La Maldición de Ardere

—No te estamos entendiendo —balbució Eun In.

—Griselle fue la primera maldecida, y su maldición fue cargar con parte del Donum de Amina, específicamente con la inmortalidad. Pero el corazón inmisericorde y podrido no era el de ella.

—Entonces, ¿de quién era? —Quiso saber el galeno.

—De la misma Evengeline.

La respuesta de Ignacio hizo que Gonzalo soltara una carcajada.

—¡Esto es una locura, hermano!

—No, Zalo, no lo es. Evengeline estaba herida de envidia. Ella, que presenció el amor que Aidan sentía por Amina, y que deseó para sí un amor igual, había perdido al hombre de su vida, e incluso el tiempo le fue arrebatado. Y así como Ackley reconoció que si Aidan no hubiese viajado al pasado, él jamás se habría fijado en Evengeline, esta se dio cuenta de que su trágico destino lo marcaron el Primogénito de Ardere y nuestra prima, por eso se quiso vengar.

—¿Quieres decir que Evangeline los maldijo? —le cuestionó Eun In.

Ignacio asintió.

—Ella los maldijo —corroboró.

—Entonces, Aidan debería llevar una marca similar a la de Amina —le recordó Gonzalo.

—No tendría qué hacerlo —interrumpió Monasterio, quien había estado analizando todo—. No si Evengeline pudo conocer cuál era el poder de Amina.

—¿Qué quiere decir? —le interrogó Ignacio.

—¿Evengeline tuvo la oportunidad de conocer cuál era el poder de Amina? —preguntó el Prima, a lo que los Custodes respondieron afirmativamente, luego de mirarse.

—Ella supo que Amina tendría el poder del Phoenix —dijo Ignacio.

—No solo del Phoenix —le interrumpió Montero—. Tu Sello y el de tu hermano, sus Munera,  también le pertenecen a la Primogénita.

Ignacio parpadeó.

—Es cierto —corroboró Monasterio—. Y tu Donum, Primer Custos, es el mismo que el de Ackley... Lo que quiere decir, que Evengeline tuvo que tomar, por un instante, entre sus manos el Donum del antigua Primogénito de nuestro Clan, solo así pudo lanzar la maldición antes de morir.

—Pero, ¿por qué atentar contra Amina, si sabía que Ackley la apreciaba? —cuestionó Gonzalo.

—Porque, en medio del dolor, a veces no se piensa bien —murmuró Eun In.

—Ella solo quiso no vivir esa historia. Quizás pensó que maldiciendo a uno de los dos, ella y Ackley jamás se unirían, pero no fue así —aseguró Montero.

—¿Y cuál es la maldición? —preguntó Ignacio—. ¿Sus poderes?

Montero y Monasterio hicieron silencio, para luego mirarse con preocupación. Para aquellos hombres el motivo estaba claro.

—La única luz que puede fenecer eternamente es el amor. El verdadero amor. Por más que vengan otros, jamás será olvidado. —Monasterio rompió el silencio—. El amor entre el Primogénito de Ardere y nuestra Primogénita es la causa de que la maldición se activara. El deseo de ella por no separase de él. El vehemente anhelo que la llevó, incluso, a atentar contra su Prima, solo lo complicó todo.

—Los Clanes se están dispersando de nuevo, están en peligro de desaparecer —susurró audible, Montero.

—¡¿Cómo...?! ¿Cómo detenemos la maldición? —gritó Ignacio.

—Es imposible detenerla —suspiró Monasterio—. Uno de los dos está condenado a morir y el otro a sufrir sin el amor.

Ignacio palideció. Se negaba a aceptar que nada más podía hacer.

Entonces, la realidad lo golpeó. Cuando Ackley besó a Amina, el poder de su prima fue compartido con este, y al unirse en juramento a Evengeline, la convirtió en una Ignis Fatuus, cediendo el Donum de Amina que aún quedaba en su cuerpo. 

Irónicamente, la energía de la Maldición provenía de la misma Amina, trascendiendo como el Fénix, a través del tiempo.

Las nueve de la mañana y una agitada Itzel caminaba por los pasillos concurridos del décimo piso del Hospital de la Fraternitatem Solem al encuentro de su madre.

Había recibido una llamada de Susana durante el desayuno con los miembros de Aurum, solicitando su presencia en el hospital. Le mostró el mensaje a Dominick quién abrió un portal para trasladarla al lugar, recordándole que debía estar en media hora en la Coetum, sitio en donde se llevaría a cabo la reunión de los Primogénitos con la finalidad de planificar las estrategias que aplicarían contra la Imperatrix.

Ataviada de blanco, con el rostro torvo, cruzaba los pasillos, mostrándose indiferente ante la mirada del Populo que la contemplaba con admiración. En menos de un año había adquirido el temple que la Hermandad exigía de sus Primogénitos, se había transformado en su propia versión de Doña Bárbara.

