Fidelidad, ¿nace o se hace?
—¡Qué frío! —se quejó Eugenia.
Volteándose a verla, Gonzalo metió las manos en su pantalón, debajo de su abrigo tipo capa.
Como todo un caballero, Luis Enrique corrió a socorrer a la joven. Le obligó a ponerse sus guantes, apretando las tiras para que no se les salieran. Eran las dos y media de la mañana. La luna reinaba en todo su esplendor sobre las montañas de Caripe, mientras el viento movía con violencia las ramas de los árboles.
—¿A qué hora crees que vuelvan los guácharos? —preguntó Luis.
—Me imagino que antes de que el sol se ponga. Quizá tipo cinco de la mañana —confesó Gonzalo—. Por lo que los chicos tienen poco tiempo para conseguir la espada —Se giró hacia ellos—. Alguno tiene una idea de lo qué les pasará si no salen a tiempo.
—Creo que no te va a dar tiempo de derramar lava —le aseguró Eugenia.
—Se quedarán atrapados. Ninguno será devuelto, por consiguiente, perderemos el don de Neutrinidad y estaremos a la vista de todos. Eso sin contar que no tenemos ni medio para regresar a Costa Azul.
—¡Jum! —Sonrió Gonzalo ante la descripción de Luis Enrique—. Eso si es para preocuparse. Imagínenme llamando a mi tío: «¡Epa! ¡Bendición! ¿Cómo amanece? ¿Será que nos puede mandar un poco de plata para pagar el pasaje de vuelta a casa? Sí, es que estamos por aquí, entre Monagas y Sucre, en Caripe para ser más exactos. Vinimos a buscar una espada, pero Urimare se quedó con todos los Primogénitos como rehenes, y queremos regresar» —Eugenia y el joven le observaron preocupados—. Me saltaré la parte de que Iñaki está adentro, así lo maldecirán antes de que se enteren que él también se perdió —Se rio burlonamente—. No esperaré que eso pase —les aseguró con una seriedad que los asustó.
—Aidan pensará en algo —le calmó Eugnia, pero Gonzalo solo tuvo una sonrisa sarcástica para ella.
—Lamentablemente el éxito de la empresa no está en manos de Aidan, Eugenia, sino de la Primogénita, de su Primogénita —le aseguró Luis, haciendo un gesto con sus labios hacia el Custos, que yacía contemplando la luna, con las manos dentro de los bolsillos.
—La fidelidad nace o se hace, Primogénita —le cuestionó Urimare—. ¿Qué tanto es capaz de hacer un individuo por la persona amada?
Amina sintió la lanza atravesar la boca de su estómago. Sangre, sumergida en la temeridad y en la maldad.
Ya había estado en ese lugar, en la piscina de los non desiderabilias, ahogándose, siendo templada por sus extremidades hasta perder el conocimiento.
Teodoro había embaucado a Gonzalo. Ella lo sabía. Su primo había sido asignado para perseguir al Umbra Mortis, era el único Ignis Fatuus con poderes para hacerle frente.
El Prima había decidido que Amina tenía que mantenerse alejada, aún era una pequeña que no comprendía su Donum, no lo controlaba como haría un maestro, por lo que podía ser peligroso para ella y para quienes la rodeaban. Ignacio se encontraba en el internado, siendo puesto a prueba, intensificando su don.
Diecisiete años, eso era lo que Gonzalo tenía, además de la codicia de sobresalir, de ser mejor que su hermano, aun cuando lo separaban siete años de perfecta educación sobrenatural. El Umbra Mortis no lo detendría, él lo sabía.
Ignacio se echó a correr. No sabía adónde se dirigía, tampoco le importaba. Su turno había llegado, solo quería enfrentar sus demonios lo más pronto posible, de eso dependía de que salieran de allí.
Como el resto del grupo, desconocía los traumas que Ibrahim, Itzel y Dominick tuvieron que afrontar, quizá hasta ellos mismos eran ignorantes de lo que su memoria ocultaba en la profundidad, sin embargo, el escondía una terrible verdad ante "los ojos" de su prima.
No esperó a que el resto se recuperara. Aidan terminó de alentarlos para que le acompañaran, sería un error separarse, tenían que acompañarlo. Ignacio era consciente de ello. Luchando para no sucumbir por el barro bajo sus botas, desconocía el paraje, mas eso no evitó que continuara su recorrido; podía escuchar en su mente los gritos de Aidan exigiéndole que les esperara, pero Iñaki no obedeció.
Se detuvo frente a un agujero por donde su cuerpo entraba perfectamente. La galería tenía forma de trébol, dentro de ella se habían formado tres salones más. Un trébol era símbolo de la buena suerte, pero no fue eso lo que ocurrió aquella tarde de un caluroso domingo, cuando tuvo que enfrentarse a su hermano y al Umbra Mortis.
