Las acciones del pasado
El corazón de Leticia golpeó con fuerza su pecho cuando Gonzalo apareció con Amina entre sus brazos. Su sobrino le había llamado, pidiéndole que se acercara al colegio. Jamás había rehusado a una petición de este, menos aún sabiendo que el instituto educativo se había convertido en una amenaza para los miembros de la Hermandad.
Gonzalo introdujo a Maia en el asiento trasero. Esta se acostó en el mueble, estaba cansada. Leticia necesitaba que le explicaran de dónde provenía toda aquella sangre. No sabía si era el momento de hablar o era mejor esperar a llegar a casa.
—Está bien, tía. Solo fue un simulacro de los non desiderabilias.
—¿Llamas a eso un simulacro? —le cuestionó con ironía.
—Pues eso es lo que era. Le hicieron creer que era real.
—¡Por el Solem, Gonzalo! ¡Está bañada en sangre! ¿Es que no lo ves?
El joven calló. Su tía se estaba alterando y no entendería explicaciones en ese estado. Leticia tampoco habló, salvo para pedir la llamar al doctor Montero, quien le esperaba justo cuando llegaron a casa.
Eugenia corrió detrás de Aidan, necesitaba hablar con él antes de que se marchara. Fue la única en seguirle.
Este guardó el teléfono después de comunicarse con su papá. Andrés le aseguró que en veinte minutos estaría en las afueras del colegio.
La entrada del instituto estaba completamente sola. Gonzalo había desaparecido con Amina. Pensó que se encontraría con ellos, que tendría la oportunidad de preguntarle cómo se encontraba. En su mente seguía vivo el recuerdo de sus ojos, sus iris cubiertas con una espesa nata blanca, quitándole su vibrante rojo cobrizo.
Era en esos momentos cuando deseaba poder pertenecer a Ignis Fatuus, irrumpir en la intimidad del Clan de Amina y compartir con ellos sus secretos, las verdades ocultas para el resto de la la Hermandad, pero solo le unía a ellos el Sello de Ardere, el vínculo de pertenecer a la misma Fraternitatem.
—¡Aidan! —le alcanzó Eugenia.
El chico yacía sentado en lo más alto de la escalera, esperando con impaciencia que los veinte minutos terminaran. Se volteó a ver a la chica. El fuego de la cólera que se había encendido en él no se había apaciguado, aun así su educación y el profundo cariño que sentía por la joven le ayudaron a recibirla con la amabilidad de siempre.
—Eugenia —le saludó.
—¿Te encuentras bien? —preguntó sentándose a su lado. Se fijó en sus dedos sangrantes, tomó sus manos entre las suyas, intentó acariciar las heridas, pero el gesto de dolor de Aidan le contuvo—. Te has lastimado terriblemente, Aidan. Se supone que no debes exponerte así.
—Sé que lo dices por mi bien —Sonrió con dulzura—. Pero muchas cosas han cambiado desde que los dones reaparecieron.
—Por años hemos luchado para mantener un equilibrio entre los poderes del bien y del mal, y parte de ese equilibrio era conservar nuestras vidas por el bien de nuestro pueblo.
—Ahora no hay un pueblo que proteger.
—¿Y qué me dices de todas esos chicos que fallecieron ayer en manos de los Harusdra? ¿No eran acaso parte del Populo?
—Las estructuras de la Fraternitatem han cambiado mucho, Eugenia. No se puede hablar de un Populo cuando ni siquiera la Coetum está cimentada en el poder de los Primogénitos.
—¿Y por eso no importan las normas? ¿No importan las leyes?
—Importan, hasta que las mismas se vuelvan peligrosas para nosotros.
—Entonces, no son más que yugos que llevan atados a sus cuellos.
Aidan vio el extenso horizonte, más allá del vasto campo se podía divisar la línea azul que dibujaba el lejano océano, tan lejano como su tranquilo y sereno pasado.
La Hermandad no había sido más que una idea abstracta que no lograba comprender, jamás ocupó su tiempo en pensar sobre equilibrios y luchas apocalípticas, para él el mundo era solo un lugar donde pasar la vida, y su vida ni siquiera tenía un sentido real hasta que el Donum apareció.
—Han pasado muchos eventos, Eugenia. Demasiados como para relatártelos en veinte minutos —Le miró—. Pero, fueron lo suficientemente intensos como para comprender que, o estábamos unidos en esto o simplemente íbamos a morir. Luego, nuestras vidas pasaron a un segundo plano, y la vida del otro se volvió más importante. Nos necesitamos los unos a los otros para sobrevivir. Y la Fraternitatem Solem nos necesita para recuperar el equilibrio de una balanza que no hace más que desfavorecernos.
—Ella es muy fuerte, Aidan —le contestó, haciendo que este bajara su rostro—. No debes preocuparte tanto por una persona que es capaz de protegerlos cuando su vida peligra. Tampoco es insensata, así que no se dejará matar sin luchar.
—¿Y qué pasa si no puede hacerlo?
—Es una Ignis Fatuus —le respondió—. Siempre han sido el Clan más apacible en forma de vida y el más apasionado en el campo de batalla. Los anales les describen como perfectos soldados, sincronizados; se mueven como si todos fueran un solo cuerpo, se ven a sí mismos como una unidad. Fue esa camaradería la que hizo dudar a los demás Clanes, la que sembró la envidia entre los Primogénitos, ¿cómo se puede ser tan irracionalmente perfectos, siendo imperfectos?
