Los Sellos de Amina
Aidan sintió un saltó en su corazón, producto de la epinefrina, y el usual mariposeo que despertaba sus sentidos: podía oler, ver, sentir y pensar mejor.
Ella era la motivación que necesitaba. Solo ella.
Ese día estaba dispuesto a darlo todo. Tenía que hacerse notar.
Era consciente que, después de aquel día, no habría un mañana para ella, así que tenía que vencer y regalarle un par de días más.
No podía permitir que su oportunidad pasara.
Si podía, le robaría la gloria a Ignis Fatuus, y le pediría a la Coetum más de un par de días para Amina.
Amina miró al ejército de Astrum, ubicado entre Lumen y Aurum.
Era el único Clan que no estaba presidido por su Primogénito, por lo que la joven Ignis no pudo evitar sentir un vacío en su corazón.
Se sentía culpable y en deuda, entendiendo el motivo por el cual Lumen se había solidarizado con él, mientras que Aurum seguía fiel a la tradición dentro de la Fraternitatem Solem de luchar al lado de sus aliados.
Sin embargo, Amina no olvidaba que no solo la historia que unía al Clan de la Justicia y a Astrum los volvía a colocar uno al lado del otro.
Dominick se sentía emocionalmente unido al Clan de Saskia. Él, que no pudo darle la protección que quiso brindarle, quería hacerle un último homenaje póstumo, tomando la posición de liderazgo que le correspondía a la chica que tanto sufrió y que por una noche le regaló la dicha de ser feliz por completo.
Respirando profundo, Amina dio los pasos que la acercarían por última vez a los restos de su poderoso Clan.
Ignacio y Gonzalo se hallaban a la cabeza, esperando por ella.
Amina les sonrió, luego de hacerles una pequeña venia a Ibrahim, cuyo Clan estaba a la derecha del suyo, al lado de Aurum.
—¡Primogénita! —saludó Ignacio con una leve inclinación.
—Mi Custos —respondió, colocándose los guantes que este le tendía.
—No sabes cuánto me alegra verte aquí, Amina —dijo Gonzalo con la voz cargada de emoción, debido a que su prima no se encontraba en las paupérrimas condiciones en las que la vio en la Coetum el día de la reunión.
—Y a mí estar con ustedes, Zalo. —Le dedicó una tímida sonrisa, dándose la media vuelva para contemplar el desolado paisaje que se extendía ante ellos.
Los tambores provenientes del mar comenzaron a escucharse en el desierto venezolano, haciendo que más de uno, dentro de la Fraternitatem, relajara sus hombros para prepararse al combate.
—Amina. —La llamó su primo Ignacio.
La chica llevó una de sus manos al cuello de su chaqueta.
—¿Cuál es nuestro plan personal? —preguntó Gonzalo.
—Todo dependerá del Umbra Mortis —le aseguró Amina.
Con calma fingida, los Clanes esperaron la aparición de los non desiderabilias.
Los estandartes del dragón emergieron entre los cerros de la más fina arena, mientras la caliente brisa que acompañaba al sol de Los Médanos soplaba dibujando siluetas de serpientes en la superficie.
El ejército del Harusdragum se hizo presente en la Península de Paraguaná, y como Maia temía, Natalia había decidió presentarse con todo el arsenal más poderoso de los Harusdra: Teodoro e Irina.
—¡Primogénita de Ignis Fatuus por fin tengo el privilegio de verte! Aunque rodeada de un ejército de perdedores —le gritó Natalia—. Ríndete ante mí y les daré una muerte rápida, Te juró que será lo que dure mi Señor alimentándose de tu corazón.
—Si quieres mi corazón tendrás que venir a por él —le respondió.
—¡Te juro que morirás lentamente! —replicó Natalia, hecha una furia.
—Hablas más de lo que haces —bufó Amina.
—¡Teodoro! —gritó, sosteniendo la última sílaba del nombre de su arma letal predilecta, entretanto apuntaba hacia la Hermandad.
El Umbra Mortis, junto a su escuadrón, extendió su mano haciendo que miles de dagas de cristal salieran disparadas hacia la Fraternitatem Solem.
