Los Primogénitos...

Una hora fue lo que le dieron a todos los inquilinos para prepararse y bajar al salón de fiestas. 

Se le dijo a Dominick que le había preparado una cena para que compartiera con su abuela, así que subió a cambiarse.

El comedor estaba rebosante de blancura. Los jóvenes de todos los Clanes estaban reunidos alrededor de la mesa principal para darle la bienvenida al cumpleañero. A diferencia de la actitud tomada en la mañana, Ignacio y Amina se encontraban también presentes.

Ambos se dieron un breve vistazo. De verdad que la chica se sentía contenta por su amigo, pero no era capaz de acercarse a él.

«Deberías hacerlo», le invitó Ignacio.

«¿De qué me serviría?»

«No es bueno ocultar lo que sentimos, Amina. También es válido dar un paso al frente y comenzar todo otra vez».

«Iñaki, ¿eres consciente de lo que me estás diciendo?».

El chico la miró.

«Lo preguntas como si fuera pecado».

«¿De qué me va a servir establecer una amistad con Dominick si sabes que terminaré por hacerla añicos una vez más?»

«Llévalo al Catatumbo», propuso, ante la intrigada mirada de su prima. «¿Acaso olvidas que él es una especie de Thor?» 

Amina no pudo evitar sonreír.

—¡Estás loco, Ignacio Santamaría!

—¡Ja, ja! Quién quita que recargándose en ese santuario natural de energía eléctrica terminemos con un sistema eléctrico gratuito.

—Sabes que eso no pasará, ¿verdad?

—Piensa por un momento, ¿qué habrían hecho los nórdicos si hubiesen tenido entre ellos un fenómeno como el Catatumbo?

—¿Es en serio? ¡Ja! ¡Mejor me voy! —contestó, dejando solo al chico.

En un ambiente similar transcurrió la cena. Después todos fueron invitados a pasar al salón de fiesta.

Amina pudo percibir que su amigo estaba feliz. Salió de la estancia. Aquel era uno de esos momentos en los que necesitaba estar sola. Pensar no le haría daño. 

Recogió sus piernas, apoyando su barbilla en sus rodillas, mientras observaba el cielo estrellado. Había recorrido un largo camino desde que llegó a Costa Azul. Contempló su brazo derecho, su mano y sus dedos, extendiéndolos al horizonte, abrió sus falanges, achicando sus ojos para ver la luna a través de ellos. ¡Era tan fácil!

Bajando su mano, contempló sin reparó la luna. 

Era lo único que su estrecha celda del Auditorium le permitía ver, desde el agujero en donde la habían enterrado, podía contemplar la luna, entretanto la ocultaban el sol. ¿Cuántos sucesos? ¿Cuántos días? ¿Cuántos sentimientos le habían arrebatado? Su familia, su Donum, su amor.

—¿Aburrida? —dijo una voz tras ella.

Su corazón dio un vuelco. Inconscientemente, se llevó la mano al pecho, sin voltear. No podía responderle a Aidan sintiéndose cómo se sentía. 

Tuvo ganas de llorar, de pedir, ¡no!, de exigirle que se fuera. ¿Acaso no podía ir a buscar a su amada Eugenia y dejarla en paz?

Le había dado tanto que ahora no le quedaba nada más que su soledad y las locas ganas de acabarlo todo, aunque ahora no podía: tenía que ser cuidadosa.

—Gusto de pasar tiempo a solas.

—¿En serio? —le preguntó sinceramente, sentándose a su lado.

—Dominick necesita un ambiente armónico y yo no soy una buena compañía en estos momentos. Es un poco frustrante no ser sincera frente a él.

—¿No te sientes feliz por él?

—Preguntas demasiado Ardere para lo que hemos hablado en las últimas semanas.

—Perdón. —Se disculpó, bajando el rostro—. Es que a veces tengo la sensación de que somos buenos amigos.

—¿Buenos amigos? —bufó. ¿Estaba loco? Su trato había pasado a la extinción—. No precisamente.

—Por lo visto, la rencilla entre nuestros Clanes nos han superado.

—Quizá por eso la Fraternitatem Solem recomienda a los Primogénitos no estar cerca.

—Sin embargo, tú eres muy amiga de Dominick.

