Literal

Soñar, era lo que Amina necesitaba. Deseaba llenar sus días de renovadas ilusiones, vivir en un mundo repleto de fantasía, donde sus padres siguieran teniendo a una niña dulce como hija, y donde pudiera sentirse amadísima por Aidan. Pero cada día su realidad mostraba su lado más lúgubre, hasta el punto de temer no encontrar nunca la paz.

Ese día estuvo estudiando para los exámenes de final de lapso. 

Por primera vez en mucho tiempo, no se negó a ayudar a Leticia en la cocina, compartiendo con sus padres como no lo hacía desde que aparecieron los Primogénitos.

Sabía que la tranquilidad de un día era comparable a la calma que precede a la tormenta, y lo aceptaba, pero no por ello iba a cohibirse de disfrutar de una alegría que necesitaba para continuar.

La noche le tomó con mucho cansancio. Recostada en su almohada, colocó sus manos sobre la boca de su estómago, subiendo levemente una de sus piernas. Quería relajarse antes de dormir, pues no quería que ninguna pesadilla irrumpiera en sus pensamientos oníricos.

Sin embargo, el rostro esquivo de Aidan apareció ante ella. Él no se había dignado a verla, ni siquiera una sola vez, y aquello le perturbaba más que ser descubierta in fraganti cometiendo los asesinatos que cometió.

Hubiese preferido su desprecio, el reproche de sus palabras, pero él no dijo nada. Permaneció tan inmóvil como Ignacio y Gonzalo a su lado, con las manos sobre Eugenia como si la estuviera apoyando, y pese a ello, no salió tampoco a la defensa de su novia.

—Debes dejar de pensar en él. Mientras, más te importe su opinión, más te afectará, y no es bueno seguirte sumergiendo en la espiral de tristeza en donde te encuentras —se aconsejó, como si estuviera hablando con otra persona.

Convencida de que descubriría lo que Aidan pensaba de ella, opinión que comenzó a importarle desde aquella noche en la playa cuando la besó, se entregó a los brazos de Morfeo.

Hacía frío, en sus sueños hacía mucho frío, por lo que intentó darse calor con sus propios brazos. No estaba en su amada Venezuela, allí no hacía tanto frío, no en la zona en que se encontraba.

Estaba rodeada de árboles, todos muy altos y llamativos, por cuyas ramas se colaban los débiles rayos lunares y, pese a ello, el lugar no era nada oscuro.

Estaba sola, lo supo de inmediato, así como pudo reparar en su ropa, blanco por el soslticio, con una hermosa capa corta que le hacía lucir hermosa. Sonrió, pensando en lo que Aidan diría si la viera así. Pero, su sentido de supervivencia le indicó que debía mantenerse alerta, sería una tonta si se confiaba.

Miraba cada copa, cada tronco, caminando con cuidado para no tropezar con cualquier raíz. El tiempo le había enseñado que habían sueños tan poderosos que se convertían en realidad, así que un ataque mortal podía borrar su existencia de todos los planos humanamente conocidos. Pero, una risa infantil le distrajo de sus planteamientos teóricos. Al final no estaba tan sola como había pensado.

Corrió por el bosque, en busca de tan risueño sonido. No tenía nada que temer a unos niños, aunque solo escucha a uno, al menos que se transformaran en una especie de monstruos a los cuales no tendría reparo en eliminar.

Sonrió al sentir el suave calor que el Sello de Mane le proporcionaba. Sentir su nuevo Sello era señal de que podía hacer uso de su poder si lo necesitaba, aunque todavía no tenía un dominio decente sobre este.

Cuidadosa de su presencia, se asomó detrás de uno de los árboles que daban hacia un claro, donde una niña jugaba lanzándose en los brazos de unos amorosos padres. No eran de su misma época, lo dedujo por las ropas que llevaban. Las mangas amplias y la túnica de la joven madre le indicó que aquella familia tenía que ser de la Edad Media. ¡¿Tanto había retrocedido en el tiempo?!

—¡Sangre mía! —Una voz dulce que conocía muy bien, llamó su atención.

Pensó que nunca más vería a Ackley, mucho menos después de aquel sueño en donde le reveló que por su culpa, por compartir su poder, había terminado por quemar su propia Aldea, tirando al suelo todas las hipótesis de la Fraternitatem Solem de que su unión con Evengeline había sido la causante de semejante desgracia.

Y pese a que se alegró de escuchar su tierna voz, prefirió no verlo nunca más.

—¿Has venido a regañarme?

—No tengo nada que reprocharte.

—La última vez no fuiste tan clemente.

