Estratagema

Para Amina fue un alivio ver que Aidan descendía sin dificultades. 

Se volteó hacia la tribuna contemplando a una atribulada Eugenia. 

Quizás sus planes de proteger a su Primogénito no habían funcionado como ella pensaba: al borrar su tristeza le hizo inmune a cualquier tipo de dolor, y eso incluía el dejarla.

Populo de Ignis Fatuus —gritó Zulimar.

¿A quién quería engañar? ¿Por qué preocuparse por una persona cuyo principal problema es no tener uno? 

Aquel era su momento, su Clan no la perdonaría. Ella había decidido proteger a un ser que ahora era incapaz de sufrir, poniendo en juego su liderazgo, su poder y la vida de sus seres queridos.

—Qué desean para Maia, su Primogénita... —Que no la llamara por su verdadero nombre, era de por sí una mala señal. Ella sabía de antemano la respuesta—. ¿Reto o victoria?

—¡Reto! ¡Reto! —gritaron algunos miembros del Ignis Fatuus, mientras otros solo aguardaron en silencio. 

Sus primos dentro de ese selecto grupo.

Zulimar se mostró contrariada, pero debía continuar.

—¿Quién será el retador? —preguntó.

—¡Yo! ¡Rosa María! —La chica trigueña se colocó a la cabeza del Clan del Phoenix.

—Rosa María, hija de Ignis Fatuus, la Coetum acepta tu reto, por la paz de tu Clan.

—Por la paz —respondió la joven caminando hacia Amina.

—Desgraciados —masculló Itzel en la tribuna.

—¿No puedes electrocutarla? —le preguntó Saskia a Dominick.

—Ganas no me faltan.

—Más vale que Maia la venza —comentó Ibrahim—, o nuestro equipo no volverá a ser el mismo.

Aidan observó a las chicas, y luego a Ignacio, quien había apretado el puño. 

Ahora todo dependía de la suerte.

Como lo había imaginado, la suerte no estuvo de su lado. 

Armada con una soga, Rosa María le dio un vistazo a Amina antes de partir.

—Disfruta tus últimos minutos como Primogénita de Ignis Fatuus.

Amina tenía todo el panorama claro: si Rosa María la vencía, los poderes que había dejado en la Umbra Solar serían para la joven. Ni siquiera su carga genética la ayudarían para reclamar el poder de vuelta.

La chica subió por las estacas que Itzel había dejado, lo que hizo que la Primogénita de Lumen se lamentara de su buena acción. 

Rosa intentó pisar la mayor cantidad de ellas, mientras Eugenia luchaba para detenerla. Como oráculo comprendía perfectamente lo que pasaría con la Hermandad si semejante monstruo se hacía con el poder de Maia.

Sus sentimientos eran tan oscuros, que Eugenia llegó a pensar que esta joven disfrutaba con el dolor ajeno, entonces la atormentó con buenos sentimientos, haciéndola detener un par de veces. 

Sin embargo, Rosa María completó la misión, amarrando la soga de una de las vigas, entretanto pisaba la última salida, dejando a Amina sin opciones.

—¿Cómo es...? —gritó Dominick indignado ante lo que veía.

—La muy maldita está usando ambas salidas —respondió molesta Saskia.

Los Primogénitos se encontraban enfadados y contrariados. Habían hecho hasta lo imposible para ayudar a su amiga, pero sus esfuerzos fueron en vano. 

No había nada que prohibiera o descalificara a Rosa María por lo que acababa de hacer, al contrario, las reglas establecidas, hasta ese entonces, dejaban muy en claro que una salida usada no podía ser escogida por el siguiente competidor, aunque no establecía cuántas salidas podían utilizar. 

La contrincante de Amina no había roto las reglas.

Jung entró al salón de la Umbra Solar. Se detuvo al ver a Ortega y Monasterio esperándolo, este último estaba visiblemente conternado, su rostro expresaba mucho más que el vocablo francés. Sin embargo, decidió ignorarlo y continuar.

