Haz tu juramento de muerte

Las cadenas de Ignacio fueron soltadas. Cayó de rodillas, como tantas veces lo había hecho. Con una sonrisa de suficiencia se puso de pie, sabía lo que Arrieta se traía entre manos, no había que ser muy inteligente para suponerlo: no solo sembraría el terror en los Primogénitos, así como lo había hecho en cada uno de los miembros de cada Populo, sino que lo lastimaría a él, pasando de último a Gonzalo. Mas no deseaba pensar en ello. Tenía que mantenerse fuerte para que su hermano resistiera.

Colocó sus manos sobre la piedra. El resto de los chicos que lo observaban, se asombraron ante la docilidad del mismo. Era mejor no rebelarse, e Ignacio lo sabía muy bien.

La piedra centelló. Lo que quedaba del Sello de Ignis Fatuus se hizo presente. Su cuerpo comenzó a sentir los embates del poder de la Umbra Solar. Se estaba quemando por dentro. Se tensó, evitando convulsionar, no podía ceder o el pánico socavaría cualquier oportunidad para Gonzalo. Sintió subir los fluidos gástricos a través de su esófago, acumulándose en su garganta. El sabor a óxido se intensificó. Aquello no era comida, era sangre.

Tuvo la impresión de que el trance que estaba experimentando fue el mismo que su hermano vivió el día anterior y tuvo miedo. Si eso era cierto, entonces Gonzalo no sobreviviría.

Los gritos llenaron la sala. Sin embargo, no se dio cuenta que muchos jóvenes que estaban en el lugar empezaron a gritar en contra de sus Prima, mientras los pasillos de la Coetum eran invadidos por guardias.

Ignacio se soltó, en cuanto la piedra dejó de destellar. Estaba hecho. A su Sello le faltaba poco por desaparecer. Cayó de bruces, siendo jalado por dos fornidos hombres. Seguía con una sonrisa en su rostro. Arrieta lo mataría, pero aún así no se doblegaría ante él.

Ahora era el turno de Amina.

Enojo. Esa era la palabra perfecta para describir lo que Dominick estaba sintiendo en ese momento. Ignacio jamás había sido santo de su devoción, y a duras penas llegaría a aceptarlo, pero el que le hayan sometido a semejante castigo lo había llenado de cólera. 

Lo único que deseaba era saltar de su puesto y acabar con todo Ignis Fatuus, mas esa no iba a ser una solución inteligente.

Sin embargo, llegó a admirar al chico. Él se hubiera derrumbado, gritado a más no poder, pero este no emitió sonido alguno, ni pidió clemencia. Ahora debía prepararse para presenciar la tortura de Amina. 

Buscó a Zulimar, unos puestos atrás del suyo, la chica le dedicó una rápida mirada, donde percibió miedo. Zulimar, la imprudente y aguerrida Prima de Aurum se sentía amilanada.

Las lágrimas se escaparon de los ojos de Itzel. ¡No se valía! No era justo que aquel chico tuviera que sufrir así por defender el amor de su prima, y si eso era lo que la Ley de la Fraternitatem Solem dictaba, entonces todos debían estar en aquel patíbulo, sufriendo la misma suerte.

Sus dedos se clavaron con tal fuerza en el chenille que este terminó cediendo. 

Miró a Arrieta con ira. 

Si alguien no hacía nada, ella lo haría.

A diferencia de su primo, Amina no tocó el piso con las rodillas. Sobrehumanamente estaba de pie, ante el cuerpo desplomado, pero consciente de Ignacio y de un asustado Gonzalo.

Caminó decidida a la Umbra, ella tampoco daría la impresión de ser una dama endeble. Miró a Arrieta, estaba decidida a no quitar su mirada de aquel hombre, mientras la Umbra la torturaba.

No quería echar un vistazo a la sala, no deseaba encontrar los ojos de su madre, ni el rostro de su padre, ni sentir la compasión de sus amigos y las culpas atormentando el corazón de Aidan; si quería salir victoriosa de aquel lugar tenía que hacer uso de todo su coraje, dejando a un lado los sentimentalismo. Ignacio y Gonzalo eran más que suficientes para hacerla flaquear.

La piedra centelló y ella comenzó a sentir su macabro poder sobre ella. Cada día las energías le abandonaban, jamás se había sentido así. En su sufrimiento corporal, no dejó de mirar a Arrieta, ni siquiera hizo un gesto de dolor cuando fue elevada y los dedos de sus pies se retorcieron.

Su amado Sello comenzó a desvanecerse, sintió como la cresta del ave se volvía una con su carne. Ella tardaría más en ceder, así que debía resistir por el bien de su familia.

Al final, cayó de rodillas, con las manos apoyadas en sus piernas. Las gotas de sudor corrían por su barbilla cayendo ante ella. 

Rio, pensando que el maldito de Arrieta estaba acabando con ellos.

Dominick y Aidan iban a levantarse de su puesto, luego de cruzar una mirada. Amina no manifestaba sufrimiento, pero su lenguaje corporal relataba otra historia.

El Primogénito de Ardere sintió una mano sobre su hombro que lo detuvo; observando con estupor a un Dominick pálido, de pie, con los puños fuertemente apretados.

