia el cielo, cerrando sus ojos. Su presencia le hacía sentir en paz, no importaba si se desataba una tormenta, si un tsunami o una mega ola aparecía en el horizonte y se los tragaba, si estaba con él podía soportar cualquier cosa.

—¿Realmente estabas enamorado de mí a los trece años?

—¿Eh? —contestó sin abrir sus ojos.

—¿Es cierto que te gustaba cuando tenías trece años?

La pregunta fue un poco extraña. Aidan sonrió, subiendo levemente su pierna derecha. Inconsciente, se sentía tranquilo, no se avergonzaba de ser sincero con ella.

—¡Sí! ¡Como un loco!

—Mi mente estaba en otras cosas.

—Es compresible. Crecer con la presión de ser el Oráculo de Ardere no debe ser nada fácil, y menos si tenías que acompañar a mi hermana como amuleto de buena suerte.

—Irónicamente, terminé convirtiéndome en tu «amuleto de la suerte». —Sonrió.

—Me gusta que seas mi amuleto. Es bueno estar rodeado de personas en las que puedes confiar.

—Veo que has hecho un buen equipo con los demás Primogénitos. ¡Eres un gran líder, Aidan!

—Aún no he hecho nada asombroso, solo —hizo un breve silencio, en los momentos más apremiantes lo único que hacía era poner la vida de Amina en peligro. Abrió sus ojos, el sol le cegó, obligándolo a cerrarlos de nuevo. Quitó su mano debajo de su cabeza y la llevó al pecho, cerca de su corazón. Tenía miedo de que Eugenia pudiera escuchar sus latidos, los gritos de su agonizante corazón—. Solo he sido un estorbo.

—Me imagino que ante Ignis Fatuus todos deben sentirse menos, pero ahora estoy aquí y de tu lado. Te ayudaré para que saques todo tu potencial.

—Definitivamente, eres el mejor amuleto que ha existido en la tierra. —Sonrió, mostrando sus tímidos hoyuelos.

Hubo un silencio entre ellos, solamente podían escuchar el ruido del mar al romper y el burbujear de la marea al recogerse en la orilla. Era gratificante estar allí con ella.

—Era una tonta.

—¿Eh? —preguntó bajando su pierna

—A esa edad, era una tonta. Nunca debí rechazarte. Por lo menos, pude darte una oportunidad.

—No me quejo —Sonrió con dulzura—. Si no hubieras sido inalcanzable nunca habría aprendido a surfear y mucho menos me hubiese atrevido a escribir canciones.

—«...Mi amiga muy querida, eres tú,

me mueves el suelo, y cortas mi respiración.

Las letras por quien escribo esta canción...». —Eugenia cantó, ruborizándose.

—¿La recuerdas? —dijo sorprendido.

—Sí, la recuerdo muy bien —contestó, sin confesarle que cada día la repetía en su mente.

—Estaba pequeño —Sonrió, con los ojos abiertos. Esta vez se sentía más cómodo—. Recuerdo que casi lloré cuando te la canté.

—¡Sí! ¡Estabas realmente nervioso!

—Y luego, me rebotaste. ¡Ja, ja, ja, ja! —La carcajada fue inevitable. Eugenia le vio aturdida, se suponía que aquel momento debía ser doloroso, pero al parecer lo encontraba divertido—. Y ese fue mi primer rechazo oficial... Me tocó cambiar de estrategia.

—¿Y funcionó?

—La tercera vez, funcionó. —Su risa se esfumó. Su corazón punzaba profundamente.

—Yo fui la primera, ¿ y las demás?

—Irina —Se volteó a verla—. Estuve todo un año rogándole. Lo bueno es que interesarme en ella me hizo ganar un poco más de seriedad. Tenía una extraña inclinación a volverme un "loco de carretera" y caerle a cuanto palo de escoba se metiera en mi camino.

—Un año es mucho más de lo duraste intentándolo conmigo.

—Sí, fue mucho tiempo. Pero, ahora que lo pienso, Irina fue una especie de preparación. No se puede ser tan inmaduro en el plano sentimental. Finalmente, y contra todo pronóstico, terminé superándola.

«Superándola». Aquella palabra retumbó en la mente de Eugenia, si había superado a Irina con una tercera, quería decir que ella fue superada por Irina. Ahora tendría que indagar un poco más, conocer en que plano estaba la tercera.