Pronto se encontró con Arrieta y José Gabriel. El líder del Prima le daba algunos consejos a su hijo, quien había decidido enfrentar, una vez más, la fuerte prueba de la Umbra Solar.

Observando el reloj, Jung comprendió a qué iba todo aquel espectáculo. Ese día la Primogénita se enfrentaría a una de las mejores guerreras del Clan, después de Ignacio y José Gabriel, lo que significaba que si Amina era destronada, por algunos breves minutos la Umbra Solar cedería los dones de los tres chicos a quien lo reclamaran, y por lo visto, Arrieta no estaba dispuesto a dárselos a Rosa María.

Allí, de nada valía su opinión. Las oportunidades se tomaban o se desechaban, y dentro de estas Ignis Fatuus comenzaba a corromperse como consecuencia de las malas decisiones de su Primogénita.

José Gabriel se preparó tomando posición frente a la Umbra Solar. La gran piedra amarilla centelló en cuanto fue exhibida, mostrando el poder que guardaba dentro de ella. 

La mirada del chico brilló con la vehemencia que la avaricia suele dar. Respirando profundo, se relajó. Descargando la tensión de sus hombros, dio un par de pasos y colocó las manos en la roca.

La piedra no lo rechazó, lo que hizo palidecer a Jung. Supuso que Amina comenzaba su ascenso a las Torres de la Muerte, por lo que la Umbra se había debilitado. 

Deseó estar en el llano apureño y presenciar la prueba de su Primogénita, mas la historia le había puesto en otro lugar, uno igualmente cargado de infamia y malicia. Jamás pensó que viviría para ver cómo destronaban a la persona que había unido de nuevo  a la Fraternitatem Solem.

El triunfo se reflejó en el rostro de Arrieta cuando su hijo fue suavemente elevado por la Umbra Solar y haces amarillos comenzaron a fluir alrededor de sus manos. 

Para Jung aquel era un acto macabro. Debía detenerlo, pero si Amina perdía su liderazgo, ¿de qué servía seguirla? Sería completamente excluida, mientras que él, desde la posición privilegiada que, hasta ese entonces tenía, podía hacer mucho más por la Hermandad y por su Clan.

Las estelas tomaron al joven por los hombros, envolviendo su torso y rostro. Los cálidos haces recorrían su cuerpo inyectando la pura energía milenaria en su interior. El chico sonrió extasiado. Aquello era el poder más grande de la Fraternitatem. El primer Donum cedido. Esa energía era la que hacía grande a Amina y sus Custodes, y ahora era suya.

Lamentándose, Jung quitó brevemente su vista del menor de los Arrieta. Tenía que hacer algo, pero qué podía hacer.

Decidió dar un paso al frente, daría su vida para impedir que el joven se hiciera con el Donum del Phoenix, solo para quedarse petrificado.

El cuerpo de José se tensó brutalmente. Cada tendón, cada vena brotaron sobre su piel. 

Los alaridos del chico produjo escalofríos en todos. El calor que hasta ese momento lo había reconfortado, comenzó a abrasarlo hasta quemarlo.

Arrieta reaccionó, tomando a su hijo con fuerza para desprenderlo de aquella maldita piedra, pero esta no lo soltaba, mientras que los otros tres Primas observaban atemorizados el dantesco espectáculo. 

Solo los soldados de Ignis Fatuus, fieles a Arrieta, se aproximaron a ellos, buscando una forma de acabar con la piedra. Sin embargo, esta contraatacó, expulsando una onda de poder que los hizo volar a todos por los aires.

Golpeando contra la pared, Jung y los otros vieron a la Umbra Solar recubrirse de un halo lila.

—¡No puede ser! —exclamó aterrorizado, Monasterio. Su rostro sudoroso se mostraba desencajado.

—¿Qué pasa? —gritó Ortega, observando a José Gabriel sobre el cuerpo de Arrieta.

—¡Su sangre...! ¡Su sangre no es como la de las demás! —dijo Monasterio.

Con sorpresa y temor, Jung miró por última vez a padre e hijo, para luego fijar su mirada en la Umbra Solar. 

Entonces, un pitido los atormentó. 

Algo había ocurrido.

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