Ignis

Ignacio iba a la cabeza del Clan. 

Seguía indignado, sintiendo que una furia interna lo estaba consumiendo. Si hubiese contado con su Donum, hubiera acabado con todo, pero hasta ahora su Sello seguía incompleto y su don se manifestaba, como el fuego de una cerilla, incapaz de hacer daño si no cuenta con las variables adecuadas para causar estragos.

Su hermano mayor casi corría para darle alcance, mientras Eun In se cuestionaba sobre los intereses del Primer Custos. Ambos sabían que Ignacio se encontraba molesto con Amina por entregarse, y con Dominick e Itzel por atacarla, pero jamás pensaron que tomaría aquella actitud huraña.

—¡Gonzalo! —gritó Ibrahim.

Todo el Clan se detuvo, lo que hizo posible que Ibrahim cortara el espacio que lo separaba del grupo.

—No deberías estar aquí. Con nosotros, Sidus. —Le cortó Ignacio, retomando su marcha.

Ibrahim miró al joven, para luego encontrarse con los ojos de su novio, descubriendo que este estaba de acuerdo con su hermano. 

Gonzalo dio media vuelta, pero Ibrahim lo sujetó del brazo.

—¡Espera! Yo no soy culpable de lo que pasó.

—No es por eso, Ibrahim. Si hablas con nosotros, los otros Clanes pensarán que has sido convencido o coaccionado. Ignacio tiene razón. Estar con nosotros no es bueno ni para ti, ni para nuestra prima.

—¡Eres mi novio, por amor al cielo! ¿Quieres que vaya y se los grite? —Gonzalo lo miró asombrado—. Dime, ¿qué hará la Coetum? ¿Me prohibirán ser el Primogénito? ¿Obligarán a mi padre a procrearse?

—Creo que no será necesario obligarlo.

—Papá no sería capaz de hacerle éso a mi madre. Antes se castra. ¡En fin! Me conoces, Gonzalo. Sabes que me gusta ser objetivo. Si siento que Maia es culpable de la muerte de Saskia, votaré en su contra.

—¿Y es lo que piensas?

—Ella la amenazó.

Gonzalo bajó el rostro, sonriendo compungido. Se mordió los labios para recuperar fuerzas y lo miró.

—Me tengo que ir.

—¡Gonzalo! —Le llamó casi en suplica, pero el Segundo Custos ya había echado a correr detrás de su hermano.

Dominick abrió la puerta del refrigerador intentando buscar algo que calmara la ansiedad que comenzaba a sentir. Estaba lleno de tristeza y rabia, al punto que no podía llorar como deseaba. 

Frustrado al ver que nada le apetecía, tiró la puerta.

—No tienes que pagar tu rabia con ella —dijo Zulimar, comiéndose la última fresa que llevaba en su vaso.

El joven la detalló. Iba con su atuendo de guerrera y en la entrada de la cocina reposaba un bolso deportivo.

—¿Vas de viaje?

—Me he ganado una semana con estadía paga dentro de la prisión de la Fraternitatem Solem.

—¿Tú? ¿Por qué?

—Las leyes establecen que cuando un Primogénito está en custodia, los Prima tienen el deber de vigilarlos, para garantizar su vida y que cumplan con su castigo, o algo así —contestó, subiendo uno de sus hombros.

—¡Qué mierda! —Se quejó—. No es justo que por su culpa tengas que estar encerrada.

—No es tan mal. Me darán todo lo que se me antoje para comer, podré entrenar, tendré mi propio espacio y lo mejor de todo... ¡No tendré que cuidarte, mocoso! —le respondió sonriendo.

—Prometo que esto se acabará rápido. Maia pagará por sus crímenes y tú volverás a casa.

—¿Qué pretendes hacer, Dominick? —le preguntó con confianza.

—Lo que todos han querido hacer.

—Piensa bien, querido Primogénito, en lo que harás. Tú no tienes un Donum confiable, y la Fraternitatem está herida... Si propinas otro golpe, puedes acabar con la Hermandad.

—Creo que Maia se me adelantó —le respondió saliendo de la cocina.

Zulimar negó con su rostro. ¿Acaso Dominick no podía ver lo que se avecinaba? ¿Tan enceguecido estaba?

La noche caía sobre Costa Azul, sorprendiendo a un cabizbajo Aidan que salía de su casa para sentarse en la playa.

Como tantas otras veces, necesitaba calmar su afligido corazón. Se sentía tan desdichado y confundido que deseó poder volver atrás y hacer todo de nuevo.

Eugenia lo encontró sentado en la arena, contemplando la hermosa naturaleza que siempre resplandecía ante él, esbozando un majestuoso cuadro. Sacudió su rostro con una sonrisa que delataba sus emociones. ¡Estaba muy enamorada!

Se sentó a su lado sin hacer ruido. Él apenas la miró. Ella no dijo nada, disponiéndose a mirar más allá de las olas, hasta donde la noche se lo permitía. 

