En el triángulo amoroso...
—Todavía no puedo creer que no les hayan dicho de qué deben disfrazarse —se quejó Loren hablando sobre la fiesta de carnaval en el colegio.
—Igual no estoy emocionada —reconoció Itzel, sacando un poco de agua de la nevera—. Además, los chicos suelen volverse locos en esas fiestas colegiales.
—¡A mí me encantan! —le aseguró Loren, recostándose de la isla—. La puntería de Aidan es algo de admirar, y ya quiero caerle a bombazos a unas cuantas.
—¿No crees que es muy infantil involucrarse en tales batallas?
—¡Nada que ver! —le aseguró—. Tengo unas cuantas prometidas para Natalia e Irina. Quizá reserve otras para la chica nueva que anda con Aidan.
—Pensé que Aidan era un tema superado.
—Nunca supero nada hasta que logro mis objetivos.
—¡Sí que eres intensa! Me pregunto si has pensado extender tu lista.
—¿Por qué lo dices? ¿Por la cieguita? —Itzel la miró inquisitivamente—. ¡Nooooooo! ¡Na' guara! Me da corte lanzarle una bomba de orine a la pobre. Por más Primogénita valiente que sea, se vería muy feo pegarle un bombazo a alguien que es incapaz de defenderse.
—¡Je! Por lo menos puedo celebrar que te queda un poco de cordura.
—Yo ya estoy preparado para iniciarme —confesó Tobias.
—Apenas eres un mocoso de sexto grado —le recordó Loren—. Si mamá llega a enterarse de que te escapaste de la escuela para terminar en una guerra de bombas en el colegio, le dará el ataque.
—No lo sabrá si no vas a decirle —le aclaró Tobías.
—¿Me estás llamando metiche? —la quinceañera le replicó.
Itzel abrió sus ojos sonriendo con malicia. Era gratificante escuchar a sus hermanos discutir sobre trivialidades.
—Yo le dije a mi mamá que me disfrazara de sol —le comentó Gabriel a Itzel.
—¿Quieres brillar como el sol?
—¡Quiero que me den muchos regalos en vacaciones!
La Primogénita de Lumen rio. Entendía muy bien la referencia de Gabriel, en su inocencia el niño creía que al disfrazarse de sol le darían regalos durante los Solsticios de Invierno y Verano.
—¡Ja! ¡De broma te los darán el día de tu cumpleaños! —le respondió Tobías, volviendo a su discusión con Loren.
El doctor Montero se levantó con una sonrisa de satisfacción que, por momentos, hizo que Leticia olvidara el sincero regaño que se merecían sus sobrinos.
Maia sentía alivio en sus ojos. Golpear el Sello del Umbra Mortis había sido tan gratificante para ella, en especial porque le dio un poco de su propio jarabe, eso le enseñaría a no meterse con un Ignis Fatuus.
—¿Cómo te sientes, Amina?
—¡Extremadamente genial! —confesó, levantándose de la cama—. ¡Necesito decirles a mis primos que...!
Leticia no dejó que terminara la frase, la sostuvo por el brazo, deteniendo su avance hacia la puerta.
—¿Qué fue lo que hiciste para sanarte?
—Mamá.
—No te dejaré salir Amina si no me dices la verdad. Estoy muy molesta con Ignacio y Gonzalo, y no quiero estarlo contigo.
—Es un poco injusto que solo quieras culpar con ellos.
—¿Eso qué quiere decir, jovencita? —preguntó inquisitivamente.
—Yo estuve de acuerdo con la idea.
—¿Cuál idea? —quisieron saber los adultos.
—La única forma de sacar el veneno de mi sistema era que lo devolviera a su dueño. —El silencio de Montero y Leticia le dio una idea de su reacción. Ambos se vieron estupefactos.
—¿Cómo debías devolverlo? —titubeó Leticia.
