La respuesta de Dafne
Amina descansaba sentada al lado de Leticia, con las manos entrelazadas. Ignacio había sido asignado a una habitación encontrándose en observación.
El doctor Montero le había informado a Gema que la condición de su hijo era un tanto delicada. Ignacio no mostraba heridas físicas, pero el esfuerzo que había hecho para resistir el ataque de los Harusdra le habían debilitado notablemente, por lo que debían esperar a que recobrara la consciencia para someter su Donum a estudio.
Gonzalo observaba a su prima, esta recostó su cabeza en la padre, mientras Leti le soltaba la mano para acompañar a Gema a la cafetería por un té para tranquilizar sus nervios.
—Siento mucho no haber ido por ti a tiempo.
—¿Perdón? —le respondió, irguiéndose.
—Siento mucho no haber estado puntualmente a la una en el colegio. Te olvidé por un estúpido cuaderno.
—No soy yo la que está herida.
—Pero pudiste estarlo.
—¿Por qué te mortificas por algo que no pasó? Por el contrario, Gonzalo, no dejo de preguntarme cuánto hubiese aguantado Ignacio si no me hubieses olvidado y no te hubieras visto obligado a correr en tu moto para buscarme... Probablemente, Iñaki no estuviera con nosotros en estos momentos.
—Es la primera vez que entra a un hospital. De todas las personas que he considerado como posibles candidatas para ser heridas, nunca pensé que mi hermano podría ser una de ellas.
—Es un chico muy fuerte.
—¿Por qué lo dices?
—Realmente no sé qué fue lo que pasó en el colegio, pero te puedo asegurar que Iñaki rebasó sus propios límites. —Gonzalo le miró extrañado—. Cuando estaba comiendo sentí que mi Donum me dejaba, por un instante pensé que habías sido tú, pero no sentí el ardor en mis venas cuando tu don se hace uno conmigo. Ningún Donum fue intercambiado con el mío. Sé muy bien que eres un loco de carretera, pero...
—Pero mi capacidad no da para tanto —le interrumpió, riendo—. Tienes razón, ni en el mayor de los desesperos sería capaz de quedarme con dos Munera. Sería como tener una pistola automática cargada apuntando a tu sien. ¡Una locura!
—Una temeridad que solo Ignacio se atrevería a hacer. El hecho es que unos segundos después un agudo sonido penetró mis oídos. Pensé que mis tímpanos iban a explotar. No sé qué le ocurría a Ignacio en aquel momento, pero fue lo suficientemente peligroso y mortal cómo para que mi Sello me lo indicara y el residuo del Donum que quedaba en mí me señalara que mi primo podía morir.
—Los oídos de Ignacio habían sangrado.
—Entonces, fue más que una señal.
—Creo que deberás permitirnos usar el Don de Telepatía.
—Sabes muy bien cuáles son mis miedos Zalo.
—Nos continuamos arriesgando si permanecemos así.
—Bien, suponte que libero el Donum. ¡Chévere, nos comunicamos todos! ¿Cuánto crees que tardará el sr. Arrieta o cualquier miembro del Prima de nuestro Clan en enterarse de lo que acontece?
—¡Tendríamos apoyo!
—¿Apoyo? Bien sabes que la mayoría de nuestras luchas son clandestinas.
—Ahora esto es una guerra abierta.
—¿Y nuestros secretos? ¿Y nuestras reuniones?
—Puedes limitar el Donum si lo deseas.
—Sabes bien que no funciona así... Y si aún no estás convencido, lo de hoy fue una muestra. El Don de la Neutrinidad le pertenece a Ardere, y en consecuencia a Aidan, él es quién lo domina a la perfección, mas, ¿puede limitarlo? ¡Nosotros también nos aprovechamos de ese Donum cada vez que los Harusdra aparecen! De esa manera no lastimamos a los demás, sin embargo, por qué Aidan no limita el Donum solo para los Primogénitos y deja exentos al Populo, ¿no crees que las muertes de hoy se hubiesen evitado? Lo mismo ocurrirá con el Donum de Telepatía.
—Amina —rogó.