Se detuvo frente a la puerta. Tuvo intenciones de abrirla de golpe, pero podía perturbar a su afligida madre. 

Respiró profundo y tocó la puerta. No obtuvo respuesta, por lo que decidió entrar.

El ímpetu de la puerta al abrirse hizo que Susana se volteará con una hermosa sonrisa dibujada en su rostro. Itzel dio un paso temerosa. Aquello podía significar un par de cosas, por lo que, sintiendo su corazón retumbar con gran fuerza en su pecho, dio algunos pasos más, cargada de temor.

Con su habitual jovialidad, los ojos de Loren brillaron ante una estática Itzel.

—¡Tu hermana ha despertado!

Itzel no escuchó a su madre. Por un momento, su alma se suspendió en el vacío, se había transformado en más que sentidos, y volviendo en sí, corrió a abrazar con gran fuerza a su amada hermana.

—¡Loren! —Pronunció casi en susurro, mientras reclinaba su rostro en el hombro de la quinceañera.

—Pensé que no vendrías, Itzel. ¡Mi Itzel! —respondió con una voz tan ingenua que Itzel sintió amarla aún más.

—¡Hermana! ¡Hermana! —gimió.

Todo se resumía a aquel instante, en donde el cálido y fuerte abrazo de Loren le reafirmaba que su esfuerzo y sacrificio no había sido en vano, ni siquiera el de Luis Enrique, quien hasta el final la protegió.

—¡Vamos, Itzel! —La consoló—. Estoy aquí contigo, gracias a ti y todos los Primogénitos... y a Luis Enrique.

Itzel palideció, dejando de respirar. ¿Cómo le explicaba a su hermana que él ya no estaría más entre ellos? ¿Cómo le decía que su querida Saskia también había sido asesinada?

Habían tantas verdades dolorosas que revelar.

—Loren... —murmuró.

—Sé que él está muerto —respondió. Aún más compungida, Itzel observó a su madre con el rostro cargado de miedo. ¿Cómo pudo saberlo? ¿Acaso ella se lo contó?—. No, mamá no me ha dicho nada —continuó, leyendo los temores de su hermana en su rostro—. Antes de que Irina se lo llevara, él habló conmigo.

—¿Sabes lo de Irina?

—Lo sé todo, hasta que lo mataron. Estuvimos confinados en la misma celda. No éramos los únicos. Este señor..., el que se la pasaba con los Ignis Fatuus —informó moviendo uno de sus dedos.

—Jung —respondió Susana.

—¡Sí! ¡Ése! Él también estuvo con nosotros, pero solo cuando nos tocaba dormir. Creo que lo torturaban. Lo sacaban muy temprano y volvía, ya caída la noche, con un rostro muy demacrado. No hablaba casi, pero luego de que Luis no regresó, comenzó a darme ánimos... Bueno, los siguientes tres días que estuvimos sin él.

—Loren. —La detuvo Itzel—. ¿Qué es lo que te dijo Luis Enrique?

—Que Amina es la clave de todo. Me dijo que se sacrificaría para que yo no tuviera que matarte, y que no llorara porque esa era su misión. Su vida había sido creada para este momento y no otro. Que te amaba y te quería ver feliz, así que debes construir tu vida y debes aprender a perdonar.

Las palabras de Loren hicieron que las piernas de la aguerrida Itzel flaquearan. Sin controlar sus movimientos, dio varios pasos atrás cayendo sobre el brazo del sofá. Pálida y llena de dolor recordó al chico que contemplaba las estrellas en la Aldea de Lumen, con su mirada antigua, cargada de la sabiduría de su Clan.

No podía dejar que el sacrificio de David fuese en vano. Fuera lo que fuera que tuviera que hacer para derrotar a Natalia y a Irina, lo haría, incluso rebajarse a las órdenes de Amina Santamaría.

Aidan iba acompañado de su padre hacia el salón de reuniones de la Fraternitatem.

Por esta vez no se reunirían en el Auditorium, sino que bajarían a las entrañas del mismo.

Hortencia había pensado que era el lugar más seguro para resguardarse de una visita indeseada: la Imperatrix jamás podría bajar en presencia de la Umbra Solar; y Aidan lamentaba que esta piedra, custodiada por Astrum, jamás podría ser trasladada del lugar en donde aparecieron los Primogénitos, hasta que estos volvieran a presentarse en la Tierra, hasta la próxima generación.

Andrés abrió la puerta del enorme cuarto blanco con muebles de pino, obsequiando a los presentes con una amable sonrisa.

—¡Sean bienvenidos!— Le saludó Elías.

Aurum, Astrum, Sidus y Lumen se encontraban allí, al igual que Ignis Fatuus.

Aidan no pudo evitar dar un vistazo. Era la primera vez que se encontraban puntuales en una reunión. Lo extraordinario, además de la muestra de responsabilidad, era las ojeras de Gonzalo y la mirada cansada de un Ignacio que yacía sentado en una de las butacas, de brazos cruzados.

