El sueño de todo Ardere

—¿Nos separamos? —indagó Maia.

En verdad no tenía ni idea de lo que Aidan quería insinuar respecto a la aparición de la Fraternitatem, aunque suponía que podían toparse con el Prima en algún lugar del colegio, y eso solo significaba que las cosas se habían salido de control.

—No. No pienso andar mintiendo, pero... —Respiró profundo antes de verla—. La situación pinta conflictiva. Algo muy turbio paso aquí.

—¿Qué ves?

—Hay cuerpos, non desiderabilias y Populo, dispersos por todo el espacio... No es una vista muy agradable.

—¿Están muertos? —preguntó angustiada, sujetándose de su brazo.

—No lo sé. Sí, algunos —vaciló—. Hay heridos, del Populo. Pero —se detuvo a contemplar como un hombre cerraba una bolsa negra que contenía el cuerpo de una chica, que tenía el Sello de Ignis Fatuus, cuya mirada había quedado vacía pasar frente a ellos—, también hay muertos.

—¡Iñaki! —murmuró—. ¡Llévame a ver a Iñaki! ¡Por favor! —le suplicó con lágrimas en los ojos.

Aidan asintió. Tomó su mano y la colocó en el hombro, guiándola entre los cuerpos de los caídos.

Aturdido, Aidan no dejaba de observar a su alrededor. Se sentía perdido, como si hubiese sido arrastrado a una dimensión desconocida. Aquel colegio no era su colegio, sino un sitio de muerte donde, irónicamente, algunos docentes y estudiantes, ignorantes de lo que había acontecido, caminaban entre cadáveres.

Paramédicos de Ignis Fatuus corrían asistiendo a los heridos. Realmente había ocurrido una gran batalla, por lo que el entrenamiento de seguro se intensificaría, así como iniciaría una nueva casería para determinar quién era el culpable. Nadie estaba seguro.

Llegaron al patio. Ibrahim estaba al cuidado de una doctora y un paramédico. El sujeto le colocaba una vía, mientras le era retirado un fragmento de cristal del brazo. Su rostro estaba magullado, con surcos de tierra de abono y sudor dibujados, aun así se mantenía sonriente.

Itzel estaba recostada en una camilla, con un perchero a su lado. No era necesario trasladarla, por lo que estaba recibiendo los primeros auxilios allí. David le tenía tomada la mano. Susana y Loren se encontraban a ella.

La mirada de Aidan se cruzó con la de su padre, quién se volteó a verle con las manos en la cintura, señal de que se encontraba preocupado. Andrés dio un paso hacia su hijo pero alguien más se adelantó.

Ignacio acababa de ser montado en una camilla, su situación era algo delicada. El doctor Montero no dejaba de decirle a Gema y a Leticia que no podía explicar cómo seguía en pie. Su cuerpo estaba muy debilitado. Gonzalo tenía una mano puesta sobre el hombro de su hermano, a quién ya le habían colocado la vía. 

Sin embargo, Ignacio aún se encontraba preocupado por Maia. En cuanto le vio llegar, se incorporó, arrancándose la vía y poniéndose de pie de un salto. Gonzalo, automáticamente entendió su reacción, pero su madre y su tía, las cuales no se habían dado cuenta de que Amina había llegado, comenzaron a llamarle la atención por su actitud.

—¡Amina! —susurró, caminando con lentitud, luego casi corriendo hacia su prima.

Gonzalo le siguió. Aidan miró a Ignacio, su aspecto daba lastima: la franela rosa estaba hecha jirones, exhibiendo manchas de sangre en sus hombros, su rostro no estaba más limpio que el de Ibrahim y su cabello era un verdadero asco, sus pantalones tenían lamparones oscuros, que daban la sensación de estar percudidos.

—¡Mi Amina! —exclamó, abrazando a la chica—. ¡Pensé que te había pasado algo!

—¿Qué ocurrió, Iñaki? —preguntó con dulzura, aferrándose al cuerpo del joven—. Dime, ¿por qué siento que estás tan herido?

Ignacio se separó de ella, tomando su rostro entre sus manos. Besó su frente.

—No te preocupes por eso. Ahora todo estará bien. Pero, dime, ¿dónde estabas?

