Élite

El cuerpo de Gonzalo dejó de moverse. A duras penas el mayor de los Santamaría entre abrió los ojos, tragando con dificultad. Las cadenas se habían roto, por lo que él e Ignacio yacían en el suelo.

Ignacio se arrastró rápidamente hacia su hermano. Tenerlo con él era una alegría, el mejor regalo de cumpleaños que podía recibir. Pero ese milagro no se iba a repetir si no salían de allí. Gonzalo no resistiría enfrentarse de nuevo a la Umbra Solar, y Amina cada día se debilitaba aún más.

Dentro del caos en la Coetum, ellos eran el ojo del huracán, el lugar en donde reinaba la calma, el sitio donde el tiempo se había detenido. 

Para Ignacio lo único que importaba era la vida de su hermano, y no el maremágnum que ocurría alrededor. Cada uno de los presentes era insignificante para él.

Una vez cerca de Gonzalo, lo volteó, recostándolo en sus piernas. Limpió la sudorosa frente de su hermano, sujetándolo con una ternura inusual en él. Lo amaba, esa era la verdad. Gonzalo tragaba con dificultad, aun así le dedicó una tierna mirada a su hermanito menor. No tuvo que pronunciar palabra alguna para que Ignacio supiera que estaba bien.

Emocionado, Ignacio se giró hacia su prima, debía agradecerle lo que había hecho, descubriendo a Amina tirada boca abajo, contorsionándose en el suelo.

—¡Amina! —gritó, lleno de terror. Fue a acercarse, pero Gonzalo apretó su brazo con las pocas fuerzas que tenía.

«No te le acerques», le susurró en su mente, «... O nos matará».

Sintiéndose culpable, las lágrimas brotaron una vez más de los ojos de Ignacio. Amaba a Gonzalo, sí, pero jamás pondría la vida de su prima por encima de ellos. Eso no era lo que un verdadero guadián haría.

Ibrahim hacía un gran esfuerzo en contener los vidrios sobre todos ellos. Ciertamente, el campo de protección de Itzel podía repeler el poder de Amina, cuya fuerza había mermado; esa la única explicación que Aidan tenía para comprender cómo su amiga no había sucumbido ante dicho poder, pero su campo no la defendía de los objetos no magnéticos.

 Aidan seguía evaluando toda la situación. 

Dominick continuaba quitando del medio a todo aquel sujeto que en su feroz huída amenazaban con llevarse a Ibrahim por delante, así como mantenía la corriente eléctrica que manaba de las lámparas rotas bajo control. Por otro lado, Saskia era el mejor apoyo que Itzel podía tener, así que el joven Ardere supo que las chicas no lo necesitaban.

También se fijó que en menhir había descendido, ya no se encontraba presente en el patíbulo, y eso le hizo respirar con más tranquilidad. Antes de entrar a la sala, Miguel le había explicado que mientras que la Umbra Solar estuviera entre ellos, usar los Munera sería mortal para todos, quizá a eso se debía que más allá del caos que se había formado en la asamblea, no hubiesen heridos de gravedad.

No dejó por fuera a Arrieta. El hombre fue sacado, fuertemente custodiado por guardias de Ignis Fatuus, del recinto. Sonrió con ironía, no se podía esperar más de un cobarde. Mas su desaparición también le jugaba a favor. Era mejor tenerlo lejos que cerca, en caso de que decidiera actuar.

Al darse cuenta de que había supervisado por completo el escenario, sin perder ningún detalle, decidió fijarse en lo que acontecía en el centro de la Coetum: Amina seguía levitando, sus cadenas habían cedido, por lo que su cuerpo, curvado hacia atrás, se encontraba libre. De él emanaba la luz potente que, en un primer momento, los cegó.

En la medida en que dicha luz iba mermando, el cuerpo de Gonzalo dejaba de convulsionar. Eso lo emocionó, porque no se perdonaría la muerte del Segundo Custos de Ignis Fatuus. Gonzalo era para él una persona muy querida, él único capaz de condolerse de su dolor. Sabía que cada una de las acciones del chico fueron motivadas por el gran amor que sentía por su prima, pero también lo había movido la pureza de corazón que caracterizaba a los hijos del Phoenix.

Después de él, se encontraba Ignacio. Este observaba a su hermano lleno de esperanza. Por vez primera, Aidan lo había visto agonizar dentro de la preocupación para llenarse de optimismo ante las acciones de Amina. En ese instante supo, que lo apreciaba. Sentía por Ignacio un cariño tan grande como lo sentía por Ibrahim. 

Él también lo admiraba y respetaba, tal cual como el Primer Custos se lo manifestó a Louis, aquel día en que tuvieron que viajar al pasado en busca de la Cor Luna.

Finalmente, Amina se desplomó y la humanidad de Gonzalo comenzó a manifestar señales de vida. 

Aidan sonrió de felicidad. La joven lo había logrado. 

