Lágrimas de fuego

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritaba Dominick por los pasillos desolados del hospital de la Fraternitatem Solem.

Ignacio lo observaba, sin dejar de sostener el cuerpo sin vida de Zulimar. Temía que el rígor mortis no permitiera que la joven tuviera una posición adecuada dentro del lugar que sería su último descanso.

Enfermeros y doctores salieron a auxiliar a Dominick, tomando a su padre para trasladarlo al quirofano y a él para un chequeo general.

El Primer Custos sintió una mano familiar posarse en su hombro. Volteó para saludar al Dr. Montero. El galeno le sonrió.

—Debes dármela.

—Trate con mucha consideración a la Dama de Aurum, doc... Nuestra Primogénita la estima mucho.

—Lo entiendo.

Con sumo cuidado Montero tomó a la joven. Se encargaría del cadáver, aunque no era su oficio.

Ignacio contempló su ropa manchada de sangre, impregnada de un profundo aroma a óxido. Se sentía en otra dimensión. Los recuerdos de unos segundos atrás lo golpearon. ¿Qué hubiera pasado si no hubiese llegado? ¿Y si se hubiese dado prisa? Desde el momento en que Gonzalo comenzó a meter la moto en el porche tuvo la sensación de que algo estaba ocurriendo. Su percepción había crecido desde que el Sello de Mane apareció, por lo que podía sentir la adrenalina de los demás Primogénitos cuando se encontraban en el fragor de la batalla o en peligro.

Se desvaneció, cayendo en las sillas ubicadas cerca de las paredes y se tomó el castaño y liso cabello. ¿Cómo se lo diría a Amina?

Sabiendo que no era momento de lamentarse, tomó su celular. El teléfono no repicó mucho.

—¡Alo!

—Zalo, necesito que vayas por Amina.

—¿Dónde coño dejaste mi moto?

—¿Tu moto? —Hizo un silencio—. Lo que pasó ha sido peor que perder tu moto.

—¡¿Perdiste mi moto?! —gritó Gonzalo al otro lado del auricular.

—¿Acaso no escuchaste el resto? —le reclamó—. ¿Solo tu moto importa? ¡Mira, busca a Amina, pero ya! —ordenó—. Y tráela al Hospital de la Fraternitatem.

—¿Estás bien? —La palabra "hospital" hizo reaccionar a Gonzalo, quien no había superado que su hermano se robara su moto para salir a recorrer las calles de Costa Azul.

—Estoy bien, pero ha ocurrido una desgracia... Aurum fue atacado nuevamente.

—¿Dominick?

—Sí, pero él está bien..., creo. Zalo, por favor, busca a Amina. No le digas nada. Yo estoy bien.

—¿Cómo sabías que estaban en problemas?

—Hace tiempo empleamos la modalidad de sentir los Sellos y, bueno, ya sabes.

—Comprendo. Iré por Amina.

El móvil de Aidan repicó. Dormido, el Primogénito de Ardere intentó tomar el celular sin despertar a Amina.

Sus ojos se negaban a abrirse, por lo que se le dificultó ver quién llamaba.

—¡Alo! —dijo con una voz pastosa. Sentía la garganta reseca y los párpados le pesaban demasiado.

—¡Aidan! Soy Zalo. —El Custos se identificó al darse cuenta que el chico no se había tomado la molestia de ver su nombre.

—¿Zalo? —preguntó, justo cuando Amina comenzó a moverse a su lado.

—Lamento interrumpirle el momento —comenzó.

—Estábamos durmiendo. —Aidan lo cortó—. Literal.

—¡Tranquilo! Aidan, necesito que, por favor, estés con mi prima abajo. Voy a por ustedes.

—¿Ha pasado algo? —preguntó nervioso, sintiendo como el sueño desaparecía de su cuerpo sin dejar rastro. Amina también se despertó.

—No sé muy bien qué ha ocurrido, pero Ignacio me ha pedido que los lleve al hospital ¡ya!

—Vale, te esperamos abajo —respondió, colgando.