—No quiero ser una aguafiestas, solo quiero que me entiendas. Esos dones no son dones exclusivamente para los Primogénitos, sino que le pertenecen al Populo, pero es su jefe de Clan quien tiene el poder de liberarlo o no. Y mientras Arrieta esté sentado en una de los curules de nuestro Prima no voy a permitir que el Donum se manifieste en ningún miembro de Ignis Fatuus.
Gonzalo tuvo el deseo de refutar su argumento, señalando lo egoísta que estaba siendo, que un simple consentimiento podía ser la diferencia entre salvar miles de vida o volver a pasar por aquel trance, hasta que recordó lo peligroso que podía ser para ellos que sus sentimientos fuesen revelados.
Su Prima podía ir por Aidan, más aun, acabar con ellos mismos, apoderándose de sus Munera. Y pensó en Ibrahim. Ahora él también tenía sentimientos que ocultar para proteger a la persona que quería.
Ibrahim lanzó el bolso a un lado, tirándose en la cama con las manos detrás de la cabeza. Intentó cerrar los ojos, pero a pesar del cansancio físico, no podía conciliar el sueño. Se levantó, buscó ropa cómoda en su clóset y fue a darse un baño.
El agua caía cálidamente en su piel, adormeciendo sus adoloridos músculos. Nunca había disfrutado tanto un baño como aquel. Se quedó por unos segundos bajo la fuerte ducha, cerrando sus ojos. Sintió una ligera presión en sus pies que le hizo despertar.
Se secó, cubriendo luego sus partes íntimas con el paño. Limpió el espejo con la mano y se observó. Tenía un pequeño corte en el brazo derecho, se tocó la herida, irremediablemente le dejaría una cicatriz, su primera cicatriz. Tuvo suerte de que solo se tratara de un pequeño fragmento de cristal, de lo contrario estaría haciendole compañía a Ignacio.
Recordar al hermano de Gonzalo le hizo apresurarse, ningún cansancio podía justificar que no estuviese apoyando al chico que lo dio todo en el colegio para defender al Populo. Además, le debía a ambos su dominio sobre su Donum, por lo que no podía simplemente echarse en la cama a dormir. Cambió su atuendo, seleccionando una franela cuello panadero negra, unos pantalones de mezclilla y zapatos deportivos, se arregló lo lentes y salió de su cuarto.
En el pasillo tropezó con Jan. Su primo iba caminando como un autómata por el pasillo, más atento a la tablet que a lo que ocurría a su alrededor. Ibrahim medio sonrió, intentando pasarle por un lado para no tropezarlo. Lo mejor que podía hacer era permanecer en su mundo, mientras más alejado esté de su día a día, más libre estará de los flagelos de la Fraternitatem Solem, aun cuando Jan también llevara el Sello de Sidus.
—¿Adónde vas? —le preguntó sin levantar la mirada de la tablet.
—¿Perdón? —Ibrahim se dio vuelta sorprendido, ¿en serio lo vio?
—¿Vas a algún lado? —le interrogó, pestañeando un par de veces.
—¿Eh? —Se rascó la cabeza—. ¿No se supone que estás en lo tuyo?
—Que esté en lo mío no significa que no me encuentre atento a lo que sucede alrededor.
—¡A ver, primito! —Sonrió con picardía, pero no porque tuviese una idea asombrosa para compartir, sino por lo directo que Jan había sido—. Mi casa, mis reglas.
—Es la casa de mis tíos.
—Bueno, —levantó las manos—, como si lo fuera... —bufó, llevándose las manosa la cintura, observando sus zapatos para darle más dramatismo a lo que diría—. Por lo visto pelear contigo no me beneficiará en nada. —Subió su rostro—. Si quieres...
Ibrahim miró a ambos lados del pasillo. Estuvo a punto de usar el Don de Neutrinidad para encontrarle, pero fue en vano, Jan simplemente había desaparecido, sin que se diera cuenta.
Aidan bajó de la camioneta de su padre, metió sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón de mezclilla, escuchando la puerta trasera cerrarse detrás de Dafne, mientras dirigía una mirada al edificio de ladrillos que se alzaba frente a él.
