Eugenia, el primer amor de Aidan

Eran las siete y media cuando Itzel salió de su habitación. Los gritos de sus hermanitos llegaban desde el patio, donde Tobías intentaba enseñarle a Gabriel cómo jugar béisbol.

Arrastrando las sandalias, llegó a la mesa del comedor, rodó una silla y se sentó frente a Susana, quien la observaba tomando una taza de espumoso café. Le sonrió a su madre, tomando una galleta con chocolate del centro de mesa. Ambas se observaron, sin dejar de realizar sus respectivas acciones.

—¿Te encuentras mejor?

Itzel asintió, esquivando la mirada de su madre. La pregunta formulada por Susana sin retirarse la taza de la boca escondía un trasfondo.

—Me siento mucho mejor.

—Luis Enrique y Saskia se acaban de ir. Pensaron que estarías muy agotada por el ataque de hoy. Hasta llegaron a comentar que vendrían mañana a visitarte después de que salieran de la escuela.

Susana le echó una última mirada a su hija, se paró y se dirigió a la cocina. Itzel apretó sus ojos, lamentando no hablar con su madre antes de salir corriendo a visitar a Ignacio.

—¡Mamá! —le llamó.

Su madre movió su oscura cabellera para centrar su atención en ella.

—En verdad lo siento. Siento, no haberte comunicado que iría al hospital.

—¡Muy mal hecho, Itzel Graciela! ¡Has sido muy imprudente! Puedo entender que el Custos de Ignis Fatuus no se lo esté pasando nada bien, pero eso no significa que tú tienes que poner en riesgo tu salud para ir a verle.

—Mamita, es que necesitaba saber cuál era su situación. Si él no hubiese estado allí, Luis y yo lo habríamos pasado muy mal.

—No creo, It, que lo estés pasando muy bien en estos momentos. Tienes veinticuatro horas de reposo absoluto, y no lo estás cumpliendo. Creía que mi hija era lo suficientemente sensata como para cuidar de sí misma, pero ya veo que antes de hacerlo prefiere tomar el transporte público y atravesar la ciudad para preguntar por la salud de una persona, cuando con un simple mensaje hubieses obtenido esa información.

Itzel bajó su rostro. No se iba a dar por satisfecha con solo escribir un mensaje. Ignacio siempre estaba allí para ella, y no encontraba otra forma de agradecerle.

—Lo siento, mamá. No volverá a pasar —añadió.

No podía hacer que su madre entendiera los motivos que la había llevado a entrevistarse personalmente con Ignacio, en especial porque Susana tenía razón, fue una acción imprudente de su parte. Pudo haber sido atacada de nuevo, hizo que Ibrahim corriera un riesgo innecesario, pero en el fondo sentía que había valido la pena: al menos pudo conversar con él.  

La brisa se colaba por los árboles. Maia llevó sus manos a sus brazos para darse un poco de calor. Pensó en volver a casa por un suéter, pero el silencio reinante de su hogar le incomodaba. Entendía la preocupación de su familia por Ignacio, pero sabía que en el fondo había algo más.

Las noticias de la Coetum le habían brindado un poco de tranquilidad. La muestra de valentía del señor Jung le daba esperanza para continuar, pero temía que Arrieta terminara por hacerse con información que ella no dominaba. También, Gonzalo le preocupaba. Teodoro había sido su misión, una misión que su primo falló y por la cual, Ignis Fatuus le exigiría una reparación.

—Son las once de la noche, señorita. Un poco tarde para que estés en este sereno.

Sorprendida se volteó. Reconocía muy bien aquella voz. Aidan se encontraba en el patio de su casa.

—¿Estás loco? —le preguntó—. ¡Es tarde! Y es peligroso que andes por allí después del ataque de hoy. ¿Es que no piensas ir mañana a la escuela?

—¡Claro que pienso ir! Ahora más que nunca debemos custodiar nuestra casa de estudios —le confesó sonriendo. Observó como Maia se frotaba los brazos, así que se deshizo de su cardigan, cubriendo a la chica.