—¿Qué pasó? —preguntó la chica.

—No lo sé. Creo que Gonzalo tampoco lo sabe.

—Llamemos a Ignacio —pidió.

—¿No crees que si Ignacio quisiera decirnos, él mismo hubiese llamado?

La pregunta de Aidan hizo pensar a Amina.

—Entonces, ¡vamonos!

Elías entró en la cocina de la residencia Aurum encontrando a un afligido Samuel. 

En cuanto lo vio, Samuel golpeó la isla con el vaso de vidrio, derramando el agua. Apretó con fuerza sus puños, blanqueciendo sus nudillos, mientras que su mentón se tensaba, al igual que su cuello. Su rostro enrojeció, sus párpados cerrados con una fuerza descomunal para evitar llorar, solo hicieron que un nudo se formara en la garganta de Elías, él que se sentía vacío por la perdida.

—Ahora estará bien —murmuró el Secretario de la Coetum.

Pero sus palabras no eran apropiadas, tampoco necesarias. Samuel se derrumbó, y Elías corrió a su lado, fundiéndose en un abrazo con su compañero.

Zulimar había llegado siendo casi una niña a la residencia Aurum, a causa del Sello del Prima. Había quedado huérfana poco tiempo después, sintiéndose culpable por no haber acompañado a su madre en los últimos momentos de su vida. Siempre aparentó tener un corazón duro, pero solo era una coraza para no sufrir. 

Samuel la había cuidado como se protege y ama a una pequeña hermana. Se convirtió en su tutor y amigo, siempre atento a sus cambios de humor. 

Él sabía que su amarga historia iba a llevar a la chica a construir lazos sólidos con su Primogénito, e incluso, con la Primogénita de Ignis Fatuus, y al final fue esa empatía lo que la llevó a dar su vida por Dominick, cuando pudo aplicar otra estrategia.

—¡Niña tonta! —dijo el hombre entre lágrimas—. Pudiste venir a buscar refuerzos.

En silencio, Elías acompañó en a Samuel. Nunca sabrían el motivo que llevó a Zulimar a actuar de la manera en que lo hizo.

Con puntualidad, Gonzalo se estacionó frente a la casa de los Aigner. Aidan llevaba a Amina de los hombros, abriendo la puerta para ella y ayudándola a entrar.

El Custos los miró extrañados, mas no pensaba decir nada hasta que ambos subieran al auto.

—¿Sabes por qué Ignacio ha hecho tanto énfasis de que nos lleves al Hospital? —preguntó la chica.

—Solo me dijo que Aurum fue atacado —respondió, mirándola a través del retrovisor.

—¿La residencia? ¿Están todos bien? —preguntó con evidente nerviosismo.

Gonzalo volvió a echar un vistazo, dándose cuenta que, si bien el rostro de Amina estaba dirigido hacia donde él se encontraba, esta no estaba fijándose en mi rostro. Intentó concentrarse en la vía, pero en más de una ocasión buscó hacer contacto visual con su prima. Sin embargo no lo iba a lograr, pues ella había reclinado su cabeza en contra de la ventana.

—¡Amina! —la llamó.

—Dime. —Fue la respuesta que el chico obtuvo.

—Mírame. —Le pidió girando el rostro para encontrarse con los iris avellana de su prima, mas estos no se fijaron en él—. ¡Mierda! —gritó, perdiendo el control del volante.

Aidan saltó a sujetar el volante, entretanto Amina gritaba angustiada si quería matarlos. 

Girando el volante, Gonzalo se estacionó.

—¿Puedes ver? —le preguntó de una forma muy directa.

Amina tenía una mano en el pecho, debido al susto que acababa de pasar. Como no respondía, Gonzalo miró a Aidan, haciéndole un gesto para repetir la pregunta. El joven Ardere negó.

—¿Desde cuándo estás así? —Gonzalo siguió con su interrogatorio.

—Esta noche, acaba de ocurrir —respondió su prima—. Bueno, casi acaba de ocurrir.

—¡Sí, porque cuando te montaste en el carro ya venías ciega! —le reclamó haciendo uso de su sarcasmo.

