Lazos

Saskia continuaba recostada en la puerta de su habitación. El reloj de su cuarto sonó, indicándole que eran las diez de la noche.

Las lágrimas no dejaban de salir. Se aferró más fuerte a sus piernas, cuestionándose sobre su existencia.

—De verdad no sé si te atreviste o no a salir de... —Dominick dio una ligera vuelta, buscando a la chica en la habitación. Venía con una hamburguesa y un vaso cooler  con refresco. No pudo terminar la frase al dar con ella. Dejó el plato a un lado y se acercó a la chica, visiblemente preocupado—. ¿Qué pasó? —le dijo tomándola por detrás de la cabeza.

Sentir aquel contacto físico desató la tormenta contenida dentro de ella. Su llanto se desbordó, mientras se aferraba a la franela del joven Primogénito. Saskia no sabía si había estado reprimiendo sus lágrimas por la soledad que la rodeaba, quizá no valía la pena llorar si la persona que más te importaba en la vida no te quiere.

Dominick notó que la chica tenía el cabello revuelto, levantado en algunos sitios. En un gesto fraterno deslizó su mano por su cabellera y varios mechones se vinieron con él. Abrió sus ojos ante la sorpresa. No tenía ni idea de lo que había pasado en aquella casa, pero sin duda alguna, Saskia había resultado muy lastimada.

—Le daré una paliza, no me importa que sea mujer.

—¡No, no! —suplicó Saskia con miedo, lo que le hizo concluir a Dominick que la pelea fue mucho más fuerte de lo que él podía intuir.

—¡Bien! Se lo dejaré pasar por esta vez, pero no te dejaré aquí.

—Es peor si me voy —confesó calmándose.

—Sé que no te puedes ir. —Miró a todos lados. Necesitaba una idea rápida—. Mira, ve a lavarte la cara, eso te tranquilizará un poco. Yo te traje algo de comida. Si quieres más, puedo ir a lanzarle un atentado a la nevera de mi Clan. Creo que aún queda un buen trozo de torta de chocolate y fresa, que no nos caería nada mal. —La joven sonrió—. ¡Ven! —Se puso de pie, ayudándola a levantarse—. No te preocupes. No estás sola.

La chica le sonrió, dándole un fuerte abrazo para luego ir al baño de su apartamento. Dominick se llevó las manos a la cintura, ahora entendía porque Maia había sido tan tajante con Soledad.

La historia de Saskia era muy lamentable; él sabía que las familias de la Fraternitatem Solem idealizaban a sus Primogénitos, y ser el progenitor de uno era un privilegio dentro de la Hermandad, por lo que no entendía el motivo por el que la chica era maltratada de aquella manera, hasta se podría pensar que Soledad no la quería.

—Probablemente se trate de un mujer trastornada —pensó, esperando a Saskia de regreso.

El apartamento estaba en total silencio, por lo que se aventuró a salir de la habitación. Las luces estaban apagadas, quizá Soledad no se encontraba allí. Todo el alboroto que formó el sollozo de Saskia en cuanto lo vio era más que suficiente para levantar a la mujer, sin embargo, no lo hizo.

Se atrevió llegar hasta la cocina y ahí encontró el florero de arcilla roto, con la tierra de abono y la mata esparcida. Dirigió su mirada compungida hacia el único lugar donde se podía ver luz, el borde inferior de la puerta.

Si aquella mujer la había golpeado como él se imaginaba que lo había hecho significaba que la quería muerta.

Cabizbajo, meditabundo, quiso hacerse una idea de todas las palizas que Saskia había recibido de Soedad, recordando aquella vez que escapó de su casa.

Aprovechando que la joven no regresaba, corroboró todas las vías de escape que el cuarto de la joven tenía, excluyendo la puerta. Si Saskia había salido de la casa aquel día tuvo que hacerlo por la ventana, era imposible que atravesara todo el apartamento con el miedo que sentía por su mamá.

Siendo osado, bajó la la ventana gillotina, asomandose por ella. La escalera de emergencia se encontraba a unos metros, pero llegar allí no era tan sencillo, tenía que caminar por un petril tan delgado que, Dominick calculó, su pie no entraría ahí.

—¡Ay, chamita! ¿Tan desesperada estabas que no te importó arriesgar tu propia vida para huir de tu madre? —murmuró, subiendode nuevo el vidrio.

—Ya estoy lista.

Dominick se volteó a verla. Saskia se había lavado la cara y peinado el cabello. Él le sonrió, mostrándole la hambuerguesa.