Como su amiga sabía, que Aidan gustaba de la compañía silenciosa que ella e Ibrahim solían brindarle, así que haría honor a sus costumbres y no hablaría.

A medida que los minutos pasaban, Aidan se comenzó a sentir reconfortado. El problema no se había desvanecido, seguía allí, pero ahora lo podía compartir.

—Es bueno tenerte aquí.

—Pensé que necesitabas de alguien. Llamé a Ibrahim, pero me dijo que se encontraba muy agobiado para bajar a la playa... Para él no es fácil.

—Me imagino —suspiró—. Ahora Ibrahim es parte de los Santamaría, y lo que diga mañana pesará en su relación con Gonzalo, aunque este lo niegue.

—¿Crees que no le perdone si va en contra de su prima? —preguntó verdaderamente intrigada.

Aidan sonrió, mirando al mar.

—Yo no lo perdonaría. No le perdonaría que entregara a Dafne, aún cuando fuese culpable.

—Y tú, ¿qué harás?

—Eugenia... —La miró—. Creo que no tengo mucho por hacer. Mis márgenes de maniobra han desaparecido. No importa lo que diga, ni lo que decida mañana. Nuestro Clan no hará la diferencia.

—Pero se trata de la serenidad que puedas albergar en tu corazón.

El joven bajó el rostro, tenía que aclarar sus ideas para que Eugenia entendiera y no preguntara más.

—No habrá tal serenidad. Amina ha traspasado los límites... Siempre mantuve que la seguiría adónde sea que fuera, pero hoy me di cuenta de que es imposible. Hay terrenos inexplorados, en donde no puedo estar. ¡Me odio por no tener la fidelidad de Ignacio, mas no puedo dejar de preguntarme por qué! ¿Por qué tuvo que echarlo todo a perder? Peor aún, ¿y si fue mi culpa? Si ayer o esta mañana hubiese ido a hablar con ella, ¡esto no habría pasado!

—Todos tomamos decisiones, Aidan. Y visto así, no solo tú eres culpable, yo también lo soy por haberles robado tiempo.

—No quise decir eso, Eugenia. —Se lamentó—. Quizás, esto tenía que pasar.

—¿Crees que lo haya hecho adrede?

—¿Y tú? —preguntó, haciendole entender que así lo creía.

—Pienso que dice la verdad. Saskia es... era una persona muy rota, con muchos conflictos internos. Sentirse sola y en manos de una mujer que podía ser muy despiadada, quizás la llevó a tomar la resolución de morir.

—Entonces, ¿por qué no se quitó la vida?

—Porque, quizás, era muy cobarde para hacerlo. —Lo miró—. No importa lo qué pasó por su mente, Aidan, sino lo que pasará. La Primogénita de Ignis Fatuus puede ser un monstruo, pero éso es lo que ella quiere dejar ver.

—¿Qué quieres decir?

—¿No te diste cuenta? ¿Acaso no lo has notado? —le preguntó sorprendida, mientras él negaba—. ¡Ella, más que ustedes, quiere acabar con esto! Desde que salió de La Mazmorra su vida se ha vuelto un calvario. Ella solo quiere acabar con esto e irse.

—¿Morir?

—Morir, mudarse, cambiar su vida para siempre... No creo que sea tan mala. Aunque no apoyo todo lo que ha hecho, al menos ha tenido la valentía de hacer más de lo que la misma Coetum hizo... Recuerda que cuando ustedes decidieron rescatarla, los Prima aún se debatían qué hacer por ella.

—Pero mi Clan nos autorizó.

—Es cierto, ahora esa autoridad recae en ustedes. En ti.

Aidan recostó su barbilla de sus rodillas, para luego suspirar agobiado y estirarse.

—Lo siento, Aidan —continuó Eugenia—. Sé que tomarás la decisión adecuada, pero no olvides que pase lo que pase, la seguirás queriendo.

—Lo sé —murmuró, para luega verla con esos verdes ojos que delataban una profunda tristeza—. Y lo peor es que siento que entre ella y yo nada volverá a ser igual... No podré estar nunca más con ella, y eso ¡me está matando!

Eugenia lo abrazó. 

Ella lamentaba profundamente su tristeza y deseó más que nunca tener palabras que le consolaran, pero no podía encontrarlas.

Con las manos en su pecho, Amina suspiró, mientras las lágrimas se deslizaban a través de sus mejillas. Sabía que lo había hecho bien, había logrado engañar a toda una Coetum que se encontraba más que dispuesta en creer todo lo que había dicho.

Sin embargo, lamentaba lo de Saskia. Se había pasado las últimas horas repasando cada detalle de aquella inexplicable muerte. ¿Cómo no lo pudo prevenir?