Ahora estaba en sus manos terminar aquel suplicio. La miró. Se veía tan frágil que el corazón se le encogió. Se llevó la mano del pecho, sin desdibujar la hermosa sonrisa de enamorado, cuando se dio cuenta de que algo andaba mal, el cuerpo de la chica comenzó a retorcerse en el suelo.

Con terror observó que Ignacio no se había dado cuenta, el chico todavía se encontraba enfocado en su hermano. Se subió a los posabrazos de su asiento, dispuesto a saltar las filas para alcanzarla. Cruzó la primera de ellas, pero una mano lo sujetó con tanta fuerza, que le hizo caer. 

Molesto, se volteó, intentando zafarse de quien lo sujetaba.

—¡Suéltame! —gritó.

—¡No, Aidan, no! —le ordenó su padre.

Las pupilas del joven se dilataron de dolor. No podía ir en contra de los deseos de su padre, mucho menos cuando se le estaba exigiendo. Miró por última vez el cuerpo convulsionado de Amina, para sostener la mirada de su padre. Andrés palpó el sufrimiento de su hijo, condoliéndose del mismo.

—Lo siento, campeón. Pero todo se irá al diablo si haces algo descabellado.

Lo entendía. Ese no era el plan. Solo debía cruzar los dedos y esperar que Amina no muriera en el proceso.

—¡Llorón! —dijo Amina, adolorida.

—¿Estás bien? —quiso saber de inmediato, Ignacio, no se atrevía a moverse de su lugar.

—Siento que me agarraron de piñata —murmuró—. ¡Ese malnacido ha acabado con lo poco que tenía!

«¡Lo siento, princesa! Siento mucho ser tan débil», se lamentó Gonzalo. No podía pronunciar palabra pero tampoco lo necesita.

Amina sonrió con una mueca de dolor. No estaba mintiendo al decir que se sentía terriblemente mal.

—De todas maneras no saldremos de esta —le aseguró Ignacio viendo hacia donde antes estaba el vitral. Solo quedaban escombros de varias lámparas estilo araña que habían volado y un agujero negro como el azabache.

«Los vidrios terminarán por clavarse en nuestra piel», completó Gonzalo.

—No, mientras tu novio los mantenga flotando —se burló Amina.

—Me alegra que tengas sentido de humor —le aseguró Ignacio.

—No puedo hacer mucho alarde de él, pues temo que si logro recuperarme acabaré con media Hermandad.

«¡Nuestra querida prima es de temer!», exclamó Gonzalo, riendo. Tuvo que llevarse las manos a las costillas, para contrarrestar el esfuerzo que hizo al sonreír. Él no lo sabía, pero una de ellas estaba fracturada.

—Hablo en serio, Zalo. Más le vale a Arrieta matarme, porque le arrancaré el corazón al muy desgraciado.

La joven cerró sus ojos, tragando con dificultad. Ignacio la observó, incapaz de pronunciar palabra alguna. Ella hablaba en serio, y lo peor de todo es que él estaba dispuesto a convertirse en un despiadado asesino por ella.

Una vez más, Aidan miró a Amina. La joven no se había levantado, pero un par de movimientos le indicaron que estaba haciendo algún tipo de esfuerzo. Ignacio se mostraba un tanto relajado, pese a que no se acercó a la chica; sobre sus piernas, todavía descansaba Gonzalo, el cual hizo un gesto llevándose las manos a las costillas.

Sobre ellos los trozos de vidrio seguían flotando, y a su alrededor la confunsión continuaba. Se atrevió a mirar una vez más a su padre. 

Andrés también tenía su mirada fija en los jóvenes de Ignis Fatuus, mas Aidan no se quedó en él. Más allá de su padre se encontraba Miguel, parado firmemente, cargado de seguridad. Lo acompañaban varios sujetos, todos proyectaban el mismo brío por lo que supo que pertenecían al grupo élite de Ardere.

Un sonido en la Asamblea le distrajo. Las puertas por fin fueron abiertas, y las personas comenzaron a dirigirse desordenadamente hacia las salidas. Muchas cayeron causando un mayor caos en la sala, mientras que los Primogénitos y unos pocos seguían de pie, en sus puestos.

Los gritos no cesaban, la sala estaba hecha un pandemónium. Aidan solo deseaba que todo aquello terminara.

La sra. María, miembro de su Prima, se encargó de sacar a Elizabeth de aquel lugar. Luego le agradecería. Su padre seguía con él. La sala continuaba vaciandose, por lo que tuvo una mejor percepción delo que estaba haciendo Dominick.

El Primogénito de Aurum había dejado de proteger a Ibrahim, ya no lo ameritaba, pero tampoco se atrevió a dar un solo paso. 

Aidan tuvo la impresión de que Dominick estaba esperando a que ocurriera algo, hasta él mismo lo estaba deseando, pero no podían actuar mientras el campo de protección de Itzel los mantuviera envueltos.

—¿Es que no piensas hacer nada? —le gritó Ibrahim del otro lado.

