La despedida
La noticia de la liberación de Amina y sus sobrinos llegó a la casa de los Santamaría de manos del sr. Jung, quien envió un mensaje clandestino a los progenitores de la chica.
Israel y Leticia se abrazaron con mucha fuerza, llorando. Mas esta vez las lágrimas eran de felicidad, por fin se estaba haciendo justicia.
Tal como se lo había prometido a su hermano Ismael, Israel no tardó en poner en marcha su auto, debía agradecerle a Aurum por todo lo que habían hecho por su hija. Leticia decidió acompañarlo,mientras que Ismael y Gema se quedarían en casa, en caso de que los chicos aparecieran antes de que estos llegaran.
Localizar la residencia de Aurum fue muy sencillo para el mayor de los Santamaría. Su esposa no se explicaba cómo había manejado con tanta frialdad en un tránsito tan mortal como lo era el del país. En cuestión de media hora estuvieron ante dicha residencia.
Los miembros jóvenes de Aurum miraban con asombro a los adultos de Ignis Fatuus, quienes atravesaron todo el camino que les llevaba hasta es espacio que los había acogido como su hogar.
Israel comenzaba a notarse afectado, Leticia iba aferrada a su brazo. Su esposo no era hombre de doblegarse, y jamás pensó que se presentaría ante otro Clan, en especial ante uno que en el pasado había sido rival y verdugo, para agradecer por la vida de su hija.
A pesar del asombro, fueron conducidos hasta la sala de reuniones de Aurum, allí les esperaban Zulimar, Samuel y Elías, los encargados de la administración del edificio.
Luego de saludarse con apretones de manos, el Prima de Aurum los invitó a sentarse.
—¿Qué los trae hasta aquí? —preguntó Elías—. Estamos muy honrados con su visita, pero creíamos que estarían en su casa esperando por su Primogénita.
—Ese fue nuestro plan inicial, pero no quería que pasara ni un solo segundo más sin agradecerle por haberlos rescatado. Si ustedes no hubiesen asaltado las instalaciones de La Mazmorra, los chicos estarían en peores condiciones. ¡Gracias! —dijo Israel con lágrimas en los ojos.
—De verdad que nos sentimos honrados por sus palabras. Sin embargo, no podemos hacernos con un honor que no nos corresponde —le contestó Samuel.
—¿Qué quieren decir? —le interrogó Leticia, con el mismo rostro contrariado que su esposo tenía en ese momento, buscando entre los presente una respuesta que la satisfaciera.
—Verá, sra. Santamaría —comenzó Samuel, carraspeando—. La idea de asaltar La Mazmorra, incluso el grupo élite que llevó a cabo la misión, no era nuestro. Pertenecen a Ardere. Nosotros solo ayudamos a evacuar el lugar, participamos en el traslado de los chicos. Todo lo demás, incluso la logística de darles refugio, fue obra de Ardere. Si a alguien tienen que agradecerle es a ellos, no a nosotros.
La confusión no fue menor en el matrimonio Santamaría. Con una sonrisa en sus labios, Israel apretó fuertemente las manos de su esposa.
Si en el pasado el Clan de Evengeline no movió ni uno solo de sus cabellos para ayudar a Ackley, el Clan de Aidan estaba protegiendo a su querida niña hasta con su vida.
Aidan y Eugenia se aparecieron en la desolada sala de Ardere.
El sol llanero se colaba por todos los ventanales, haciendo que el clima artificial se diluyera con el natural.
Adrian e Ignacio iban entrando en la sala cuando se encontraron con los chicos. Ignacio notó que ambos estaban tomados de la mano, pero lo disimuló de inmediato. Aidan se soltó, inconciente, de Eugenia, caminando hacia su amigo con una enorme sonrisa en el rostro, lo que le hizo suponer al primer Custos de Ignis que todo había salido muy bien en la Coetum.
—¡Son libres! —gritó abriendo sus brazos.