Nunca en su vida había puesto un pie en un hospital, pero desde que los dones aparecieron aquel lugar pasó a ser su hogar. Una noche escuchó a su padre bromear conque para los miembros de la Fraternitatem Solem existía un tercer hogar; la analogía con un hogar le produjo cierto estremecimiento, pero no se había equivocado: con el humor negro que suele caracterizar al venezolano, su padre había dado en el blanco.
—¿Estás listas? —preguntó Andrés a Dafne.
La joven rubia asintió, luego de que su padre colocará la mano en su espalda. Ambos se dieron una sonrisa cómplice y emprendieron el camino.
Era la primera vez que Aidan observaba un Andrés más jovial, no parecía el típico hombre de cuarenta y cinco años, sino un treintañero. La adrenalina que la Hermandad le había inyectado a su vida se estaba haciendo sentir, por otro lado, su madre se amargaba cada vez más.
El largo cabello dorado de su hermana caía en sus caderas, tan lacio que era imposible de recoger con un simple gancho. Las destellantes mechas naturales atraían la mirada de los inocentes transeúntes y usuarios del centro médico que desconocían por completo la organización que mantenía aquel recinto, el cual cada día cobraba fama como uno de los mejores del estado.
Caminó detrás de su familia. En cierta forma sentía alivio por esa deuda de honor que Dafne acaba de contraer con Ignis Fatuus, quizá eso le garantizaba un poco de paz en su casa. Ya no existía razón alguna para que su hermana apoyara a su madre, cada vez que embestía contra la resolución de su padre de apoyar al Clan de Ackley en el consejo.
Muchas veces, Aidan llegó a preguntarse lo que diría su madre si llegara a enterarse de que habían llevado el Absolute Officium, de seguro terminaría por correrlos de casa.
Los pasillos del hospital lucían tan limpios como siempre. Algunos enfermos se desplazaban por los pasillos con ayuda de un familiar y de alguna enfermera. La sala de espera estaba repleta. Todos eran personas normales, pero entre ellos, algún Sello resaltaba, entonces, con una ligera inclinación el médico o el paciente saludaban al Primogénito de Ardere, gesto que Aidan regresaba con una tímida sonrisa.
Subió al ascensor con su padre y hermana, pensando en lo gentil que se habían vuelto la gente de aquel lugar. La primera vez que estuvo allí, Gonzalo le había introducido de polizonte, mientras Dominick recibía las miradas insultantes de los presente. También notaba que aun cuando la alianza entre los Clanes no era lo suficientemente fuerte, comenzaba a existir un respeto entre los miembros del Populo por los Primogénitos de los demás Clanes, incluso, en el hospital se contaba con la presencia de integrantes de Ardere, Sidus, Lumen, Astrum y Aurum.
El click del ascensor al abrirse hizo que un extraño arrepentimiento sugiera en Dafne.
—Es mejor que nos marchemos, papá.
—¡Vamos, hijita! Ya estamos aquí.
—No, 'pá... No creo que sea lo correcto. ¿Sabe cuántas veces he ido contra ellos?
—Con más razón debes venir a agradecerle —le respondió Aidan saliendo del ascensor.
—No me perdonarán —confesó observando con sus temerosos ojos ámbar.
—No tienes de qué preocuparte —contestó subiendo los hombros—. Al principio intentarán quemarte, pero luego te perdonarán y quizá te inviten a beber café a su casa.
—No me gusta el café.
—Bueno, refresco o lo que se te antoje... ¿Mandarina? ¿Helado?
—¿Cuántas veces has estado en su casa? —quiso saber su hermana.
—Lo suficiente para saber que terminarán perdonándote... ¡Vamos! ¡Son Ignis Fatuus! ¡Es el Clan de la amabilidad y toda esa chachara! Su odio no es eterno... Aunque pensando en eso, creo que mamá debe tener algún antepasado oculto que pertenezca a Aurum porque...
—¡Aidan! —le detuvo su padre, casi en reproche.
Dafne miró asustada a su padre.
—Si quieres regresar, estará bien.
La pícara mirada de Aidan la retó. Siempre había envidiado los verdes ojos de su hermano, en especial la forma en que brillaban cuando quería retarla.
—Lo haré— resolvió saliendo del ascensor.
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