—No lo haga, Primogénito. No le dé a esa gente ningún indicio de que esto le afecta —le susurró Miguel.

Aidan obedeció. No quería hacerlo, pero al final cedió. Debía escucharlo, tenía que confiarse en él, de eso dependía la supervivencia de Amina, y por consiguiente, la de él.

Era el momento de Gonzalo.

A duras penas, Ignacio miró a su hermano, sus tobillos yacían aferrados a las barandas como sus muñecas. Cabizbajo, el menor de los Santamaría, intentó subir su rostro. Debía darle ánimos a su hermano, pero la verdad es que el miedo lo estaba carcomiendo. No se preocupó por Amina, su Primogénita lo había hecho bien.

Gonzalo fue soltado. Con paso lento caminó hasta el instrumento de tortura. Miró a Amina, quien le sostuvo la mirada, y a su hermano por última vez.

Tragó grueso, colocando sus manos en la Umbra Solar y su consciencia se llenó de oscuridad. Su cuerpo sintió el flagelo de miles de agujas atravesando de par en par su cuerpo. Quiso morir, un deseo irónico pues eso era lo que le estaba pasando.

Un buche denso de óxido salado se hizo en su boca, botando una bocanada de sangre que bañó la piedra.  

Debilitado, Gonzalo se soltó, cayendo al suelo.

Los gritos de desesperó no se hicieron esperar en la sala. 

Ibrahim se levantó, quería salir al pasillo, pero José y Jan lo retuvieron con todas sus fuerzas era peligroso acercarse.

—¡Nooooooooo! —gritó, por encima de todos los lamentos que se elevaban en la sala.

Pero por más que intentó zafarse no pudo.

Aidan lo observaba, entendiendo en la sonrisa maquiavélica de Arrieta, las palabras de Miguel: «No le dé a esa gente ningún indicio de que esto le afecta».

Ignacio miró desesperado a su hermano. Ya no le importaba volver a ser el muchacho débil de siempre.

«¿Zalo? ¿Zalo?»

El cuerpo de su hermano hizo un par de movimientos. Las arcadas de su cuerpo le llevaron a expulsar más sangre, preocupando al joven Santamaría. Mas no fue esto lo que le hizo sudar del terror, sino el hecho de que su hermano empezó a convulsionar, mientras que la Umbra Solar iba desapareciendo.

En su frente no había ningún Sello de Ignis Fatuus. Había entregado su poder.

La reacción de Ignacio fue volverse a Amina, pero la joven yacía a su lado con la mirada perdida, ella también estaba enfrentando sus propios demonios. Sin embargo, la necesitaba. Si alguien podía hacer algo por Gonzalo era ella, aunque eso significaba exigirle mucho más.

—¿Zalo? —le llamó una vez más, pero el chico no respondió. Su cuerpo seguía retorciéndose vertiginosamente—. ¡Amina! —le gritó—. ¡Aminaaaaaaa!

Su espeluznante alarido la hizo volver de su letargo. Amina miró el cuerpo lastimado de Gonzalo, colapsando, falleciendo ante sus ojos, y a Ignacio forcejeando contra las cadenas que lo sometían para acercarse a su hermano.

Su querido primo Gonzalo no podía resistir a la Umbra, había entregado su poder a Teodoro, y ella lo sabía, desde aquella visión que tuvo dentro de las Cuevas del Guácharo.

Deseó tener su poder por completo, un gesto sería más que suficiente para resarcir el daño que la Umbra había hecho en Gonzalo, pero aquello no era posible en su condición. Sabía que no terminaría bien, pero poco le importaba. Si iba a morir tenía que ser por una causa justa, era preferible eso que entregarle su poder por completo a Arrieta.

Sus ojos se cargaron de fuego.

—¡Nooooooooooo! —gritó cargada de furia.

De su cuerpo manó una luz que cegó a todos los presentes, elevándose a pesar de las cadenas que la contenían. 

El Sello de Ignis Fatuus terminó de desaparecer. Ignacio fue testigo de ello, mientras se protegía del poder de muerte de su prima, observando con asombro como el Sello de Mane refulgía con intensidad en su cuello, mas no era el único.

Dominick e Ibrahim colocaron sus brazos sobre sus rostros, agachándose, en un intento de contrarrestar el poder de la joven, reacción que fue imitada por mucho de los presentes.

El vitral comenzó a tintinar, lo que puso en alerta a Aidan.

—¡Itzeeeel! —gritó, con tanta fuerza que sus cuerdas vocales se resintieron.

La joven extendió sus manos, apretando sus ojos para extender el campo de protección por todo el salón, excluyendo al patíbulo.

Por su parte, Saskia, saltó los puestos, atravesando todo el Clan de Ibrahim hasta llegar al asiento que ocupaba Itzel. Se aferró a ella, proyectándola por toda la habitación.

El vitral estalló en mil pedazos, por lo que Ibrahim elevó sus manos para contener los trozos de vidrio en el aire, siendo protegido por Dominick de la turba enloquecida, que buscaba una salida.

Y ante la respuesta de los chicos, Aidan continúo impávido, observando el Donum de Amina, un poder que podía hacer añicos a medio país.    

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