Las estrellas despiertan

Abandonada en su caída, Amina dejó que la fuerza del Mane que la había salvado en las Torres de la Muerte hiciera su trabajo.

A centímetros del suelo, su cuerpo se detuvo, para terminar de descender. La flecha de su hombro la había herido cerca de la clavícula, donde el Sello de Astrum permanecía como un traslúcido tatuaje lila.

Sonrió, mirando el límpido cielo. Alrededor de ella solo había paz. Se sentía satisfecha por derrotar al Harusdragum, ahora todo quedaba en manos de Aidan y confiaba plenamente en su capacidad.

Parpadeó, el don de la vista había vuelto, y era natural, debido a la energía que empleó para salir victoriosa de su lucha. Por primera vez, contemplar el suave azul matizado de blancas nubes le dio felicidad. La lluvia había cesado, dejando un firmamento hermoso, casi cristalino. Cerró sus ojos, llenando sus pulmones de vida. Todo iría bien: sus padres volvería y ella iría al baile del Solsticio de Verano de la mano del Primogénito de Ardere.

Cada segundo que pasaba allí, recostada, renovaba sus esperanzas de tener una vida de paz y armonía.

Abrió sus ojos, dándose cuenta que no podía oír. Estaba en medio de un campo de batalla y solo silencio existía a su alrededor. Tuvo la dantesca sensación de que algo no andaba bien. Se aferró a la roca en donde había caído solo para sentir un desagradable escozor en su mano derecha.

Con miedo, la subió, evaluando el extraño suceso: el Sello dorado de ArdereI comenzaba a oscurecerse.

Un sobrecogedor temor se apoderó de su corazón, el cual golpeó su caja torácica con vehemencia. Su estomago se revolvió y un frío de muerte caló en sus huesos.

Asustada, preocupada, se sentó en la piedra, observando todo a su alrededor: Harusdra y Populo yacían en el suelo, vivos, pero incapaces de reaccionar, y ella tampoco lo haría, hasta que el desgarrador grito de Elizabeth le indicó que sus temores estaban bien fundados.

Buscó con desespero a Aidan, dando con él. Sobre una roca se encontraba abrazado a Arrieta, y la Espada del Sol y la Muerte sobresaliendo del cuerpo del hombre. ¡Lo había matado! Pero, entonces, ¿por qué el Sello de Ardere comenzaba a ensombrecerse?

Mas, el mismo Aidan no tardó en responder.

El Primogénito de Ardere empujó el cuerpo de Arrieta, soltando la Espada de Astrum, llevó sus manos a la empuñadura del hierro de Imperator para extraerla. Su dolor se profundizó y el temor por la muerte cercana le robó un par de lágrimas, entretanto por su herida la sangre salía sin detenerse.

Llevándose la mano al corazón, Amina se puso de pie, corriendo hacia el joven. Lo alcanzó justo cuando el mismo se desvanecía.

Como pudo, la Primogénita de Ignis Fatuus lo acunó en su cuerpo. Aidan intentó hablar, pero la tibia sangre gorgoteó en su garganta amenazando con salir.

-Aidan -murmuró la chica, con las lágrimas bañando sus mejillas-. ¡Mi Aodh! ¡No, tú no, mi Aodh! Tú no, mi Fuego de Ignis.

Llorando, el chico hizo un esfuerzo por llevar su mano hasta su húmeda mejilla, convulsionando levemente. ¡Cómo deseaba que aquello fuera una pesadilla! No quería verla llorar así, era terrible para él el solo hecho de pensar que le estaba causando aquel dolor.

«-Mi pequeño sol, ¡lo has logrado, mi Primogénita! -la animó de la única forma en que lo podía hacer-. Arrieta jamás volverá a perturbar a nuestra Fraternitatem Solem».

-Pero, ¿a qué precio? ¡Yo no quiero pagar este precio!

