Heridas profundas
—¡Hermano! ¡Hermano! —gritó Gonzalo detrás de Ignacio, quien caminaba molesto hacia el estacionamiento.
—¡¿Qué?! —le respondió.
—¿Cuándo apareció el Sello? ¿Por qué no me dijiste? —Lo interrogó, tomándolo del brazo.
Ignacio bajó el rostro. No tenía motivos para estar molesto con su hermano.
—Se me pasó.
—¿Se te pasó? ¡Ja! Puede que el café se te pase de azúcar o se te pase llamar a mamá cuando se te hace tarde o, no, ¡no! Pedirle la bendición a papá cuando te despierta. ¡Eso sí que avivaría su arrechera! Pero, ¡¿esto?! ¿No crees que es muy importante para todos?
—¡Lo siento, Gonzalo! ¿Sí? ¡Solo apareció esta mañana cuando me lavaba la cara por enésima vez... Ya no lo recuerdo. —Se llevó la mano a la cabeza—. Ya no importa.
—¿No irás a verla?
—No creo que Amina quiera verme.
—Eres su Custos. Lo somos hasta su último suspiro.
—No creas que lo he olvidado, Zalo.
—Entonces, ¿por qué no la visitas?
—¿Y qué le voy a decir? «¡Hey, Amina! ¿Qué tal? Oye, es terrible que la Fraternitatem haya decidido que debes morir, ¡je! Arrieta hubiera estado saltando en una pata. Quizás haga una fiesta y me invite». —Sonrió con los ojos cargados de lágrimas—. ¡No, Gonzalo! No tengo nada que decir. Siento que como Custos le he fallado. Un solo descuido y ahora la perderé. No tenía ella que estar encerrada, sino yo. Si no iba a poder prevenirlo, al menos me hubiera echado la culpa.
—Ella no habría dejado.
—Ese es otro motivo para no verla.
Ignacio se montó en el auto, encendiéndolo para marcharse con Eun In.
Había entendido que Gonzalo se quedaría a conversar con su prima, mientras que él tenía que preparar la última expedición que haría con su Amina.
Amina se sorprendió cuando Zulimar la llevó a un pequeño estudio muy acogedor, con dos butacas y una alfombra de lana.
—Tiene visita. —Le señaló.
La joven se sentó, esperando que la puerta frente a ella se abriera, para descubrir a Dominick entrar en la habitación. De todas la personas que se habría imaginado, jamás pensó que él o Itzel se atreverían a estar tan cerca de ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin titubeos—. ¿Acaso esto es un complot? —Observó a Zulimar, quien se distanció de ellos.
—Piensas que soy tan rastrero y tracalero como tú. No soy un falso, Maia.
—Es bueno saberlo después de tanto tiempo.
—Siempre me mostré ante ti tal como soy. Jamás fingí como tú lo hiciste.
—No tenía por qué contarte mis verdades, Dominick. Ser amigos no significa desnudar mi alma para ti.
—Pero creo que eso es parte de la confianza.
—Una confianza que tú y yo hemos roto muchas veces. Tú cuando malinterpretaste mis sentimientos, yo porque nunca quise decirte quién era. Ni siquiera el día que descubrí que eras un Aurum.
—En fin... No estoy aquí para hacer una crítica de lo que fue, sino para dejar las cosas muy claras contigo.
—No necesito amenazas, Aurum. No soy una cobarde.
—No vengo a amenazarte, solo te informo que si intentas huir yo mismo te ejecutaré —dijo con una firmeza que hizo estremecer a Zulimar.
Amina soltó una carcajada, para luego mirarlo fijamente. En su mirada no había ningún resquicio de miedo, en ella no había duda, ni titubeo.
—Nunca te daré el gusto de ser mi verdugo.
—¿Acaso crees que tendré remordimiento de conciencia? —El joven se mofó.
—No me importa tu conciencia. —Se señaló el hombro—. Yo llevó la marca de Astrum y jamás permitiré que tú lleves la de Ignis Fatuus.
Sin decir más se levantó, dejando a Dominick petrificado en su asiento. Hasta ese momento no había calculado el grado de repulsión que Amina sentía por él.
—No me vuelvas a traer aquí. —Le exigió la joven a Zulimar en cuanto salió de la habitación.
Extrañado, Gonzalo se dejó guiar por los guardias a las profundidades del Auditorium de Astrum.
Halló a su prima sentada en su cama, con la tablet a un lado. Su rostro yacía recostado de la pared, sus ojos cerrados. Se dio cuenta de que estaba sumergida en alguna lectura cuando vio los enormes audífonos coronar su cabeza.
«Por lo visto, la vida te está tratando bien», dijo reclinado sobre las barandas.
Amina abrió sus ojos sorprendida, para llevarse la grata sorpresa de que Gonzalo estaba allí.