Ignacio sonrió, dándole la espalda para acercarse a los suyos junto a Maia.
«No podrás matarla y detener a Teodoro al mismo tiempo», le confesó a su prima, posicionándose con ella frente a Ignis Fatuus. «¿Acaso piensas proyectarte?».
Amina miró el rostro marcado de Natalia, en donde se observaban cada uno de los Sellos del Harusdragum. La verdad era que el tiempo de entrenamiento en la prisión de la Hermandad había sido limitado y de muy baja calidad. Las emociones comenzaban a jugarle bajo y ella no se atrevía a apoderarse de un Donum que era de otra persona, así que no usaría el Don de Saskia, aunque eso fue lo que se había acordado.
—¡Maia! ¡Estoy aquí! —Escuchó dentro de su cabeza la voz de Saskia, riendo de plena felicidad, entretanto le brindaba la confianza que por segundo perdió.
—Lo sé, Saskia —murmuró—. Sé que estás con nosotros.
—Amina, ¿de qué hablas? —La interpeló Ignacio, quien la había escuchado claramente, causándole preocupación oírle pronunciar el nombre de Saskia.
—¡Ya déjense de juegos y hagan algo! —exigió Gonzalo, al ver que las dagas estaban cerca.
Estas habían recorrido la mitad de la distancia que separaba ambos bandos, causando zozobra en la Hermandad.
—Ignacio, voy a subir —resolvió Amina.
—¡¿Qué?! —preguntó el chico que ya tenía la espada entre sus manos—. Si subes, ¿quién la enfrentará?
—Alguno de ustedes tendrá que hacerlo —le dijo la chica sujetándose con firmeza el tapabocas.
—¿Tú o yo? —preguntó Gonzalo a su hermano.
—Ninguno de los dos. No con Teodoro y la bruja que lo acompaña en tierra —le aseguró el joven, comenzando a balancearse en ambas piernas—. ¡Ignis Fatuus! —El grito desgarrador del Custos despertó el espíritu guerrero de su Clan.
Cada miembro de Ignis Fatuus se sentía seguro bajo el tutelaje de Ignacio. Su reputación había crecido día tras día dentro de su Clan. No hubo tortura que no hubiese soportado con estoicismo, ni sacrificio que no pudiera realizar. Su fama, labrada con sufrimiento y constancia, trascendía las fronteras de la misma Hermandad.
Zulimar no exageró aquel día cuando le aseguró a Dominick que cada Clan deseaba tener a un soldado tan capaz como él, pues si Amina era respetada, se debía en parte, a que en cuestiones de fuerza, estrategias de combates y técnicas, Ignacio siempre era infalible.
—¡Juntos hasta la muerte! —le respondieron al unísono, contagiando de su valentía a toda la Hermandad del Sol.
Era el momento de Ignacio Santamaría. Su Primogénita lo había dejado a cargo, mientras ella neutralizaba a los non desiderabilias.
Amina comenzó a ascender frente a una Hermandad que no entendía lo que estaba pasando.
—¿Qué...? —titubeó, Dominick—. ¿Qué es lo que pretende hacer? —reclamó, encontrándose con el desconcertado rostro de Itzel.
Nadie le respondió. Ibrahim y Aidan se encontraban muy lejos para escucharlo, y ni Ignacio, ni Gonzalo le responderían.
—¡Confía, mi Primogénito! —le pidió Zulimar-. No te desesperes.
Aidan miró la majestuosidad de una Amina que subía cual ángel al cielo, convirtiéndose en estandarte de una preocupada Fraternitatem Solem.
—Primogénito. —Lo llamó Miguel, quien estaba a su lado, junto a Gregorio y a Adrián—. ¿Qué haremos?
El joven dio un vistazo a Aurum, contemplando a un Primogénito que parecía confundido, infundiendo terror en los ejércitos de Astrum y el suyo propio. Pero, también observó a un dispuesto Ignacio, preparado para acabar con el enemigo y a su regimiento confiado en su orden.
—Sigamos los planes de Ignis Fatuus —contestó—. Ellos tienen la experiencia de la cual carecemos, y muchas razones para no perder esta guerra —aseguró sin dejar de observar a Teodoro moviéndose dentro de los Harusdra.