«-Pudo ser cualquiera... -Suspiró cargado de dolor-. ¡Lamento tanto no haber estado más tiempo contigo! -gimió».

-Fue mi culpa, Aodh, solo mi culpa. -Aidan la miró compungido, negando-. Porque, desde aquel día en la Cueva del Guácharo, creí que preferías la vida de Eugenia antes que la mía..., que la amabas más a ella.

«-¿Cómo pudiste pensar eso? ¿Acaso no sabes que desde aquel día que te pedí que te quedarás en el salón de Música solo me ha preocupado tu vida».

Amina se privó en llanto. ¿Cómo había sido tan estúpida para no ver lo que aquella visión significaba? Tan unidos estaban ambos que sus miedos se entrelazaron: el de ella, que Aidan escogiera a Eugenia, como efectivamente ocurrió, y el de él, que ella muriera, tal como terminó aquella visión.

-¡Perdóname, Aodh! ¡Perdóname! -suplicó acariciando su rostro, aún cálido-. Quise lo mejor para ti y solo te causé más dolor.

«-Todo está perdonado entre nosotros, mi pequeño sol. -Se detuvo. Las incontenibles ganas de toser pudieron más que él, expulsando sangre».

-¡No, no, no! -rogó Amina-. Quédate conmigo, por favor.

«-Quisiera, mi pequeño sol -murmuró con las pocas energías que le quedaban-, pero sabes que no puedo. Yo siempre te amé... Yo te amo... y siempre te amaré, Amina Santamaría».

-¡Yo también te amo, Aidan Aigner! Pero por favor no te despidas... ¡Por favor!

El chico sonrió con debilidad. Se quejó por el dolor producto del movimiento de sus pulmones rebosantes de sangre.

«-Debes dejarme ir, Ignis de Ardere . -Vomitó sangre, cayendo en los brazos de la chica con un hilo de vida-. Siempre estaré con... ti... go...»

Él volvió a sonreír, cerrando sus ojos dejó caer su cabeza, mientras su mano inerte se desplomaba desde las mejillas de Amina.

-Aodh -llamó con suavidad-. ¡Aodh! -suplicó agitando el cuerpo del fallecido joven-. ¡No, Aidan! -le gritó-. ¡Aidan! -Volvió a gritar, tan fuerte que todo el Auyantepuy lo sintió.

Lo besó, pero Aidan no reaccionó. Su cuerpo comenzaba a perder el calor de la vida, por lo que ella se echó sobre él, aferrándolo a su pecho con toda su fuerza mientras lo mecía, ahogada en su llanto, negando la realidad.

Su grito hizo que Gonzalo, movido por su amor filial, fuera el primero en ponerse en pie, entretanto Ardere se sumergía en un desgarrador llanto. Su Sello se había ennegrecido, señal que el Primogénito había partido. Su misión había finalizado.

Mas, poco le importaba al Segundo Custos el dolor de sus hermanos de Clan, o al menos no más que el de su prima.

En su desesperada carrera hacia la pareja, se olvidó de Ibrahim y de su dolor. Era su amigo quién había partido.

Entonces, se percató que Amina dejaba reposar el cuerpo de Aidan en sus piernas, intentando controlar su llanto. Su ropa se había cubierto de sangre, al igual que sus manos, pero pese a ello, se limpió su rostro, cubriéndolo de sangre, llanto, sudor y humor.

Tuvo una terrible corazonada, justo cuando su prima recobraba la calma.

-¡Ignacio! - Quiso gritar, pero fue poco audible- ¡Ignacio! -gritó, sintiendo que sus cuerdas vocales se desgarraban.

-¡Mierda, mierda! -exclamó Ignacio, poniéndose rápido de pie, justo cuando Amina gritó.

El Primer Custos extendió sus manos como escudo protegiendo a los miembros de la Hermandad, mientras que una fuerza colosal era expelida desde el cuerpo de su prima. Era el poder del Phoenix en su máxima expresión, era la energía contenida que ella no podía controlar.