—¡Zalo! —gritó, quitándose los audífonos para abrazarlo a través de las barras de acero.
Un guardia abrió la reja, lo que extrañó a ambos primos.
Sin esperar invitación, Gonzalo entró, para completar su abrazo.
—¡Pensé que sería muy complicado verte, primita!
—¡No sabes lo feliz que me hace saber que eres tú!
—¿Qué? ¿Ya has recibido visitas?
—Sí. Dominick estuvo por aquí... No fue nada agradable.
—Me lo imagino. ¿Qué hacías? —Señaló la tablet.
—Me puse a escuchar un libro. La selección que me dejaron en el escritorio casi me la sé de memoria así que quise probar algo nuevo.
—¿Y qué escogiste? —preguntó levantando la tablet que se había bloqueado.
—"One day".
—Hay una película, puedo traerla si gustas.
—Creo que pasaré tanto tiempo aquí que podré terminar con el libro —confesó.
—Mañana tendrás que venir con nosotros a rescatar a las personas secuestradas. No creo que te den mucho tiempo más, así que dudo que puedas terminar. ¿O es que piensas llevártela?
—No veré una película. Cuando me volví vidente, prometí no hacer nada que me hiciera extrañar el sentido de la visión una vez que vuelva a ser ciega.
—Creo que el tiempo se te acaba.
—¡Muy gracioso! —se burló—. En serio, podré terminar el libro. Ya lo verás.
—Si ves la película, cortarás el trauma.
—¡Zalo! —le reclamó.
—¡Vale, vale! ¡Me callo! —Se rindió, levantando las manos, para luego mirarla fijamente—. Lamento mucho todo esto.
—No tienes nada que lamentar. No ha sido tu culpa.
—Cierto, fuiste tú la que subiste tan osada como Aquiles a la plataforma. ¡Tu orgullo de guerrera no tiene límites! ¡Deberías ver "Troya"! ¡Ja! Te identificarías con Brad Pitt.
—¡Qué no veré ninguna pelí, Zalo! —respondió riendo—. ¿Y cómo está Iñaki? Me imagino que se encuentra muy ocupado planificando las estrategias para mañana. ¡No sabes cuánto me emocioné al ver el Sello de Ignis Fatuus completo en su frente! Estuve a punto de saltar del estrado y abrazarlo.
—¡Te hubieses convertido en la mujer de fuego! —se burló, para enseriarse—. Ignacio se niega a verte. No quiere visitarte. Creo que todo esto le cayó muy mal.
—No sabes cuánto lo lamento.
—¿Qué podemos hacer por ti, Amina?
La joven bajó su rostro. No quería tener aquella conversación.
—Nada —susurró.
—No me iré hasta que me digas. No tienes que fingir ser una mujer de hierro conmigo, ¡te conozco muy bien! Hoy, mi corazón latió muy fuerte cuando la Sra. Hortencia te llamó «niña de Ignis Fatuus». ¡Me invadieron tantos sentimientos! —Hizo un breve silencio—. No dejes que me marche de este lugar pensando que ya no somos necesarios para ti. Que todo se ha acabado y que... —No pudo más, su voz se quebró, haciendo que Amina corriera a abrazarlo.
—¡Ay, Zalo! —respondió llorando.
Juntos se reconfortaron. Los minutos pasaban tan rápido que el dolor por la pronta separación se acrecentaba en ellos.
—Amina, por favor —le pidió, sin soltarla.
—Sé feliz con Ibrahim. No lo traiciones, ni lo alejes de ti nunca... No quiero que te pasé lo que me pasó con Aidan. Cuídalo como el más grande de los tesoros, y si deciden terminar, haz lo posible para que no existan rencores entre ustedes y puedan tratarse como amigos. —Sollozo—. Cuida a mis padres, como si fueran tuyos, Zalo. —Las lágrimas acudieron a ella con mayor fuerza—. «No puedo seguir hablando».
—Los cuidaré, Amina.
—Cuídalos como si fueran tuyos. Diles que le pido perdón por no haber sido la hija ejemplar que se esforzaron por tener... Ellos jamás fallaron conmigo, es que yo ya venía con mis defectos incluidos. Diles que lamento no poder retribuirle todo el amor que me han dado en estos años. Diles que sería feliz si el diecisiete de noviembre, el día de mi cumpleaños, se van de luna de miel.
—Lo haré... Lo haré —contestó besando su frente—. ¿Y a mi hermano?
—Para Ignacio perdón, agradecimiento y devoción. Lamento tanto haber arruinado su vida. Dile que mi última petición es que sea feliz... Debe dejar por un rato a la Fraternitatem Solem a un lado. Él ya es bueno en todo, es perfecto, nadie, jamás podrá superarlo. ¡Ni siquiera yo! Si hubiese nacido como Primogénito, sería el mejor de todos. Dile que aprendí a ser una mejor persona por él, y que tenía razón... Nunca pude estar completamente en el infierno, pero que lo logré gracias a él.