—La última vez sentí una enorme rabia al verte —confesó—. Mis sentimientos de muerte se mezclaron con lo que pudo haber sido, y dudé de mi amor por Evengeline. ¡Si el tiempo no hubiese jugado en nuestra contra, yo hubiese estado contigo, y no con ella!

—Y sin embargo, tú al menos pudiste tenerla en tus brazos y llamarla tuya... Mientras que yo, me quedado sin él.

Ackley la observó compungido. La comprendía, podía hacerlo a la perfección.

—Lo sigues amando, y eso me hace feliz... Aunque no estén juntos, pues él nunca ha dudado de su amor por ti.

—No lo dirías si supieras lo que Eugenia le ha hecho —respondió con amargura—. Pero me imagino que este encuentro no es para hablar de lo que fue y pudo haber sido. ¿Para qué me has traído?

—Yo no he sido quien te ha traído. —Señaló a la joven familia—. Ha sido ella.

Amina miró con curiosidad a la joven mujer, que sin dejar de atender a su familia, no dejaba de verla. Sus miradas se cruzaron y ella la reconoció. Era Monica.

«¿Qué quieres?», le preguntó.

«Tus dolores... ¡Cuánto has sufrido, querida niña, por esos dolores!», le respondió la mujer con una calidez maternal, que enterneció el corazón de Maia.

Maia desvió su mirada a Ackley, pero este le dirigió un gesto de plena confianza. ¡Nada malo le pasaría!

«No eres culpable de lo que te aflige. Tu dolor es tan añejo como nuestro tumultuoso pasado».

—No entiendo lo qué me quieres decir.

«Yo fui grande por arrancar la Cor Luna de pecho del Imperator. Ackley porque, aun después de su muerte, el fuego que devastó a nuestro Clan le restó poder a los non desiderabilias, pero tú...»

—Yo pasaré a la historia como la Primogénita que perdió sus poderes y resucitó a un Clan de asesinos.

«No te sientas decepcionada por la sangre que corre por tus venas, Primogénita. No todos hemos sido perfectos. Cada quién ha cometido los errores necesarios que han llevado a contar con tu presencia», la mujer se detuvo. «Si Ackley no se hubiese unido a Evengeline, y esta no te hubiese maldecido, tú jamás hubieras podido golpear a tu enemigo como lo hiciste aquel día. Fue su maldición y no la pérdida de tu Sello lo que hizo que Mane cobrara vida, porque Mane te defenderá como el Phoenix ya no lo puede hacer».

Una lágrima se escapó, recorriendo la mejilla de Amina. ¿Con qué era a eso a lo que se refería Maia cuando fue llamada por Evengeline "maldita"?

Ackley la tomó por los hombres. Él no había hablado desde que Monica comenzó a hacerlo. Sentía un enorme respeto por aquella mujer que los había congregado una vez más. Y en parte, Amina agradecía su silencio.

«¿Y no preguntarás que hizo mi sangre por ti?»

La joven no entendía la pregunta que Monica acababa de hacerle. A qué se refería cuando hablaba de su sangre.

—¿Tu sangre?

«¡Míralos!», le pidió señalando a su esposo e hija, quienes corrían entre risas.

Al principio Amina no comprendió qué tenía que ver aquella pareja con ella, hasta que el Sello plateado de Lumen refulgió en el brazo del hombre. Con asombro, Amina miró a Monica, a Ackley y luego volvió a ver a la primera, pero esta fue enfática en mostrar a la niña, entonces descubrió en ella el plateado Sello del Prima de Lumen y el dorado Sello de la Primogenitura de Ignis Fatuus.

«¡Es tuyo! ¡Es hora de que le permitas protegerte también!».

Una punzada en el brazo hizo que Amina cayera de rodillas. Como si estuviera siendo tatuado en su piel, el Sello plateado de Lumen comenzó a salir en su brazo. El malestar era intenso, al punto de hacerla gritar, volviendo su mirada hacia la familia de Monica.

Los tres estaban reunidos en un tierno abrazo, mirando a la joven Maia. La niña yacía en los brazos de su padre, y desde allí le dedicó una sonrisa.

—¡Sangre mía! Desde ahora, Lumen, Mane y el Phoenix te protegen —le dijo Ackley al oído.

Y a medida que el dolor la cegaba, todo a su alrededor se iba desvaneciendo.

En su cama, lanzando un desgarrador grito que hizo despertar a toda su familia, Amina volvió a la realidad.

Afuera, Gonzalo se arrojaba con toda su fuerza a la puerta, abriéndola justo cuando sus tíos llegaron. Los tres se detuvieron al observar a una jadeante Amina, que con ojos cargados de miedo los observó.