—Me enfrenté con el Umbra Mortis —Con un quejido, Leticia cayó en la cama. El doctor Montero corrió a tomarle el pulso al notar que su rostro había palidecido—. ¿Mamá?
—¡Ignaciooooooooooo! —gritó Leticia.
Eugenia se sentía un tanto incómoda en la casa Santamaría, al igual que Dafne. La sala amplia estaba en un espacio elevado en relación al comedor. Sus paredes blancas, muebles de cuero de un marrón arena y alfombra roja era todo lo que le daba vida a la estancia.
Ni Ignacio, ni Gonzalo, quien no se había atrevido a entrar al cuarto de su prima, se encontraban motivados para llevar una conversación. Tampoco eran consciente de lo que estaba pasando en la sala, sus mentes se encontraban en otro lugar, en la habitación de Amina.
El grito de su tía hizo que se pusieran de pie, palideciendo. Era la primera vez que Aidan veía terror en los miembros de Ignis Fatuus, al parecer Gonzalo e Ignacio solo le temían a su tía.
La mujer llegó enfurecida a la sala. No reparó en la visita, solo por un momento. Detrás de ella apareció el doctor Montero, quien con un gesto saludó a los miembros de Ardere, los cuales también se encontraba de pie.
—¡Mamáaa! —exclamó Maia detrás de ella—. ¡Mírame!
Abrió sus manos y toda su aura se encendió. Los vórtices de fuego se abrieron paso en las palmas de sus manos y sus iris se tiñeron de amarillo incandescente.
—¡Amina! —agregó Ignacio, bajando el par de escalones que separaban la sala de donde se encontraba su prima, visiblemente emocionado—. ¿Has recuperado tu poder?
—¡Sí! —Localizando su Sello en la estancia, se arrojó en sus brazos.
Ignacio la abrazó con mucho cariño y ella respondió a su abrazo cerrando sus ojos. Gonzalo sonrió de felicidad.
El abrazo fue tan íntimo que Eugenia se sintió apenada, mientras que Aidan y Dafne buscaban una explicación.
—¡Zalo! —llamó Amina, haciendo que su primo mayor se uniera al abrazo.
Fue en ese instante cuando percibió los Sellos de Ardere. Con una dulce sonrisa en su rostro se dirigió a sus amigos, entretanto sus pupilas retornaban al marrón cobrizo.
—¡Ardere! —murmuró con cariño.
El tono de su voz hizo que Aidan sonriera con dulzura y las chicas relajaran sus rostros. Incluso, Leticia recobró su habitual serenidad.
—Iré a la cocina por algunas bebidas.
—No se preocupe —aseguró Dafne un tanto apenada.
—Es lo menos que puedo hacer luego de toda la escena que han presenciado —Sonrió. En ella había un gesto maternal, permitiendo que los jóvenes Ardere accedieran a continuar con la visita—. Luego habló contigo —le susurró a Ignacio en el oído, después de colocarle la mano en el hombro para tener una mayor intimidad.
El Custos palideció. No temía a los regaños de su padre, ni de su tío, con el Prima siempre se había mostrado irreverente, pero Leticia era agua de otro cántaro, tan sagrada como su mamá y la misma Amina.
—Tía, ¿no sería bueno que se quedaran a almorzar? —propuso Gonzalo como estrategia para ayudar a Ignacio.
—¡No! —suplicaron los tres chicos de Ardere.
Leticia los había visto, en cuanto escuchó a Gonzalo. Era la una de la tarde, y los mismos venían del colegio, después de enfrentarse a la Umbra Mortis, era lógico que tuvieran hambre, y ella no sería una buena anfitriona si los despedía con un batido de lechosa.
—Nada de esos, niños. Comerán aquí.
Dafne se iba a oponer amablemente, pero Aidan sujetó su brazo, dándole a entender que no podían hacer más que esperar. Ese sería su secreto, pues Elizabeth entraría en crisis si se enteraba que sus hijos comieron en casa de los que consideraba enemigos.