—¡Haremos lo que digas! —le confirmó Gregorio.
—¡Ardere! —gritó Aidan, haciendo que su arco apareciera.
—¡Todos juntos! —le respondió su Clan a una sola voz.
Los rubios mechones del Primogénito cayeron sobre sus verdes y torvas pupilas, mientras el Sello de su Clan se vestía de guerra, centellando el fuego de la venganza.
—¡Muévelo, Iñaki! ¡Muévelo! —exigió su hermano, en un intento por darle prisa.
«¡Ibrahim!», gritó el Primer Custos. «¡Ven aquí!».
—¡¿Qué?! —preguntó Gonzalo perturbado, pero su hermano no le respondió—. ¿Por qué Ibrahim?
Sin embargo, el Primogénito de Sidus corrió a atender el llamado de su cuñado, haciendo uso del Donum Maiorum de Aurum, con el que abrió un portal para aparecer entre los Santamaría, después de dejar a Kevin Gómez encargado de su Clan.
—¡Dime! —le respondió.
—Necesito que detengas las dagas —ordenó sin titubeo.
—¡¿Estás loco?! —le reclamó Gonzalo—. El Umbra Mortis hará mierda el Donum de Ibrahim. ¡Terminaremos perdiéndolo! ¡Lo matará!
El miedo de Gonzalo hizo palidecer a Ibrahim. ¿Cómo se atrevía a considerarlo como una persona débil? Iba a responderle, pero Ignacio se le adelantó.
—Si no puedes hacer a un lado tus emociones, entonces ¡vete! ¡Regresa a casa y espera noticias!
—¡Ignacio! —El nombre de su hermano salió como un suspiro arrancado de sus labios.
—O me apoyas o te vas. —Fueron las duras palabras que Ignacio le dirigió.
—¡Estoy a tu servicio, Primer Custos! —respondió Gonzalo, volviendo su mirada hacia las dagas cada vez más cerca, más amenazantes, concentrándose para hacer lo que mejor sabía: luchar contra los non desiderabilias.
—Escúchame bien, Ibrahim —le dijo Ignacio, colocándose a su izquierda—. Mi Primogénita necesitará un poco de tiempo para detener las dagas. Si ellas nos tocas...
—Estamos jodido. ¡Lo sé! —le interrumpió Ibrahim, recordando lo que había pasado en el colegio.
—¡Exacto! Pero si aplicas todo tu poder, la tormenta de arena hará que todo se vuelva más complicado —le confió Ignacio, e Ibrahim lo entendió claramente—. Entonces, cuando te diga, haz uso de tu Donum.
—Okey —respondió el chico.
Ignacio había evaluado todas las opciones. Ni Itzel, ni él podían hacer nada contra el Umbra Mortis. Ya una vez el Custos de Ignis Fatuus intentó enfrentarlo, viendo como las dagas de cristal penetraban los escudos de protección, ocasionando que, tanto los campos de energía como el Donum, comenzaran a debilitarse.
Si hubiese dejado semejante empresa en manos de Itzel, o incluso, él la hubiera llevado a cabo, estaría sentenciándola, o sentenciándose a la muerte. Ni siquiera combinando sus poderes podrían resistir más de un cuarto de hora.
Por ello, el único que tenía un Donum lo suficientemente fuerte para detener las ráfagas de dagas de cristal que Teodoro y su gente les enviarían durante toda la batalla, sin sufrir más que el cansancio típico de la concentración por el uso de su poder, era Ibrahim. Además, solo sería hasta que Amina alcanzara la plenitud de sus Sellos.
—Primogénito de Sidus, solo serán unos segundos. Sé que te parecerán eternos, pero pasarán rápido.
Gonzalo vio de reojo a su hermano, sabía que si Ibrahim se desesperaba la fina arena los cubriría, y aquello sería un terrible caos para todos.
Ibrahim dio un par de pasos por delante de ambos de Custodes, y así, formando un triángulo entre los tres, dobló sus rodillas, para invocar su Donum.
—¡Ahora! —le gritó Ibrahim al ver que las dagas estaban lo suficientemente cerca para repelerlas sin mucho esfuerzo.
