Hielo y sangre
Eran las siete de la mañana cuando Ibrahim entró en la panadería. Ese día, sus clases comenzarían un poco más tarde de lo habitual. El profesor Suárez tenía que hacerse unos exámenes de laboratorio, por lo que le regalaron cuarenta y cinco minutos a todos los estudiantes de su salón.
Después de los ataque sufridos el día anterior, Dominick había quedado en pasar por él, pero desistió de la invitación. Esa mañana se había despertado con antojos, quería comer los suculentos pastelitos de queso crema que vendían en la panadería ubicada a unas cuadras del colegio. No le llevaría ni veinte minutos hacer la compra y caminar hasta la escuela. Lo único que le podía retrasar era que el lugar estuviese abarrotado.
Sin embargo, el panorama estaba muy tranquilo. Quizá se debía a que ya eran pasadas las siete y todos debían de estar en sus puestos de trabajo, o como mínimo, trasladándose a ellos. Abrió la puerta de vidrio, el sonido de la campanilla de viento que guindaba cerca del dintel no tardó en alzar su melodía cuando la puerta le rozó.
El lugar olía a pan caliente y café con leche. El piso de madera, las paredes de un amarillo marfil, las impecables vitrina, las bien distribuidas mesas de hierro forjado, solo estimulaban su apetito diurno.
Se acercó al mostrador apreciando sus dorados pastelitos de hojaldre rellenos de queso crema. Una joven trigueña, de baja estatura, con una hermosa sonrisa, le atendió.
—Me da tres pastelitos de queso crema, un chocolate Savoy, una Samba, una malta... Mejor dos —corrigió, observando con cuidado la vitrina de los dulces. Un cheesecake de chocolate llamó poderosamente su atención—. Y un trozo de torta de queso, concluyó.
La chica afirmó con un gesto, atendiéndolo en un par de minutos.
Tomó su pedido, dándole los buenos días a la joven. Salió por la puerta izquierda del local, evitando tropezar con las personas que provenían de la avenida. Miró con avaricia la bolsa y la cajita que contenían lo que había comprado. El chocolate se lo daría a Itzel, la Samba a Aidan y él se comería la suculenta torta de queso.
Repasando a quién le daría sus regalos, no se dio cuenta de que un sujeto venía en su dirección. El hombre joven golpeó con tal fuerza su hombro derecho que el cheesecake terminó en el suelo.
—¡Maldición! —exclamó, viendo su torta desparramada.
—¡Oh! ¡Lo siento! La verdad es que no me fije en ti —confesó el sujeto, ayudándolo a mantener el equilibrio—. ¡Lamento lo de tu torta! Te compraré otra —comentó al ver el cheesecake fuera de su caja, esparcido hasta en la jardinera que adornaba la acera.
—No importa. ¡Déjalo así! —confesó, atreviéndose a quitar la mirada del dulce.
En su mente solo algo estaba claro: Aidan e Itzel tendrían que compartir el chocolate, cuando sus ojos se cruzaron con unos hermosos ojos azul cobalto. Frente a él estaba parado un joven de cabellos castaño claro, con algunas pecas en su rostro, de contextura musculosa comparable a Dominick, su sonrisa era perfecta, nariz proporcional a su rostro anguloso.
El joven no dejaba de mirarle, insistente. Por primera vez se sintió titubear, ¿cómo había llegado a esa situación?
—Insisto —dijo con más firmeza—, quiero comprarte el cheesecake, ¿me esperas?
Como si estuviera bajo un encanto, esta vez Ibrahim no pudo negarse a su petición. Asintió, sonrojándose.
—¡Espérame aquí!
Sin decir más, dio la media vuelta. Ibrahim le observó entrar a la panadería y mezclarse con la gente que comenzaba a congregarse en el lugar.
¿Quién era aquel angelical sujeto?
El examen de Lengua había iniciado. Aidan abrió la puerta del salón atrayendo todas las miradas hacia él, en especial la de la docente. Todos los rostros estaban puestos en él, menos el de Maia, quién seguía concentrada en su evaluación.
Iba peinada con una hermosa trenza cascada, su cabello caía suavemente sobre sus hombros, y sus mejillas estaban ligeramente sonrosada, siempre las tenía así. Escribía muy rápido en su portátil, lo que le indicó que tenía prisa por terminar.
—¿Vas a pasar o te quedarás allí? —le preguntó la profesora.
—¿Ah? —dijo consternado. ¿Cómo no la había visto?—. Sí, sí —titubeó—, discúlpeme, se me hizo un poco tarde.
MIntió. Incluso Natalia estaba en el salón de clases.
Aidan había decidido quedarse con Eugenia hasta que el docente de Química llegara, y esa no fue una buena idea.