—Ya no importa —se dijo, agradeciendo las restricciones que Amina ponía a su Donum Maiorum—. Ella sabrá toda la verdad.
El Sello de su frente refulgió entrando en sintonía con el que cubría la entrada del Salón Precioso. No era necesario que explorara el resto de las cuevas calcáreas, su prueba se realizaría allí. Dio un paso a la habitación, detrás de él se precipitó el resto de la Hermandad.
—¿Dónde estamos? —preguntó Ibrahim.
—¡Guao! Esto es maravilloso —exclamó Itzel, hiperventilando.
La oscuridad y el frío se hizo sobre ellos. La prueba de Ignacio había comenzado.
Por primera vez Maia sintió mucho terror. No deseaba entrar en los recuerdos de su primo. Si bien Ibrahim desconocía su origen, Itzel no se estaba dando cuenta de la lucha emocional que en ella se estaba desarrollando, y Dominick ignoraba hasta que punto las heridas no curadas podían traerle consecuencias adversas, temía violentar los secretos de una persona que estimaba como a su propia vida.
Fidelidad. ¿A qué se estaba refiriendo Urimare?
Un grito ahogado le hizo sumergirse en un mundo en el que nunca había estado. Hacía calor, muchísimo calor, hasta el punto de desear arrancarse la ropa. El sudor corría un surco bien esbozados sobre su piel y las raíces de su cabello se empaparon, empegostándose por la salinidad del fluido corporal.
La misión había fracasado. Gonzalo no daba señales de vida. Quince días habían pasado del último reporte, por lo que los cuarteles de Ignis Fatuus en Maracaibo se esforzaban por localizarlo. El señor Jung propuso dar un par de días más antes de involucrar al Primado.
Desde el internado, Ignacio procuraba estar al tanto de la situación de su hermano, sin llamar la atención.
Al principio se sintió orgulloso de su hermano mayor, tenía plena confianza de que haría un buen trabajo poniendo el nombre de los Santamaría en lo más alto de la jerarquía de Ignis Fatuus, pero cuando dejó de recibir noticias de él, comenzó a preocuparse.
Apenas tenía quince años, era lo suficientemente joven como para no ser una opción a la hora de lanzar un ataque en contra de los non desiderabilias, ni que decir de su prima que solo contaba con catorce años. Pese a ello, se encontraba preparado, era un guerrero del Solem y la edad no lo detendría. Además, era el único miembro de su Clan en poseer un Donum y controlarlo lo suficiente como para hacer frente a sus adversarios.
El sr. Jung solo podía hacer un estimado de la fuerza del Umbra Mortis, basado en ello, consideraba que con Gonzalo sería suficiente para hacerle frente, desconociendo que la vida de Teodoro y del Custos se había cruzado en el pasado.
Pero el tiempo corría, y dar aviso a Valencia sobre la situación que se estaba presentando iba a ser una deshonra para todo el destacamento. Se decidió mandar a Ignacio.
La Semana Santa estaba próxima por lo que el joven se ánimo a hacer un trabajo rápido y limpio. Aunque era su primera misión, lo motivaba el hecho de pasar el asueto con su familia. No quería seguir alimentándose con avena y verduras, con carne sazonada a los golpes, a veces más saladas, otras insípidas. Extrañaba el chigüire que cocinaba su padre y el arroz con leche y lechosa que preparaba su madre para conmemorar las fiestas. Pero, además de un tiempo con su familia, necesitada reunirse con su hermano.
Siempre había admirado a Gonzalo. Desde que el Don apareció, su vida se tornó confusa, siendo arrancado del seno de su familia, mas al que extrañaba, como al aire para respirar, era a su hermano mayor. Deseaba sentarse con él a compartir un buen partido de fútbol, a jugar en la consola o tocar algún instrumento, porque las tardes con Gonzalo eran las más divertidas de su vida; eso sin contar que anhelaba llenar de abrazos a Gatito.
Tomó su traje de batalla, vestido de blanco por la cercanía al Solsticio de Verano, se presentó ante el Prima Jung. A pesar de ser un estudiante y soldado aventajado, seguía siendo un muchacho, aunque había aprendido a ocultar muy bien sus emociones: el sentimentalismo no le ayudaría a sobrevivir en su Clan, mucho menos le haría ganar el respeto de todos. Quería ser temido y admirado por el resto de los Clanes, si es que la Fraternitatem Solem volvía a formarse.