Ignacio gritó ante la tensión de su cuerpo. Pensó que sus extremidades se dislocarían.

Con terror, Dominick y el resto veían como el rostro de Ignacio se iba deformando por el esfuerzo hecho. Sus tendones y venas se marcaron, sin excepción, sobre su piel, entretanto eran envueltos por campos de protección particulares. Sin embargo, más allá de la muerte de Aidan, no entendieron las acciones del más joven de los Santamaría hasta que se percataron de que los non desiderabilias comenzaban a desvanecerse, aun cuando mucho echaron a correr, y otros optaban por arrojarse del tepuy.

Vencida por el dolor, Amina cayó, inconsciente, sobre Aidan, mientras Ignacio era abandonado por sus fuerzas.

En un rápido movimiento, Dominick sujetó a quién por años había sido su enemigo personal, y al darse cuenta de la confusión y el caos reinante, optó por sacar a toda la Hermandad de aquel fatídico lugar.

En la casa Santamaría solo se oía el tic tac del reloj del comedor. Gonzalo lo miraba fijamente, esperando que su amada princesa despertara.

Dos días habían pasado desde que Aidan falleció. La Coetum había decidido cancelar la celebración del Solsticio de Verano para rendirle tributo a quien se había convertido en su héroe.

Pero, aquella noticia no devolvería la alegría, ni la normalidad a ninguno de los que tuvieron la dicha de relacionarse con el sencillo y humilde chico.

Una lágrima tomó desprevenido a Gonzalo, la secó, dándose cuenta de que un nuevo mensaje de Ibrahim había llegado.

Lo había esquivado. Sentía que no sería buena compañía. ¿Qué podía él decirle si estaba igual de perdido en el dolor? Al menos sus padres y sus tíos habían vuelto. Leticia se encontraba con Amina y Gema con Ignacio, el cual, aun cuando se encontraba mejor, su madre insistía en hacerle todo.

El celular repicó insistentemente. El nombre de Ibrahim titilaba en la pantalla. Gonzalo miró una vez más el reloj del comedor, ¿acaso no estaba siendo injusto?

Tomó el celular y deslizó el dedo en la pantalla.

-Alo -contestó con su voz apagada.

Afincado en la balaustrada de la terraza, Dominick contemplaba, con la mirada perdida, el valle que limitaba la residencia de Aurum. Tomó un sorbo de su espumante café de manera autómata. Su mente se encontraba vacía, imposibilitada de conectarse a la realidad, aun cuando tuviera claro lo que quería.

Sintió un mano fuerte posarse en su nuca, haciendo un par de movimientos reconfortantes como si intentara decirle: "Todo está bien".

Se volteó, apenas mirando a Samuel. El Prima no dijo nada, solo miró el asombroso paisaje al lado de su Primogénito. Dominick bajó su rostro, sonriendo, para luego negar. Era imposible permanecer desconectado ante aquel sujeto.

-Es bueno verte reír -comentó Samuel.

-Es agradable tener algo de compañía -le aseguró Dominick, bebiendo un poco más de café-. ¿Qué sabes de Leah?

-Todavía está en estado crítico en el Hospital. -Lo miró-. Sería un milagro si sobrevive.

-Perdimos a muchos.

-Sí. -El hombre tomó una pausa-. ¿Has hablado con el resto de los Primogénitos?

-Todos estamos muy consternados... Esperando que Maia despierte. Deseando que lo haga antes del funeral.

-Ha sido lamentable la pérdida de ese chico. -Apretó los labios compungido-. Era un buen líder.

-Sí, Aidan era una persona de admirar, aunque no fuese cercano a él. -Observó a Samuel-. Después de que la ceremonia fúnebre termine me iré unos días con mi papá a Los Andes.

-¿Le dirás lo de tu abuela?

-Sí. Ya no puedo seguir ocultándoselo. También pienso ayudarle a buscar una vivienda en el Catatumbo, no quiero que los non desiderabilias vuelvan a intentar algo en contra de mi familia.