—¿Quién falta? —preguntó Andrés.

—Susana e Itzel —respondió Dominick—. Al parecer, Loren despertó. Pero en un par de minutos estarán aquí.

—Y Amina —intervino Ibrahim—. La Primogénita de Ignis Fatuus será traída desde su celda por el Prima de Aurum— agregó, mostrando su molestia a través de sus palabras.

Gonzalo sonrió complacido por los sentimientos de fidelidad que su novio mostraba para con su prima, iba a acercarse, cuando la puerta del salón fue abierta de nuevo. Petrificado, observó humillado la forma en que su querida Amina era traída ante ellos.

Esposada de pies y manos, cual asesina serial, iba siendo llevada con sumo cuidado por Zulimar.

Nadie necesitaba explicación sobre su situación, debido a que todos sabían que aquella fue una exigencia del Primogénito de Aurum para aceptar reunirse con la Primogénita de Ignis Fatuus.

Justo cuando Amina dio un paso dentro del salón, Susana e Itzel aparecieron tras ella. Su llegada hizo que más de uno en la sala se acercaran a felicitarlas por el retorno de Loren a la vida, quedando Maia completamente ignorada.

Desde el sitio en donde se había detenido a su llegada, Aidan observaba a la débil chica que tanto amaba. Su corazón se sintió más vivo que nunca, por lo que dio un paso para recibirla. Quería que ella supiera que él estaba allí y que la tomaba en cuenta, cuando un indiferente Ignacio se puso en pie, haciendo callar a toda la audiencia, quien se detuvo al sentirlo tan decidido.

El Primer Custos de Ignis Fatuus no titubeó en caminar con firmeza, para luego correr hacia su prima. Desde que comenzó el juicio había decidido mantener un estado estoico ante la humillación de su Primogénita, pero ya no podía más. No al saber que parte de los sufrimientos de Amina no solo eran causa de la Umbra Solar, sino también de la Maldición de Ardere.

—¡Amina! ¡Mi Amina! —murmuró en su oído, mientras Itzel los contemplaba con una sana envidia.

—¡Iñaki! —contestó, sin poder evitar que sus ojos se cargaran de lágrimas. Una de ellas se escapó, deslizándose con rapidez por su mejilla.

—Estoy aquí. No te dejaré nunca —le respondió—. «Perdóname, pero de otra forma, no podría haberte apoyado».

«Lo sé, y es por eso que tu presencia es tan importante para mí».

Ambos sonrieron. Con un rápido movimiento, Maia limpió su mejilla en su hombro y se dispuso a mostrarse ante todos como era: la más poderosa Primogénita.

—¿Cómo se encuentra Loren? —preguntó Elías.

—¡Muy bien! —respondió Susana con una enorme sonrisa—. Mi pequeña ha despertado con sus recuerdos intactos, incluso conserva detalles de su secuestro y confinamiento.

—Es muy triste que siendo tan pequeña tenga que tener tales recuerdos —dijo Sara Monzón.

—Lo es. ¡Pero ya está con nosotros! Así que podemos dedicarnos a planificar las estrategias que sean necesarias para acabar con la Imperatrix, y hacerles pagar todo el daño que nos ha causado —repuso Susana, recibiendo la aprobación de Hortencia, quien la invitó a pasar a la ovalada mesa de pino donde se sentaron todos los Clanes, según su lugar en la Coetum.

Solo Amina permaneció de pie. Al estar condenada, no se le estaba permitido ocupar un lugar entre el Prima y los Primogénitos, aun perteneciendo a estos. Sin embargo, ella conservó su firmeza de carácter, aunque sentía que su alma se fragmentaba. ¡Deseaba tanto llorar! Puso su mirada al frente, a un punto sobre la cabeza de todos, así no tendría que cruzar mirada con ninguno, ni siquiera con Aidan.

Mientras que el Primogénito de Ardere aprovechaba cada oportunidad que tenía, cada descuido de los otros, para dirigir su mirada hacia el rostro sombrío de la joven. Mas, en un instante de descuido, llevó de forma inconsciente su mano al pecho. Dolía verla, y saber que en el fondo todo aquello no era más que una apariencia.

Él podía sentirlo.

—Simplemente no podemos presentarnos y darle batalla como si nada. ¡Esa mujer no es como la otra! —expuso Zulimar acaloradamente, en una discusión que, con sinceridad, Aidan no había seguido.

—Es eso o entregarla a ella —señaló Dominick, haciendo un gesto despectivo hacia Amina.

—Con todo respeto, creo que ya hemos superado el obstáculo de qué hacer con la Primogénita de Ignis Fatuus —enfatizó Omar Guevara.

—Nunca se puede desechar una opción —le replicó Dominick.

—No la entregaremos —cortó Itzel, haciendo que por primera vez, Amina volteara a verla, con los ojos cargados de lágrimas.

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