El terror recorriendo su cuerpo
El reloj indicaba que el era momento de la despedida.
Aidan miró el enorme reloj de madera que ocupaba la columna principal de la enorme sala de paredes blancas, piso de madera clara y muebles rústicos, por cuyos ventanales se colaban los rayos crepusculares. Su corazón se embargó de tristeza, algo no iría bien a partir de ese instante.
Siempre intentaba mantenerse optimista, aún en el peor de los escenarios, pero estaba consciente de que ciertas situaciones no podían ser solventadas con solo ser una persona positiva o por tener un golpe de suerte en la vida. Quizá eso de madurar era una verdadera pesadilla, mas se encontraba en un punto de sin retorno: Debía afrontarlo o dejarse destruir.
Ibrahim se detuvo a su lado, colocando una mano en su hombro, mientras contenía un suspiro. Lo conocía muy bien, no había nada que le arrebatara la alegría a su amigo, excepto un problema que no supiera cómo enfrentar.
—¿Todo bien?
Aidan sonrió compungido. De nada le valdría mentirle a Ibrahim, pero aquel no era sitio para desahogarse. Él mismo debía reflexionar, antes de comenzar a hablar sobre lo qué había ocurrido. En momentos como esos necesitaba a su abuelo, mas no tenerlo era también una lección de vida.
—¿Estamos listos? —preguntó Dominick contando a las tres personas que llegaban al mismo tiempo que él.
—Creo que estamos todos —confesó el dr. Montero.
En la sala se congregaron los miembros de Ardere que estaban encargados de la administración de la residencia. Sin embargo, ninguno de los chicos de Ignis Fatuus se encontraba con ellos.
Con un gesto afirmativo, Itzel le indicó a Dominick que podían partir, por lo que el chico proyecto su portal espejo en la playa.
Saskia se lo agradeció con un beso en la mejilla, nunca había extrañado tanto el sonido de las olas como lo hizo durante esos días.
—¿Alguna indicación, Primogénito? —Adrián le pidió a Aidan, antes de que este atravesara el portal.
—Tratalos como si fuera miembros de mi familia.
—Así lo haré —le aseguró el hombre.
Con una sonrisa, y buscando a través de los presentes el rostro de Amina, Aidan dejó la sala de la residencia. El golpe cálido de la brisa marina lo regresó a la realidad. Cuando volteó buscando la sala de Ardere, se encontró con un pequeño bosques de palmas.
—Es el lugar más tranquilo que podido conseguir —le aseguró Dominick.
—Lo has hecho bien —aseveró Ibrahim.
—Bien, creo que llegó el momento de separarnos —se despidió el Dr. Montero—. Le estoy muy agradecido por todo lo que ha hecho por mi Primogénita y sus Custodes —confesó haciendo una leve inclinación ante Aidan.
—Nosotros somos lo que estamos muy agradecidos con usted. Sin su asistencia y sacrificio muchas hubiesen sido las pérdidas que habríamos sufrido.
El galeno se despidió de todos. Un auto enviado por el sr. Jung le esperaba para transportarlo hasta su hogar.
—Ibrahim, recuerda hablar con tus padres sobre la Coetum —comentóAidan.
—Haré lo que esté en mis manos.
—El apoyo de tu Clan nos vendría como anillo al dedo —le aseguróDominick—. Creo que todo esto se está complicando cada día más. Pensé que el enemigo era el que teníamos de frente, y ahora resulta que está en todos lados.
—¿Por qué en todas las sociedades debe de existir intrigas y un hostigador? —cuestionó Itzel. Los chicos la miraron con sorna—. ¡Vale! Intentaré ser superficial por otro tiempo.
—¡Ya comenzaba a preocuparme por ti! —confesó Dominick—. Tenía tiempo que no escuchaba hablar a la Itzel que todo lo razona. Pensé que eso de tener novio te estaba haciendo daño —se burló.
—Quizás el viaje por la sabana me hizo reflexionar.
Con una sonrisa, y un abrazo se dispusieron a marcharse del lugar. Elmomento de mover nuevas piezas estaba comenzando.