—Fui a comer pizza con Aidan porque Zalo no llegaba...

Su primo no le dejó continuar. Dejando una de sus manos en el rostro de Amina, se acercó a Aidan, le jaló del hombro, atrayéndolo hacia él. Aidan, atónito, solo dejó que su cuerpo siguiera el curso del movimiento. Ignacio le abrazó, sin soltar a Amina, frente a su Prima que acababa de llegar y del resto de la Fraternitatem que se encontraba en el patio, sin entender el gesto que el Custos tenía con un Primogénito cuyo Clan consideraba enemigo.

—¡Gracias! —le susurró, dándole una palmada en el hombro, para separarse.

Fue allí cuando su cuerpo se desvaneció. Aidan lo sujetó, ante los gritos y la incertidumbre de Maia. Ignacio conservaba la conciencia. 

Entre Aidan y Gonzalo, le llevaron a la camilla. Leticia le agradeció a Aidan con un gesto, el hecho de haberse encargado de su hija, para luego acompañar a Ignacio al hospital. Gonzalo, también colocó su mano en el hombro del Primogénito de Ardere, y salió, justo en el momento en que el señor Arrieta iba a iniciar su discurso.

Andrés se acercó a Aidan.

—¡Papá!

—¡Me alegra que estés bien, campeón!

—¿Qué pasó aquí? ¿Y Dafne?

—Tu hermana está bien. Ignacio la protegió. —Aidan, aturdido por aquella noticia, volvió su mirada hacia la entrada del patio del colegio. Los Ignis Fatuus ya se habían ido—. Te contaré en el camino. Vamos a casa.

-Al final, Aidan terminó siendo felicitado como héroe —reclamó Dominick con amargura.

—De verdad que le envidio —le aseguró Ibrahim. Saskia y Dominick lo miraron—. Ha sabido ganarse el respeto de un Clan que hasta no hace mucho le consideraba enemigo. Eso es digno de admirar.

—¿Alguien tiene alguna idea de qué fue el arma que los indeseables utilizaron? —preguntó Saskia cambiando el tema.

—No —le respondió Zulimar, colocando su mano en el hombro de Dominick para asegurarse de se encontraba bien—. El Prima sigue recabando información. No se preocupen.

—Espero que lleguen a algo antes del próximo ataque —se quejó Ibrahim, viendo a sus padres en el colegio.

Se levantó de su puesto, corriendo hacia ellos. Los abrazó, descubriendo que no eran los únicos en estar allí. También Jan había venido.

Sorpresivamente se soltó de José y Sabrina para abrazar a su primo.

—Dime,pulga, ¿estás bien?

—No he muerto —respondió sin mostrar ninguna emoción.

—¡Se nota! —concluyó Ibrahim, sonriendo.

Aidan abordó el auto con Andrés. Habían hecho el camino en completo silencio. Era difícil para el joven asimilar que su colegio se había convertido en un campo de batalla, donde la Hermandad había perdido algunos miembros. ¿Cómo volvería a transitar aquellos pasillos sin recordar los cuerpos siendo cubiertos por bolsas y los paramédicos resucitar a los caídos?

Desde Griselle, los Harusdras jamás habían cruzado la frontera territorial de la Hermandad. Hasta ese entonces, el colegio era sagrado para los jóvenes aprendices, un sitio mucho más seguro que el propio Auditorium, pero ahora todo había cambiado. Ni siquiera por temor a los Primogénitos, se abstuvieron de atacarlo.

No dejaba de preguntarse si lo ocurrido en esos cuarenta y cinco minutos que duró su almuerzo, hubiera sido diferente de haber estado allí. No pudo apoyar a sus hermanos, ni defender al Populo, como obligan los deberes de todos los Primogénitos. Había abandonado a los suyos por intereses personales. Tampoco se había escapado del colegio, realmente estaba libre, mas pudo haberse quedado en las afueras, sentado al lado de Maia, esperando a que Gonzalo pasara a por ella.

Maia.

¿Qué hubiese pasado si él no hubiese llegado? Probablemente el ataque le iba a tomar desprevenida. El setenta por ciento de los heridos se encontraban en las afueras de la institución, y también, un gran número de fallecidos. ¡Y no podía soportar la idea de perderla!