—¿Tanto lo quieres?
—¡Tanto como a ti, mi Zalo! —gimió compungida—. Pero, necesito pedirte algo más.
—Dime.
—Dile a Eugenia que no le guardo rencor por lo que hizo, y que le encomiendo mucho a Aidan. Para Dominick e Itzel no tengo palabras, quizás se sientan descansados con mi muerte, pero si llegan a mostrar algún rastro de resquebrajamiento, por favor, hazle saber que nunca los condené, aunque no me porté con ellos como debería haberlo hecho.
Amina se separó, limpiando su rostro al ver a Zulimar llorando en silencio a un lado de la reja. La Primogénita de Ignis Fatuus le sonrió a su primo, metiendo las manos en los bolsillo detrás de su pantalón.
—¿Eso es todo? —La interrogó el chico, recibiendo una afirmación para ella—. ¿Y Aidan? Has olvidado a Aidan.
Ella ocultó su rostro entre sus manos. Quebrándose por completo. Gonzalo tuvo que sujetarla y llevarla a la cama.
«Dile que lo lamento. ¡Lamento tanto haberlo echado de mi lado! ¡Me arrepiento tanto de haberlo atacado! Pero ya todo está hecho, y el pasado no puede, ni debe ser cambiado. Mi vida no habría estado completa sin él. Pero solo dile esto si en algún momento llega a recordarme o si lo ves muy mal por mi muerte. Confiésale que lo amo, que nunca dejé de amarlo y que quiero que sea muy feliz. Él es un chico que tiene luz propia, y no debe consumirse por mi culpa... Cuando él logré ser feliz, entonces yo me sentiré plena donde sea que este».
Gonzalo la abrazó, besando su cabello. Zulimar le brindó unos minutos más, pues Amina le había permitido escuchar lo que había pedido decir a Aidan.
Si ella mostró confiar en la Prima, esta le retribuiría con creces su confianza.
Como si hubiesen sido halados por lazos invisible, Ibrahim y Eugenia coincidieron en la playa, en aquella cima un tanto alejada de la casa Aigner en donde Aidan gustaba surfear.
Ambos sonrieron, observando frente al mar, a Aidan, sentado en un tronco de algún árbol que tiempo atrás debió ser arrastrado por la marea y depositado allí.
Bajaron hasta él en silencio, sentándose uno a cada lado.
El chico se sorprendió al ser asediado por sus amigos de infancia, sonriendo para darles un espacio junto a él.
La marea comenzaba a mostrar signos de la tempestad que se avecinaba. Esa noche llovería, las trazas rojas que marcaban el azul firmamento así lo indicaban.
Era un poco tarde para estar en la playa, pero no les importaba. La brisa se les antojaba fría, en especial porque su nevada particular no dejaba de agobiarlos.
—Esto me gusta, pero a veces es tan estresante —comentó Eugenia en relación al frío intenso que el Solem les hacía sentir en espacios exteriores.
—Creo que pretende que nos sintamos tan maaal, que terminemos en cama, con una gripe de cinco días, de esas que cuando te dan, solo quieres arrancarte la nariz y lanzarla a kilómetros de ti —les aseguró Aidan.
—Nuestros padres deberían parir narices de reemplazo. Eso lo facilitaría todo —agregó Ibrahim, apoyando la loca teoría de Aidan.
—Y corazones nuevos... —murmuró el chico de Ardere, llevándose las manos al rostro.
—Todavía puedes meterte a gay y caerle a Ignacio. —La espontaneidad con la que Ibrahim habló hizo que Aidan y Eugenia se rieran.
—¿Estás loco? —le respondió Aidan—. Quiero mucho a Ignacio, pero a esos niveles, ¡la pinga! ¡Mejor quedémonos como estamos!
—Todavía tendrán esta excursión —le recordó Eugenia—. Probablemente, la Coetum espere un poco más.
—Aun así, no puedo correr a sus brazos. No después de lo que le hizo a Saskia. Sentiría que estoy premiando a una persona que no obró bien.
—Aidan, ella dijo que fue un accidente.
—Amina es muy astuta, Ibrahim. Pudo prevenirlo.
—A ciencia cierta no sabemos cómo estuvo la situación —intervino Eugenia—. Juzgarla solo te traerá más amargura. No olvides que votaste por su inocencia.
—¡Sé que no lo hizo de mala fe!
—¿Entonces? —le interrogó la chica.
—No lo sé... Solo prometanme que no me dejarán comerte una locura.