—¿Y la tercera? La chica que fue lo suficientemente inteligente para no rechazarte.

—Ella —Suspiró, lo que Eugenia tomó como una mala señal—. Ella se convirtió en mi todo, en un todo que no puede ser.

—¿Por qué? —preguntó temerosa.

Aquella pregunta podía romper su corazón y sus esperanzas. Pensó en Saskia, era una chica exuberante, pero un poco despistada, demasiado como para que Aidan se fijara en ella. Maia era dulce, un tanto osada a la hora de enfrentar a los non desiderabilias, mas su impedimento físico era una gran barrera entre ellos, él amaba el contacto visual y jamás se enamoraría de una persona que no le pudiera ver. Por último, estaba Itzel, bonita e inteligente, sin embargo, por prudencia, nunca aceptaría a Aidan, antes se sacrificaría en aras de la Hermandad. Quizá su razonamiento estaba equivocado, solo él podía sacarla de dudas.

—Por la Hermandad —contestó—. Estar con alguien en estos momentos significa exponerla.

—No si es un miembro de la Fraternitatem.

Aidan sonrió, levantándose.

—No solo las chicas de la Fraternitatem Solem son interesantes —Le tendió la mano—. Vamos a montar un par de olas más, antes de que Dafne y Natalia vuelvan.

Ella le tendió la mano tomando su tabla para ir detrás de él. 

No sabía quien era la tercera, pero no tenía que preguntar nada más para saber que seguía allí. Ahora era su oportunidad para ayudarlo a superarla y volver a ocupar un lugar en su corazón. 

Dominick tomó la alabarda en su mano. Sopesó su masa, considerándola verdaderamente liviana. Realizó un par de movimientos sobre su cabeza.

—Manejable —pensó.

Jamás había pensado en utilizarla, hasta que recordó a Aidan sugiriéndole esta arma, compatible con su Donum. Fue la única vez que se acercó al campo de entrenamiento de Ardere, en ese momento era poco el conocimiento que tenía sobre Aurum.

En los últimos dos meses su vida había dado unos giros muy bruscos. Había dejado de vivir con su padre, y el contacto físico con su abuela se limitaba a un par de veces por semana. No lo hacía por falta de tiempo, sino como precaución, desde el ataque al colegio, los non desiderabilias no habían dejado de aparecer.

—¿Algo te preocupa? —preguntó Lea.

—¿Tener que ponerme en manos de otro Clan para controlar mi Don no debería preocuparme?

—Debemos aprovechar esa oportunidad. La ventaja de Ignis Fatuus sobre nosotros es muy amplia.

—¿Por qué siempre tenemos que compararnos con ellos?

—Porque hubo un tiempo en que nosotros estábamos en la cúspide de la pirámide, y ellos eran la base.

—Una base que aniquiló todos los poderes de la Hermandad.

—Pero, están de vuelta, Dominick.

—¿Y qué pasaría si jamás llegamos al lugar que nos corresponde?

—Creo que para Aurum, en estos momentos, lo más importante es no estar en la base. —Le quitó la alabarda, la giró sobre su cabeza, luego alrededor de su torso, inclinándolo con precisión.

—¡Eres muy buena!

—Debes confiar en Zulimar —Le tendió la alabarda—. Ella sabe muy bien lo que hace y jamás te pondría en manos de personas poco confiables.

—No es eso —Chasqueó la lengua—. ¿No has pensado que precisamente por ser una Ardere la que me entrenará ella podría no permitir que mi nivel esté por encima del de su Primogénito?

—Es algo que tendrás que averiguar. En todo caso, eres tú el responsable de desarrollar tu potencial.

Era un lunes ordinario. Los estudiantes se arrastraban por los pasillos, víctimas del lastre de flojera del fin de semana. Los primos Santamaría caminaban muy juntos entre los pasillos abarrotados de la Institución. Ese viernes se llevaría a cabo la fiesta de Carnaval y tendrían cuatro magníficos días de vacaciones, esperanza de todos los estudiantes.

—¿Te ha dicho algo mi tío sobre lo que haremos en carnaval?

—Aún nada —confesó la joven.

—¡Maia! —le gritó Itzel.

Los dos se detuvieron, esperando ser alcanzados. Itzel le dio un beso a la joven y le sonrió tímidamente a Ignacio. Este hizo un leve movimiento con su rostro, devolviéndole el saludo. Detrás de ella venía Ibrahim. Sonrió al verles.