—Lo siento, Zalo. Se suponía que esperaría hasta que amaneciera para decirte, pero lo he olvidado.

—Creo que olvidas detalles muy significativos.

—En verdad, ¡discúlpame! 

—Pudiste llamar —insistió Gonzalo.

—Creo que esto no es relevante —intervino Aidan—. Ahora lo que importa es que lleguemos al Hospital y nos enteremos de una vez por todas que fue lo qué ocurrió en Aurum

La noche comenzaba a cerrarse sen Costa Azul. Preocupada, Marcela caminaba de un lado a otro aferrada a la camándula, murmurando las Aves Marías sobre cada cuenta que pasaba. Rezaba por la pronta reconciliación de Octavio y Dominick.

Desconocía cuántos rosarios había hecho, pero no se detendría hasta que su yerno no cruzara la puerta, solo o con su nieto.

Su fervoroso corazón le animaba a continuar. No pudiendo permanecer sentada, caminaba de un lado a otro en la solitaria sala. En las afueras, el silencio era total, así que supo que el sonido de las llaves de Octavio llegarían a ella antes que su presencia.

Sin embargo, sorpresivamente no pudo dar un paso más. Intentó continuar su movimiento, consciente de que no sentía tanto miedo como para paralizarse pero, por más que quiso no pudo seguir.

Pronto se dio cuenta de que no solo era sus piernas que no obedecían, ninguna parte de su cuerpo lo hacía. En cuestión de segundos se encontró petrificada, solo sus pulmones obedecían al natural movimiento, mas sus ojos y el resto del cuerpo no. Sus nervios, alertas, comenzaron a prevenirla, invadiéndola de terror. No entendía lo que estaba pasando pero no debía ser bueno. 

Deseó ver a Dominick por última vez, darle un beso y decirle cuanto lo amaba, pero sabía que no podría.

Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas, aceptando el cruel destino que le esperaba.

Llevando una mano en el hombro de Gonzalo, y la otra tomada a la de Aidan, Amina entró en el pasillo donde Ignacio yacía sentado.

El Primer Custos dejó de cubrirse el rostro ante la presencia de su Primogénita, poniéndose en pie para ir a su encuentro. Se detuvo, perplejo, contemplando con cautela a Gonzalo y Aidan.  No tuvo que preguntar para que ambos le respondieran con un simple gesto: si Amina era conducida de aquella manera significaba que el poder de Phoenix había vuelto.

—¡Princesa! —exclamó sintiendo una alegría que no había experimentado en mucho tiempo, mientras alejaba a ambos jóvenes de ella.

Amina sonrió con el ferviente abrazo de su primo, recordando aquel primer encuentro en donde el pudor y la rabia solo hicieron que lo detestara. ¡Cuánto había cambiado desde entonces! Ignacio era una parte importante de su vida, tanto como Gonzalo y Aidan, así que no podía permanecer lejos de él, nunca.

—¡No sabes lo feliz que me hace esta noticia! ¿Cuándo ocurrió?

—Hace unas horas. Estaba viendo una película y...

—¡¿Viendo una película?! —reclamó Gonzalo—. ¡Conmigo no quisiste ver nada! ¡Aaaah, pero con este chigüire(1) sí! Y de paso, a este si le cuentas cómo te quedaste ciega, pero a mí no, ¿verdad?

Ignacio sonrió ante las quejas de su hermano, gesto que fue imitado por Aidan.

—¡Lo siento, Zalo! Aun así, sigues siendo mi primo favorito.

—¡No, si así es ser tu favorito no quiero ni saber cómo será ser el marginado!

—Bienvenido a mi club, hermano —le respondió Ignacio.

—¡Je! —Sonrió la chica—. Pero, Iñaki, me imagino que no estamos aquí para hablar de mi Donum, eso sin contar que no es el sitio más propicio. ¿Qué fue lo que pasó?

La sonrisa se borró de la faz de Ignacio. Apretando el mentón, bajó la mirada para darse fuerzas, pues sabía que la noticia que debía dar tendría un fuerte impacto en su prima.