Ignacio lo abrazó, aún en shock. No podía creer que la Coetum los liberaría, mucho menos que Sidus les había apoyado y que Astrum se había abstenido de votar.
Gonzalo y su prima se unieron a la visita. El primero con su habitual buen humor. Estaba deseoso de volver a su casa y abrazar a sus padres, los había extrañado mucho. Se imaginaba que Gema estaría muy preocupada por él, así que pidió regresar rápido a casa, sin embargo le notificaron que debía esperar por el Primogénito de Aurum, o de lo contrario, en sus condiciones sería imposible desplazarse.
Mas la reacción de Amina, fue la que llamó la atención tanto de Aidan como Eugenia. Parecía como si la noticia no le hubiese emocionado. Aidan tuvo la impresión de que la joven no se encontraba con ellos en la sala, sintiendo curiosidad por lo que estaba pasando.
—No sabe el placer que sentimos, los de la comunidad de Apure, al contar con la presencia de nuestro Oráculo —saludó Adrian a Eugenia.
—¡Ay! Harás que me sonroje —comentó apenada, llevándose las manos a las mejillas para tratar de calmar el ardor de las mismas.
—No tiene motivos para sentirse así. Usted es el refugio de Ardere. ¿Me haría el honor de darle un recorrido a nuestra humilde residencia?
—¡Encantada! —respondió la chica marchándose con el joven.
«Usted es el refugio de Ardere», se burló Gonzalo, haciéndole una disimulada burla a Adrian.
«¡Hermano!», le recriminó Ignacio, aunque él también se estaba burlando.
El momento fue propicio para que Aidan le pidiera unos segundos a Amina. No podía regresar a Costa Azul sin hablar con ella. Tenía que hablarle sobre sus sentimientos o sucumbiría.
La joven caminó en silencio a su lado, hasta el árbol de Merecure en donde lo había atacado. Aidan anduvo a su lado, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón deportivo y cabizbajo. No tenía ni la menor idea de lo que diría, ni siquiera sabía si ella lo atacaría otra vez.
—Estoy muy contento porque tu Prima no volverá a perseguirte nunca más —comentó al ver que ella no hablaría.
—Ya hemos pasado esta etapa, Aidan.
—¿Qué quieres decir?
—Esto va más allá de que mi Prima me persiga.
—¡Por favor, Amina! ¿No me digas que continuáremos con el mismo dilema?
—¡Je! ¿Dilema? —Hizo una pausa—. Tienes razón, Aidan, no debemos continuar con los mismos "dilemas". Quizá me resulte más práctico contar con una conciencia utópica y creer que estoy protegida de por vida y nadie volverá a atentar contra los míos.
—¿Podríamos simplemente tener un momento de paz?
—No se puede tener paz cuando has pasado por La Mazmorra.
—Te entiendo, pero...
—No, no entiendes —le interrumpió—, porque no tienes ni la más mínima idea de lo que es estar en un lugar así. Tú sigues sumergido en una novela rosa, pero la verdad es que tu princesa murió. —Las verdes pupilas de Aidan refulgieron de dolor—. Seré mucho más explícita, mientras te esperaba en su torre, fue asesinada. ¡Sí, llegaste! Pero solo rescataste un cadáver. Ya no hay nada de mí que pueda ofrecerte, no hay nada de ti que pueda satisfacerme.
—¿Y lo qué pasó entre nosotros? ¿Acaso lo hiciste por agradecimiento?
—Fue la despedida —contestó fríamente, mientras acariciaba con devoción su muñeca adolorida—. Entre tú y yo solo queda la Hermandad.
Sin dejarle responder, Amina caminó de regreso a la casa, mientras Aidan caía de rodilla en la fértil tierra.
No supo como, pero las frías lágrimas comenzaron a abrir surcos por sus ardientes mejillas. Ni siquiera pudo abrazarla, no lo dejó expresar sus profundos e intensos sentimientos. Aquello era una cruel pesadilla, un mal sueño que se estaba haciendo realidad.
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