Y ellos vieron en su frente una escueta silueta del Phoenix, mientras que el Sello de Mane y un nuevo Sello brillaban con toda su intensidad.

El Sello del Prima de Lumen se había revelado en su cuerpo.

Eran más de las diez de la noche cuando Aidan bajó a la playa, cubierto con su suéter blanco. Metió las manos dentro del abrigo sonriendo al ver el bulto negro en que se había convertido Ibrahim.

Su amigo le dedicó una fraternal sonrisa, por lo que se acercó para sentarse a su lado.

Aidan había olvidado cuándo había sido la última vez en que habían compartido en la playa, sin compañía de nadie más. Era una rutina que realizaban desde los diez años y que se había visto interrumpida por los compromisos de la Fraternitatem.

En silencio contemplaron como la luna se reflejaba en la suave superficie marina, de un plateado solemne. La brisa era suave, pero el ambiente se sentía frío, producto de las constantes lluvias que comenzaban a golpear la costa.

—Crees que podamos mantenerlo.

—Creo que llegaremos a ancianos y siempre nos sentaremos así —le respondió Aidan, observándolo—, en la playa, en la ciudad o donde sea que pasemos nuestra vejez.

—¿Y si alguno muere? —preguntó Ibrahim, observándolo.

—¡Gracias a Dios no tienes el don de clarividencia! Te aseguro que estaría huyendo de ti, en este preciso instante —confesó con una hermosa sonrisa.

De nuevo se entregaron a la música marina. Aidan se acostó en la arena regocijándose en el firmamento, e Ibrahim lo siguió.

—¿Qué tal tu vida, bro? —le preguntó el chico de Ardere.

—Descubrí que Maia era la Primogénita de Ignis Fatuus, pero tal parece que no quiere acabar con tu Clan —respondió Ibrahim, recordando la última conversación que estuvieron solos en la playa.

Aidan sonrió, y su infantil gesto fue escuchado por Ibrahim.

—¡Es bueno saberlo!

—¡Ah! Y tiene un primo que está bien bueno... Por lo que debo confesarte que ya no puedo seguir enamorado de ti.

—¡Ja, ja, ja! Me imagino que si te digo que es un alivio, no te enfadarás, ¿verdad?

—¡Claro que...! ¡Sí! ¡Becerro inútil! —le dijo riendo.

—He dejado mi ipod, Ibrahim... Lamento no poder escuchar Lady Gaga contigo.

—Ando en la onda de Bastille y The Scrip, así que puedo perdonarte.

—Creo que tengo que cambiar el repertorio —respondió.

—No cambies nada, deja todo como está. Quizás algún día nos sentemos a recordar qué era lo que escuchábamos cuando la Hermandad empezó.

—¿Eres feliz? —le preguntó Aidan, volteando su rostro para ver a su amigo. Ibrahim no entendió la pregunta, así que también se giró para verlo—. ¿Eres feliz con Gonzalo?

—¡Muy feliz!

—¿A pesar de saber que es un asesino?

Ibrahim metió su brazo por debajo de su cabeza, colocando el otro en su pecho, mientras subía una de las piernas y recogía la otra. Así se sentía más cómodo. En su rostro se esbozó una dulce sonrisa.

—La confianza es la base de toda relación, Aidan. Me siento seguro de lo que Gonzalo hace porque sé que no se atrevería a llevar a cabo una acción que atentara contra sus principios.

—Eso es semejante a poner tus manos al fuego por él.

—Lo haría, aunque él no me lo pidiera.

—¡Te admiro por ello!

—¿Acaso no te sientes seguro de Eugenia?

Aidan hizo un breve silencio. Había pensado mucha veces en qué consistía la fidelidad y la confianza, pero no tenía que ser cuidadoso con Ibrahim. Con él podía ser tan sincero como quisiera.

—Puedo confiar en ella. Sé que no haría nada para lastimarme. —Ibrahim hizo un pequeño mohín con los labios, agradeciendo que Aidan no lo notara—. Pero, también siento que algo está fallando en nuestra relación.

—¿Algo como qué?

—Algo, no. Lo he expresado mal. Alguien. Alguien está fallando, y ese soy yo.

—¿Ya no la quieres? —Era ese tipo de preguntas que Aidan siempre admiraba de Ibrahim. Cuando su amigo quería ser incisivo lo lograba de una forma asombrosa.

—La quiero, pero siento que dentro de mí hay una batalla, porque otra persona se ha colado.

Ibrahim bajó la pierna, incorporándose para ver a un Aidan que seguía acostado en la arena, observando la consternación en el Primogénito de Sidus.

—¿Te gusta otra persona? —Aidan asintió—. ¿Quién?

