Espectros de sabana

Cuando Amina abrió los ojos se encontró con las paredes níveas de la enfermería de Ardere

A sus oídos llegaba la lejana y conocida voz de Montero, dando indicaciones sobre un tratamiento. 

Parpadeó un par de veces, sabía que no era bueno levantarse de prisa. No recordaba haber ido por sus propios medios a la enfermería, lo último que supo de ella fue que estaba estrangulando a Ignacio.

Una punzada en la espalda le recordó el fuerte golpe que le habían propinado. Dicho golpe le hizo pensar, por un instante, que sus costillas habían sido fracturadas. La desconectó del mundo. 

Había perdido el control desde que se sintió traicionada por Ignacio al recibir aquellas patadas en su costilla herida. Fue un golpe bajo, nunca lo esperó, siempre pensó que su Custos jugaría limpio.

—¡Qué idiota eres! —Sonrió compungida—. Ve a una guerra pensando así y tu sangre servirá de piscina para muchos—. Cerró sus ojos.

—¡Señorita Amina Santamaría! —la llamó el galeno—. No crea que no la he visto despierta.

—¿Eh? —Sonrió—. No tengo intenciones de dormir. Siento que llevo veinticuatro horas tirada en esa camilla y ya me están saliendo escaras.

—¡Exagera! —Amina lo miró fijamente—. ¡Solo en lo de las escaras! —Indicó, apuntando hacia el techo con el dedo índice—. Pero, en efecto, lleva casi veinticuatro horas en la enfermería. Se vio tan mal que Aurum tuvo que hacer uso de su Donum Maiorum para hacerme llegar aquí.

—Solo perdí el conocimiento.

—¡Y se descompensó! Al parecer usted ha estado forzando su cuerpo. ¿Acaso no sabe que pone en peligro su vida?

—Mi vida siempre ha estado en peligro.

—Es un entrenamiento, Primogénita.

—Para mí significa jugarme la vida.

—Y como siga jugandósela así, terminará por perderla —le aseguró. Dio la media vuelta, pidiéndole a los presentes que los dejaran solos. Hasta ese momento Maia no había reparado que el Prima de Aurum y algunos miembros importantes de Ardere estaban en la habitación. Además de un adulto joven que iba con una bata blanca, quizá se trataba del enfermero de Ardere—. Estuve a punto de reprender a Gonzalo. Su golpe pudo matarla.

—No fue nada —dijo, sentándose con cuidado—. Mire, me encuentro bien.

—No, Primogénita, no trate usted de engañarme. Su cuerpo está cubierto de hematomas, muchos de ellos tan viejos que ya deberían de haber desaparecido. Soy su médico de cabecera, me desvivo por usted, y sin embargo, no ha acudido a mí.

—Gajes del oficio.

—¿Gajes del oficio? Sus niveles están bajos, ni siquiera se está alimentando como es debido. Perdóneme, pero debo regañarla. Aun cuando no posea el Donum, ni el Sello del Phoenix, su deber es recuperarlo, y en las condiciones en que su cuerpo está, será incapaz de pasar la prueba.

—Doctor, por favor —suplicó—. No me puedo detener ahora. Usted mejor que nadie sabe que este campamento es un medio para recuperar el liderazgo de Ignis Fatuus. ¡Necesito arrebatarle seguidores a Arrieta! Tener el mayor número e seguidores antes de enfrentarme con él.

—Pero no es la forma. Terminarás sucumbiendo ante tu propio Donum... Amina, detente a pensar por un momento. ¿Es esto lo que haría Ackley en tu lugar?

—Él no fue sometido a la Umbra Solar.

—No. Murió sin salvar a su pueblo.

—Lo terco viene de familia.

—Entonces, ¿para que preocuparse por un Donum, por Arrieta o por lo que pase? Si quiere morir y dejar que los que aún te seguimos caigamos bajo el yugo de Arrieta, ¡ve y hazlo! Yo pediré que me regresen a Costa Azul y le diré a Jung que no sigamos pretendiendo el tiempo contigo.

—¡No! —Le tomó de las manos—. Eso no es lo que quiero.

—Sabe que estamos dispuestos a todo. No solo es su familia, ni siquiera solo soy yo y los míos. Somos muchos, incluso hay quienes esperan por usted dentro del campamento. Pero la estrategia que está aplicando solo le traerá pérdida y dolor. —La chica bajó el rostro—. Tengo que mandarle reposo.

—¡No, no, no! ¡Por favor, déjeme terminar! —Lo miró suplicante.

Era imposible negarse.

—El dolor en las muñecas.

—No ha vuelto a dolerme.

El doctor suspiró.

—Bien... —Ella aplaudió sin decir nada—. Bajo dos condiciones, Amina Santamaría.

—Usted mande, que yo obedezco.

—En cuanto llegues a casa tomarás reposo absoluto por setenta y dos horas, bajo supervisión médica. —La joven asintió—. Y dejaré a uno de mis mejores ex-alumnos y ahora colega, Manuel Mijares.

