En las entrañas del infierno

Cada uno fue lanzado a su celda. 

Ignacio sonrió con ironía. Las cosas no solo iban de mal en peor, sino que pintaban para más nefastas.

El día de su cumpleaños estuvo para quedar como el más terrible de su vida. Tampoco podía celebrar que Amina hubiese devuelto la vida a Gonzalo, no porque no se alegrara de su hermano siguiera entre ellos, sino debido a que su prima había agotado toda la energía de le quedaba. Mas tenía el aval de que Arrieta no buscaba la muerte de Amina, porque no le convenía: Todavía necesitaba de ella para procrear un hijo con el ADN de Elyo.

Como pudo llegó a la cama, acostándose boca arriba con una de sus manos sobre su pecho. Ese día no habría torta de cumpleaños, pero si una nueva tortura, pues ni Arrieta, ni José Gabriel se quedarían de brazos cruzados, luego de ser humillados frente a toda la Coetum.

Volvió a sonreír.

—De verdad que hiciste todo un lío, Amina. —Cerró los ojos, suspirando de alegría—. Fue todo muy gracioso.

Los minutos pasaban, Amina casi podía jurar que se estaban haciendo eternos.

Ella también esperaba la revancha de Arrieta. Ese maldito no se iría a dormir tranquilo sin vengarse de ella, aunque estaba casi segura de que se tomaría su tiempo, considerando el desorden que se había armado en la Coetum. De seguro estaba recibiendo llamados de atención de los miembros del Prima, o el aplauso de otros.

Pese a que estuvo enfocada en devolverle la vida a Gonzalo, una vez más vino a ella imágenes de algunos miembros del Populo y de los Prima de todos los Clanes. Algunos de los Sellos de la Coetum habían desaparecido por momentos, tan cual el Phoenix había abandonado a Gonzalo por completo.

No entendía a que se debía dicho fenómeno, era como una plaga que se estaba propagando dentro de la Fraternitatem, pero de lo único que estaba segura era que mientras la desaparición de sus Sellos se debía a que estaban siendo sometidos a la Umbra Solar, los del resto no tenía explicación lógica, y encerrada en aquellas níveas paredes no podría investigar.

El frío estaba comenzando a molestarle, sin embargo su cuerpo yacía tan adolorido que prefería congelarse para no pensar.

Sus primos habían permanecido en silencio desde que salieron de la Coetum, se imaginó que ambos estaban tan agotados que no deseaban hablar. 

Ella se sentía culpable por el pésimo cumpleaños que le estaba obsequiando a Ignacio, él que no había hecho más que sacrificarse por ella. Pero tampoco se arriesgaría a someter a Aidan a semejante trato. 

Jamás había pensado que el poder de la Umbra sobre ellos fuese tan despiadado, casi podía jurar que era un instrumento diabólico, creado para arrancarle el alma.

Por irónico que pareciera, a Gonzalo le agradaba el frío intenso de su habitación. Las costillas le dolían a tal punto que si se movía era capaz de desmayarse del dolor. Tenía unas terribles ganas de gritar, pero de nada valía.

Cuando entró en la Coetum y se percató de la presencia de Ibrahim; quiso mostrar su mejor rostro y dar la impresión de que no se inmutaba con nada, pero no pudo. Quedó como un cobarde y frágil sujeto ante la persona que más le importaba dentro de la Coetum, y aunque en el instante no pensó en ello, ahora aquel evento lo estaba torturando.

En el fondo estaba agradecido de que la agonía que la Umbra produjo en su cuerpo fue tan intensa que no tuvo tiempo en imaginarse lo que pensaba Ibrahim, de lo contrario hubiese preferido morir. Mas tampoco recordaba si había gritado o solo se había dejado consumir. Una vez que la Umbra Solar lo liberó, todo fue oscuridad.

Se sintió miserable al aceptar la energía de vida de su prima, él que había entregado la protección del Phoenix a un ser tan desgraciado como Teodoro. Estaba consciente de que no sobreviviría, la Umbra Solar terminaría matándolo. Por lo menos, Ignacio saldría con vida; vivo y como un tipo cualquiera, pero de él solo quedaría un cadáver.