—Maia

Por un momento, Ibrahim sintió que el corazón se le saldría por los oídos. Aquello no era una buena noticia, Aidan no podía fijarse en Amina y Eugenia tenía que hacer algo para sepalarlos, ¡pero, ya!

—Debes estar bromeando.

—Me gustaría que así fuera, pero no consigo dejar de pensar en ella. Sé que todo empezó cuando comencé a preocuparme por su salud y su integridad... —Hizo una pausa—. ¡No! Fue en Apure, cuando la vi llorando en los brazos de su primo y le confesó que ella era una maldición. Fue esa noche en donde sentí que debía ayudarla, pero creo que me he tendido una trampa y he caído tontamente en ella.

—Sé que el consejo sonará un tanto trillado y todo lo demás, pero creo que deberías escuchar a tu sesera y dejar a un lado las confusiones de tu corazón.

—¡Ese es el problema, Ibrahim! Es mi mente la que no deja de pensarla. Quiero, deseo que mi razón esté en contra de engañar a Eugenia, que de alguna forma me reclame, porque, a fin de cuentas es allí donde reside la integridad de un hombre... Pero creo que a la mía se le fundieron los cables. ¡No quiero dejar de pensarla! Y mientras más me duele el corazón al sentirme un traicionero, mi mente idea nuevos planes para ver a la Primogénita de Ignis Fatuus.

—Pues, ¡córtate la cabeza! —le dijo—. ¡Y de forma literal!

—Si lo hago, creo que no nos volveremos a sentar juntos a la luz de la luna, para hablar sin tabúes.

Ibrahim respiró profundo, cayendo de nuevo en la arena. ¿De qué le servía discutir si no cambiaría nada? Lo que le preocupaba en ese momento era que el temor de Eugenia se volviera realidad, y Aidan terminara muriendo al no soportar el dolor de los recuerdos perdidos, ni aceptar la mentira de vida que estaba viviendo.

—No. No te quites la cabeza. Quizás solo tienes algo de confusión y deseo por recuperar lo que alguna vez fue.

—No te entiendo.

El joven de Sidus sacó su celular, y con esmero buscó en la galería aquel recuerdo que todavía conservaba de su cumpleaños, foto que se habían tomado antes de que Teodoro apareciera a estropearlo todo.

—Toma —dijo con firmeza, cediéndole en celular a su amigo.

Aidan miró la imagen donde los nueve chicos aparecían. Sonrió al irlos descubriendo bajo los disfraces.

—Mi cabello luce más oscuro.

—Te lo teñiste de morado... Todavía pienso que fue demasiado, pero creo que te quedó muy bien.

Pero Aidan no le escuchó. Su verde mirada se había detenido en la joven menuda que se encontraba a su lado, con su túnica griega y sus serpientes salientes de su hermoso cabello. Era ella, y estaba a su lado, con una hermosa sonrisa. No parecía la joven torva, de ceño fruncido y mal genio, dispuesta a atacar. Aquella imagen distaba mucho de la asesina a la que había visto la noche anterior acabar con sus enemigos sin vacilación, sin remordimientos.

Ibrahim le dio su tiempo. Quizá estaba complicando la situación, pero creyó que si su amigo llegaba a pensar que su confusión emocional se debía a que extrañaba la amistad de la chica, sus sentimientos se diluirían como si se tratara de una ilusión.

—Había olvidado este momento —confesó Aidan.

—Lo sé. Pasamos por alto los pequeños momentos —contestó sin hacerle mucho caso al comentario. Sin embargo, tampoco mentía, las personas suelen olvidar algunos detalles, como ése—. Probablemente, extrañas de ella la amistad que los unía.

—¿En qué momento nos volvimos tan distantes?

—Culpa a La Mazmorra. Arrieta y su plan de venganza que hicieron hasta lo imposible por acabar con ella. Se convirtió en una persona oscura, mientras que tú...

—Mientras yo era feliz con Eugenia —le interrumpió, haciendo que Ibrahim se sintiera aliviado. Aidan hizo silencio, esbozando una compungida sonrisa—. A lo mejor tienes razón y lo que siento no es una atracción, sino que de alguna manera mi razón me está reclamando que haya dejado a un lado a una maravillosa amiga —confesó sin dejar de mirar la foto—. ¡Ibrahim! —Lo llamó.

—¡Sip!

—¿Podrías pasarmela?

Comprendiendo su añoranza, y sabiendo que detrás de aquella petición, donde su voz dejaba entrever la suave fragancia del dolor, había una verdad que fue arrebatada y distorsionada, Ibrahim accedió, enviándole la foto en ese mismo instante, mientras pensaba en lo injusto que todos estaban siendo con el Primogénito de Ardere.

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