La protección del Oráculo

Ignacio bajó del auto de su tía observando el enorme edificio escolar extenderse frente a él.

Jamás lo vio tan grande, tan imponente. Nunca tuvo tantos deseos de volver a colocar un pie en aquel lugar como en ese momento. Necesitaba un poco de tranquilidad en su vida, antes de que se desataran las mareas.

Había tenido un fin de semana sereno. Ni Gonzalo, ni él habían salido de su casa, por lo que no habían compartido mucho con Amina. No la había vuelto a ver hasta el instante en que su tía lo pasó recogiendo para ir al colegio.

Después de saludar a Leticia, con su habitual ternura, le dirigió una mirada a su prima, encontrando en ella a una desconocida.

Sentía miedo. Para él, Amina era uno de esos pocos seres de luz que llenan el día de felicidad. Quería convertirse en un refugio, una alegría para ella, pero sabía que estaba lejos de proporcionarle tal descanso. Ni siquiera Aidan podría hacerlo.

Habían acordado que Maia fingiría que no podía ver, de esa formano no tendrían que dar explicaciones de supuestos milagros que en realidad no ocurrieron. Aunque la chica también había manifestado en el auto que de nada le servía la vista en clases, debido a que no comprendía la simbología del alfabeto.

Con la mano en el hombro de su primo, entró en el instituto.

Como todos los lunes, el lugar estaba abarrotado de gente, muchas de las cuales se tropezaban con ella. Ignacio iba delante con su habitual ceño fruncido, gesto que le caracterizaba y causaba atracción entre el cuerpo estudiantil.

Ambos chicos vieron a Eugenia ir de manos tomadas con Aidan, sonriendo, mientras se murmuraban al oído.

Ignacio no había alcanzado a preguntarle a su prima qué fue lo que ocurrió entre ellos, pero tampoco lo haría. Desde el momento en que decidió darle la oportunidad a Aidan de terminar con ella, se hizo a un lado, por lo que no se inmiscuiría en asuntos que no le competían.

La mañana pasó lenta. Sin embargo, Maia estuvo atenta a cada enseñanza, participando más de lo que lo hacía siempre.

Ignacio sabía que si su prima estaba atenta a las clases y se atrevía a vencer el miedo de hacer el ridículo se debía a que estaba preocupada, mas no la presionaría, la dejaría actuar.

El timbre del recreo sonó. Los Santamaría recogían sus útiles escolares justo cuando Aidan pasó frente a ellos saludándolos con una amable sonrisa. No se detuvo, como en otras oportunidades, sino que con su jovial alegría continuó hacia la salida.

—Pensé que nos esperaría —comentó Ignacio, mientras Amina sonreía con ironía—. ¿Entrenaremos esta tarde?

—Tengo cita con Montero.

—Lo olvidé por completo.

—¿Qué?

—Yo también tengo que verlo.

—¡Jum! —resopló—. ¡Cierto! ¿Cómo sigue Gonzalo?

—Mucho mejor. Ayer pudo pararse de la silla de ruedas. Dentro de unos días le repetirán la prueba de rayos X. —Se levantó—. Dice que se siente en óptimas condiciones.

—Es un alivio que sea así.

—Amina —le llamó, ganándose toda la atención de la chica, quien ya se encontraba de pie terciándose el bolso sobre su hombro—, necesito conversar contigo sobre... —Se detuvo, al ver que su prima dirigía su mirada hacia la puerta. Volteándose curioso por descubrir el motivo por el cual no podía continuar con su petición, descubrió a Eugenia—. Aidan se fue —le dijo amablemente.

—No vine por Aidan, solo quiero hablar con tu Primogénita.

Ante su demanda, Ignacio miró a Amina. Esta seguía con la mirada puesta en la chica por lo que comprendió que estaba sobrando.

—Te veré en el patio —se despidió, pasándole por un lado al Oráculo. En otras circunstancias le habría preguntado a su prima si aquello estaba bien, pero por primera vez no temía por su Primogénita sino por la joven.

—Bien, dime —la interpeló Amina, al verse sola con Eugenia.

—Desde ayer he estado pensando mucho en ti.

—¿Acaso tienes una profecía que revelarme?

—¿Te burlas de mi Donum?

—No tendría motivos para hacerlo, Ardere.

