La sombra de la revelación
El Miércoles de Ceniza siempre suele ser un día muy silencioso en Costa Azul, las personas olvidan por completo las actividades mundanas sumergiéndose en un ambiente más espiritual y austero. El instituto no era la excepción. Desde las primeras horas las coloridas carteleras fueron arrancadas, vistiendo todo de un opaco morado.
Aidan observaba en cambio en el colegio, al igual que la actitud de las personas, incluso le pareció que el insoportable calor que precede a la Semana Santa podía sentirse. Dominick apareció por uno de los pasillos, chocó las palmas con el chico y juntos caminaron hacia el patio.
—Esta son las primeras vacaciones en las que no descanso.
—Y no habrán más hasta dentro de cuarenta días —le aseguró Aidan.
—¡Jum! Eso si los non desiderabilias nos dejan en paz —concluyó, reuniéndose con el resto.
Se notaba el cansancio en todos, aunque aseguraban que el martes fue el mejor día de su vida. Haciendo un balance general del largo fin de semana: tuvieron una fiesta, recibieron una amenaza del Umbra Mortis, entraron a la Cueva del Guácharo soportando las pruebas de Urimare y consiguiendo la espada, y jugaron knockeball, por lo que podían considerarle como óptimo.
Sin embargo, muchos tenían asuntos por resolver. Ibrahim aún no había conversado con Gonzalo, Dominick no había visto a Leah desde que estuvieron juntos, y Maia estaba armándose de valor para dejar a Aidan.
—¡Enanaaaa! —le gritó Dominick a Saskia, en cuanto la chica apareció en el patio.
—¿Estás intentando socavar mi autoestima?
—¡Uuuy, nos salió culta niña! —se burló Ibrahim.
—¿La usé bien? ¿Empleé bien la palabra?
—Lo has hecho bien, enana. Creo que hay que darle gracias a la profesora de Castellano por mandarnos a leer dos libros por lapso.
—¿Por cierto alguien se acabo "Don Quijote"? —preguntó Aidan.
Ignacio levantó la mano, estaba comiéndose unas galletas, mientras leía un libro.
—¿Ahora qué lees? —le preguntó Itzel.
—"David Copperfield", de Charles Dickens.
—¿Por qué leerte ese libro cuando "Oliver Twist" es más llamativo? —le cuestionó la chica. Ignacio le miró pensativo, ¿adónde quería llegar?—. Lo digo porque eres hombre, y tengo entendido que es tipo romance.
—Realmente es de todo un poco —le aseguró Luis Enrique.
—Cierto, pero lo estoy leyendo porque mi hermano dice que el protagonista es un tarado inteligente. La definición me causó curiosidad así que como el sexto libro será un libro escogido por uno, pues estoy adelantando tarea.
—Falta medio lapso para llegar al tercer lapso, ¿y ya estás leyendo el sexto libro? —se burló Dominick.
—Cuando tengas problemas con el informe de la Labor Social y el intento de trabajo de grado que nos acaban de mandar a hacer, no te reirás.
—Si hablamos de literatura, entonces debatamos sobre "Cuando Quiero Llorar No Lloro" y listo —intervino Aidan.
—No puedo avanzar con el libro —le aseguró Itzel.
—Ni yo. —Ibrahim levantó la mano.
—¿Hay que leerse otro libro? —Saskia quiso saber.
—¡Enana! —exclamó Dominick, la atrajo hacia él, haciendo una pinza con su brazo y su costado para meter el cuello de esta, mientras la despeinaba.
Todos se echaron a reír. Tenían que aprovechar los pocos días de clases que les quedaban o de lo contrario les iría muy mal en los exámenes de Lapso.
Amina no pudo verse con Aidan aquel miércoles. La falsa tranquilidad del día terminó agobiándola, pero preparó todo para ese jueves. No podía dejar pasar un día más. La última clase había terminado.
Ignacio recogió sus cosas, ayudándola con las de ellas.
—¿Nos vamos?
—He quedado en verme con Aidan en la playa.
—¡Vale! —Le dio un beso en la frente—. Procura no tardarte tanto, por extraño que parezca los cielos pintan un gris de lluvia, y con estos cambios de clima quizá termines por enfermarte.
—¿Me dejarás así?
—No entiendo —le preguntó—. ¿Quieres que te acompañe?
—¡No! No, es que estoy un poco asustada.
—¿Por qué? ¿Acaso vas a discutir con Aidan o qué? —le cuestionó riendo. El compungido rostro de su prima le hizo tragar grueso; había hecho una pregunta en broma, jamás pensó que algo grave estuviera pasando entre ellos. Sin decir más, se volvió a sentar. Observando como Aidan y el resto de sus compañeros se marchaban—. Puedes contar conmigo, lo sabes. —Le tomó la mano.
—¿Crees que hago bien si hablo con él?
—¿De qué hablarás?
Ella se llevó las manos al rostro, ocultando las lágrimas. Ignacio se volteó a contemplarla, había sido tan egoísta que no se había dado cuenta de los sentimientos de su prima, mientras todos reían y bromeaban, ella seguía batallando con los demonios que Urimare le presentó.
—No te puedes basar en algo que viste o sentiste dentro de la cueva, Amina. Recuerda que ellos no tienen ni la más mínima idea de lo qué fue lo que tú percibiste, de hecho ninguno ha venido a preguntarte. La única persona consciente era yo, y ya ese punto lo hemos aclarado.
—Mas eso no significa que no sea cierto, que lo que vi de Aidan no sea así.
—¿Y se puede saber que viste?