—¿Eh? —Aidan fue sacado de sus cavilaciones.

Su mejor amigo no hablaba de ayudar a los Ignis Fatuus sino de restaurar el techo de la Coetum. Él no podría permanecer toda la vida deteniendo los fragmentos e Itzel ya había tomado la decisión de quitar el campo de protección.

Con un giro de sus manos, dirigiéndolas al techo, Aidan comenzó a reestructurar todo el espacio, desde las lámparas rotas, la conexión de los cables eléctricos y la remodelación del vitral. Cada trozo de vidrio iba encajando como un perfecto rompecabezas.

Al terminar, sintió un ligero golpe en su hombro.

—¡Bien hecho campeón! —Lo felicitó su padre, al ver el maravilloso trabajo que su hijo había realizado. Quien observara el vitral podría en duda que el mismo se hubiera roto.

Cuando Aidan concluyó su trabajo, Itzel liberó su campo de protección y Saskia la soltó. Ya no era necesario que se resguardaran, Amina no estaba con condiciones de atacar.

La sala había retornado a la tranquilidad. 

Los tres chicos seguían en el suelo del patíbulo, esperando a que vinieran a por ellos. 

Aidan dio un paso para acercarse, cuando un grupo de hombres fornidos pasaron por un lado. Llevaban prisa. Subieron a la tarima, las barandas se escondieron. 

Aidan decidió ver a Miguel antes de continuar con su idea de acercarse. El joven de piel oscura asintió, dándole la espalda, y con él el resto de los miembros élite, por lo que Aidan también decidió salir.

Dominick no entendió el movimiento del Primogénito de Ardere, pero comprendiendo lo preocupado que el chico estaba por Amina, sabía que no la dejaría en aquellas condiciones, por lo que haciendo un gesto disimulado al resto de los Primogénitos decidieron dejar la sala para ir detrás de Aidan y los suyos.

La serenidad que Ignacio había adquirido en esos pocos segundos se transformó en ira cuando uno de los esbirros de Arrieta lo tomó por las axilas, jalándolo para sacarlo de la tarima. 

Gonzalo cayó de sus piernas, dándose un golpe en la cabeza que le sacó un lamento.

—¡Ten más cuidado, mamagüevo! —les gritó Ignacio, ante las risas de sus verdugos.

«Estoy bien», le aseguró su hermano telepáticamente.

Amina sonrió, mientras era arrastrada por las escaleras. Sus primos la seguían. 

Salieron al desolado pasillo, desde allí les llevarían de vuelta a La Mazmorra, en donde Arrieta la esperaba hacerle una visita especial.

A un lado de la puerta, por donde fueron sacados los miembros de Ignis Fatuus como vulgares sacos de arena, se encontraba Aidan con el grupo élite y el resto de los Primogénitos. El joven apretó con fuerza su arco de obsidiana, gesto que llevó a Miguel a colocar su mano en el brazo de su Primogénito.

—Primogénito, no podemos descender como neutrinos, ni podrá usar su Donum allá adónde vamos.

—¿Qué quieres decir con eso? —saltó Dominick.

—Nos adentraremos a las profundidades del Auditorium —le contestó una joven de piel oscura y cabello de suaves gajos—, donde la Umbra Solar reina. Si se atreven a usar su Munera, la Umbra los absorberá, quedarán debilitados y seremos presas fáciles para Ignis Fatuus.

—¡Y créanme, no querrán enfrentarlos! —les aseguró Miguel.

—Bien, Aidan, entonces dinos cuál es el plan, porque por lo que pudimos ver, no creo que soporten ser sometidos una vez más a la Umbra —le aclaró Ibrahim.

—Ibrahim tiene razón, campeón. Arrieta no ha jugado limpio —dijo Andrés.

—¿Eso que quiere decir? —quiso saber el chico.

—Los debe haber sometido en otras oportunidades a la Umbra para que el Segundo Custos colapsara y estuviera a punto de morir. —Miró a su hijo de frente—. Debo volver con tu madre, porque sé que se pondrá nerviosa.

—No tengo un plan, papá. Solo deseo sacarlos de aquí.

—Aidan... —Colocó ambas manos en los hombros del chico—. Síguelos como neutrino. Una vez que penetres La Mazmorra sé sigiloso, y sigue tu intuición. Eres un líder, y tendrás éxito.

Andrés dio media vuelta, marchándose, mientras Dominick lo miraba atónito.

—¿Qué? ¿Eso es todo lo que dirá?

—Si tienes miedo, puedes seguirlo —le respondió Itzel, colocándose al lado de Aidan—. Son tres, lo mejor es dividirnos en caso de que sea necesario.

—Tienes razón. Tú y Dominick vayan a por Ignacio, Ibrahim y Saskia a por Gonzalo, y yo me encargaré de rescatar a Maia.

Dominick sonrió, entretanto el grupo élite de Ardere le entregaba las armas que sacaban de sus trechs, y se dividían a disposición de los equipos que Aidan había formado.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top