El silencio comenzaba a incomodarlo, pero no sabía que decirle a sus familiares. Sabía que no le juzgarían, ellos lo amaban con la misma intensidad con que él les respondía.

Un extraño ruido fuera de la celda lo puso en alerta. Intentó levantarse, pero el dolor en su tórax no se lo permitió, así que aplicándose presión en la parte lastimada, comenzó a incorporarse con la rapidez que el dolor le permitía. 

De afuera llegaban golpes secos, pero no sabía que era lo que ocurría.

Ibrahim salió del escondite con Saskia tras él. Los acompañaban cuatro miembros de Ardere. Sus blancas ropas le permitían pasar desapercibidos, aunque los pasillos de La Mazmorra estaban despejados. No podía creer que fuera tan sencillo desplazarse por ellos.

—¿Es que no esperaban a nadie?

—Nadie en su sano juicio se atrevería asaltar este lugar— le aseguró una chica de ojos rasgados que respondía al nombre de Alicia Lin.

—¿Cuál es la parte oscura de todo esto? —quiso saber Saskia, desenfundando la espada. La celda de Gonzalo se encontraba cerca y debían prepararse para el ataque.

—Todos pueden entrar, el peo es salir de aquí —respondió Manuel, un chico de raza negra con una hermosa nariz perfilada.

—¿Preparado? —le preguntó Alicia a Ibrahim.

Él había sido escogido como líder por su Primogénito, así que le obedecerían hasta la muerte. Ibrahim asintió, la tensión en su mandíbula fue percibida por Saskia.

—Tranquilo, mi pana. No lo dejáremos aquí. Se lo debemos a Ignis Fatuus, ¿cierto? —le aseguró la chica.

Se lanzaron al ataque, bajando sus torsos para mantener el equilibrio en cada una de sus pisadas. Los hombre de Arrieta fueron saliendo a sus pasos, y las espadas de Ardere comenzaron a cortar los cuerpos.

Con una media vuelta, Ibrahim partió en dos a un sujeto que les tomó de sorpresa. Saskia se adelantó, haciendo frente en el estrecho pasillo a dos hombres que doblaban en contextura a Dominick. 

El Primogénito de Sidus deseó poder hacer uso de su poder y asfixiarlos a todos, pero aquello representaba un peligro para él, no quería reunirse muerto con Gonzalo. Tenía que verlo en este plano una vez más.

Las blancas paredes comenzaron a llenarse de sangre, cuando el grito de alerta se extendió por todo el pasillo. 

Para ese momento, Gonzalo había alcanzado colocar su oído en la puerta, más no tenía idea de lo que ocurría. Había mucha confusión. Y estuvo así por unos segundos, hasta que la espesa sangre se coló por la ranura inferior de la puerta, mojando sus descalzos pies. Retrocedió nervioso. Aquello no podía ser nada bueno.

Un estallido hizo volar la puerta, estremeciendo todos los cimientos de La Mazmorra. El cuerpo de Gonzalo fue expelido, golpeándose con la pared. No pudo averiguar lo que pasaba, inconsciente cayó entre la cama y el inodoro.

—¡Saskia! —gritó Ibrahim.

La joven corrió a su lado, mientras el chico entraba para tratar de cargar con el pesado cuerpo de Gonzalo.

—¡Espera! —le advirtió Manuel, al ver un bulto poco usual en uno de los costados del joven—. Creo que tiene una fractura.

—¿Qué? —preguntó trémulo, pero el Ardere no lo dejó reaccionar.

Alicia y dos más comenzaron a romper las sábanas rápidamente, en la gélida habitación, aplicando los primeros auxilios. Manuel y otro joven lo sujetaron.

—Yo lo llevaré —exigió Ibrahim.

—Bien. —Obedeció el chico—. Entonces, yo los resguardaré.

—Todo estará bien, Zalo. Ya estás conmigo —le murmuró, pasando el brazo del joven sobre sus hombros, para salir al pasillo, con Saskia y Alicia a la cabeza y Manuel con César detrás.

Los golpes de Dominick no se hicieron esperar. Itzel intuyó que estaba cargado de furia y que no se contendría. No solo ella, sino todos los miembros de Ardere estaban sorprendidos ante el ímpetu del joven, que sin ser nombrado líder, comandaba la expedición.

