La sangre que corre en mis venas...
—No son campos de protección, ¡son de fuerza! —le aclaró Itzel, concentrada en lo que sucedía dentro del domo de energía.
—Porque su sangre está mezclada con la de Mane. —Aidan le respondió secamente.
La verdad no era el momento de explicar la historia de la Fraternitatem, ni cuál era el verdadero origen del porqué se prohibía que los Primogénitos se relacionaran entre ellos. Para Aidan, lo más importante era que Maia descendiera, sin sufrir más de lo que estaba padeciendo.
El cuerpo de Maia se templó, y comenzó a temblar en el aire. Las chicas se agruparon alrededor del domo intentando comprender lo que pasaba.
Ibrahim abrió la puerta del gimnasio, Itzel le había mandado un mensaje para que se reuniera con ellos. Nadie le vio llegar, todos estaban absortos ante lo que estaba pasando.
—Electricidad.... Tu primo lo afrontó... —La misma maligna voz le habló a Amina.
En su oscuridad interna, apareció la figura de Gonzalo. El sudor corría por su cuerpo, estaba sujetado del techo por unas cadenas, y sus piernas del suelo, firmemente templadas. Solo llevaba unos pantalones negros, su espalda y pecho mostraban signos de tortura. Cabizbajo, los largos mechones, castaño oscuro, cubrían su rostro.
Supo de inmediato que aquel chico al que nunca había visto era Gonzalo, ese era el largo cabello que tocó la última vez que estuvo con él en Maracaibo. Una vez más, las lágrimas volvieron a brotar.
El cuerpo suspendido de Amina fue girado violentamente, colocándose de manera vertical tal como estaba Gonzalo dentro de su mente.
Los seis jóvenes, postrados en la parte baja del domo, retrocedieron, daba la impresión de que el cuerpo de Amina estaba poseído. Aidan mantenía las manos colocadas sobre el campo, con su mirada hacia el techo para contemplar lo que ocurría con la Primogénita de Ignis Fatuus.
Las manos y las piernas de Maia fueron brutalmente abiertas. Ella no pudo evitar quejarse. Sabía muy bien lo que vendría a continuación. Su cuerpo comenzó a convulsionar. Quiso gritar, pero en su mente, Gonzalo no lo hacía, él solo apretaba sus puños para soportar las descargas eléctricas.
—¿Qué le está pasando? —preguntó Ibrahim angustiado.
—La están... electrocutando —murmuró Dominick, al darse cuenta de que su amiga no estaba fingiendo.
No había terminado de formular la oración, cuando Aidan comenzó a golpear con todas sus fuerzas el domo, pero este no cedía. Debían sacarla de allí.
—¡Basta! ¡Te harás daño! —le suplicó Eugenia, al darse cuenta de que los dedos del joven sangraban.
El dolor de las falanges rotas, no minimizó la intensidad de sus puñetazos.
—¡Amina! ¡Aminaaaa! —gritó desesperado—. ¡Quita el campo! ¡Maldita sea, quítalo!
—No te obedecerá —le confesó Itzel—. Ella nunca nos pondría en peligro —Todos, excepto Aidan la miraron—. No si puede evitarlo.
Maia convulsionó un par de veces más. Fueron unos largos diez minutos. Agotada, su cabeza cayó sobre su pecho. Estaba sudando, sin embargo el frío no había abandonado su cuerpo. La presión en sus muñecas y sus piernas se desvaneció, lo que le dio cierto respiro, hasta que la gravedad hizo su trabajo.
Cayendo, intentó sujetarse de cualquier objeto que estuviera a su alrededor, aunque no había nada. Los gritos de todos no se hicieron esperar,haciéndole entender que la caída, de cinco metros, sería fatal. Pero, faltando poco para que sus piernas se estrellaran contra el piso de madera, su cuerpo fue suspendido, de nuevo, siendo levantado con lentitud.
Aidan cargó su arco, disparando contra el domo, pero este solo se tragó su flecha, haciéndola desaparecer.
—Es inútil —le dijo Saskia—. ¡He estado intentando traspasarlo pero no me deja! —Su rostro demacrado les mostró a todos que no mentía.
Los brazos de Maia fueron subiendo con lentitud, era como si su cuerpo se encontrara sumergido en un tanque de agua. Su cabello flotaba siguiendo el ritmo de las invisibles corrientes.
—Sangre. —Fue el murmullo que escuchó Maia en su interior.
Abrió su boca, desesperada. El líquido que la rodeaba se fue haciendo cada vez más denso. El olor metálico invadió su sentido del olfato, obligándola a contener la respiración. Se encontraba completamente sumergida en una piscina de sangre, densa y profunda, tan profunda que le era difícil encontrar la superficie.
—Sangre de todos los miembros de Ignis Fatuus.
Una maquiavélica carcajada se hizo sentir por todo el recinto. Dominick cargó sus puños, buscando al enemigo invisible que les estaba atacando. Los demás le siguieron.
Eugenia se estremeció, algo tenebroso se encontraba presente en aquel lugar.