Con la mirada fija en la ventana, observaba el paisaje, pero sus ojos no contemplaban nada más que haces de colores, todo su ser estaba enfocado en su negligencia y en sus sentimientos egoístas, porque aun así, seguía pensando que Amina era su prioridad.

Quizás su Donum hubiese hecho la diferencia. Él se había fortalecido. Su técnica de combate era más certera, el arco y la espada eran uno solo con él. Sin embargo, su don no estaba limitado a invocar armas, también había aprendido a manipular la materia. Se miró las manos. Una pared de obsidiana hubiera bastado para contener y contraatacar a los non desiderabilias.

—Yo tampoco lo podía creer cuando lo escuché.

—¿Eh? —murmuró Aidan, despertando de su letargo.

—No podía creer que su escuela estaba siendo atacada. Me preocupé mucho por Dafne, aunque confiaba en que tú la protegerías.

—Lo siento, papá. No fue mi intención no estar presente...

—Aidan. —Frenó—. Fui desconsiderado al pensar eso. Cuando llegué al colegio, Ibrahim y el segundo Custos de Ignis Fatuus estaban cargando a Ignacio. El joven se había desplomado, las piernas no le respondían, a pesar de que se encontraba consciente; en ese momento me detuve a meditar sobre lo egoísta que estaba siendo. Es mi deber como padre protegerlos, tengan el don sobrenatural que tengan, no cargarlos con más responsabilidades de las que tienen.

—Papá —le interrumpió—, debí estar allí, junto al resto de la Fraternitatem Solem. Me siento como un paria. 

—No entiendo, por qué debes ser tan cruel contigo mismo.

—A pesar de lo que pasó, aún sigo pensando que lo mejor que pude hacer fue irme con Amina.

—Supuse que andabas con ella.

—Papá...

Apenado, Aidan bajó el rostro. Su vergüenza estaba rebasando los límites. No iba a poder mirarle a la cara nunca más.

—Y me alegro de que así fuera —le colocó una mano en el hombro.

Los verdes ojos de Aidan brillaron de tristeza, posándose fíjamente en los de su padre. Los mechones de su cabello, que comenzaba a crecer, cayeron en su rostro, dándole una expresión de mayor dolor.

—Ese muchacho podrías haber sido tú.

—¡Papá! —murmuró.

—Él tiene una preparación de años, nunca podrá compararse a la de ninguno de ustedes, ni siquiera a la de su Primogénita, y aún así se encontró vulnerable ante esa situación. Todos corrieron con suerte al encontrarse en el lugar que se encontraban.

—¿Suerte? —le preguntó—. Papá, debimos estar con él. Yo debí estar ahí, haciendo algo, cualquier cosa. ¡Ellos también son mi gente! Y los abandoné.

—Él le dijo a Dafne que si salía a proteger a Natalia y la mataban estaba sentenciando a Ardere a desaparecer. —Aidan le miró confundido—. Sí, no me mires así.

—Me imagino que lo dijo porque Dafne es la verdadera Primogénita.

—Esa fue su excusa, aunque luego le aseguró que te aprecia, sin embargo concluyó que no eres nada prudente con tu vida.

Aidan sonrió compungido, llevándose las manos a la cara.

—Y esa es la verdad, Aidan Sael. No te importa arriesgar tu vida si crees que es lo correcto... Aun cuando no lo sea. —Se recostó de su asiento—. Sé que me has mentido en incontables ocasiones. Supe que habías viajado en el tiempo, mucho antes de que confesaras lo que realmente había ocurrido en diciembre.

—¡Papá! —exclamó preocupado.

—Dejé que inventaras tu excusa, porque necesitabas entregarle cuentas a un Prima que confía ciegamente en ti, pero yo te conozco muy bien hijo mío. No pienso detenerte Aidan, pues este amargo camino te ha enseñado a tener mayor responsabilidad sobre tus decisiones, pero si te voy a pedir que conserves un dejo de prudencia para con tu vida. Tu madre y yo no soportaríamos perderte... Por lo menos, aún no estoy preparado para enterrar a alguno de mis hijos. Ningún padre se prepara para ello.

—Papá, en verdad lo siento. Siento mentirte, pero aún más siento no poder prometerte cosas que seré incapaz de cumplir.