No le llevó mucho dar con el paradero de Gonzalo, no en vano Francisco Luque solía llamarle "perro de caza". Se detuvo frente al enorme edificio abandonado a orillas del lago. Respiró profundo, hasta ese momento no se había planteado que quizá su hermano no seguía con vida. Movió su cabeza de un lado al otro, aflojando los músculos de su cuello, y saltó las cajas que le llevaban a la escalera de emergencia. No le fue complicado entrar, ni tampoco descender.
Se extrañó de que el sitio estuviera solo. Habían vestigios de que fue habitado hasta no hace mucho, pero solo eso. Decepcionado, comenzó a preguntarse sobre el paradero de su hermano, cuando un joven rubio de unos veinte años apareció ante él.
La luz del sol que entraba por la ventana a sus espalda no le permitía ver con nitidez el contorno de su rostro. Ignacio se cuadró, aquel sujeto podía ser muy joven pero su maldad trascendía por el espacio.
—¿Me temes, pequeño? —Sonrió con malicia—. Haces bien. Poco me conoces, y el amor que siento por tu hermano no es lo suficientemente fuerte como para dejarte vivir.
—¿Mi hermano? ¿Qué sabes tú de mi hermano?
—Ha sido mi húesped por más de quince días. Sé todo sobre tu hermano.
—¿Dónde está?
El joven rubio rio, extendiendo su mano izquierda hacia uno de los oscuros rincones del lugar. Sin perder la concentración, Ignacio se volteó, con las manos en posición de ataque, mientras balanceaba su cuerpo entre ambas piernas. Un combate con más de tres personas eran pan comido para él, pero cuando habían Munera involucrados, las estadísticas podían cambiar. Mas la persona que apareció era su querido Gonzalo.
Vestido con una camisa blanca sucia y desabrochada hasta la mitad, con unos pantalones de mezclilla algo gastados y descalzo, así se dejó ver.
Una sensación de alivio invadió a Ignacio, por lo que salió corriendo a su encuentro. La última vez que le vio, solo le llegaba a la cintura, ahora solo era un palmo más bajo que Gonzalo. Sonrió, olvidándose de Teodoro, si seguía creciendo a aquel ritmo, quizá sería un poco más alto que su hermano. Le tomó el rostro, palpándoselo aceleradamente, necesitaba confirmar que se encontraba bien.
—¿No te ha hecho nada? —le preguntó, escuchando la risa burlona de Teodoro—. Han mandado tres escuadrones a este sitio y ninguno ha vuelto, hermano. Temí que estuvieras muerto.
—Por favor, niño —le interrumpió Teodoro—. Como te dije, jamás le haría daño a tu hermano. El ha sido mi guardián, el arma más letal en contra de Ignis Fatuus.
—¿Qué? —titubeó—. ¿Qué quieres decir?
—Gonzalo ha terminado con tus escuadrones. No he tenido que esforzarme en defenderme. ¿Por qué crees que el lugar está solo? Porque él y yo nos bastamos.
Ignacio se lleno de terror, no podía creer que Gonzalo había colaborado en el asesinato de los escuadrones, mucho menos que se hubiera convertido en la mano derecha del enemigo más despiadado de su Clan. Su hermano no era un traicionero.
—Dime que no es verdad, hermano —suplicó sin recibir respuesta—. ¡Dimeee! —le gritó.
La gutural sonrisa de Teodoro terminó por convertirse en una feroz carcajada. Él solo estaba haciendo el ridículo, Gonzalo no le respondería porque lo que el Umbra Mortis decía era la verdad. Se atrevió a mirarlo fijamente, esperando que el remordimiento hiciera que su hermano bajara el rostro, pero ni eso obtuvo, al parecer su querido Gonzalo se sentía muy orgulloso de lo que había hecho.
Dio un par de pasos hacia atrás, volviéndose a su objetivo. La rabia se lo estaba llevando, y no se iría de allí hasta que no vengara a cada uno de sus compañeros. Pero no saldría solo, su hermano iría con él.
La falta de respuesta del parlanchín de Gonzalo indicaba que de alguna manera estaba bajo la influencia de aquel sujeto.
—Desconoces lo que el amor puede hacer, pequeño parásito de Ignis Fatuus.
Sus palabras fueron confusas para Ignacio, la ira no le dejaba pensar con claridad, y menos mal que era así, de lo contrario, tener que asumir que su hermano no solo era homosexual sino que estaba emparejado con Teodoro hubiese sido demasiado para él.
Se lanzó al ataque del Harusdra, con un grito de guerra, cuando la punta de una flecha de lava impactó en su espalda. Sorprendido, cayó de bruces, colocándose de espaldas para contemplar horrorizado, como su hermano cargaba de nuevo el arco para dispararle. Había aprendido a protegerse, por ello su campo de protección estaba activo, de lo contrario, Gonzalo le hubiese matado.