El rostro de Ibrahim se contrajo, mientras las corrientes de aire comenzaron a moverse con suavidad entre los soldados de la Fraternitatem Solem, acumulándose alrededor de Ibrahim y los Custodes.
La arena superficial se arremolinó entre ellos como si tuviera vida propia, por lo que más de uno se subió el níveo tapabocas para que las partículas de arena no entraran por sus fosas nasales.
Las corrientes se acumularon y con una fuerza sobrenatural marcharon hacia las dagas, deteniendo su veloz movimiento.
El cuello de Ibrahim se tensó, llevándolo a apretar su mandíbula y sus manos en cuanto su Donum entró en contacto con el de su mayor rival dentro de los non desiderabilias.
Las dagas no lo afectaban, pero contrarrestar su aceleración para luego desviarlas no era tan sencillo. Tuvo que hacer de las masas de aire, un bloque semejante al acero, consciente de que la dispersión de las moléculas, característica de todos los materiales gaseosos, terminaría por hacerla ceder. Sin embargo, disminuir la velocidad, haciendo que su poder causara la fricción suficiente para hacer que las dagas fueran más lentas, eran ganancia para él.
—Hermano, ¿preparado? —Ibrahim escuchó que Ignacio le dijo a Gonzalo.
Este asintió, justo cuando su prima se ubicaba en el punto más alto sobre ellos, con las manos extendidas por completo a los lados.
El Sello rosa de Ignis Fatuus y el amarillo de Mane refulgieron en la piel de Ignacio, mientras que una fortalecida ave apareció en la frente de Gonzalo, permitiéndole volver a gozar de su poder, así como el Sello de Mane comenzaba a tornarse de un rojo fuego.
—¡Mane! —dijo Ignacio, tan audiblemente que Ibrahim y Gonzalo pudieron escucharle, entretanto el Sello del Clan asesino despertaba en el cuello de la Primogénita, en vivos colores primarios.
—¡Lumen! —continuó Gonzalo, igualmente audible.
Ibrahim comprendió de inmediato que aquel era una especie de conteo y que, a medida que nombraran cada Clan, el Sello de este refulgía en Amina.
Del otro lado, Natalia observaba molesta como las dagas reducían su velocidad y Amina comenzaba a exhibir el Sello tricolor de Mane, así como el plateado Sello del Primado de Lumen.
—¡Astrum! —La palabra salió de un ansioso Ignacio, sediento de acción.
El Sello de Astrum refulgió en su gente, renovando en ellos su sangre guerrera. El Clan de Saskia dio un grito de ataque, y Dominick se sintió confiado y poderoso.
—¡Ardere! —dijo Gonzalo, mirándolo sobre la nuca de su novio.
Ibrahim se asombró de tal manera que titubeó. ¿Qué era lo que había escuchado? ¿En verdad dijo Ardere?
En un esfuerzo por no perder su posición y corroborar del propio Gonzalo lo que había oído, intentó verlo, pero su movimiento fue suficiente para hacerle perder la concentración, bajando levemente sus brazos.
Las dagas ganaron velocidad, por lo que Gonzalo le echó una mirada reprobatoria, lo que le hizo volver en sí y recuperar un poco la posición que había perdido.
Al no poder recibir respuesta de su novio, decidió mirar a la Primogénita de Ignis Fatuus, notando que, a pesar de que Gonzalo había dicho Ardere, en Amina no se había reflejado ningún Sello.
—¡Ignis Fatuus! —gritó Ignacio, justo cuando de su Primogénita se desprendió un campo de fuerza, lo suficientemente poderoso para, no solo detener por completo las dagas, sino irlas desvaneciendo, aunque con extremada lentitud.
El Sello en la frente de Amina destelló. El Phoenix había renacido, redoblando la confianza y energía de su Clan, el cual exhibió son orgullo sus Sellos.
—¡Debemos darnos prisa! —ordenó Ignacio—. Antes de que el Sello de Ignis Fatuus desaparezca de la frente de Amina.
Aquella fue la señal para ambos bandos, quienes se lanzaron al ataque.
***
Los Médanos de Coro
Nota: Es un capítulo dedicado a todos los que siguen esta historia. Está escrito con mucho cariño♥
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