-No creo que sepamos de ellos por mucho tiempo -suspiró, dándole un par de palmadas al chico-. En cuanto a tu padre, Elías y yo hemos decidido que lo mejor para todos es que viva con nosotros -informó. El rostro de sorpresa y agradecimiento de Dominick no se hizo esperar. Samuel sonrió-. Aunque me sigue pareciendo buena idea de que vayas a viajar con él. Debes conectarte otra vez con tu padre y, quién sabe, instruirlo un poco sobre la Fraternitatem Solem.

-¡Samuel, hermano, me has dado un tremendo notición! -contestó abrazando al hombre.

Desde ese día tendría la tranquilidad de tener a su padre cerca de él.

Ni siquiera la habitual alegría de Gabrielito llenaba la silente casa de los Perdomo. Desde su habitación, Itzel podía escuchar el canto de la tristeza atravesar las paredes y calar hasta lo más profundo del corazón.

Las lágrimas se escapaban de sus ojos. No era necesario derramar un copioso llanto cuando sus ojos se negaban a olvidar.

Salió a la cocina, recibiendo en el camino un efusivo abrazo de Loren, coronado con un beso en la sien. Incluso, Tobías fue agradable con ella.

Susana los esperaba con el desayuno preparado: arepas, ensalada de aguacate, tomate y cebolla, queso blanco, algo de tocineta y jugo de naranja. Los niños corrieron a sentarse, mientras Loren acompañó a su hermana sin dejar de abrazarla.

En cuanto Itzel se sentó, Susana le sonrió. Las lágrimas volvieron a salir en cuanto tomó su arepa.

-El queso es mío -exigió Gabriel, metiéndose un puñado de queso rallado en la boca.

-¡Mamá! -se quejó Tobías-. Dile a Gabo que no se lo coma así. ¡Yo quiero queso!

-¡Hey! Para todos hay -le aseguró la mujer con la ternura de madre marcada en su voz.

-Sí, pero si Tobías se sigue echando el jugo así nos dejara a todos secos, ¡y yo no pienso volver a la panadería! -reclamó Loren.

Itzel los contempló. Quizás la tristeza se negara a abandonar su corazón, pero al menos su familia estaba reunida. ¿Cuánto deseaba la misma felicidad para los Aigner?

Con la mirada nublada y una hermosa sonrisa agradeció tener a toda su familia reunida, a esos hermanos que Aidan una vez ayudó a alimentar.

-Sé que tu querrías que yo disfrutara esto, Aidan Sael... Te prometo que lo haré -se dijo, tomando su arepa para rellenarla, mientras se unía a las quejas de sus hermanos, haciendo reír a su mamá.

Frustrada, Dafne lanzó la puerta de la sala. Su padre, quien venía descendiendo las escaleras, se apresuró para recibir a su hija.

-¡Hey, hey, preciosa! -se anunció-. ¿Qué ocurre?

En cuanto lo vio, Dafne se arrojó a sus brazos a llorar desconsoladamente.

Desde la muerte de su hermano, su mamá había estado sedada por una cura de sueño. Ella tuvo que hacer uso de una fortaleza que no tenía para acompañar a su padre en el dolor. ¡Cómo deseaba que todo fuera una pesadilla!

-Papá, papá, no pude comprar unas inútiles flores.

-¡Hija mía! Ya iremos a otra floristería a comprarlas.

-No, papi, no -gimió desconsolada-. Quería orquídeas... Flores de Mayo, papá, para mi hermano. ¡Y no hay! ¡No las pude conseguir! ¡No las tendrán! ¡No hay!

Andrés acarició la espalda de su hija con filial ternura. Sabía que su dolor iba más allá de unas simples orquídeas para rendir el último homenaje a su hermano, para despedirse de él.

-Lo solucionaremos -la reconfortó.