—¡Está bien!

Después de recibir su palabra, Montero fue a la puerta para hacer pasar al otro galeno, quien se encargaría de la salud de la Primogénita de Ignis Fatuus durante su estadía en Apure.

Los responsables del campamento habían planificado algunas actividades especiales por lo que decidieron darle la tarde libre a los participantes, a fin de que pudieran descansar un poco y renovar las energías para el tercer día de prácticas.

Muchos pensaron en pasar el rato en comunidad, otros como Gonzalo y Amina se sentaron en algún lugar solitario a leer, mientras que los más inteligentes decidieron profundizar en sus investigaciones, valiéndose de las orientaciones de los tutores que se encontraban dictando los talleres formativos.

Aprovechando el momento de descanso, Aidan invitó a Eugenia a reunirse con él en la entrada de la residencia. Había dejado una nota en la puerta de la habitación de la joven, ocasionándole silbidos y centrando toda la atención de las chicas sobre ella. 

Por lo que, con puntualidad, a las seis y media de la tarde se reunieron.

Afuera les esperaba un par de caballos. Eugenia siempre quiso cabalgar y Aidan quería hacer su sueño realidad. La emoción de la chica fue tan grande, que corrió a abrazarlo, guindándose en el cuello del joven, mientras que su rostro se coloraba. En realidad era muy feliz.

—¡Esto es demasiado, Aidan!

—No, no lo es. Es muy poco.

—¡Claro que no! ¿Cuánto te ha costado conseguir este bello ejemplar? — dijo acercándose con cuidado a la yegua que montaría y que era sostenida por un mozo.

—Alejandro le debía un favor a mi padre. —Señaló al mozo—. Vino a pagárselo. Vino a caballo.

—¿Se lo has quitado?

—¡Nooooo! No somos ricos y no hablo de esa clase de favores. En fin, solo lo vi y le pregunté si tenía otro para dar un paseo y, ¡aquí estamos!

—¡Gracias! —le dijo al chico de baja estatura y fornido, el cual se quitó su sombrero pelo 'e guama y la saludó—. ¿No habla? —le preguntó casi al oído a Aidan. 

El chico soltó una carcajada.

—¡Tienes unas cosas! Pero, vamos. Debemos estar de vuelta antes de las nueve. Zulimar dará indicaciones de lo que debemos hacer mañana.

Aidan subió al caballo, luego de ayudar a Eugenia. La chica aprendió con rapidez, aunque no dejó de quejarse de que al día siguiente no sentiría sus glúteos.

—Piensa que este era el medio de transporte que usaban en el pasado —le recordó Aidan—. ¡Imagínate cuántos kilómetros tuvo que recorrer Monica para enfrentar al Imperator en el Vesubio!

—¿Monica? ¿De qué hablas?

—¿Eh? —Por un instante, Aidan pareció perdido—. Monica fue una Primogénita de la Edad Media alta, que se enfrentó al emperador de los Harusdra para obtener la Cor Luna.

—Me han hablado de esa piedra. Al parecer era la que portaba Evengeline hasta su muerte.

—Es cierto.

—Me agrada que le hayas tomado cariño a la Fraternitatem Solem, Aidan —le aseguró—. Aún recuerdo que cuando niño odiabas que te hablaran de ella.

—Sin embargo, solía portarme bien cuando tú recibías la formación con nosotros.

—Sip, pero eso no siempre fue así.

—¡Claro! Cuando era más niño, no. Tenía otro tipo de interés, como llegar a la boya.

—¡Ja, ja, ja! —Eugenia soltó una carcajada—. ¡Cómo olvidarlo! Papá siempre nos decía que estabas tan loco que terminarías ahogándote.

—¡Y casi lo hice! Pero no fue por la boya. —La joven lo miró con preocupación—. Ese día apareció el Don de Neutrinidad y supe que no moriría ahogado. Mas, de niño, fuiste tú quien me quitaste las ansías de querer nadar hacia la muerte.

—Nunca aprendí a surfear, pero tú sí.

—Me animaste a ello, y eso es más que suficiente para mí. Puedes decir, Eugenia Santos, y con toda la certeza del mundo que me hiciste ser quién soy. La mitad de este Aidan es quien es gracias a ti.

Eugenia solo sonrió. Nada le hubiese gustado más que aquellas palabras fueran ciertas. Quizá pudo influir en él cuando niños, pero los cambios que habían operado en Aidan nunca fueron a causa de ella, ni del recuerdo que dejó en él, se los debía a otra... 

Solo que él era incapaz de recordar, y ella de hablar con la verdad. 

Ni siquiera el exhaustivo entrenamiento que tuvo con Gonzalo, ni lo agotado que estaba del día anterior hicieron que Ignacio se olvidara de los asesinatos de los Harusdra.