Leticia caminaba de un lado al otro, ante la mirada inquieta de su esposo. Israel no podía discernir si sus nervios eran producto de lo que estaba ocurriendo o de lo que su mujer estaba sintiendo.
Conocían muy pocos detalles de lo que había ocurrido el día anterior. Estuvieron presentes en la tortura de su hija y sobrinos, angustiándose por el colapso de Gonzalo y la muestra de poder de Amina; luego, supieron que un grupo de rebeldes había asaltado La Mazmorra, lo que aumentó su angustia.
Sabían que algo grave había ocurrido en las profundidades de la Coetum, pero desconocían qué había sucedido.
Israel admiraba la fortaleza de Leticia. A diferencia de Gema, su mujer se mantuvo firme hasta el final. Fue imposible para ella no contener las lágrimas de dolor, ni aferrarse con fuerza a su brazo, al punto de dejar un visible hematoma en él. Sin embargo, allí estaba, tragándose su preocupación para no ser una carga más que él tuviese que llevar.
Viendo como caminaba por la sala, con su bluson de jean, sin quejarse una sola vez, intentando no derrumbarse, Israel le volvió a amar, mucho más de lo que hacía en cotidiano. Se puso de pie caminando decidido hacia ella.
La mujer se detuvo, con una mano en la cintura y otra en sus labios, con la mirada preocupada, observando la reacción de su esposo. Este la abrazó, dándole un beso en su frente y refugiándola de nuevo es sus brazos.
—¿Te he dicho, hoy, que te amo?
—Esta mañana —confesó con una sorisa, pasando sus manos por la espalda de su esposo—. Lo dijiste esta mañana cuando nos levantamos y, cuando llevaste los platos al fregadero.
—Pero no te he dicho que has sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Sin ti, mi vida de armonía no sería posible.
—¿Aun en los problemas?
—En los problemas, en este momento infernal. Leti... —La miró a los ojos—. Si tuviera otra vida, si pudiera regresar el tiempo, solo una cosa repetiría... —Ella lo miró expectante—. Me volvería a casar contigo. Me casaría contigo cada día de mi vida.
—Eso te saldría un poco caro, amado esposo. Pero... —Se volvió a recostar en su pecho—. Yo también me casaría contigo.
Israel sonrió, recostando su mejilla en el cabello de su esposa. No importaba el lugar donde estuviera, mientras la tuviera a ella, estaría en su hogar.
El timbre de casa sonó, lo que hizo que terminaran su momento con un rápido beso. Israel salió, consiguiendose a su hermano en la entrada. Lo hizo pasar, pues Ismael estaba más angustiado de lo normal.
—¿No se han enterado? —les preguntó luego de saludar a su cuñada.
—No —le respondió Israel.
—Los demás Primogénitos liberaron a nuestros hijos.
Israel buscó con la mirada a su esposa, quien por primera vez sintió que las fuerzas le faltaban, las piernas le fallaron y, de no ser por la rápida reacción de su esposo, hubiese terminado en el piso.
—¿Amina? ¿Cómo está Amina? —le interrogó Israel, traduciendo los sentimientos de su esposa y los suyos propios.
—Jung vino a casa con un miembro de Aurum, nos dijo que estaban bien. No nos pueden revelar el sitio donde se encuentran porque puede ser peligroso para ellos.
—¡Ay! ¡Ay, cielos! —exclamó Leticia, con una sonrisa en los labios y las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Ismael, sabes bien que esos cinco chicos no pudieron hacerlo solos. Tuvieron que recibir ayuda de otro Clan y yo tengo que ir a presentarles mis respetos.
—Jung solo se presentó con Aurum, así que tuvo que ser Aurum. Son el único Clan que podría emprender tal misión.
—Entonces me presentaré ante Aurum cuando sea el momento oportuno, pues me imagino que Arrieta debe de estar arrecho y no dudará en montarnos una casería.
—¿Estás dispuesto a volver a las armas?