Pasó frente al pupitre de Maia, esta ni siquiera se detuvo al percibir su aroma. Tuvo intenciones de disculparse, pero aún sentía la persistente mirada de la docente sobre él. Sería una imprudencia detenerse a conversar con ella, y le causaría más problemas de los que ya tenía, sin embargo, iría a por ella en la hora del receso.
No habían pasado ni media hora cuando Maia desconectó su pendrive dándoselo a la docente.
—¿Ya terminó? —le preguntó algo sorprendida.
—Sí, profe. He respondido todas las preguntas.
La profesora conectó el pendrive en su portátil comprobando con asombro que Maia no le estaba mintiendo. Aidan observaba todo desde su puesto. No podía dejar que llegara la hora del recreo sin disculparse con la chica.
—¡Bien, srta. Santamaría! Puede permanecer en su puesto.
—Profe, puedo quedarme en el patio. Le prometo que no causaré problemas —le aseguró.
La docente no se lo pensó mucho, Maia era una de las estudiantes más aplicadas de Costa Azul, así que podía confiar en su palabra. Obtenido el permiso para salir, tomó su bastón y partió.
No deseaba estar en el salón, ni en el colegio. Un punzante chirrido comenzaba a repetirse cada cinco minutos, después de un pitido prolongado en sus oídos, que la hacía sentir que la sangre se le congelaba. No creía en fuerzas oscuras, ni en la magia, pero aquello no podía provenir de nada bueno.
Estaba casi segura de que los Harusdra habían dejado un mensaje para ellos, escrito en hielo y sangre. Poco sabía del encuentro entre Teodoro e Ignis Fatuus, pero la noche anterior, después de que Aidan se fuera de su casa, dedicó un par de horas de su descanso a indagar sobre este sujeto. Compartían genes, en algún punto de la historia que transcurrió en esos cuatro largos siglos de oscuridad dentro la Hermandad sus familias coexistieron en el mismo techo, para luego separarse indefinidamente.
Aquel era un encuentro que no debía darse. A pesar de ser descendientes de Elyo, las leyes de herencia de la Fraternitatem exigían un linaje casi perfecto para que una persona fuera considerada el Primogénito, y en caso de fallecer, el Solem cedería el Donum a otro miembro de la familia. Sin embargo, Ignis Fatuus había sido el único Clan que no se había mezclado con otros, por lo que los signos solares solo eran portados por muy pocos, y él último en llevarlo fue el padre de Maia.
Teodoro había decidido cambiar su fidelidad al Solem, el cual no le daría más Donum que aquel de llevar la sangre de Elyo, y convertirse en su enemigo. Maia lo tenía muy claro: no enfrentaba a un familiar, sino a un simple desconocido; entre ellos no había más vínculo que la rivalidad entre la Fraternitatem y el Harusdragum, por lo que no dudaría en purificar el Sello de Ignis Fatuus manchado por el veneno del dragón.
Sacó su celular y escribió rápidamente un mensaje para Gonzalo. Lo necesitaba en el colegio.
El ruido molesto no cesaba de atormentarla mientras caminaba por los pasillos, tenía que dar con el origen del mismo, antes de que más personas del Populo se vieran lastimadas. El Sello de su frente relampagueó, indicándole que había tomado la dirección correcta. No necesitaba más que su intuición para lograr su cometido.
Sus pasos le llevaron al antiguo gimnasio techado del colegio. Saskia había comentado una vez que él mismo había permanecido clausurado por varios años, dejando de ser usado cuando el complejo deportivo se inauguró, tres años atrás.
Maia empujó la pesada puerta. Le sorprendió que la misma no estuviera bajo llave. Sintió el ambiente pesado, se le complicó respirar allí. Estornudó. No tenía que mirar para saber que el lugar estaba cubierto de polvo.
Detrás de ella la puerta se cerró, emitiendo un sordo sonido que la hizo voltear. El sonido de las suelas de sus zapatos se hicieron sentir en todo el lugar. Un frío helado recorrió su cuerpo.
Supo de inmediato que había llegado al sitio indicado. La maldad de aquel sitio penetraba su ser, pero también sabía que estaba sola.
Frente a ella se extendían unos símbolos, letras hechas de cristales rojos que se encontraban suspendidas en el aire.
Las vibrantes notas musicales, agudas como chirridos, que brotaban de la misma hicieron que Maia extendiera sus manos. Uno a uno, los conjuntos de puntos fueron desfilando por su mano, revelando el mensaje que el Umbra Mortis le había dejado a la Hermandad, y más específicamente, a ella pues el mismo se encontraba en Braille:
Currit per venas sanguine,
fui tintentio frigidam tuae...
—Hielo.
Fue lo primero que pensó Maia cuando sus manos comenzaron a entumecerse, sus pies se contrajeron con tal fuerza que pensó se le quebrarían los huesos; las rodillas se le doblaron inconscientemente, llevándola a tomar una posición fetal. Sentía tanto frío que tuvo que apretar sus ojos y hacer un esfuerzo sobrehumano para introducir sus manos dentro de su blusa. Abrió sus labios, soltando vaho, mientras que su cuerpo comenzaba a levitar dando ligeras vueltas en el aire.