Moviéndose en la cama, se abrazó a la almohada, dejando que el llanto consumiera lo que le quedaba de energía. Agobiada creyó caer en un profundo sueño, pero el dolor la había arrebatado de la realidad.

Por un par de horas estuvo sin conocimiento. Se había desmayado del dolor. Un sutil cosquilleo, semejante a la corriente eléctrica de bajo voltaje, comenzó a recorrer sus entumecidos músculos, dejándole una desagradable sensación.

Su oscura mente pareció abrirse a la luz. En ella, se podía ver la playa y unas chicas corriendo hacia la orilla. 

Solo veía sus cabelleras al viento, y escuchaba sus sonoras carcajadas. 

Quiso ver más, pero el sol daba con sus ojos, encegueciéndolos, por lo que tuvo la sensación de estar viendo a través de una lente empañada, con el punto ciego golpeando su lado derecho y dándole una toma parcial del panorama.

El castaño, largo y ondulado cabello de una joven que lucía una blusa de rayas en gris y marrón combinada con un short blanco, bailaba con el viento. 

Amina quiso ir detrás de ella, descubrir quién era: ¿Loren? ¿Itzel? ¿Saskia? Pero no podía, su cuerpo pesaba, aún así no se daría por vencida.

Justo intentó avanzar cuando sintió el impacto de un cuerpo agudo que intentaba perforar los huesos de su clavícula. 

Se llevó las manos a la clavícula, por encima de su corazón, mientras escuchaba su nombre entre risas: «¡Amina! ¡Amina, despierta!».

Sus ojos se abrieron de golpe a la realidad, pero el desgarrador pinchazo que había sentido en el sueño comenzaba a hacer estragos en su cuerpo. 

Amina sintió que el brazo se le desprendía, así que un movimiento brusco terminó por sacarla de la cama. Como pudo se arrastró hasta el escritorio, con la frente bañada de sudor y el dolor quemándole el pecho.

¡Moriría! Su corazón terminaría por desbocarse en su interior. 

Un último esfuerzo le robó un desgarrador grito, pero pudo pulsar el botón de emergencias de su celda.

Zulimar estaba de viendo una película con los guardias cuando la sirena sobre la pantalla se encendió. 

Todos saltaron de sus puestos, llamando por radio para pedir refuerzos.

Ninguno tenía idea de qué era lo que estaba pasando en la celda de la Primogénita. Bien podía necesitar ayuda, como intentar escapar del lugar.

Casi maldiciendo, Zulimar se adelantó a todos los hombres, tomando los barrotes de la prisión en sus manos. Con horror vio a una afligida y agonizante chica que no dejaba de retorcerse como un gusano en el anzuelo, mientras sus manos se aferraban con una fuerza demencial a su hombro izquierdo.

—¡Abrán! ¡Abrán!  —gritó Zulimar, siendo obedecida—. ¡Llamen al Montero! ¡Llamen al médico! ¡Ya, ya! —ordenó, arrodillándose ante la chica—. Primogénita... —La llamó en susurro.

«¡Oh, Zulimar!», respondió, haciendo que la joven Prima se sorprendiera. «¡Me ha herido...! ¡Ella me ha herido!».

La Prima no entendió sus palabras hasta que vio a través de los dedos de la chica cómo unos puntos dorados se encendían coordinadamente en su clavícula.

Sacudiendo su rostro y con la mirada llena de terror, contempló a la sufriente Primogénita.

La mañana había llegado para un desvelado Ignacio. Sintiendo todo los nervios a flor de piel, decidió meterse de cabeza en el lavamanos, después de ducharse.

El insomnio le había dejado un terrible dolor de cabeza. 

Se miró fijamente en el espejo. Sus rasgados ojos se mostraron torvos, y no era para menos, la ira seguía consumiéndolo. Sus labios eran una delgada línea recta, su mandíbula estaba tensa, al punto que tuvo que tomarse del lavamanos para poder relajar la presión de sus músculos faciales.

Metió sus manos debajo de la pila de agua, tomando un puñado que echó sobre su rostro. Cerró sus ojos que ardieron al entrar en contacto con el agua. Se estrujó con el brazo para poder abrirlos, entonces, saltó soltando una maldición.

En su frente, tan clara como antes, el Sello de Ignis Fatuus se reveló, haciendo que el Sello de Mane se transformara en una supernova de un rojo profundo como la sangre, un rojo que superaba en belleza y majestuosidad a las cobrizas marcas del Populo.

El Custos no podía creer lo que sus ojos veían, aun cuando su cuerpo manifestaba sensaciones que corroboran que todo en él estaba cambiando. 

Estiró las manos, girándolas para verlas mejor. Entonces, pensó en fuego y su mente murmuró la palabra Ignis, haciendo que sus manos se envolvieran en perfectas llamas azuladas, anaranjadas, rojas y amarillas.

Con una sonrisa de triunfo, se miró una vez más al espejo. 

Ignacio Santamaría habría recuperado su poder.    

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top