Los Ignis Fatuus no tardaron en aparecer. 

Ellos no encontraron escondrijos donde ocultarse, por lo que no les quedó de otra que hacerles frente. Los golpes, la sangre, los gritos silenciados y la incomodidad del lugar se hicieron presentes.

Itzel comprendió el motivo por el cual debía entrenar mucho más. La espada le pesaba, estuvo a punto de abandonarla pero, ¿con qué se defendería? A duras penas sus puños podrían lastimar cualquier objetivo, considerando que aquellos hombres la superaban en tamaño y fuerza. Aunque no podía quejarse, Emmanuel, uno de los miembros de Ardere le servía de guardaespaldas. Por ese motivo, dejó que Dominick tomara la batuta de la expedición, si alguien podía hacerlo bien era él.

El Primogénito de Aurum no podía contener su ira, no había desenfundado su espada, y no pensaba hacerlo. A mano limpia paraba cualquier golpe, devolviéndolo con una furia demoledora. 

Dentro de él ardía un torbellino de justicia. Quería acabar con todo, por todo el tiempo que se había sentido frustrado, utilizado, pisoteado, humillado, por lo que vio en este ataque una oportunidad para descargarse de tanta energía negativa. 

No necesitaba su centella, y agradecía no poder usarla, de lo contrario habría acabado con todo el edificio. ¡Era lo que más deseaba!

El inusual ruido fuera de su celda hizo que Ignacio se pusiera en guardia, justo cuando el efecto doppler lo estremeció. Algo estaba ocurriendo, o bien los estaba rescatando o pensaban aniquilarlos, pero lo mejor era estar en guardia. 

Intentó comunicarse telepáticamente con su hermano y su prima, pero no obtuvo respuesta. No sabía si esto era bueno o malo.

Se montó en la cama. La dureza del colchón le permitía ponerse en posición de ataque. Pensaba defenderse, no lo matarían tan fácilmente, salvo que le dispararan.

Tres estallidos se escucharon fuera de su habitación. El humo y el olor a pólvora lo hizo cubrirse el rostro, y apartar un poco la mirada, aunque a través de sus brazos intento observar entre la densidad del polvo.

Una tos lo hizo volver a ponerse en guardia. Cuando el cuerpo pasó la puerta, se lanzó sobre él.

—¡Coño 'e la madre! Nos equivocamos de celda —gritó Dominick, intentando quitarse al joven de encima.

—¿Dominick? —dijo el joven, deteniéndose.

Molesto, el Primogénito de Aurum lo golpeó. Ignacio trastabillo, estuvo a punto de perder el equilibrio, sin embargo no cayó porque se sostuvo del umbral de la puerta.

—¿Por qué demonios me golpeas?

—Pensé que venías a matarme.

—¿Ignacio? —Itzel se asomó en la puerta.

—¿Itzel? —El chico sonrió sorprendido.

—¡Debemos irnos! ¡Las alarmas se han encendido! —gritó uno de los miembros de Ardere.

Los tres chicos salieron de la habitación. 

Ignacio intentó seguirles el ritmo en la carrera, pero trastabilló cayendo al suelo. A quién quería engañar, no tenía fuerzas para continuar.

Dominick volvió a por él con otro chico, lo levantaron por los hombros para sacarlo de allí. Ignacio pudo ayudarles una vez que estos le sirvieron de muleta.

—Gracias —murmuró con un dejo de voz.

El joven Aurum no respondió. Algo muy malo tuvo que haberle ocurrido para que una persona como Ignacio Santamaría fuera incapaz de salir de allí por sus propias fuerzas. 

Algo más fuerte que la Umbra Solar.

***

¡Hola a todos!

Espero se encuentren muy bien. Les escribo para informarles que a partir de hoy actualizaré los martes y viernes (es que tengo muchas obligaciones y me estoy enredando con las fechas).

De antemano, disculpen las molestias y ¡muchísimas gracias por su apoyo incondicional! ¡Muy especialmente a esas seis maravillosas personas que desde el primer libro no han dejado de votar y de animarme!

¡Disfruten de estos capítulos, son para ustedes!♥♥♥

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