—Una locura como qué. ¿Piensas matarla o besarla? —Ibrahim lo interrogó. Sus palabras llegaron a Eugenia, pero bien supo disimular su dolor.
—Herirla y alejarme más de ella.
—No te dejaremos solo —le respondió Eugenia.
—¡Claro! Porque es un cobarde —le gritó Dominick, haciendo que todos se voltearan a verle—. Aidan Aigner e Ibrahim Iturriza son los más grandes cabrones que ha parido la Fraternitatem.
—¡Cabrón el coño de tu madre, Dominick! —Aidan saltó de su puesto, siendo sujetado por Ibrahim y Eugenia.
—¡Basta! ¡Dejen de ofenderse tan horriblemente! —gritó Eugenia, metiéndose entre ellos—. ¿Qué es lo que te sucede? —interpeló a Dominick—. ¿Por qué vienes a este lugar, mostrándote tan altanero?
—Te respeto, Eugenia, pero esto no es tu asunto —respondió Dominick, entretanto Aidan la tomaba del brazo para ponerla detrás de él—. No pudiste aguantarte, ¿verdad? Ni siquiera a esa chama a la que ahora proteges pudiste respetar. ¡¿No?! Tuviste que correr a defender a tu perra favorita.
—¡Dominick! —le gritó Eugenia, ruborizada de la vergüenza.
Ibrahim negó, acomodándose los lentes. Aquella velada prometía terminar en desastre.
—¿La insultas por qué jamás te miró? —Aidan lo atacó.
—¿Qué? —preguntó el chico de Aurum.
—No le perdonas que nunca te haya querido más de lo que se quiere a una mascota, mientras que por mí... Por mí fue capaz hasta de sacrificarse.
—¡Malparido! —murmuró Dominick, apretando los puños.
—¿La perra de quién, Dominick? ¡Ja! Eres tú el promiscuo de esta historia, o no recuerdas que ni Donum tienes porque no puedes usar tus malditas manos sin cagarla.
Ibrahim no podía creer lo que Aidan le acababa de decir. En cierta forma, perder la "memoria" no solo hizo que recuperara su habitual sonrisa, sino que se volvió el mismo chico agresivo de antes.
—¡Maldito imbécil! —gritó el Aurum enfurecido.
No soportando la humillación, y viendo que las palabras no herían a Aidan, Dominick decidió atacar.
Movió sus manos al frente y unos fuertes rayos salieron de él, extendiéndose como ramas hasta sus rivales.
—¡Cuidado, Aidan! —exclamó Ibrahim al darse cuenta de que si el Donum de Dominick no fallaba, el de él no los protegería, la energía eléctrica rompería sus corrientes de aire.
—¡Mierda! —gritó Aidan, retrocediendo horrorizado.
Por instinto, hizo surgir entre ellos una pared de gruesa madera, mientras caía en la arena.
Eugenia se agachó asustada, protegiéndose, entretanto Ibrahim yacía petrificado. Los rayos de Dominick no se había devuelto, sino que, impactando la madera logró quemarla hasta casi abrir un agujero en ella.
Tampoco Dominick podía creerlo. Cuando Aidan quitó el muro, pudo ver a un chico debilitado e impresionado por lo que acababa de hacer.
—¿Te fumaste una lumpia o el crepy que te estás metiendo está vencido? —le interrogó Aidan, pero Dominick no reaccionaba—. La llamas "asesina", ¿y qué acabas de hacer?
Iba a acercarse, pero Ibrahim lo tomó con fuerza del brazo. Aidan lo miró, pero Ibrahim tenía sus ojos puestos en Dominick.
—¿Acaso fue Saskia? —Ibrahim preguntó, para terminar con todo, haciendo que Dominick lo mirara compungido—. ¿Te acostaste con Saskia?
—¡¿Qué?! —preguntó Aidan sorprendido.
—Ignacio dijo que no recobrarías tu poder al menos que una de tus amantes muriera. Leah sigue con vida, y la única que ha fallecido desde el secuestro de Luis Enrique hasta hoy fue Saskia. ¿Era ella? ¿Es por eso que estás tan molesto, porque no puedes vivir tu dolor como lo desearías? ¿Qué es esto: un todo con todos? ¡Solo falta que yo ande con Itzel y estamos hechos!
—¡Callate, Ibrahim! —le gritó Dominick, con las lágrimas corriendo silenciosas por su mejilla—. ¡Ya callate!
Ninguno de los amigos se atrevió a decir una palabra más, ni siquiera se acercaron cuando Dominick cayó en la arena, quebrándose ante ellos.
La lluvia comenzó como un suave rocío, lavando con sutileza las heridas profundas que cada uno de ellos tenía en su corazón.
***
Laguna del Santo Cristo, laguna de origen glacial ubicada en el Edo. Mérida
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