—Cuando era joven soñaba con el Donum, con el retorno de la gloria de Ardere. Quería ser admirado por todo mi Clan, no solo por portar el Sello de la Fraternitatem Solem, sino por mi destreza y mi desempeño en la lucha contra los Harusdras. Deseaba llegar a la Coetum y pavonearme. —Aidan sonrió con un bufido, siempre lo hacía al escuchar a su padre hablar con palabras del argot de su época juvenil—. Y quizás, romperle el corazón a alguna Primogénita. —Sonrió.

Aidan le miró con picardía.

—¿En serio quería romperle el corazón a una Primogénita?

—¡Je! Esto te sonará estúpido, hipócrita si se quiere, pero después de todo el romance que vivió Evengeline, el sueño de todo miembro de Ardere es tener una historia de amor tan apasionada como la de ella. Toparse con un miembro de Ignis Fatuus e intentar darle otro fin.

—Eso no es lo que nos dicen cuando te cuentan la tragedia de Evengeline.

—Porque esa parte queda sobreentendida, de otra manera la hubiésemos desterrado. En fin, el hecho es que, vivir estos acontecimientos ha movido a cada uno de los integrantes de nuestra familia, por generaciones, desde que Evengeline murió y los dones desaparecieron. Pero, jamás me detuve a pensar lo peligroso que podía llegar a ser, hasta que perdimos a Rafael, y fui consciente de que, constantemente, estás arriesgando tu vida.

—Papito —le llamó, colocando la mano en el brazo de su padre—. Sabes bien que nunca deseé esta misión. No era lo que quería para mi vida. Nunca soñé con sentirme admirado por nadie. —Sonrió—. Ni con "romperle el corazón a alguna Primogénita". Para mí la Fraternitatem siempre fue un mito, un simple cuento de camino. Odié el momento en que el Don de Neutrinidad apareció, aunque me sentí aliviado detener a Itzel e Ibrahim a mi lado, viviendo la misma experiencia. Y, sin embargo, nunca hubiese llegado a tomarla en serio hasta que comencé a sentirme responsable por la vida de Maia.

—Aidan, eres un chico muy sencillo. —Sonrió con ternura—. Desde niño has sido feliz con muy poco y siempre fuiste agradecido y desprendido. Quizá ese sea el motivo por el cual no te detienes a pensar sobre el valor de tu vida para los que te rodeamos: para tu hermana, y para nosotros, tus padres. Incluso para el propio Rafael. Sé que rechazaste todo esto. Me dolió darme cuenta de que no amabas ni anhelabas la Fraternitatem Solem, como cada Aigner lo había hecho, hasta el momento en que tuve miedo.

—¿Miedo? Pero me ha dicho que usted, prácticamente, deseaba una vida de aventuras y emociones fuerte como las que estoy viviendo.

—Las quería hasta que, el mayor deseo y caos de Ardere, apareció.

La mirada de Aidan interrogó a su padre.

—Las quería hasta que a mis oídos llegó la noticia de que Ignis Fatuus no había desaparecido. Que el Clan de Ackley seguía con vida. Tuve miedo que cobraran venganza por una historia malinterpretada, y que tanto dolor ha traído a nuestros Clanes. Mas el terror se apoderó de mi persona cuando comencé a darme cuenta de que su Primogénita se estaba convirtiendo en mucho más que una amiga para ti.

Compungido, Aidan miró al frente.

—Quería detenerte, pero no podía permitirme ser egoísta contigo. Creí que mis anhelos de juventud también serían los tuyos, y quizás, solo por esta vez, tú sería quién rompería el corazón de una Ignis Fatuus. Pero Rafael y yo nos dimos cuenta de que los lazos de ustedes se estaban estrechando peligrosamente. Quería interferir, mas Rafael me hizo pactar con él. Se responsabilizó por la vida de la joven.

—¿Ustedes sabían que los Harusdras la querían?