—Ya ni siquiera puedo considerarme como «muy amiga» de Nick. —Lo miró—. Le he ocultado mucho y le he causado pesares mayores. ¡Creo que fue mucho para él!

—¡Oh! —confesó observando el mar. Se había dado cuenta de que, tanto ella como el Primogénito de Aurum habían traspasado cierto límites. Pero también un peso fue quitado de su corazón, quizás ella ya no sintiera lo mismo por él.

Él sonrió, subiendo su capucha, escapándosele algunos mechones de cabello. Amina lo miró por unos breves segundos, se sentía tan molesta con su presencia que no pudo contenerse de observarlo absorta.

¡Era bello! Su nariz, su mentón, su rubio cabello, su belleza se magnificaba cuando se colaba aquella capucha blanca. No en vano Eugenia le llamaba «mi ángel», eso era lo que parecía. Sonrió con rabia, ¿no era irónico todo aquello?

Se puso de pie. Si no podía estar sola, entonces prefería estar con el resto que con él allí.

—¿Ya te vas? —le preguntó nervioso, poniéndose de pie tras ella.

—No es muy prudente que estemos aquí —contestó, sacudiéndose la arena de su vestido azul celeste—.Si quieres compañía, la fiesta está por allá. —Señaló con su rostro, dando la media vuelta para continuar, cuando él la tomó por el brazo.

—¿Escuchas? —dijo, irguiéndose para captar mejor la melodía que provenía de la casa.

Amina lo miró, para luego voltear hacia la vivienda. Las luces artificiales fueron decayendo, intensificando la oscuridad del exterior. El arpegio de una guitarra se escuchaba desde el interior. ¡Claro que escuchaba la canción, sabía hasta quién la cantaba!

—¿Te gustaría bailar?

Turbada, Amina se volteó a mirarlo.

¿Por qué no buscaba a Eugenia si deseaba bailar aquel tipo de melodía? ¿Por qué no buscaba a su gente y la dejaba en paz? No quería estar con nadie, y mucho menos con él. ¿Estaba loco? Sonrió con sorna, de eso precisamente trataba la canción, de sentimientos locos, de esperar por alguien.

¿Por qué tenía que ser ella la que esperara? No podía seguir esperando por él, estaba cansada de aquella situación, solo deseaba encontrar el escondite de los Harusdra, acabar con quien estuviera al frente de los non desiderabilias y seguir su camino. Suplicarle a sus padres vivir en Valencia, estudiar en la Universidad de Carabobo, en la Páez o la Michelena, y descansar un poco de la Hermandad, so pretexto de cualquier parcial de Cálculo.

—Por favor —le suplicó el chico.

Aquello estaba sucediendo, el rey del hielo le estaba pidiendo que por favor bailara con él. Amina bufó, abriendo sus brazos para recibirlo, mientras más rápido accediera, más rápido acabaría con todo. No quería más guerras. Eran casi las diez de la noche y lo único que deseaba era irse a dormir.

Él colocó una mano en la cintura, y la otra en su mano derecha, entretanto se acercaba. Amina miró hacia la playa, sintiendo el calor de su cuerpo cada vez más intenso. Aidan se acercó todo lo que pudo, moviéndose tímidamente. 

Había tenido aquel sentimiento de vacío desde semanas, vacío que se transformaba en rabia cuando la veía, cuando la oía, cuando la sentía. No entendía por qué no podía estar a su lado como lo estaba con Itzel o Saskia. Todo con ella era complicado.

El aroma a manzana que débilmente brotaba del cabello de la chica le hizo cerrar sus ojos. En su sueños, ese perfume se hacía presente. 

Quería a Eugenia, ¡claro que la quería! Estaba dispuesto a dar su vida por ella, pero tenía el presentimiento de que la chica de sus sueños era cualquiera, menos su hermoso Oráculo. Incluso, podía ser aquella chica que estaba entre sus brazos.

«You're all I think about when I'm awake, part of every night and every day...»

La acercó todo lo que pudo. Amina se encontró plenamente apoyada en su pecho, entretanto la mano de Aidan subió de la cintura a su espalda, sujetándola con delicadeza y con firmeza. Recogió su mano con la de ella en el pecho. Aturdida, la chica se preguntó qué era lo que intentaba hacer.

«¿Te quedarás?». Aidan creyó escuchar la voz de un joven preguntarle a una chica que jugaba, huyendo del mar que bañaba sus pequeños pies en la orilla de la playa.