—No debí venir sola. ¿Por qué no pude esperar a Gonzalo? —Fue lo último que su conciencia le permitió pensar.
Girando suavemente en el aire, Maia se iba olvidando de sí. El proceso de hipotermia había iniciado, y nadie vendría a buscarla.
Gonzalo se detuvo en el semáforo cuando el celular repicó en su chaqueta. Observó el semáforo. El rojo cambió a verde. Acelerando la moto, cruzó hacia una de las calles menos transitadas de Costa Azul, frenó, subiéndose el visor de su casco. Sacó el celular. No era su costumbre detenerse para verificar los mensajes y las llamadas, pero esas horas habían sido un poco agobiantes para la Hermandad.
Efectivamente, el mensaje era de su prima.
—Zalo, algo turbio está ocurriendo dentro del colegio. Iré a investigar. Te escribo en caso de que no sea nada...
—¡Maldición Amina! —resopló, acelerando la moto.
Bajó su espalda para poder ganar potencia con la misma. Conocía muy bien cada una de las calles de la ciudad, se las había recorrido en sus tiempos de ocio, por lo que no dudo en tomar varios atajos para llegar al colegio de su prima.
Uno de esos atajos le llevaba a la panadería, en donde Ibrahim esperaba al chico desconocido que le traería su cheesecake de chocolate. El rugir de la moto de Ignacio atrajo la atención del joven, quién acomodándose los lentes, le observó aparecer por una de las esquinas.
Su corazón golpeó con fuerza su pecho al reconocer en aquel sujeto a Gonzalo. Su casco y la chaqueta de cuero negra a juego eran sus atuendos característicos cuando se desplazaba en su motocicleta.
Gonzalo iba concentrado en su objetivo, pero no pudo evitar fijarse en Ibrahim. Le extrañó que no estuviera en el colegio, aún más que se encontrara varado en aquella esquina.
Ibrahim le vio pasar, Gonzalo fue incapaz de detenerse a saludarlo, y menos a preguntarle qué así en aquella esquina. Iba a seguirle con la mirada cuando el joven salió de la panadería con su torta.
—¡Aquí tienes! —le dijo tendiéndole la caja, mientras se arreglaba el cabello a un lado.
—Gracias —murmuró sin mucho entusiasmo cuando escuchó el motor de la moto de Gonzalo acercarse.
El Custos de Ignis descendió de la moto, deshaciéndose rápidamente del casco, y caminó hacía Ibrahim, le tomó del brazo, gesto que desconcertó al muchacho, entretanto el desconocido esbozó una hermosa sonrisa.
—¿Qué es esto? —le preguntó a Ibrahim, observando la caja.
—Solo es un pedazo de torta.
Gonzalo se lo arrancó de las manos, arrojándolo al joven.
—¡Hey! ¡Estás loco! ¿Qué te pasa? —le gritó Ibrahim.
El chico solo levantó las manos sin dejar de sonreír. Gonzalo empujó el cuerpo de Ibrahim detrás de él.
—¿Qué es lo que quieres? —le dijo al joven.
—¡De pana, eres una mierda, Gonzalo Santamaría!
Ibrahim se soltó de Gonzalo, dando media vuelta para retirarse. Definitivamente, ese día no se comería el cheesecake.
—¡Espera Ibrahim! Te llevo al colegio.
—No necesito que me lleves al colegio. Conozco muy bien el camino, y ya voy retrasado.
Sin decir más, Ibrahim caminó. Gonzalo se volteó para ir detrás de él, pero el joven le tomó fuertemente del brazo.
—No pensé que sería más fácil atraerte con él que con tu prima.
Gonzalo se soltó con violencia.
—¿Qué es lo que quieres Teodoro? —le habló amenazante, mientras cortaba la distancia que lo separaba del líder de la Logia.
—Quiero verte, Gonzalo. Y usaré todos mis encantos para atraerte una vez más.
—¡Maldito loco! —exclamó, tomándolo por la camisa y atrayéndolo a él—. Ya no soy el estúpido muchacho al que una vez sedujiste.
Teodoro sonrió.
—Cierto, te has convertido en todo un hombre —Se acercó hasta rozar sus mejillas con sus labios—. Y te deseo. Pero si no decides venir a mí por tu propia voluntad, entonces me divertiré torturando al joven ingenuo de Sidus.
—No te atrevas a hacerle daño.
—Solo le daré las esperanzas que tú no puedes darle.
Teodoro besó su mejilla, automáticamente, Gonzalo lo empujó. El chico sonrió con malicia, arreglándose la camisa, mientras observaba al guardián de Ignis Fatuus correr hacia su moto y desaparecer de su vista.
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