—No la quieren a ella, Aidan, quieren su Don. Ellos saben muy bien que después de la Umbra Solar, el poder de Phoenix es el único instrumento con el cual pueden apoderarse del resto de los dones de la Hermandad. Rafael dio con la niña hace diez años atrás. Sus padres habían muerto. Dicen que su padre tuvo una muerte natural, pero me temo que fue asesinado por los non desiderabilias, tanto él como los Santamaría fueron unos acérrimos perseguidores de los Harusdras; mintieron sobre su muerte para no estigmatizar a la pequeña. Como puedes darte cuenta, es diferente al resto de los Clanes de la Fraternitatem, Ignis Fatuus continuó enfrentándose a los indeseables, quienes buscaban al Primogénito, sin saber que era él y que le habían matado, pero su descendencia venía en camino. Los non desiderabilias fueron a por la esposa, ya al termino de su embarazo, y efectivamente, le mataron, pero la niña no permitió que acabaran con su vida, lo que en si es una historia sorprendente, pues es el único caso documentado, desde que la Hermandad apareció, en que un Primogénito manifiesta el Donum sin siquiera haber nacido.

—No sabía que mi abuelo había dado con ella.

—No solo dio con ella, sino que prometió protegerla. Pero todo se complicó cuando tu corazón se involucró. Ninguno de los dos queríamos que sufrieras. Nunca fuimos sinceros contigo... —Los suaves ojos azul verdosos de Andrés se encontraron con los de su hijo—. Y ya estabas muy enamorado cuando decidimos actuar.

—Es por eso que mi abuelo entregó su vida por ella, para que yo no sufriera.

—Sí. Ese fue el motivo por el cual papá decidió morir en su lugar. De la vida de esa chica no solo depende Ignis Fatuus, a la cual Ardere destruyó, sino también tu vida.

—¿Y ese es el motivo por el cual mi mamá la odia?

—Tu madre no la odia. Si Dafne hubiera sido la Primogénita y Amina fuese hombre, créeme, Elizabeth fuera la madre más feliz del mundo.

Aidan bufó con sarcasmo, apartando su rostro del de su padre.

—Solo siente celos de que los hombres de su familia solo busquen el bien de esa chica. Su padre entregó su vida, su esposo arriesgó su posición en la Coetum al ponerse de su parte y comprometer a todo el Prima y su hijo...

Aidan le observó. Andrés sonrió al descubrir en sus ojos los sentimientos que ocultaba en lo más profundo de su corazón. Aquella no era una carga dulce de llevar, su hijo se encontraba afligido.

—No es un dulce sueño de amor, papá. Es una agobiante pesadilla de la que ruego nunca despertar. No quiero dejar de quererla, no quiero perderla, pero finalmente, ambos tomaremos destinos distintos.

—Siempre se puede tener otro fin.

—Papá, nadie más que usted me apoyará.

—Te dije que el deseo más grande de un Ardere es estar con un miembro de Ignis Fatuus.

—Sí, pero es un deseo que puede ser comparado con un pecado. Todos quieren, pero ¡ay de aquel que ose tomar tal decisión! Con el paso de los días mi historia con Maia va llegando a su final, y está bien, yo lo acepto. Mi razón lo acepta, para luego abandonarme con mi afligido corazón, dejándome sumido en la desesperanza, y obligándome a actuar como un loco. Ese fue el motivo por el cual fui al pasado, más que salvar a Natalia quería que me mataran, pero Amina apareció y por poco no muere por mi culpa.

—No puedes ser tan duro.

—Estoy siendo realista, papá. Fueron mis sentimientos, transmitidos por medio de mi Donum lo que hicieron que se debilitara. Hay cosas que aún no asimilo, pero en cuanto lo haga le contaré... —hizo una breve pausa, recordando las palabras de su padre sobre el Custos de Ignis Fatuus—. Yo también apreció a Ignacio.

—Me di cuenta del respeto que se tienen.

—Le pido que por favor, me acompañé a visitarlo, en consideración a lo que hizo por mi hermana. —Andrés asintió—. Y papá... Por favor, no me deje solo. Siento que ahora lo necesito mucho más.

Andrés le abrazó.

—Siempre estaré aquí, hijo.

Aidan volvió la mirada a la ventanilla, mientras Andrés ponía el auto nuevamente en marcha. A su mente vino la afirmación de su padre.

—«...Estar con una Ignis Fatuus» —comentó sonriendo entre el dolor y la picardía—. ¡Nuestro Clan tiene unas cosas!

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