En aquella casa había iniciado su investigación, y desde que se fue no dejó de recabar información al respecto. Cuando se enteró de que volvería al Apure, planificó en su agenda pasar unas horas con Adrián, necesitaba establecer el modus operanti de los non desiderabilias si quería descubrir el motivo por el cual estaban asesinando a los miembros de la Hermandad que todavía permanecían alejados de la Coetum. Él no se había olvidado de ellos.

Encerrado en la pequeña biblioteca de estudio de Adrián, donde se encontraban los tomos de libros más antiguos que Ardere conservaba, a excepción de los que pertenecían a la familia principal, se dedicó a revisar sus apuntes y a hacer nuevas anotaciones, que compartiría más tarde con el jefe de la residencia de Ardere.

Por error, Itzel abrió al puerta, descubriendo al chico quien la observó inquisitivamente por interrumpir su trabajo.

—¡Lo siento! No sabía que estabas aquí —se disculpó nerviosa.

—¡No, vale! No te preocupes —le respondió volviendo a lo suyo.

—¿Te encuentras bien?

Ignacio sonrió antes de subir su mirada del block de notas. Soltó el lápiz y la miró.

—¿Quieres sentarte, Primogénita?

—Cuando me hablas con formalidad creo que terminarás sacando una espada, cruzando la pared y peleando con los Harusdra.

—No. —Negó con una mueca—. Te puedo asegurar que esos tipos deben de estar tan ocupados como nosotros, entrenando y perdiendo el tiempo en hacer planes para arrebatarnos la vida.

—Aun así, pensé que Maia y tú estarían de reposo —tanteó, arrimando la silla para sentarse a su lado.

—Ni mi Primogénita, ni yo vinimos a pasarnos unas vacaciones en Apure. De haber sido así, hubiésemos escogido un lugar más frío como los Andes. Aunque yo me iría por el Táchira.

—Pensé que escogerías un archipiélago o algo de eso.

—Demasiada playa en Costa Azul. Estoy tan traumado que ni quiera me hace ilusión bañarme en el Capanaparo.

Ella sonrió. A su sonrisa le siguió un silencio que casi hizo incómoda la velada.

—¿Y qué haces?

—Averiguo sobre algunos atentados.

—¿Los Harusdra? —preguntó con interés. Él asintió—. ¿Me puedes decir?

—Por ahora solo tengo hipótesis, así que no hay de qué preocuparse.

—Pero, ¿están ocurriendo en Costa Azul?

—No. Los non desiderabilias no son tan estúpidos como para atacar en nuestras narices. Por ello, no debes preocuparte —confesó, volviendo a sus apuntes.

—Es inevitable que no lo haga. Siempre estás metido en algún lío nuevo —respondió con descuido.

—¿Perdón?

Ignacio la miró con perspizcacia, mientras que ella se llevaba una mano a los labios. Había hablado de más. Aquel gesto enterneció al chico, quien la tomó del brazo, cuya mano sujetaba su boca.

—¡Itzel! —exclamó con ternura, atrayendo con suavidad el brazo de la chica—. No te pongas así. —Tomó su mano entre las suyas, mirándolas—. Recuerdo... —La vio—. Recuerdo lo que hiciste por mí desde que me sacaste con la ayuda de Dominick de La Mazmorra. Aún en mi delirio, pude recordarlo.

—¡Ignacio! —La chica palideció, sacando su mano de las de Ignacio.

—¡No! No debes escandalizarte por ese beso. Decidí dejarlo allí porque te conozco. —La miró fijamente—. Tú eres incapaz de lastimar a Luis Enrique, y eso es una de las cosas que más admiro de ti. Porque te respeto, decidí no tocar el tema.

—Entonces, ¿por qué lo estás haciendo ahora? —preguntó con el corazón retumbando en el pecho.

—Porque debes saber que si me das una leve señal, por más pequeña que sea, no me detendré, Itzel. Entraré con todo mi ímpetu a tu corazón y por más que jures amar a David, haré que lo olvides y me ames solo a mí.

Itzel no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar. El Ignacio al que tanto temía estaba frente a ella, asegurándole que estaba dispuesto a obtener su amor a cambio de lo que sea.

La palidez de la joven, hizo que Ignacio relajara su postura. Sonrió, casi con un suspiro, volviendo a tomar el lápiz para continuar en donde había quedado. 

—Pero, puedes estar tranquila. Por ahora, no haré nada, hasta no ver esa señal.

Esa señal que Ignacio buscaba estaba frente a él. La confusión turbó la razón de Itzel, al punto que no se pudo mover de la silla. Mas el joven Custos continuó concentrado en su tarea, dándole su propio espacio para recuperarse. Entonces, Itzel aceptó con mucha más fuerza la verdad que le había confesado a Saskia: mucho antes de querer a David, su corazón se había decidido por Ignacio, solo que hasta ese momento, en la soledad de la biblioteca de la residencia de Ardere, ella no lo había descubierto.

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