—No es necesario —respondió, sonrojándose—. No quiero que te dé frío.

—Los hombres solemos aguantar mejor este clima.

—¡Aidan! —se quejó.

—Quería saber si todo estaba bien —le interrumpió, colocando sus manos sobre sus hombros, después de acomodar su cabellera—. Estoy un poco preocupado por tus primos y... Por ti —susurró.

—¿Has hablado con tu padre?

—Sí. Ya me ha contado lo del Donum de la Daga de Cristal.

—¿Y qué piensa hacer Ardere?

—Teme que no es el único ser con poderes que superará a sus hermanos, Maia.

—Puede ser. Mas, por los momentos, es el que más daño puede hacernos.

—No debes preocuparte, no permitiremos que te lastime.

—Yo no soy la única persona en la Fraternitatem Solem, Aidan, ¿lo sabes verdad? La misión de cada uno de ustedes no es protegerme. Además, no soy tan débil como aparento.

—Sé muy bien que no lo eres, que incluso puedes llegar a sostenernos... Pero me aterra pensar que algo pueda pasarte.

—¡Tengo a mis guardianes! —exclamó con ternura, buscando la mano del chico—. En serio, no debes preocuparte.

Aidan tomó su delgada mano entre las suyas.

—Acabo de ver a Ignacio.

—¡Ese alarmista! —se quejó, entendiendo cuál era el motivo de la visita de Aidan. Soltó su mano caminando hacia el samán con ayuda de su bastón—. Soy yo la que está preocupada por sus imprudencias. ¿Será que nunca van a madurar?

—Tú eres el centro de sus vidas, Maia.

—Y ellos son mi centro —Aidan bajó su rostro—. Fuimos educados para cuidarnos y protegernos. La verdad no sé si fue una buena idea la de nuestros padres el criarnos así.

—Debes saber que nosotros admiramos la unión que los tres tienen, son más que una hermandad.

—Sí, somos más que eso, Aidan. Pero siempre hay un precio que pagar —Se volteó para enfrentarlo—. Tarde o temprano alguien se perderá, y los otros no estaremos allí para rescatarlo.

—¿Y eso es lo que temes? ¿Temes que ellos se pierdan?

—Sí, temo perderlos.

La sinceridad de su voz le afirmó que el corazón de Maia estaba afianzado en el amor de sus primos, y que más que velar por la seguridad de ella tendría que hacerlo por la de Gonzalo, tal como se lo había sugerido Ignacio.

—Soledad.

Fue la primera palabra que Maia susurró al poner un pie fuera del auto.

Las voces y el sonido de las cornetas frente al colegio eran un recordatorio de que más de la tercera parte de la comunidad estudiantil no tuvo conocimiento alguno de lo ocurrido el día anterior.

La Fraternitatem Solem había decidido que las actividades de sus miembros más jóvenes continuaran con toda normalidad, de esa forma se evitaría causar revuelos entre el resto de la población estudiantil. La criogenización de los once jóvenes asesinados por los Harusdra se llevaría a cabo en la tarde, por lo que no era necesario que faltaran a clases.

Esa mañana, Maia estaría sin Ignacio. Su primo seguía en observación. Cabizbaja, se ayudó de su bastón para ascender los peldaños que se abrían paso ante ella. Semanas atrás habría estado feliz de que Ignacio no estuviera con ella, pero en ese instante solo sentía un vacío en su corazón. Le extrañaba, más de lo que una vez se imaginó.

Las exclamaciones de alegría de un grupo de chicas llamó su atención, entre ellas había reconocido las voces de Itzel y de Saskia. Sonrió, apresurando el paso para alcanzarlas.

—¡Maia! —le llamó Itzel—. ¡Qué bueno que hayas llegado ya! Quiero presentarte a la chica más dulce que he conocido en mi vida.

Maia movió su rostro, un tanto perdida pues no podía ubicar a la tercera persona del grupo a pesar de sentir su presencia.