Aquel sentimiento indescifrable lo golpeó en el pecho. Algo le faltaba. ¿El aire? ¿La alegría? ¿El tiempo? Se desesperó. A medida que la canción terminaba, sentía como si la vida se le fuera con cada segundo.

Todo acabaría, todo finalizaría con la última melodía. Y Amina lo agradecía. Con los ojos cerrados, apretando los labios, intentaba pensar en otra cosa que no fuera los latidos del corazón de Aidan. Algo le perturbaba al joven, podía sentir su ansiedad.

Decidió acabar con eso de una vez. Separando su rostro de su pecho, buscó encontrarse con los ojos del joven. Él la miró, esperando cualquier palabra que saliera de su boca, pero esta no dijo nada. Recorriendo los pocos centímetros que los separaban, Aidan la besó. Amina abrió sus ojos, estremeciéndose ante el contacto. Los labios de Amina revivieron la calidez de los suyos, y él se regocijo en la dulzura de los de ella.

La capucha le dio en la frente y los mechones del chico acariciaron las mejillas de la joven. Aidan la abrazó con fuerza, sintió un fuerte revoloteó en su estómago.

Él estaba tan feliz que no le importaba ser descubierto ni por la Hermandad, ni por Eugenia. Se estremeció, aferrándose más a ella. Por primera vez, quiso ser egoísta, no la dejaría ir, no le importaba nada más, no necesitaba nada más.

Amina no hacía más que confirmar sus propios sentimientos. Lo quería, ella lo quería. Aún lo amaba, no necesitaba confirmarlo con un beso, lo sabía. Cada día, cada segundo de su vida. Entonces, ¿por qué tenía que ser tan malvada y someterlo a aquello? Tampoco podía ser cruel con Eugenia, por más que le haya arrebatado al amor de su vida. 

Fue una contienda justa, Aidan se fue porque quiso, y Eugenia era una chica muy bella, tanto física como humanamente, así que pudo ganarse su corazón; no en vano Dominick había asegurado que estando al lado de Eugenia se olvidaría por completo de ella. Metió sus manos para separarse.

—Esto no esta bien, Ardere. Los Primogénitos no nacimos para esto. —Dio un paso retrocediendo, ante la mirada atónita de Aidan. La chica negó con su rostro—. Los Primogénitos...

—No tenemos que involucramos —le dijo con voz ronca, mirándolo adolorido—. Te entiendo.

—Lo siento —murmuró Amina, corriendo hacia la casa. Necesitaba refugiarse en un lugar donde poder llorar. Se llevó una mano a los labios para evitar gemir, lo menos que deseaba era que él corriera detrás de ella.

Aidan la miró marcharse. Su corazón se sentía herido; se llevó una mano al pecho. ¿Qué era lo que estaba sintiendo? ¿Por qué tenía la sensación de que algo le faltaba? ¿De qué estaba muriendo?

La dejó ir, él sabía que aquello era un error, pero ¿cómo iba a verla al día siguiente, si la estaba deseando más de lo que había deseado a alguien? ¿Cómo iba a combatir contra ella con la misma fiereza con que lo había hecho si solo quería abrazarla y protegerla? ¿Cómo iba a dirigirse hacia ella con la misma formalidad si lo único que anhelaba era ser tan cercano como Ignacio, como Gonzalo, ser el sustituto de Dominick? ¿Cómo iba a mirarla si desde el momento en que la besó supo que se estaba enamorando de ella?

No podía hacerle frente a Eugenia, no era justo para ella, ni para él. No negaba que todo era una locura, los Primogénitos jamás podían estar juntos, pero, por prematuro que sonara, él solo quería estar a su lado, aunque no la haría pasar por el calvario que Dominick la sometió.

«And you won't have to wait no more for me, for me, for me. And I just got this crazy feeling, I've been making someone wait for me»

Terminó la canción.

***

Hoy les dejo unas imágenes del Relámpago del Catatumbo (realmente son muchos, 233 aproximadamente que destellan por kilómetros cuadrados), ubicado en el estado Zulia y reconocido como el lugar donde ocurre la mayor concentración de rayos en el mundo, los cuales caen por 297 días, ¡un verdadero fenómeno atmosférico que me gustaría ver algún día!

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