—¿Qué... qué? —Estaba apuntó de colapsar. Su rostro compungido buscaba respuestas en la inflexible mirada de su hermano.
No necesitaba saber nada más. Gonzalo estaba dispuesto a matarlo. Las lágrimas corrieron a sus ojos; si aquello iba a ser así, entonces sus padres tenían que recibir a uno de los dos en un ataúd, y no sería él.
Se puso de pie, con una bala hizo que el arco de su hermano saliera disparado por los aires, iniciando la batalla cuerpo a cuerpo. Gonzalo esquivaba los golpes de su hermano, pero este también lo hacía, entretanto Teodoro disfrutaba de aquella encarnizada pelea.
Cada segundo que pasaba era un aliciente para Ignacio, iba recobrando la calma y con ello pensando mejor. Logró asestar una patada en el rostro de su hermano, pero este le barrió, tirándolo al suelo. Se levantó de un saltó, apoyándose de los hombros de su hermano le pasó por encima, dándole un certero golpe en la espada. Gonzalo hizo que del suelo emanara lava, pero Ignacio le disparó, hiriéndole en los hombros.
Los ataques de su hermano eran mortales, sin embargo, Ignacio intentaba contenerse, a pesar de que estaba apuntó de perder la tolerancia. Le gritaba, le pedía que recordara, que viera, pero Gonzalo no parecía reaccionar, entonces optó por atacar lo que más le dolía.
Dando un par de vueltas con sus manos estiradas como si balanceara una pesada bala, lanzó su ataque más mortal a Teodoro golpeándolo en el pecho con tal fuerza que fue elevado del suelo, estrellándolo contra el ventanal para salir disparado. Gonzalo gritó de dolor, corriendo hacia las escaleras, pero era demasiado tarde, el joven rubio había caído.
Sin permitirle reaccionar, Ignacio levantó su pierna, golpeando el suelo. Una esfera de fuego apareció, tratándola como un balón de fútbol, la levantó haciendo un par de dominadas, la pateó, golpeando con fuerza la columna vertebral de su hermano. Los ojos de Gonzalo se blanquearon, el dolor le hizo tragarse el grito, su espada se quebró, pero antes de de sucumbir hizo su último acto de amor por Teodoro, de su frente una pequeña ave turquesa de hermosa cola apareció, volando aceleradamente hacia el Umbra Mortis.
Ignacio vio con terror como su hermano compartía su Don de prottección con aquella bestia que intentó matarlo.
La esfera de fuego se apoderó de Gonzalo quemando todo lo maligno de su ser. Sus gritos estremecieron al joven y lloroso Ignacio. Un par de minutos después, su hermano mayor cayó al suelo y las puertas se abrieron, apareciendo los soldados de su Clan.
Entregó un reporte de lo que había ocurrido, esperando que el don que su hermano había cedido retornara a él, eso le aseguraría que Teodoro había muerto. Pero el Umbra Mortis solo desapareció, y ellos tuvieron que compadecer ante el sr. Arrieta.
Gonzalo había olvidado parte del ataque, pero sabía que era culpable de lo ocurrido. Sin embargo, Ignacio se adelantó, atribuyéndose la huida de Teodoro Durán a causa de la emoción por recuperar a su hermano.
Su castigo fue lo que intentó ocultar, la razón del porqué la amargura invadió su alma.
Se le prohibió reunirse con su familia hasta que cumpliera los diecisiete años. Sin embargo, la carga emocional hubiese sido más fácil de llevar, si Arrieta no hubiera ordenado que le guindaran de los brazos por veinticuatros horas, y otro intervalo similar colgado de los pies, durante toda la semana, para que así no olvidara sus prioridades, ni su compromiso con su Clan.
Después de eso, poco le importó ser criticado por sus familiares. Considerado una bestia que no respetaba a nadie, solo a su Primogénita. Pero Amina distaba mucho de lo que Arrieta era, de cierta forma, su prima querida le había salvado, y por ello llegó a creer que la amaba.
Amina se puso de pie, vomitando del dolor.
Comprendía las palabras de Gonzalo al decir que a Ignacio solo le importaba Ignis Fatuus.
Si hubiese puesto una pizca más de su energía, hubiese matado a su hermano mayor, pero ahora conocía las razones de Ignacio para desconfiar del segundo guardián. ¿Cómo se podía sanar esa herida?
—La fidelidad se hace. El amor y el castigo la labran, Primogénita, y de entre todos los que te rodean, solo en uno puedes confiar.
Las palabras de Urimare acababan de herirla aún más. Quería que aquello terminara, no deseaba continuar en aquel lugar.
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