—Gracias por traer nuestras pertenencias —insistió Ignacio, mientras Gonzalo ayudaba a Amina a sentarse.
—No sabes cuanto nos alegras que ya puedas ver —comentó inconscientemente, Eugenia.
—Bueno, tanto como ver no, pero siento un enorme alivio en mis ojos. La sensación de tener agujas presionando mis lóbulos oculares no era, precisamente, agradable.
—Mi papá me comentó que el Prima de Ignis Fatuus deseaba conocer más sobre el campo que propagaste el día del ataque —informó Aidan.
—No es extraño que Arrieta siempre ande buscando una forma de hundirnos —recordó Ignacio.
—La verdad es que no tenemos alguna teoría que facilite su explicación. En todo caso, podría ser una prolongación del Donum de Ignacio —declaró Gonzalo.
—Esa es un hipótesis muy realista —opinó Eugenia—. No entiendo por qué quieren darle un aura sobrenatural a los Munera del Phoenix.
Nadie fue capaz de responder. Ignacio frunció levemente el ceño, le preocupaba sentir sobre su cuello el Sello de un Clan muerto, verlo en la piel de su hermano y, muy posiblemente, en su prima.
—No olvides, Eugenia, que el Clan Ignis se unió con el Clan Mane —Aidan recordó su conversación con Itzel y Dominick—. Quizá en su sangre exista algún vestigio del poder de este. También, eso sería una explicación razonable.
—De ser así nos encontraríamos en graves problemas con nuestro Prima. —Amina se permitió ser imprudente frente a Eugenia y a Dafne.
—¿Problemas? ¿No se supone que serían el Clan más fuerte de la Fraternitatem Solem, garantizando, por demás, que ninguno de los demás podrá superarlos? —cuestionó Dafne.
—Tienes razón, joven —respondió Leticia, apareciendo de la cocina—. Tener semejante unión de poderes sería un orgullo para otros clanes, pero no cuando se tiene un poder que nadie puede comprender, ni doblegar. ¡A almorzar! —les invitó, casi como una orden.
Eugenia, Dafne, Ignacio y Gonzalo casi saltaron de sus puestos, sin embargo, Aidan se quedó un rato contemplando el rostro de Amina. Esta había inclinado ligeramente el rostro, su gesto denotaba preocupación. Leticia no les había mentido, para Ignis Fatuus el Donum de Amina era una carga, incluso para ella.
Poco le importaba a Ibrahim tener una fiesta de disfraces o "de máscaras" como le llamaba su mamá, para él lo primordial era despedir parte de su adolescencia con una extraordinaria guerra de bombas. Sería su última vez, no se visualizaba con veinte años corriendo detrás del otro bando para arrojarle un globo con orina, y mucho menos con agua.
Sin embargo, crecer le comenzaba a dar miedo. En los últimos meses su vida había dado un giro inesperado: había pasado de llorar por Aidan a ser besado, y ahora se encontraba en un extraño triángulo amoroso en donde no sabía quién gustaba de quién, aunque tenía la sensación de que él estaba siendo utilizado tanto por Teodoro como por Gonzalo.
Gonzalo. Daría una hora de su vida por descubrir que era lo que tenía Gonzalo en su mente, y mucho más por descubrir lo que ocultaba su corazón. Él podía parecer una persona agradable, pasaba de la sutil alegría a la rebeldía indomable, podía jurar que en él convivían tres personas totalmente distintas: el "payaso" que se ríe de su suerte y de la de los demás, el "guardián" capaz de dar su vida por los que quiere, y el "distraído", desconectado por completo de la realidad que le rodea. Mas fue su coraje lo que le hizo sentir atraído a por él.
Ignis Fatuus tenía un poder adictivo que obligaba a los que les rodeaban a querer más de ellos, a penetrar cada secreto, a desear su Sello sobre la frente, pertenecer a su círculo más intimo. Gonzalo lo ayudó a comprender los sentimientos de Aidan por Amina, la atracción sobrehumana, casi mortal que les obligaba a quererlos.