—Estábamos Eugenia y yo, y él la escogió a ella.
—¿En qué contexto?
—¿Cómo qué en que contexto?
—Debes ser más específica: la escogió en una guerra o para casarse. Porque, si yo estuviera en su posición, y pensando como él, si realmente te amará te escogería como esposa, pero si estamos ante una situación de emergencia, no me preocuparía tanto por ti. —Amina inclinó más su rostro, curiosa por aquella respuesta—. Tú puedes defenderte, ella no. Tienes más posibilidades de salir viva de una guerra que el mismo Aidan, y tú lo sabes. —Le dio un besó en la frente—. Será mejor que nos vayamos o nos dejarán encerrados.
Quizá Ignacio tenía razón y estaba exagerando, pero su respuesta no pudo ser muy objetiva porque ella no fue tan sincera explicando el "contexto" en el que se encontraban: Aidan se la había entregado a la imperatrix, la había abandonado, y aunque era cierto que ella tenía más capacidades que Eugenia para sobrevivir a cualquier prueba, virtud por la que Urimare la escogió, el Primogénito de Ardere se decidió por su Oráculo para tener una vida feliz.
Caminó con su primo hasta la entrada, allí se despidieron. Ignacio le recordó una vez más que no se mojara y que si se presentaba cualquier vicisitud le llamara. Esta, obediente a su Custos, asintió, desplegando su bastón blanco para dirigirse a la playa donde tantas veces se había citado con Aidan.
Mucho había cambiado su vida desde que llegó a Costa Azul. Sus padres le cedieron más libertad por lo que le permitían desplazarse sola por algunos lugares del municipio. Ella había memorizado varios caminos, el del colegio a la playa, el de la playa a su casa, incluido el transporte público, y el de la panadería y los locales de comida al colegio, básicamente aquellas vías eran las que siempre recorría.
Aidan la esperaba en la playa. El joven se había deshecho de sus zapatos y del bolso, incluso se sacó la blanca camisa del pantalón de mezclilla. Con las manos en la cintura, respiraba con los ojos cerrados la brisa marina, podía sentir sobre su piel la humedad y el frío producto de la nube que se avecinaba, a lo lejos se vislumbraba la tempestad.
Con el corazón a punto de saltarle del pecho, Maia bajó el pequeño cerro de arena. El viento zafó algunos mechones de su peinado, azotándolos con vehemencia, no sería sencillo desenredarlo cuando llegara a casa. Quiso dar la media vuelta, pero entre el sabor marino percibió el inconfundible aroma de Aidan Aigner. No podía darle más vueltas a la situación tenía que afrontarla.
—¡Aidan! —le llamó.
—¡Maia! ¡Ven, ven acá!
El saludo la detuvo en seco. No le había dicho Amina, simplemente la llamó Maia. Se arrepintió de bajar a la playa, de no dar la media vuelta e irse. Ignacio no podía estar muy lejos, y en caso de que no asistiera a por ella, Gonzalo lo haría.
Aidan se aproximó, tomando su brazo y llevándola al lugar que el había ocupado.
—Cierra tus ojos y siente como se conjugan el frío y el calor. —Aspiró—. ¿No es maravillosa la naturaleza?
Pero ella no estaba para contemplar la naturaleza. Bajó su rostro a un lado, mordiéndose los labios para evitar que las lágrimas acudieran a ella. No podía llorar antes de empezar, eso no sería un buen inicio, ni un grato final.
—¿Me permites tocar tu rostro?
—¿Eh? —preguntó fuera de sí.
—¿Me dejarías tocar tu rostro? —repitió apenada.
Aquella proposición era completamente inesperada. El silencio que se hizo entre ellos fue incómodo para Amina. Volvió a bajar el rostro avergonzada por atreverse a pedirle que le dejara tocarlo, intentó dar un paso atrás cuando sintió las manos de Aidan sobre su muñeca, sujetándolas con firmeza.
Él siguió sin decir nada, aun cuando sus manos iban ascendiendo hasta su rostro, y allí estaba su tersa piel, de quien se había afeitado en la mañana, el mentón se había fortalecido, sus hermosas cejas, su frente visitada por su mechones ásperos y perfectos, tan largos que caían sobre sus ojos.
Recordó que lo había teñido de morado, y quiso preguntar, pero no pudo, concentrada en dar su último adiós, bajó uno de sus pulgares por la nariz del chico, y antes de que sus dedos dieron con sus labios, se alzó, besándolo.
Era la primera vez que lo hacía, que se arriesgaba a tomar la iniciativa. Eran suaves, fuertes, cálidos, ¡cómo los había extrañado! ¿Cómo había podía estar cerca de él y no desear sus besos? Presionó con firmeza, tomando sus labios entre los de ella, pero por más que intentó Aidan no respondió. Desistiendo se echó para atrás. Se llevó las manos a la cabeza, qué era lo que acababa de hacer.
Este había estado en todo momento con las manos en puño, el mentón se le había tensado. Le había tomado por sorpresa, así como por sorpresa le tomó que ella retrocediera. Iba a hablar, pero ella yacía llorando.
—No. —Intuyó—. No digas nada. —Le pidió corriendo.
—¡Maia! —le llamó, pero la joven no se detuvo.
Iba a ir a por ella, cuando la lluvia comenzó a caer, por lo que tuvo que regresarse por sus zapatos y sus útiles, cuando pudo llegar al bulevar, no había rastro de la joven.
—¡Maldito Don de Neutrinidad! —Se quejó lanzando el bolso con rabia.
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