—Estaba con Gonzalo en casa cuando sentí un fuerte corrientazo en mi hombro..., ¿entiendes? —preguntó antes de continuar. Amina asintió—.  Tomé la moto de Zalo y me deje guiar por los Sellos hasta unas calles a más de veinte kilómetros de nuestra residencia. En una de ellas encontré a Dominick, estaba siendo sometido por Irina, que yacía en el suelo pero con el poder suficiente para controlarlo, mientras José Arrieta lo atacaba.

—¡Ese hijo de su madre! —murmuró Gonzalo, lleno de indignación.

—¿Dominick está bien? —preguntó Amina.

—Sí, pero es que no te he contado todo —enfatizó. La chica se sintió incómoda, pues en el tono de voz de su primo había rastros de dolor—. Con Dominick se encontraba su padre, en este momento estaba herido en el suelo. 

—¡Oh Dios! —exclamó Amina, llevándose las manos a los labios, entretanto Aidan se incomodaba, pues a pesar de todos los problemas que el Primogénito de Aurum pudiera tener con su padre, este lo seguía queriendo.

—No te preocupes, en estos momentos lo están interviniendo —la tranquilizó, tomándola de la mano—. Ahora, necesito que te sientes conmigo.

—¡Me estás asustando, Iñaki! —respondió, obedeciéndolo.

—Amina, eres una chica fuerte. Lo sabes, ¿verdad? —Quiso saber antes de continuar, recibiendo una respuesta afirmativa de la joven—. También eres justa...

—¡Iñaki! —lo interrumpió.

—¡Lo siento! No pude llegar a tiempo.

—¿Qué pasó, Iñaki? ¡No me dejes con esta intriga! —ordenó angustiada, con los ojos a punto de llenarse de lágrimas.

—No pude llegar a tiempo para todos... Zulimar... falleció —confesó con un dejo de voz.

Amina sintió una estocada de dolor atravesarle el pecho. Sus manos temblorosas eran la más fiel señal de que no tenía ni la mejor idea de cómo procesar la información. Zulimar se había convertido en su amiga más querida, en una persona respetada, y ahora no estaba. Su llanto silencioso, ahogado por el pesar preocupó a los chicos, mas Ignacio extendió una de sus manos para que ninguno la tocara.

Rompiendo el nudo de tristeza que se había atorado en su garganta, la Primogénita de Ignis Fatuus dio rienda suelta a su llanto, exclamando el nombre de su amiga, negando la terrible noticia, pues Zulimar era la primera persona a quien estimaba y perdía en esa terrible guerra.

El llanto de la Primogénita llegó a oídos de Dominick, quien se encontraba muy cerca del pasillo en donde el resto de Ignis Fatuus estaba. Él tampoco pudo contener el dolor sembrado en sus ojos. Con temor dio los últimos pasos que lo mostraban ante todos. 

Ignacio, Gonzalo y Aidan lo contemplaron con sus miradas compungidas, llenas de una genuina tristeza, mas él solo reparó en Amina.

—¡Maia! —la llamó.

La joven se puso de pie, deteniendo el llanto, y corrió a los brazos de su amigo de la infancia, quien se refugió en ella como lo había hecho de niño.

La casa de Octavio Díaz ardía. 

En los ojos de Marcela se dibujaban las lenguas de fuego que consumían todo a su paso. Ella sabía que antes de ser devorada por las llamas, sus pulmones dejarían de respirar. El pecho le dolía, producto del pesado humo que entraba a su cuerpo.

Afuera, una hermosa chica trigueña sonreía, al lado de un corpulento hombre que antes había sido un leal miembro de Aurum.

—Creo que este es el mejor regalo que le he podido dar a mi Primogénito y a la Hermandad.

Rodríguez sonrió, alejándose con Irina, mientras el fuego comenzaba a tocar el cielo.

***

(1) Chigüire:  Capibara. En Venezuela se le dice chigüire a una persona que es ingenua, tonta, fácil de engañar. 

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