—Hay oscuridad en tu alma.

—¿Has venido para ayudarme a hacer un examen de conciencia? Porque si es así, no tengo intensiones de confesarme, y dudo mucho que tengas el poder de absolverme mis culpas.

—Es una desgracia que tu corazón se esté corrompiendo.

—¡Jum! —resopló con sarcasmo—. Y sin embargo, la Fraternitatem Solem se verá beneficiada con mi cambio.

—Eso no es tan cierto —le respondió. Amina achicó sus ojos con malicia y curiosidad. ¿Por qué le estaba diciendo eso? —. Estás sembrando tristeza y no te has dado cuenta de ello.

—¿Lo dices por Aidan? —La joven asintió—. Por lo que he visto no está muy triste que digamos.

—No lo está porque lo he protegido —le respondió.

—¡Si es así, la Fraternitatem no tiene nada que temer! Tú te encargarás de sofocar mis retoños de tristeza. ¡Te convertirás en toda una heroína, mi querida Eugenia! —le contestó, dirigiéndose a la puerta.

—¡Le he robado su tristeza! —gritó, haciendo que Amina se detuviera frente a la salida—. Tuve que protegerlo de ti, robándole su tristeza. He hurtado sus sentimientos por ti y los he hecho desaparecer de su vida.

—¿Quieres decir que no tiene ni la más mínima idea de quién soy? —le interrogó, volviéndose a ella. Eugenia sintió el odio en la voz de la joven.

—Él sabe quién eres, pero no recuerda su historia. Para él eres una Primogénita más, con la que tiene un trato semejante al que lleva con Saskia o Itzel.

—¡Ja! Es bueno saberlo —exclamó con ironía—. ¿Y para eso estás robando mi tiempo? ¿Acaso esperas que los felicite o que me eche a llorar?

—No. No espero tus lágrimas porque estás seca. Estoy aquí porque necesito de tu ayuda para continuar protegiéndolo.

—¿Y se puede saber que quiere el "todopoderoso" Oráculo de Ardere? —se burló—. ¿Qué hay que no puedes hacer por ti misma?

—Para que Aidan no recuerde, debes mantenerte lejos.

—No pienso acercarme a él.

—No físicamente, sino emocional.

—¿Qué quieres decir?

—Él no puede volver a enamorarse de ti.

—¿Eso es todo? —se burló—. Puedes estar tranquila, tu Primogénito ya no me interesa. Además, gracias a tu "robo de tristeza", no me determina, así que te mortificas en vano. —Se volteó para marcharte.

—¡Tengo miedo de que te vuelva a amar!

—¡Je! ¿Por qué tendrías que tener miedo si ahora es tuyo? ¿Acaso te sientes tan poca cosa?

—No. Aidan me quiere con la misma fuerza con que me quiso años atrás.

—¿Entonces?

—Si vuelve a fijarse en ti, todos sus sentimientos volverán con mayor fuerza y eso puede ser muy peligroso.

—¿Qué tanto? —Era la primera vez en toda la conversación que Amina se preocupaba en serio por la situación del chico.

—¡Mucho! Podría perder la cordura, o en el peor de los casos, morir.

—Es una consecuencia que debiste pensar antes de hacer lo que hiciste —le recriminó.

—Sin embargo, ya es tarde.

Amina suspiró agobiada. Cerró sus ojos para tranquilizarse. Si no se relajaba, terminaría golpeando a la joven. No la culpaba por querer ayudar a su Primogénito, ella en su lugar habría hecho lo mismo, pero lo había puesto en un riesgo mayor.

—Como te dije hace un rato no tienes de que preocuparte.

—¿Por qué estás tan segura?

—Porque la estúpida de la que tu Primogénito se enamoró, ya no existe. Aidan jamás se acercaría a una persona como yo. Sin embargo, te recomiendo que hables con el resto de los Primogénitos.

—No quiero que esto se extienda.

—Si no le das una explicación alguno podría hablar de más, y si eso ocurre tendrás más problemas de los que yo tuve enfrentando a la Umbra Solar —le respondió, haciendo un gesto de superioridad.

Maia no tenía más nada que hacer allí. Dando la media vuelta, se marchó. Ahora todo estaba más claro: todo entre Aidan y ella había terminado.

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