—¿Le admirás?
—Todos los admiramos. Y en el fondo, nos alegramos de que estén entre nosotros —Sonrió, observando sus delgados dedos—. Si Aurum es nuestra seguridad, Lumen nuestra sabiduría, Ignis Fatuus es nuestra fuerza. No puede existir Fraternitatem sin ellos.
—¿En qué momento creciste tanto, pequeña?
—Siempre he estado enamorada de nuestras raíces, lo recuerdas, ¿no? —preguntó temerosa. Aidan sonrió afirmando cabizbajo, para luego volver su mirada al lejano océano-. Ese es el motivo por el cual Dafne se hizo mi amiga.
—Y llegaron a ser las mejores.
—Lo siento —murmuró—. Siento mucho ser tan irrespetuosa contigo, en el pasado. Yo no sabía que...
—No tienes la culpa —Le miró con ternura—. Nadie sabía que yo llevaría el Sello. Y yo, ni siquiera creía que ese Sello existía.
—Aun así, debí ser condescendiente con uno de los descendientes de los Primogénitos.
—No necesitaba que me amaras por compasión, menos por sumisión o complacencia —Quitó su mirada de ella—. No era esa clase de amor el que buscaba. Me hubiese lastimado aún más de lo que me lastimó tu rechazo.
—¿Y aún lo busca?
Aidan sonrió con ironía. No buscaba el amor, solo deseaba terminar con él.
—No siempre tenemos lo que queremos.
—¿Puedo ver tu Sello? —le pidió.
Asintiendo, el chico reveló su Sello. La llama dorada se dibujó, y dentro de ella una espiral de Arquímedes perfecta, con llamas moviéndose a su alrededor. Eugenia tomó la mano que Aidan le extendía, su propio Sello borgoña apareció, por lo que lo extendió, colocándolo al lado de este.
—¿No son maravillosamente perfectos? ¿No se ven bien juntos?
Acercando su mano a la de ella. Aidan le dio un beso en su oscura cabellera, reclinando su cabeza hacia la de la joven.
—¡Oh, Eugenia!
Él no podía devolver el tiempo, ese Donum le pertenecía a Lumen, más aún teniendo semejante poder no pensaba cambiar nada, ninguna parte de su historia, ni siquiera la muerte de su abuelo.
Ibrahim se sentó frente a Itzel extendiéndole el chocolate. Luis Enrique levantó la mirada del libro, para echarle una ojeada al presente que le hacían llegar a su novia, sonrió, al ver cómo Itzel lo atraía rodándolo por la mesa, cualquiera diría que el chocolate sido adquirido de contrabando.
—Pensé que me quedaría sin snack. Nunca me habría comido el de Aidan en estas condiciones, pero es imposible que resista tanta tentación.
—¿Crees que está muy mal?
—Debe de estarlo —confesó Luis Enrique, bajando el libro completamente. Le quitó un pedazo de chocolate a la barra de Itzel, quién se quedó pasmada ante su osadía—. Nadie en su sano juicio intentaría romper un escudo sellado.
—¿Un escudo sellado? —preguntaron al unísono.
—Sí —Saboreó el chocolate, cerrando sus ojos—. Definitivamente, es lo más maravilloso que he comido en mi vida. Bien, a lo que iba... Cuando un campo de fuerza tiene un sello impreso, es imposible destruirlo, es más factible que mueras en el intento que logres hacer una abertura en él.
—Pero Gonzalo logró pasar —aclaró Ibrahim.
—El escudo y Gonzalo compartían el mismo Sello, por eso pudo pasar. Aunque no me equivocaría si afirmo que ese no fue el único motivo.
—¿Acaso hay más? —preguntó Itzel.
—Sí, esta el hecho de que los Ignis Fatuus son una raza muy extraña dentro de la Fraternitatem Solem, en sus venas no solo corre la sangre de los Hijos del Phoenix, sino que también la del Clan Mane.
—Sin contar que Maia tiene sangre Lumen —agregó Itzel.
—Exacto. No son personas ordinarias. Quizá ese sea el motivo por el cual son las presas favoritas de los non desiderabilias.
—En verdad crees eso, David —le preguntó Natalia, quien se había acercado, escuchando la conversación sin ser invitada.
—¿Por qué no habría de creerlo?
—No creo que a los Harusdra le importe mucho Ignis Fatuus, salvo por el hecho de que siempre han sido un dolor de cabeza para todos.
—No pensabas lo mismo cuando Ackley vivía, ¿o sí? —le cortó.
Sus hermosos ojos azules, vertieron todo su veneno en David, quien sonrió al verla marcharse.
—Como les decía. Mane se caracterizaba por ser expertos creando campos de fuerza. Si no hubiesen desaparecido, mi bella princesa, no habrías tenido el don que tienes —Le dio un beso a Itzel—. Aunque no es común que ocurra, quizá esa sea la explicación más razonable del porqué Ignacio, y ahora Maia tienen campos de protección. Probablemente, sus familias también sean descendientes de Mane. De una u otra manera, están emparentados.
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