Sonrió, tomando una máscara veneciana que su madre le ofrecía. Teodoro no iba a por él, su objetivo tenía que ser Gonzalo. Lo que no podía entender eran los motivos que este tenía para rechazar a un tipo que de lejos parecía un modelo de revista.
Lo único que tenía claro hasta ese momento era que en ese triángulo el único perdedor sería él.
Dafne no dejaba de hablar sobre el maravilloso trato que había recibido en la casa Santamaría. Aidan, cabizbajo, meditaba sobre los cambios de humor de su hermana. Unas semanas atrás quería acabar con aquel Clan y ahora les admiraba a morir.
—Por lo visto me mantengo fuerte ante el embrujo de Ignis Fatuus —le susurró Eugenia, sin dejar de sonreír y atender a los comentarios de Dafne.
—Recién los estás conociendo. Probablemente termines colocando tu corazón en Ignacio.
—No me atraen los miembros de otros Clanes.
—Bueno, en eso tienes razón, ni siquiera los de tu Clan te atraen —respondió viéndola a los ojos, para luego sonreír con dulzura, y atraerla hacia él con cariño.
Eugenia jamás olvidaría al Aidan que corrió detrás del auto de sus padres cuando estos se mudaron. Aún guardaba las cartas y dibujos que de niño le habían mandado. No le había correspondido, sus expectativas eran otras.
Su familia provenía de una rama muy noble dentro de Ardere, por su sangre corría el Don de la Clarividencia, tan asociada a su Clan, Donum propio del Oráculo y no de los Primogénitos como el resto de la Fraternitatem Solem creía.
En su destino estaba custodiar y orientar al Elegido. Nunca se permitiría poner su corazón en el hermano de su Primogénita, pues su poder se encontraría dividido. Conocer que era Aidan y no Dafne quien llevaba el Sello de Ardere, había cambiado el panorama, ya no le estaba prohibido rechazar sus intenciones amorosas, ni huir ante su declaración.
Sin embargo, algo había cambiado en él. Seguía siendo el mismo joven cariñoso y amable que había dejado atrás, ahora convertido en un verdadero caballero: gentil, preocupado, valiente. Continuaba tratándola con la misma ternura, pero sus ojos no la miraban con el brillo y devoción de antaño.
Una semana fue más que suficiente para darse cuenta que detrás de Aidan habían muchas personas, Natalia, Loren e incluso la misma Primogénita de Ignis Fatuus, y entre todas ellas, esta era la que más le preocupaba.
Amina no era una chica como las demás, a pesar de su invidencia era independiente, y esa es una cualidad que Aidan admiraba en cualquier chica. Además, su contextura, sus modos, obligaban a sus cercanos a protegerla; ella pasaba de la inocencia y debilidad, a la valentía y fuerza en cuestión de segundos.
Aún no tenía claro cuáles eran los sentimientos de Aidan por esta, ni que tanto se sentía atraída la chica hacia su Primogénito, pero por el bien de ambos Clanes, debían permanecer alejados, su atracción no podía trascender más allá de la utopía, de un amor platónico.
—Iremos al Tobogán —le comentó Aidan a Dafne.
—¿En serio? ¿Y a qué iremos? Porque yo no me traje mi traje de baño.
—No moriremos si nos mojamos —le reclamó su hermano.
—¿Y eso que iremos al Tobogán? —quiso saber Dafne.
—Le prometí a Eugenia que la llevaría, y como acabamos de comer creo que es el mejor momento para hacerlo. —Aidan observó a la chica, sonriendo y guiñándole un ojo.
—¡Bien, bien! —exclamó Dafne—. Que conste que lo hago porque quiero mucho a nuestra Eugenia.
Los tres sonrieron, caminando felizmente hacia el Tobogán natural.
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