—Estoy dispuesto a cualquier cosa por recuperar a nuestros hijos. —Miró a Leticia, que yacía abrazada a su costado. El gesto afirmativo de su mujer le confirmó que ella lo apoyaría en cualquier decisión que tomara.
La puerta de la casa Perdomo se abrió. Una agotada Itzel atravesó la puerta siendo recibida por sus hermanos.
Tobías y Gabo prácticamente se habían arrojado sobre ella. Loren y Susana fueron más comprensivas. Tenerla de vuelta en casa era un alivio, habían vivido horas de zozobra a causa del rescate que se proponían llevar a cabo.
—¡Estoy bien, mamá! Estamos todos bien —le aseguró, tomando un gran trago de Toddy.
—¿Comiste?
—Sí. Si algo tienen los Ardere en el llano es comida. La carne nos salía por los oídos.
—Y ellos, ¿cómo están?
Dejando el vaso a un lado, Itzel miró compungida a su madre.
—Es muy triste, mamá. Es imposible quitarme la sensación de que llegamos tarde. Maia y Gonzalo han perdido su Sello, solo Ignacio conserva una ínfima parte de él, es hasta imposible verlo bien. —El rostro de Susana mostró sentir pena—. Gonzalo tiene las costillas fracturadas. —Con un gesto de terror, Loren y su madre se llevaron las manos a los labios—. Dominick dice que no es descabellado pensar que fueron torturados. —Hizo una breve pausa—. Y yo le creo. Le creo porque Maia no habló con nosotros, solo trataba con sus primos... Hasta atacó a Aidan.
—¿Lo atacó? ¿¡Está loca!? —Loren acababa de mostrar toda su indignación.
—Sí. Solo Ignacio pudo acercarse a ella.
—Debes ponerte en su lugar, Itzel. Ustedes jamás tendrán idea de lo que vivieron en ese infierno hasta que ellos se atrevan a contarle. Por eso te pido que seas paciente y, pase lo que pase, no olvides que en el fondo son sus amigos, y siempre estarán dispuestos a darle una mano.
—Lo sé, mamá —le respondió sonriendo.
En momentos como esos, Itzel agradecía la madre que tenía, pues Susana no solo le comprendía, sino que siempre estaba abierta a otras opciones. Su madre siempre le esbozaba un panorama mucho más amplio del que ella estaba dispuesta a ver.
Dominick había tenido la dedicadeza de mirar atrás antes de marcharse definitivamente de la playa.
Se detuvo al observar que Saskia continuaba allí, mirando hacia el horizonte con los brazos cruzados, fuertemente apretados. Dejando que los chicos se marcharan, caminó hasta donde la joven se encontraba.
—No pensarás dormir aquí.
—Ganas no me faltan.
—Si no vuelves a tu casa, tu mamá te matará, y lo digo en sentido literal.
—Y si vuelvo igual lo hará.
—¿Acaso esto es un contrapunteó?
Ella sonrió, contemplándolo.
—¡Qué mal que no seamos magos o hechiceros!
—¿Por qué lo dices?
—Porque en estos momentos solo desearía ser un pez y lanzarme en el océano.
—¿Y acaso piensas que allí dentro no hay peligros? El pez más grande suele comerse al más pequeño, y salvo que tengas hormonas de cocodrilo, dudo que puedas sobrevivir.
—¡Tú, en serio, que estás obsesionado con los cocodrilos!
—¡Je, je! —Hicieron un breve sielencio—. ¿Puedo hacer algo por ti?
—No. Tendré que atravesar la puerta de mi casa y afrontar a mi madre. Pero más que a ella le temo al castigo de mi Clan.
—Soledad puede ser miembro del Prima, pero no creo que su decisión sea ciegamente seguida por el resto, y menos viendo lo que Arrieta hizo con los suyos. Astrum no le perdonaría a su Prima tal tratamiento para con su Primogénita, solo por el hecho de ir a rescatar a unos inocentes.
—Gracias por tus palabras.
—¡Haré algo más! Te llevaré a casa.
—Eso no me salvará.
—Puedo llevarte directamente a tu habitación.
—¿Cómo lo harás si jamás has estado en ella? Ni siquiera tengo una foto con la que puedas trasladarte.