En la mente de Amina aparecieron, de nuevo, la voz y la visión de Gonzalo siendo sumergido en una bañera llena de sangre. Su primo gritaba desesperado, fue la primera vez que le veía en aquella situación. Lo más terrible de la tortura era el trauma psicológico que estaba enfrentando en aquel momento, y ella le estaba acompañando. Esas letras malditas le estaban dando un recorrido por lo más trágico y oculto de Gonzalo.
—Y existe un tercer dolor... Las agujas del tiempo.
—¡Ackley! —pensó, recobrando las energías, y soportando un poco más sin respirar.
Aidan había optado por estrellar su cuerpo contra la cúpula cuando la puerta del gimnasio se abrió intempestivamente. Gonzalo apareció a través de ella, contemplando compungido a su prima, quien se batía en el aire cubierta de un espeso líquido rojo. Los recuerdos vinieron a su mente como un boomerang.
—¡No podrás pasar! —le advirtió Ibrahim, al percibir que Gonzalo estaba decidido a atravesar el campo de protección.
En la frente del Custos apareció el Sello de Ignis Fatuus, haciendo que el Sello del domo centelleara. Sin detenerse continuó su camino y el campo de protección le permitió entrar.
—¡Amina! —gritó, dando la impresión que buscaba a alguien—. ¡Maldito Teodoro! ¡Ya estoy aquí!
Una cruel risa se escuchó en el lugar, y el cuerpo de Maia comenzó a caer nuevamente, pero esta vez Gonzalo detuvo su caída.
Se agachó con su prima entre sus brazos. Sus ropas olían a óxido, estaban llenas de sangre, al igual que sus delicados cabellos. Gonzalo la sujetó entre sus brazos, haciéndole señas a los demás para que no se acercaran. Le acarició las mejillas, mientras ella intentaba no sollozar al respirar.
—Lo siento, Amina, lo siento —murmuró agónico—. Tú no tenías que pasar por esto.
—¡Zalo! ¡Mi Zalo! —exclamó con un dejo de voz—. ¿Qué te han hecho? ¿Cuánto te han torturado?
—No pudo, Amina. No pudo matarme..., así como yo no tuve los suficientes cojones para matarlo a él —le señaló, observando las iris blancuzcas de la chica; compungido, besó su frente bañada en sangre—. Pero, te juro que no tendré piedad de él. —La cargó para salir del lugar.
Dominick intentó acercarse a ellos, en cuanto el campo de fuerza desapareció, pero Ibrahim le detuvo, colocando su mano en el hombro.
Aidan les vio pasar frente a ellos, conocía muy bien la dinámica de Ignis Fatuus, y aun cuando deseaba hacer algo más por ella, solo podía quedarse donde estaba. Sin embargo, no dejó de notar que Maia seguía sujetando y acariciando, con dolor, la mano con la que había repelido a Dominick.
Una vez que Gonzalo y Maia se fueron, los chicos se ocuparon de revisar el lugar buscando algún indicio o pista que les ayudara a explicar lo qué había pasado, pero no encontraron nada.
—¡Bienvenida a la Fraternitatem Solem! — exclamó Saskia, pasando su mano sobre los hombros de Eugenia.
—¿Es así de intenso?
—Suele ponerse peor —le aseguró Itzel.
—Debo hablar con mi Clan de lo que pasó —reparó Dominick—. Esto puede ser una amenaza o una secuela del ataque de ayer. No creo que el colegio sea seguro para ninguno de nosotros hasta que no lo revisen por completo.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo —repuso Ibrahim, caminando detrás de Dominick.
Aidan fue el último en salir. Dio un vistazo a todo el lugar, parecía que allí no había ocurrido nada. Iba a marcharse cuando un punto rojo, escondido detrás de unas redes llenas de polvo llamó su atención. Invocó su arco y disparó una flecha. La explosión hizo que se agachara, cubriéndose con su escudo. Estaba agradecido de haber practicado lo suficiente como para no tener que invocarlos verbalmente.
La explosión hizo que todos los demás regresaran al sitio, contemplando, anonadados, lo que ocurría dentro del gimnasio.
El humo expelido por de aquel punto rojo esbozó unas palabras en latín:
Currit per venas sanguine,
fuit intentio frigidam tuae...
Las mismas no duraron mucho tiempo frente a ellos. Así como aparecieron se difuminaron, no sin antes que Aidan les tomara una foto.
—Es latín —comentó Ibrahim—. ¿Qué querrá decir?
—La sangre que corre por mis venas, fue concebida para congelar tu ser... —tradujo Eugenia, un tanto atónita—. Es lo que quiere decir —Todos le vieron—. Sé un poco de latín, a lo mejor la traducción no es perfecta, pero...
—¿Qué significa eso? —preguntó Saskia.
—Es una amenaza. Sin duda es una amenaza —contestó Itzel.
—¿Una amenaza? ¿Para la Hermandad? —quiso saber Dominick.
—No. Es una amenaza para Ignis Fatuus —repuso Aidan—. Los non desiderabilias van a por los hijos del Phoenix —confesó, dándole un vistazo rápido a sus compañeros para luego salir del lugar.
Itzel e Ibrahim se vieron. Era la primera vez que presenciaban a un Aidan torvo. Su dulce mirada se transformó, en cuestión de segundo, en oscuridad.
Con las falanges rotas, Aidan salió del gimnasio. Necesitaba encontrarse con su padre y que un médico le atendiera.
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