—Han quedado muy buena. Casi podrías jurar que las compré en la calle. Pero si no te agrada, podemos ir por otra cosa.

—No creo que sea buena idea que salga de casa.

—Creo que tu madre no está.

—Lo sé. La escuché cuando se fue.

—¿Y por qué no saliste a la cocina? —Saskia negó con la cabeza, mientras se ocultaba de él—. ¡Vale, vale! No preguntaré nada más, ¿okey? —Ella asintió—. Ve comiéndote la hamburguesa. Yo iré por el pedazo de torta.

El chico desapareció. Saskia caminó hasta el plato de comida y lo ingirió casi con desespero. Dominick llegó, observándola en silencio comer.

—¡Ya estoy aquí! —Ella movió su rostro pero no lo miró. Él se lo perdonó, sabía que estaba hambrienta—. No creo que la hamburguesa vaya con la torta de chocolate y fresa pero... Creo que ambos estamos de acuerdo que una diarrea será el menor de nuestros problemas. Y noté que tienes un televisor en el cuarto, así que traje una película. Tiene de todo. —Le señaló la caja.

Ella caminó hacia el reproductor, lo encendió y le indicó que se encargara. De nuevo, Dominick sonrió, en verdad Saskia estaba disfrutando de la hamburguesa.

Cuando terminó de comer, los dos se acomodaron en la cama de la chica, apagando las luces, para ver la película.

Escucharla reír fue un alivio para Dominick, había logrado que la joven se olvidara de sus problemas.

La película llegaba a su final, tomó el control, dándose cuenta de que Saskia se había quedado dormida sobre su hombro. Tuvo el impulso de pasar su brazo alrededor de ella, pero se detuvo.

—No lo hagas, no te busques un peo extra —se dijo—. ¡A la mierda! —exclamó, pasando su brazo a través de los de Saskia, y así con la chica sobre su pecho, se dormió.

Ibrahim caminaba perdido en sus pensamientos. Con las manos dentro de los bolsillos, iba ignorando a los transeúntes que pasaban por su lado. No sabía a qué lugar ir, se sentía desubicado dentro del pequeño universo de Costa Azul.

Desde que despertó, esperó noticias de Gonzalo, pero este no aparecía.

Estuvo tentado a hablar con él antes de partir al "Palacio de Sidus", nombre que recibía la casa madre, mas no lo hizo. ¿Quién era él para importunarlo en su convalecencia? Tampoco podía ir con Aidan, lo menos que deseaba en ese instante era ser interrogado por su amigo.

Sin saber cómo, terminó llegando al automercado de la ciudad. Tuvo que detenerse para no ser atropellado. Iba a seguir su camino, cuando los gritos de Itzel le hicieron volver sobre sus pasos.

—¿Te sientes bien? —le preguntó, dándole un beso en la mejilla.

—En estos momentos no puedo saber dónde empieza la avenida Bolívar y donde termina la avenida Universidad.

—¡Guao! Eso significa que estás muy mal.

—Déjame ayudarte —le contestó, quitándole las pesadas bolsas de mercado que traía—. ¿Harán una comida especial?

—Cuando vives con tres hermanos y dos de ellos son adolescentes, la comida tiene que ser abundante.

—¿Tu mamá no está en casa?

—No. Recibió un llamado de la Coetum y tuvo que asistir. Prácticamente, salió corriendo.

—¿Se reúnen hoy?

—Sí. Aurum convocó a todos los Prima, mas esta será una reunión sin Populo. —Ibrahim bajó el rostro—. ¿Pudiste hablar con tu Prima?

¡Claro que pudo! De ahí venía cuando erraba por las calles de Costa Azul, ávido de un consejo que tranquilizara su consciencia.

—Lo hice.

—¿Y que tal te fue?

—Mi papá me llevó con ellos, pero no pude convencerlos. —La miró decepcionado—. Esto de ser líder no se me da. Creo que soy un fracaso total. —Itzel puso su mano en el hombro del joven—. Pensé que sería sencillo. Les di todos los argumentos, y les valió mierda.

—Ibrahim lo más importante es que hiciste tu parte. No podemos obligar a nuestros Prima a que nos escuchen. Pero mírale la parte positiva a todo esto, lograste que se reunieran contigo.

—Esa no era la misión.

—Ya encontraremos una manera de que nos escuchen dentro de la Coetum. No podemos vencernos.

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