-¿Por qué tuvo que morir? ¿Por qué, papá? ¿Por qué la vida es tan injusta con nosotros? ¡Quiero que mi hermano vuelva, quiero...

Se separó de su padre, viendo las palmas de sus manos. Las copiosas lágrimas caían como lluvia sobre ellas. Cerró sus ojos, sintiendo el deseo de tener a Aidan cerca, de poder abrazarlo, de compartir su paraguas cuando lloviera.

Andrés la miró dar un par de pasos, y la dejó caer al suelo en su sufrimiento. Él lloraba en silencio, respetando el dolor de su hija.

Dafne se privó en llanto, apoyando sus manos en el frío piso de cerámica, ocurriendo un hecho asombroso, flores comenzaron a brotar alrededor de ellas, todas orquídeas de Mayo. Su llanto cesó, debido al temor, y con desespero buscó a su padre, quien se mostraba aturdido.

Sin perder tiempo, Andrés se acercó a ella, tomando su mano derecha, para descubrir que el enlutado Sello de su Clan se comenzaba a revestir de un dorado, el color de la Primogenitura. El hombre fijó sus azules ojos en los ámbar de su hija, esta titubeó negando.

Él asintió. Dafne se arrojó a sus brazos. Aquella era la confirmación de que su hermano no volvería.

-¿Por qué ahora? -quiso saber, entendiendo que el Sello debía revelarse después del funeral de Aidan.

-Quizás tu hermano quería un homenaje de tu parte.

-¡No podré hacerlo, papá!

-Podrás -le aseguró, tomando su rostro entre sus manos-. Eres una Aigner, hermana de un héroe. Eres la Primogénita de Ardere.

Dafne asintió, sin dejar de llorar. ¡Había deseado tanto ser la Primogénita! Pero no así. Sin embargo, debía aceptar que nada ocurría como una quería.

Intentando tranquilizarse, permaneció al lado de su padre.

Su Clan ya no estaba huérfano.

Un par de horas antes, Saskia había sido llamada al Hospital de la Fraternitatem Solem. Le habían informado que su madre había despertado, aunque todavía no podía hablar.

Nerviosa, caminaba de un lado a otro, esperando el momento para entrar y presentarse ante su madre.

Montero salió de la habitación, invitándola a pasar. Sin perder tiempo, tomó el pomo de la puerta y entró.

Dayana la miró y Saskia se sintió incómoda. Temía ser rechazada.

Pero la mujer sonrió, girando la mano en señal de que quería que se la tomara. Saskia casi corrió a su encuentro, tomando la mano de la mujer, cuyas lágrimas comenzaban a aflorar. La besó, pero pronto se echó sobre el cuerpo de su madre.

Con gran esfuerzo, Dayana la abrazó, mientras Saskia de refugiaba en el maternal latir de su corazón.

Por fin estaban unidas, y se reconocían. Ya nadie podría separarlas otra vez.

Lo primero que percibió Amina en cuanto despertó fue el inconfundible aroma de su madre. Privada en llanto, se levantó, siendo recibida en los brazos de Leticia. La invidencia había vuelto, lo que lamentó profundamente.

-¡Mamá! -se quejó llena de sufrimiento-. ¿Por qué, mamá?

-¡Mi niña, mi princesa! Me has hecho una pregunta muy difícil de responder.

-¿Ha sido mi culpa?

-¡No, mi pequeña! La vida es un constante perder y ganar. Él murió siendo un héroe. Falleció sintiéndose amado y útil. Él quería ser un guerrero admirado por ti, ¡y lo consiguió!

-Pero, ¿a qué precio, mamá?

-Al precio de su vida.

-¡Me niego a aceptarlo! ¡Lo quiero de vuelta!

-¡Oh, Amina! ¡Qué egoísta eres! -le reclamó, asustando a la joven-. ¿Acaso Aidan no merece descansar al lado de su abuelo? ¿Eres tan egoísta como para atormentarlo con tus pensamientos, cuando puedes quedarte con lo bonito de él?