—Quería entregarles la invitación a mi cumpleaños.

Ignacio miró la tarjeta, tomándola entre sus manos.

—¡Oh! ¡Gracias! —le respondió Amina.

—Pero tu madre nos ha mandado una.

—Cambio de planes.

Sin perder tiempo, Ignacio abrió el sobre. Dentro se encontraba una tarjeta blanca con ondas degradadas en azul y verde. La invitación era para tres personas. Subiendo ligeramente su mirada, notó las mejillas sonrojadas de Ibrahim, sonriendo con malicia. Guardó la tarjeta y golpeó un par de veces el sobre con sus dedos.

—¡Hola! —gritó Dafne.

Abriéndose paso entre las personas se acercaban los Aigner se acercaban. Ibrahim no tardó en sacar la invitación, mientras Ignacio recobraba su seriedad. Desde que salvó a Dafne, esta mostraba cierto interés por él. Era imposible no darse cuenta, en especial porque se sentía incómodo.

—Amina, tu chocolate. —Le recordó a su prima.

—¡Sí! —respondió emocionada—. ¡Nos vemos más tarde chicos! —Se despidió, marchándose con Ignacio.

La mañana transcurrió con total normalidad. Saskia había comenzado a comer cuando Itzel y Amina se acercaron a la mesa. 

Ibrahim aprovechó el recreo para repartir sus invitaciones, por lo que su puesto lo ocupó Eugenia. Dominick y Aidan llegaron a la mesa detrás de Ignacio, quien se acomodó al lado de su prima.

—¡Dominick! —le saludó Dafne, haciendo una eventual parada en la mesa.

Amina reconocía la voz de la joven. Le resultó extraño que la misma se acercara tanto a los Primogénitos, aunque su presencia les permitía violentar el decreto de la Coetum, dándose la oportunidad de sentarse juntos.

—¿Cómo estás? —le saludó Dominick, un poco confundido.

—¡Bien, bien! Me enteré que practicarás con nuestro Oráculo.

Dominick se irguió, mas no fue el único. La sola mención del Oráculo de Ardere hizo que más de uno tomara una postura de alerta, incluyendo a Aidan.

—Sí —titubeó, un poco fuera de sí. No entendía como algo tan privado podía ser ventilado de esa manera—. Mi Clan ha acordado con el Oráculo mis prácticas.

—¿Oráculo? —preguntó Saskia.

—Muy inteligente por parte de tu Prima —le aseguró Ignacio volviendo a su comida.

—Esto es una guerra por ver quién obtiene el primer lugar —les aseguró Luis Enrique, abriendo un lugar entre Saskia e Itzel—. Antiguamente, el Oráculo de Ardere era el instrumento que los Clanes más débiles utilizaban para fortalecerse —Eugenia palideció, aun así no dijo nada, ni siquiera se atrevió a mirar a Aidan, quien la observaba fijamente—. Si tu Clan se ha movilizado por encontrar al Oráculo es porque realmente les urge que mejores con tu Donum.

—No es un poco infantil eso —quiso saber Dafne—. Digo, qué te garantiza que un Oráculo que sirve a otro Clan haga del tuyo el más fuerte.

—No puede. No funciona así —le aseguró Ignacio—. El Oráculo no puede mentir, así como no puede hacer que un individuo desarrolle mucho más potencial de lo que da su propia capacidad. Todo tiene un límite, todos lo tenemos.

—Eso quiere decir que Ignis Fatuus también solicitará la ayuda del Oráculo —le respondió Dominick.

El tono de reto que el Primogénito de Aurum utilizó hizo que Amina se inclinara hacia su primo. No dijo nada, no era necesario, solo deseaba evitar una confrontación. Ignacio la miró con ojos de ternura, no debía preocuparse, poco le interesaba la opinión de Dominick.

—De hecho, Ignis Fatuus ha sido el único Clan que jamás ha solicitado la ayuda del Oráculo de Ardere. Cielo, me pasas por favor el vaso —Luis Enrique le pidió a Itzel. La joven rápidamente accedió a lo que le solicitaba—. De por sí, han mantenido su reputación de pacíficos, hasta el punto de no empezar una confrontación sin agotar otros medios.

—Creo que Nachito se saltó el molde.