—¡Eugenia! —exclamó la chica desconocida, abriendo sus brazos teatralmente.

—¡Eh! —titubeó Maia, tendiendo su mano al vacío—. ¡Hola! Mucho gusto. Mi nombre es Maia Santamaría.

—¡Oh! —murmuró la chica, tomando rápidamente la mano suspendida en dirección a Saskia. No solo se acaba de dar cuenta que la joven era invidente sino que también estaba ante la Primogénita de Ignis Fatuus, hecho que le hizo observar a las otras dos jóvenes con una mirada de cautela e inocencia—. ¡Eugenia Santos! —respondió.

Su voz era melódica, de una sutil armonía. La firmeza de su apretón de manos le reveló a Maia una persona de carácter delicado, amistoso y pacífico, pero fuerte y seguro.

—Ella pertenece al Clan de Ardere —confesó Saskia, con una emoción que no era propia de ella.

—¡Oh! Es un placer tenerte en Costa Azul —comentó Maia, un poco fuera de lugar.

Inmediatamente, Itzel comenzó a hablar sobre los cambios que habían ocurrido en Costa Azul desde que se fue, del cómo César González fue rebotado por la misma Dafne Aigner, luego de que este le jurara a todo el colegio que ella era como un plato de segunda mesa. Y un sinfín de anécdotas más que Maia dejó de escuchar.

Sus sentidos la apartaron del lugar. Una sombra muy turbia se posaba sobre ella, lo suficientemente agobiante como para suspender sus sentidos y olvidarse de lo que la rodeaba.

 Inconscientemente sonreía, al escuchar las risas, y emitía interjecciones dando la impresión de que seguía con ellas. Sin darse cuenta, volteó al edificio. Eugenia, sin salir del tema de conversación, tuvo la impresión de que la chica podía verlo todo con claridad, pero no era así.

De las paredes del instituto brotaba tristeza y maldad. Un extraño escalofrío recorrió el cuerpo de Amina y el chirrido de una uña al ser arrastrada sobre la superficie de un pizarrón comenzaba a torturar su sentido de audición, cuando escuchó la voz de Aidan.

—¡Eugenia! —gritó desde el final de la escalera.

La chica que había observado con curiosidad a Maia, perdió completamente el interés por esta al oír su nombre. Volteó, observando a un joven alto, de musculatura media y amplia espalda, subir los escalones de dos en dos. Los rubios y lisos mechones de su cabello saltaban con el movimiento de su cuerpo, develando sus suaves ojos verdes.

—¡Eugenia! ¡Eugenia! —susurró cada vez con más fuerza, recibiendo en sus brazos con ternura a la amiga que no había visto en un par de años.

Su voz ronca, estremeció a Maia. Más que un simple saludo era el ruego de un moribundo.

—¿Cómo estás, Eugenia? —le preguntó sin soltarla de las manos, mientras que la chica no dejaba de sonreír.

—Bien, bien, bien, Aidan Aigner.

—Disculpa que ayer no pude llegar a tiempo a casa. Se me presentó un asunto que debía solucionar.

Sus palabras traspasaron rápidamente el corazón de Maia. ¿Acaso ella era el "asunto por solucionar"?

—¡No, vale! No te preocupes. Tu familia me atendió muy bien. Además, sabes que no iba a dejar de verte.

—¿Te quedarás en Costa Azul?

Y allí estaba otra vez, el tono suplicante de su voz. Había sido suficiente para ella. No tenía caso seguir allí, siendo ignorada por todos. Dio un par de pasos, cuando sintió los delgados brazos de Itzel sobre sus hombros.

—¡Estoy tan feliz, Maia! —le dijo, dándole un beso en la mejilla, mientras entraban al colegio—. No sabes la alegría que siento. La presencia de Ivy es una bendición. Ya verás lo maravillosa que es. Te llevarás muy bien con ella.

—¡Chicas! —les llamó Saskia, quién venía corriendo—. ¡No me di cuenta de que se habían ido!