-No, mami, no quiero eso... ¡Quiero que sea feliz!

-Entonces, recuerda qué fue lo último que te dijo y vive con eso.

«Debes dejarme ir, Ignis de Ardere . Siempre estaré contigo...»

Resignada, suspiró aferrada en la camisa de su madre. Sería fuerte por él, ella también le demostraría que podía hacer mucho más, que podía hacer que él se sintiera orgullosa de él.

Aunque no pudiera dejar de llorar...

-Zalo -. Fue lo único que Ibrahim pudo decir en cuanto su novio apareció.

El chico lo abrazó, sintiendo la fuerza con la que Ibrahim se aferraba a él.

-¡Lo siento! Siento mucho no haberte contestado.

-Tenemos nuestros propios dolores, Zalo.

-¿Qué he hecho para tener un novio tan comprensivo? -preguntó acariciando el rostro del chico.

-¡Tonto! -Ibrahim dijo, sonriendo-. Solo prométeme que no me volverás a olvidar.

-¡Nunca! ¡Nunca te olvidaré! ¡Nunca te dejaré! -confesó, dándole un sentido beso.

En las vísperas del Solsticio de Verano, los cinco Primogénitos y los dos Custodes se sentaron en la arena, contemplando el murmullo de las olas al caer el Sol.

La tristeza no se había ido, solo era una caricia sufriente que seguía cerniéndose sobre ellos.

Las lágrimas brotaban en algunos de ellos.

Amina recostó su cabeza en el hombro de Itzel mientras Ibrahim tomaba su mano con firmeza. Así, entre amigos, sintió los últimos rayos del Sol sobre su piel.

La noche los sorprendió, y una estrella fugaz les hizo sentir que Aidan jamás se iría de su lado.

Siempre serían la Fraternitatem Solem.

Esa noche, un sofocante calor invadió las entrañas de Ignacio. La temperatura de su cuerpo aumentó, haciendo que el malestar lo tumbara de la cama.

La presión en su cuello lo estaba asfixiando. Deseó gritarle a sus padres para que lo socorrieran, pero le era imposible.

Optó por tomar el celular, pero por más que se arrastraba, no podía alcanzarlo. Pese a ello, hizo un esfuerzo en vano. Sin embargo, el celular terminó por llegar a sus manos: convertido en una estela de polvo fue a dar hasta su humanidad, tomando su forma original en cuanto entró en contacto con su piel.

Ignacio no podía creer lo que había contemplado. Encendió el aparato, sentándose. Repentinamente, todo malestar había terminado. Prendió la linterna del flash y se tocó el cuello. El febril Sello comenzaba a abandonar su calor.

Como pudo se puso de pie. Tambaleando fue hasta el baño, iluminando la habitación. Examinó su Sello frente al espejo, descubriendo con asombro que Mane lo había escogido como su Primogénito.

Sin saber cómo expresar su alegría, Ignacio sonrió. El séptimo y enigmático Clan había resurgido.

Y antes de que la aurora diera la bienvenida al nuevo día, y la Fraternitatem Solem se vistiera para despedir al último héroe de su historia en aquel Solsticio de Verano, las luces de los Sellos refulgieron en el mundo.

Porque el Solem no se limita a un país o a una región, porque la Fraternitatem le pertenece a todo el mundo.

Y así, las estrellas despiertan para escribir nuevas páginas en las crónicas de la Hermandad del Sol.

Al Glorioso Clan Aurum, Defensores de la Justicia. Al Sabio Clan Lumen, Guardianes de la Vida. Al Valeroso Clan Astrum, Mártires de la Verdad. Al Leal Clan Sidus, Celadores de la Ley. Al Honorable Clan Ardere, Videntes de la Luz. Al Poderoso Clan Ignis Fatuus, Guerreros del Sol... y al Impontente Clan Mane, Restauradores de la Hermandad.

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