Ignacio rio ante el comentario de Dominick. Rápidamente, Amina puso una mano sobre su primo.

—La Primogénita de Ignis Fatuus soy yo —respondió—. No Iñaki. Ciertamente, mi primo es lo que es, pero jamás atacaría a alguien si mi vida no estuviera en peligro, o si yo no doy la orden. Nos movemos como una unidad para ser efectivos, eficientes y eficaces.

—Sé que nuestro Oráculo no se opondría en ayudarles —le informó Aidan, recibiendo la aprobación de Eugenia.

Ni Amina, ni Ignacio respondieron, aun cuando agradecían el gesto de Aidan. 

Luis Enrique sonrió de medio lado, él sabía el motivo por el cual Ignis Fatuus jamás buscaría la ayuda del Oráculo de Ardere para incrementar su poder, pues este siempre estaba por encima del resto de los Clanes, incluso superior al oráculo. Desde el inicio se les consideró los más débiles, solo porque ellos eligieron ser siempre los últimos.

—Es mi idea o Dafne se está acercando mucho a nuestro grupo.

—Para no ver, eres muy detallista —le aseguró Ignacio.

Amina se sostuvo en su brazo para quitarse las zapatillas.

—Confías en el hermano, pero no en ella.

—La verdad no tengo nada en su contra, pero con lo poco prudente que es...

—Sí, yo también he pensado en su amistad con Natalia.

—Ella y Luis Enrique son tan diferentes.

—¡Ni que lo digas!

—¡Hey! —les saludó Aidan—. Pensé que era tarde.

—Casi —le respondió Ignacio, chocando sus manos con el chico—. Hoy no podré quedarme, necesito ir a la Biblioteca de la ciudad. Eso o comprar un libro.

—¿Cosas de la Hermandad?

—No, últimamente me está interesando eso de la electricidad.

—Iñaki! —se quejó Amina.

—Lo siento, bella, pero hasta que no lo vea con un cortocircuito no estaré tranquilo. Bien, me voy.

—¡Recuerda que somos pacíficos!

Él solo levantó la mano y Aidan sonrió. Hasta ese punto había llegado su amistad con Ignacio.

—¿Qué haremos hoy?

—¡Patinaremos! —le confesó, tomándola de la mano.

El sol brillaba suavemente sobre ellos. Se acercaron a la orilla para que los pies de Maia se mojaran mientras caminaban. Él colocó su mano entre su brazo.

—¿Irás a la fiesta de Ibrahim? —Aidan le preguntó.

—Sí, pero no tengo ni la más mínima idea de qué me pondré, y considerando que es el sábado, debería apresurarme, ¿no lo crees?

—Cierto. Aunque sé que te verás muy bien con cualquier disfraz.

—¿Qué te pondrás?

—Todavía no lo he pensado. Primero debo averiguar como irá Natalia para deshechar esa opción.

—Eso quiere decir que sigue detrás de ti —Él no respondió, bajó su rostro sonriendo—. Creo que terminaré sintiendo empatía por ella.

—No tienes que hacerlo. Espero que me digas cómo piensas ir.

—Luego lo discutiré con mis primos —Hizo un silencio—. Aidan —le llamó—. ¿Por qué no me habías contado sobre el Oráculo?

—Estaba preocupado por tu seguridad. No lo tomé muy en serio. Ni siquiera sabía que Eugenia era el Oráculo.

—Dicen que el Oráculo de Ardere debe de estar muy unido a su Primogénito. Quizá esa sea la razón por la cuál te enamoraste de ella.

—¿Lo sabes?

—Sí. Las muchachas me dijeron, pero no lo hicieron con mala intención —aclaró antes de que Aidan se molestara—. Excluyendo a Irina, siempre te has fijado en chicas que están involucradas con la Fraternitatem.

—Aunque tuve un tiempo de locura.

—¡Lo sé! —Sonrió, dando un suave golpecito en su mano—. Me hubiese gustado conocer a ese Aidan.

—Hubiese corrido detrás de ti por todo el colegio, por toda Costa Azul. ¡Era muy fastidioso! —Se detuvo—. ¡Hemos llegado!

—¡Y yo con los pies mojados!

—Eso no es un problema para mí —Colocó un brazo en las rodillas y otra en la cintura, levantándola—. Si te sientes incómoda puedes ir en mi espalda.

—No —Sonrió—. Así estoy bien.

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