—¿Y dónde dejaste a Ivy?

—Tranquis, It, Aidan le está haciendo compañía. Bueno, realmente acaparó su atención. Creo que esos dos aún siguen compartiendo algo.

La euforia de Itzel desapareció de repente. Saskia no se había dado cuenta de lo que había dicho, y cuando lo hizo fue demasiado tarde. 

Con una triste sonrisa y un bufido, Maia bajó el rostro, no necesita ver para percibir lo que pasaba a su alrededor. Itzel subió su mano, como un gesto de acabar con Saskia, mientras esta se llevaba las manos en forma de ruego a la boca.

Maia dio un paso.

—¡Ey! ¡Espera! —le detuvo Itzel—. No debes preocuparte, eso fue...

—It, no tienes por qué darme explicaciones. Entre Aidan y yo no hay nada, así que está bien —Dio unos pasos, deteniéndose. Por un momento sintió que perdía el equilibrio.

—Aidan estuvo enamorado de Eugenia hace mucho, pero ella nunca quiso nada con él —le aseguró Saskia—. Luego de eso se puso un poco loquito hasta que llegó Irina.

—Saskia, no —le detuvo Itzel con cariño—. Maia no quiere saber nada de eso —confesó, observando cómo la joven se alejaba de ellas.

—No me iré por un buen tiempo, Aidan. Los Sellos de Ardere aparecieron, ¡y no sabes como se emocionó papá! Además, conoces muy bien el aprecio que siente por tu familia, así que no tardó en tomar la decisión de regresar a Costa Azul y ponerse a la orden de la Hermandad.

—Me alegra que estén aquí, pero debes saber que es peligroso. Ayer tuvimos un ataque en el colegio, y la verdad es que no quiero que nada te pase.

—Estaré bien. Me he tomado mis entrenamientos muy en serio —confesó haciéndole un saludo familiar—. ¡Guao! ¡Eres el Primogénito!

Aidan sonrió sonrojado.

—Espero que seas uno de los más fuertes, y que puedas desplazar a Aurum.

—¡Je! Realmente, Aurum no es tan poderoso.

—¿No? Y ahora cuáles son los poderosos de la Hermandad.

Aidan metió los dedos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla, intentando verse más imponente ante la chica.

—Quizá no me creas, pero es Ignis Fatuus.

—¿Ignis Fatuus? ¡Guao! ¡Eso sí que es increíble! ¿Y en qué momento se volvieron tan poderosos?

—Creo que fue después de que desaparecieron.

—Acabo de conocer —se detuvo, para quitar un mechón que cubría el ojo izquierdo de Aidan. Ambos sonrieron, sonrojándose.

—¿Acabas de conocer...? —preguntó subiendo una ceja.

—Acabo de conocer a la Primogénita de Ignis Fatuus.

—¿A Maia?

—¡Sí! ¡A ella! ¿Acaso es invidente?

—¿Maia ya llegó?

—Sí, de hecho estuvo parada aquí, hasta que llegaste.

—¡Mierda! —pensó, viendo hacia la puerta del colegio.

—¡Eugenia! —gritó Natalia, corriendo a saludar a la chica. Detrás de ella se acercó Dafne—. ¡No pensé que vendrías tan pronto al colegio! ¡Este año escolar será brutal!

—¡Naty! ¡Daf! —las saludó dándole un beso en la mejilla—. Papá pensó lo mismo, pero debo ponerme al día, y mientras más tiempo pase en casa, más difícil me será.

—¡Bien, chica! ¡Vamos adentro! —le invitó Dafne, con un gesto de su rostro.

—¡Te sigo, chica! —le respondió, pasando su mano por el hombre de Dafne.

Le dirigió una tierna sonrisa a Aidan y entró con su amiga de la infancia al edificio.

Aidan les observó alejarse. Sonrió con picardía, para luego ver el reloj. Faltaban tres minutos para que el timbre sonara.

—¡Mierda! —exclamó, entrando al colegio.

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