—Proyéctate, y llévame.
Saskia sonrió. Esa si que era una buena idea.
No era la primera vez que combinaba sus dones, así que Saskia tomó a Dominick del brazo proyectándose hasta la habitación de esta. El joven dio un rápido vistazo, memorizando el lugar, era muy importante si no quería terminar en otro sitio. Un par de minutos después estaban de vuelta en la playa.
—¿Seguro que puedes hacerlo?
Él sonrió con suficiencia. ¿En serio lo estaba preguntando? Sin extender el espejo frente a ellos, Dominick la tomó de la mano, dando con ella un paso al frente.
La playa se convirtió en su habitación, el calor del hogar los golpeó.
Sin hacer mucho ruido, la joven encendió la bombilla, iluminando por completo la estancia que minutos antes solo recibía las luces provenientes de la ciudad.
—Se escucha silencioso.
—Nunca puedo confiarme.
—Debe ser horrible vivir en un lugar así.
—¿Cómo era vivir con tu padre?
—Normal. Solo lo veía en las noches, de resto mi abuela hacía de la casa un remanso de paz.
—Aquí nunca hay paz.
—Tu mamá debe de agradecer que no te hayas convertido en una vaga. Con una madre así, desde hace mucho tiempo hubiese huido del hogar.
—¿Acaso no fue lo que hiciste?
—Yo no me fui. Mi papá me echó. Si no tuviera a mi Clan, estaría en la calle.
—¿Por qué nos habrá tocado vivir esto?
—No lo sé, Saskia, pero no es tan feo como pensamos. Bien... —Se metió las manos a los bolsillos—. Toca irme, o de lo contrario Zulimar me meterá una mierdera, y no quiero hacer ejercicios a esta hora. —Le dio un rápido beso en la frente y se marchó.
Sola en su habitación, respiró profundo. Su estómago dio señales de hambre, por lo que, armándose de valor, salió de su cuarto.
El apartamento estaba en completo silencio. Con sigilo, se desplazó hasta la cocina, abrió la nevera dando un rápido vistazo a lo que había dentro, sacó un poco de queso amarillo para untar y jamón de pavo, rellenándose unos panes. Dio un par de mordisco, masticando con algo de desesperación. En realidad tenía mucha hambre.
Concentrada saboreando su cena, sintió que la tiraban de los cabellos. No tuvo más remedio que soltar el pan, llevando las manos hasta la cabellera, pero en ese intante, Soledad la soltó, arrojándola contra un florero de arcilla blanca que se encontraba en el suelo. El florero se partió con el impacto, mientras Saskia se retorcía del dolor.
—¿Cómo se te ocurre? —le gritó, lánzadole una patada, que la joven no alcanzó a esquivar.
—¡Mamá! —se lamentó llorando.
—¿Cómo pudiste participar en el rescate de esa asesina? ¡LO HAS ECHADO TODO A PERDER! ¡Maldita sea, Saskia! —La levantó por los cabellos. Saskia arrodillada, intentaba ponerse de pie, lo justo para que su madre no terminará de desprenderle los mechones por donde la sostenía. En ese punto no sabía si llorar a resistir—. ¡Has mandado todo por el caño! —La había llevado arrastrada hasta su habitación, aventandola contra la puerta—. ¡Una acción más como esta y te juro que te mato! ¡Te lo juro! —le gritó marchándose.
Saskia se recostó en la puerta, recogiendo sus piernas para protegerse. Estaba privada en llanto, no podía emitir ningún sonido, su cuerpo no se lo permitía. Deseó que Dominick o Itzel estuvieran allí. Tenía miedo. Jamás se atrevería a levantar una mano en contra de su madre, por lo que no usaría su don en contra de ella.
Como pudo subió su brazo, abriendo la puerta de su habitación. Con el terror recorriendo su cuerpo, se arrastró hasta dentro, cerrandocon seguro la puerta. Ya no le importaba comer, no lo necesitaba. La amenaza de muerte de su madre le había dejado en claro que luchar por su vida ya no era importante.
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